Historia de Alemania para niños
El territorio que hoy conocemos como Alemania ha estado habitado desde hace muchísimo tiempo. Sin embargo, para que se formara el país como lo conocemos, pasaron muchos siglos con migraciones, invasiones y conquistas. Alemania, como un país unido, no existió hasta 1871, cuando se fundó el Imperio alemán. Antes de eso, "Alemania" estaba formada por cientos de pequeños estados y condados. Aunque compartían un mismo idioma y reconocían a un emperador, eran prácticamente independientes entre sí.
La palabra deutsch (alemán) apareció en el siglo VIII. Al principio, se refería a la parte este del reino de los francos, que en ese momento incluía lo que hoy es Francia y Alemania. Esta palabra viene de thouthaz, que significa 'pueblo'. El primer reino "alemán" independiente surgió en el año 919, llamado el reino germano, que nació de la parte oriental del reino franco. El Sacro Imperio Romano Germánico (conocido como el Primer Reich) fue fundado por Otón el Grande en el año 962. Duró casi mil años, hasta que se disolvió en 1806 durante las guerras napoleónicas. A pesar de su larga existencia, nunca se convirtió en un país moderno y unificado como otros de Europa Occidental.
Cuando la Reforma protestante comenzó en 1517, Alemania se dividió: el norte se hizo protestante y el sur siguió siendo católico. Estas dos partes se enfrentaron en la guerra de los Treinta Años (1618-1648), que fue muy destructiva. Esta guerra debilitó mucho la autoridad del emperador y causó una mayor división en el Imperio. Durante los siglos siguientes, Austria y Prusia, que eran parte del Sacro Imperio, compitieron por el poder en el mundo alemán, mientras el poder del emperador seguía disminuyendo.
El Imperio se disolvió oficialmente en 1806 debido a las presiones de Napoleón Bonaparte, quien conquistó y reorganizó el territorio en la Confederación del Rin. Los más de trescientos pequeños estados se convirtieron en treinta y seis estados que dependían del Primer Imperio francés. Después de que Francia fue derrotada en 1815, se creó la Confederación Germánica. Esta confederación mantuvo las fronteras y la organización que se habían establecido durante el tiempo de Napoleón. La idea de una Alemania unida surgió con el crecimiento del nacionalismo a mediados del siglo XIX. En este periodo, se discutió mucho sobre cómo sería el futuro de la nación y qué estado la lideraría (Prusia o Austria).
La Unificación alemana terminó con la proclamación del Imperio alemán (Segundo Reich) el 18 de enero de 1871, con Prusia a la cabeza. Al inicio del siglo XX, Alemania ya era una de las grandes potencias de Europa, compitiendo con el Reino Unido. El Imperio lideró a las Potencias Centrales durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que terminó con su derrota y división por parte de los Aliados. El Imperio fue reemplazado por la República de Weimar, que sufrió mucha inestabilidad política y económica. Después de la Gran Depresión, el país entró en una crisis grave que facilitó el ascenso del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, que llegó al poder en 1933 con la elección de Adolf Hitler como canciller. Hitler proclamó el Tercer Reich y llevó a cabo una política de expansión que provocó la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), un conflicto que también terminó con la derrota de Alemania.
Como parte de la Guerra Fría, el país se dividió en una Alemania Occidental capitalista y una Alemania Oriental comunista. En los años de la posguerra, millones de alemanes fueron reubicados o se trasladaron de los territorios del este. En la década de 1950, Alemania Occidental experimentó un gran crecimiento económico, conocido como el "milagro económico alemán". La caída del Muro de Berlín en 1989 marcó el fin de la división del país.
La actual República Federal de Alemania nació el 3 de octubre de 1990, cuando se hizo efectiva la Reunificación alemana. Esta fecha se celebra como el Día de la Unidad Alemana, la fiesta nacional del país.
Contenido
- Historia Antigua de Alemania
- Orígenes de Alemania como Nación
- El Sacro Imperio Romano Germánico (962–1806)
- La Confederación Germánica (1815–1866)
- La Unificación Alemana (1866–1871)
- El Imperio Alemán (1871–1918) II Reich
- La República de Weimar (1919–1933)
- Alemania bajo el Nazismo (1933–1945) III Reich
- Alemania durante la Guerra Fría (1945–1989)
- La Reunificación de Alemania (1990)
- Alemania y la Unión Europea
- Galería de imágenes
- Véase también
Historia Antigua de Alemania
La Edad de Piedra
Durante la Edad de Piedra, los bosques de lo que hoy es Alemania estaban habitados por grupos de cazadores y recolectores que se movían de un lugar a otro. Eran formas primitivas de Homo sapiens, como el Hombre de Heidelberg, que vivió hace unos 400.000 años. Más tarde, aparecieron formas más avanzadas de Homo sapiens, como lo demuestran restos como el cráneo de Steinheim (de unos 300.000 años) y el de Ehringsdorf (de hace 100.000 años). Otro tipo de humano fue el Neandertal, descubierto cerca de Düsseldorf, que vivió hace 100.000 años. El tipo más reciente, que apareció alrededor del 40.000 a.C., fue el Cro-Magnon, que es parte de nuestra especie, el Homo sapiens.
Los pueblos cazadores se encontraron con pueblos que practicaban la agricultura. Estos agricultores venían del suroeste de Asia y emigraron por el valle del Danubio hasta el centro de la actual Alemania alrededor del 4500 a.C. Estas poblaciones se mezclaron y se establecieron, viviendo en grandes chozas de madera. Conocían la cerámica y comerciaban con piedras preciosas, hachas de sílex y conchas con los pueblos del Mediterráneo. Cuando sus campos de cultivo se agotaban, se mudaban a otro lugar y regresaban unos años después.
La Edad del Bronce
La Edad del Bronce comenzó en el centro de Alemania, Bohemia y Austria alrededor del 2500 a.C. Esto sucedió cuando aprendieron a mezclar cobre y estaño, un conocimiento que obtuvieron de pueblos del Mediterráneo Oriental. Alrededor del 2300 a.C., llegaron nuevas oleadas de pueblos, probablemente del sur de Rusia. Estos indoeuropeos fueron los antepasados de los germanos, que se establecieron en el norte y sur de Alemania, los pueblos bálticos y eslavos en el este, y los celtas en el sur y oeste.
Los grupos del centro y sur se mezclaron con la cultura del vaso campaniforme, que se extendió hacia el este desde España y Portugal alrededor del año 2000 a.C. Los pueblos de la cultura del vaso campaniforme, probablemente indoeuropeos, eran muy hábiles trabajando el metal. Desarrollaron una cultura próspera en Alemania e intercambiaban ámbar, que venía de la costa del mar Báltico, por bronce y cerámica del mar Mediterráneo.
Desde el 1800 hasta el 400 a.C., los pueblos celtas del sur de Alemania y Austria hicieron grandes avances en el trabajo del metal. Esto dio origen a varias culturas importantes (Cultura de los campos de urnas, de Hallstatt y de La Tène), que se extendieron por toda Europa. Introdujeron el uso del hierro para fabricar herramientas y armas. Las tribus germánicas adoptaron gran parte de la cultura celta, que finalmente desapareció.
Antes de la llegada de los romanos, los habitantes de la actual Alemania eran principalmente los pueblos germánicos. Eran grupos que se movían de un lugar a otro o vivían en asentamientos temporales. Al igual que los romanos, tenían personas que trabajaban para ellos, pero en lugar de tenerlos como servicio doméstico, les cobraban impuestos. A estos pueblos se les llama germánicos porque sus idiomas están relacionados. En la antigüedad, algunos germanos adaptaron el alfabeto etrusco para crear el alfabeto rúnico, lo que les permitía comunicarse entre sí. El idioma protogermánico se sitúa alrededor del 750 a.C., por lo que en el siglo I d.C. sus lenguas ya eran bastante diferentes, aunque los grupos cercanos aún podían entenderse un poco. Las pruebas lingüísticas sugieren que en el siglo I d.C. había tres grupos de lenguas germánicas: el germánico septentrional (principalmente en Escandinavia y Dinamarca), el germánico oriental y el occidental, que era el más común en el oeste de Alemania.
Orígenes de Alemania como Nación
Época Romana y las Tribus Germánicas
Durante el gobierno de Augusto, el primer emperador romano, los germanos aprendieron las tácticas de guerra romanas, pero mantuvieron su propia identidad tribal. En el año 9 d.C., tres legiones romanas dirigidas por Varo fueron destruidas por los queruscos y su líder Arminio en la batalla del bosque de Teutoburgo. Por esta razón, la Alemania moderna, al este de los ríos Rin y Danubio, se mantuvo fuera del Imperio romano. Este evento cambió el curso de la expansión romana, ya que los romanos no volvieron a intentar invadir más allá del Rin. En la época del historiador Tácito, las tribus germánicas se establecieron a lo largo del Rin y el Danubio, ocupando la mayor parte de lo que hoy es Alemania.
El Periodo de las Grandes Migraciones
El siglo III d.C. vio el surgimiento de muchas tribus germánicas del oeste, como los alamanes, francos, catos, sajones, frisones y turingios. En ese momento, estos pueblos comenzaron el periodo de las grandes migraciones, que duró varios siglos. Estos y otros pueblos germanos son los antepasados de los alemanes y franceses de hoy.
Estas "migraciones" consistieron principalmente en la conquista de diferentes regiones del Imperio romano por varias tribus germánicas, como los francos, los visigodos y los ostrogodos. Al principio, buscaban recuperar lo que habían perdido al ayudar a los romanos en las guerras contra los hunos en el siglo V. Los emperadores romanos prometían tierras en Italia a los reyes germánicos, pero luego no las entregaban, y los reyes las tomaban. Más tarde, actuaron como aliados de los romanos cuando el Imperio romano no tenía recursos para defenderse de invasores externos, como los vándalos, que también eran tribus germánicas. Los visigodos tomaron Dacia, y los vándalos se establecieron en Hispania (la actual España y Portugal). El emperador romano cedió Hispania a los visigodos si expulsaban a los vándalos del imperio. Los vándalos, huyendo de los visigodos, se dirigieron al norte de África y lo saquearon. Desde la ciudad de Alejandría, los vándalos llegaron a un astillero, aprendieron a construir barcos, se convirtieron en piratas y causaron problemas en el Mediterráneo.
Este proceso de alianzas temporales con antiguos enemigos dio origen al feudalismo en la Edad Media. La forma en que los germanos entendían el trabajo de otros consistía en cobrar impuestos y permitir que las personas siguieran haciendo lo que sabían. Este fue el sistema de gobierno que se impuso en el Imperio romano cuando se desintegró.
La Época de los Francos

Desde que Carlomagno se convirtió en rey franco en el año 768, consolidó el poder franco y avanzó rápidamente hacia gran parte de los territorios de la actual Alemania. Así, Sajonia y Baviera, los dos estados más organizados de Germania, cayeron bajo su control. Su autoridad se confirmó cuando fue coronado Emperador de los Romanos en la Navidad del año 800 en Roma. La ciudad alemana de Aquisgrán se convirtió en la capital imperial. Su hijo Ludovico Pío heredó su imperio, pero su débil gobierno llevó a su declive, que culminó con la división del imperio en los tratados de Tratado de Verdún (843), Meersen (870) y Tratado de Ribemont (880). La Francia Oriental —que surgió en Verdún con Luis el Germánico como rey— sería el origen de lo que hoy es Alemania. Las regiones al oeste del río Rin se incluyeron en la Lotaringia, tierras de Lotario I, hermano y rival de Luis, junto con las zonas más orientales de Francia y el Reino de Italia, con Roma como su capital.
Cuando Luis murió en el 876, la Francia Oriental se dividió entre sus tres hijos: Sajonia (norte), Baviera (sureste) y Suabia (suroeste). A diferencia de lo que había ocurrido antes, los tres estados colaboraron estrechamente. Carlos III el Gordo, rey de Suabia, logró gobernar brevemente todo el antiguo Imperio carolingio entre 881 y 887. Aunque el imperio se dividió inmediatamente después de su muerte, el idioma común y las leyes similares facilitaron que, casi un siglo después, el territorio occidental volviera a unificarse.
El Sacro Imperio Romano Germánico (962–1806)

La Formación del Imperio
En diciembre de 918, falleció Conrado I, el último gobernante franco de la Francia Oriental. Fue sucedido por Enrique el Pajarero, quien fue elegido por la nueva Dieta imperial en mayo de 919. A Enrique se le considera el primer "rey de Alemania" porque fue el primer germano nativo en controlar el territorio alemán. Defendió Alemania de las invasiones de los magiares, derrotándolos definitivamente en la batalla de Merseburgo en 933. También realizó varias conquistas, como la anexión del ducado de Lotaringia, iniciando un proceso de reunificación que sería completado por su hijo. Unos años después del ascenso de Enrique, en el 924, falleció Berengario de Italia, el último emperador carolingio. En Occidente no hubo emperador durante las siguientes cuatro décadas.
Otón el Grande, heredero de Enrique, consolidó su poder después de la batalla de Lechfeld en 955, donde puso fin a la amenaza magiar. Después de esta importante victoria, Otón fue reconocido como el rey absoluto de toda Germania y logró reunificar parte del antiguo Imperio carolingio. Disminuyó el poder de los nobles locales y se consolidó como el gobernante absoluto de Germania. La campaña más importante de Otón fue en Italia, donde protegió al papa Juan XII de los ataques del rey Berengario II de Italia.
El 2 de febrero de 962, Otón fue coronado emperador por el papa. Este evento marca el nacimiento del Sacro Imperio Romano Germánico. El 13 de febrero se firmó el Diploma Ottonianum, que confirmaba donaciones anteriores y unía el Imperio carolingio con el germánico. Otón basó su legitimidad en la idea de que el pueblo germano era el verdadero heredero del Imperio romano. Sin embargo, los emperadores, llamados Augustus, al principio no usaron el título "de los romanos" para no entrar en conflicto con los emperadores bizantinos en Constantinopla, quienes aún tenían ese título y se consideraban los legítimos herederos de Roma. El término Imperator Romanorum (Emperador de los Romanos) se hizo común más tarde, a partir del reinado de Otón II (967-983).
El nombre "oficial" del Estado, "Sacrum Imperium" (Imperio Sagrado), aparece por primera vez en 1157, durante el reinado de Federico I Barbarroja. El término "Sacrum Romanum Imperium" (Sacro Imperio Romano) aparece en 1254. Finalmente, en 1512, se le añadió "Nationis Germanicæ" (de la nación germánica). Así, en sus últimos trescientos años, el Imperio fue conocido oficialmente como el Sacro Imperio Romano de la Nación Germánica.

Durante el gobierno de Otón, comenzó el Renacimiento otoniano, una época de gran desarrollo cultural gracias a las escuelas y el interés de los emperadores por promover las artes. De este periodo destacan figuras como Abón de Fleury y Gerberto de Aurillac, quienes impulsaron el arte y la arquitectura otoniana por toda Alemania.
Sin embargo, desde el principio, se hizo evidente un conflicto que afectaría al Imperio durante siglos: la disputa entre el emperador, que tenía un derecho divino a gobernar, y el papa, que era la representación de Dios en la Tierra. Apenas Otón se fue de Roma, Juan XII comenzó a conspirar en su contra. Temiendo el creciente poder del germano, pidió ayuda a antiguos enemigos y formó una alianza con Adalberto II. Después de enterarse del complot, Otón depuso al papa y puso a León VIII en su lugar.
La Edad Media Plena y Baja
Durante el reinado de Enrique III (1039-1056), la autoridad del emperador sobre la Iglesia fue muy fuerte. La Iglesia reaccionó creando el Colegio Cardenalicio y con la Reforma gregoriana impulsada por el papa Gregorio VII. Este papa insistió en su Dictatus Papae, exigiendo autoridad total para nombrar cargos eclesiásticos en 1075. Esta crisis llevó a la querella de las investiduras, en la que el emperador Enrique IV tuvo que someterse a la Iglesia después de ser excomulgado en 1077. En 1122, se logró una reconciliación temporal entre Enrique V y el papa con el Concordato de Worms. Con el fin de esta disputa, la Iglesia romana y el papado recuperaron el control supremo sobre todos los asuntos religiosos.
Entre 1096 y 1291, se organizaron varias cruzadas que llevaron a la creación de organizaciones como los Caballeros templarios, la Orden de San Juan de Jerusalén y la Orden Teutónica. Esta última fue la más importante, ya que sería responsable del establecimiento de la futura Prusia, que se originó del Estado Teutónico fundado en 1224. La otra gran potencia alemana fue Austria, que nació en el 962 bajo el nombre de Marchia Austriae. En 1152, el estado fue elevado a Archiducado y el emperador le dio mayor independencia mediante el Privilegium Minus.

El Sacro Imperio Romano Germánico alcanzó su mayor esplendor durante el reinado de Federico I Barbarroja (1155-1190). Cuando asumió el trono, el Imperio estaba en decadencia debido a las políticas feudales, que habían creado casi 1600 principados independientes. Federico cambió la estructura de gobierno en todo el Imperio, reorganizó el ejército y estableció nuevos impuestos para los nobles, lo que impulsó la naciente economía basada en el dinero. También eliminó los antiguos territorios de tribus germánicas autónomas. Sin embargo, los conflictos con la Iglesia no cesaron. En 1177, después de varias invasiones fallidas a Italia, se firmó la Paz de Venecia, que puso fin al conflicto del emperador con el papa Alejandro III. Las ciudades-estado italianas fueron reconocidas como ciudades libres mediante la Paz de Constanza, aunque formalmente seguían siendo parte del Imperio al reconocer la autoridad del Emperador.
En 1190 se estableció la Orden Teutónica, que, en el contexto de las cruzadas bálticas, colonizaría los territorios orientales más allá de Alemania, sometiendo, cristianizando y asimilando a los prusios. En 1194, como resultado del matrimonio entre Enrique VI y Constanza I de Sicilia, el trono siciliano fue reclamado por los Hohenstaufen. Así, toda Italia pasó a formar parte del Imperio, que alcanzó su máxima extensión territorial.
Federico II Hohenstaufen, nieto de Barbarroja, continuó las reformas de su abuelo. A pesar de su gran habilidad administrativa y política, logrando incluso recuperar Jerusalén solo con diplomacia, tuvo que enfrentarse a las fuerzas del papa Gregorio IX. Su muerte repentina en 1250 provocó el Gran Interregno, una guerra civil que culminó con la llegada al poder de Rodolfo I de Habsburgo en 1273. Rodolfo fue el primer Habsburgo en obtener los ducados de Austria y Estiria, que permanecerían bajo el poder de su familia hasta el final de la Primera Guerra Mundial. Desde 1438, todos los emperadores fueron miembros de la Casa de Habsburgo.
En cuanto a la administración, el edicto de la Bula de Oro de 1356 estableció la constitución básica del imperio hasta su disolución. Se codificó la elección del emperador por siete príncipes electores. Estas reformas coincidieron con la propagación de la Peste Negra, que mató entre el 30% y el 60% de toda la población europea. En medio de la pandemia, hubo una persecución brutal contra los judíos, a quienes se culpó de la aparición de la peste.
La Reforma y la Guerra de los Treinta Años
En 1517, el teólogo Martín Lutero escribió sus noventa y cinco tesis. Esta lista contenía 95 afirmaciones que Lutero creía que mostraban la corrupción de la Iglesia católica. Este evento dio origen a la Reforma protestante, que, especialmente al principio, unió a muchos principados alemanes y fue muy importante para la identidad alemana.
En 1524, estalló la guerra de los campesinos alemanes en Suabia, Franconia y Turingia contra los príncipes y señores, impulsada por las ideas de los reformistas. Pero los rebeldes, que contaban con la ayuda de algunos nobles y el teólogo Thomas Müntzer, fueron rápidamente controlados por los príncipes. Unos 100.000 campesinos alemanes fueron masacrados durante la revuelta. Con la protesta de los príncipes luteranos en la Dieta Imperial de Espira (1529) y el rechazo de la "Confesión de Augsburgo" luterana en Augsburgo (1530), finalmente surgió una iglesia luterana independiente.
A partir de 1545, comenzó la Contrarreforma. El principal impulso lo dio la Orden de los Jesuitas, fundada por el español Ignacio de Loyola. En este momento, las zonas del noreste y centro de Alemania eran mayoritariamente protestantes, mientras que el sur y oeste de Alemania seguían siendo predominantemente católicos. En 1555, la Paz de Augsburgo reconoció la fe luterana. Pero el tratado también estableció que la religión del estado sería la de su gobernante (Cuius regio, eius religio).

El conflicto religioso y político resultante llevó al estallido de la guerra de los Treinta Años en 1618. El conflicto comenzó como una verdadera guerra de religión, pero, especialmente después de la entrada de Francia en 1635, se convirtió en una masacre sin principios y llena de caos. Así, la Francia católica luchó contra los Habsburgo católicos de Alemania y España por razones de pura ventaja política y territorial. En los ejércitos protestantes, gran parte de la motivación religiosa se perdió tras la muerte de Gustavo II de Suecia. Los soldados pagados dominaron el conflicto mientras las tierras alemanas y de Europa eran devastadas. Como consecuencia de la guerra, la población de los estados alemanes se redujo en un 30%.
La guerra terminó con la Paz de Westfalia de 1648. El Imperio quedó dividido en numerosos principados independientes y tuvo que ceder territorios a Francia y Suecia, además de reconocer la independencia de los Países Bajos. Esto no solo significó el fin del sueño de los Habsburgo de un Imperio unificado bajo el catolicismo, sino que también puso fin a su dominio sobre los asuntos europeos. A pesar de estos problemas, las tierras de la Casa Habsburgo sobrevivieron relativamente intactas. Se convirtieron en un bloque más unido con la incorporación de Bohemia y el restablecimiento del catolicismo. Con la desintegración del Imperio, Austria se convirtió en una potencia independiente y siguió siendo la líder indiscutible del mundo alemán, un título que conservaría hasta el ascenso de Prusia siglos después.
Sin embargo, la división no detuvo el gran desarrollo cultural que ocurriría a partir del siglo XVIII. La competencia entre las diferentes partes del Imperio (clérigos, príncipes, condes y comerciantes) llevó a un florecimiento de la literatura, la música y la ciencia único en la historia. Así, este periodo de gran cultura, conocido como Deutsche Klassik, fue también el de mayor división y debilidad del poder imperial.
El Auge de Prusia
En 1525, durante la Reforma Protestante, el Estado monástico de los Caballeros Teutónicos se convirtió en un estado laico y fue reorganizado por una rama de la Dinastía Hohenzollern, transformándose en el Ducado de Prusia. En 1618, el ducado de Prusia pasó a la rama principal de los Hohenzollern, que gobernaban Brandeburgo (un territorio del Sacro Imperio), formando el estado de Brandeburgo-Prusia. Oficialmente, Prusia era un vasallo de la Confederación Polaco-Lituana, que había derrotado a los Caballeros Teutónicos en la Guerra de los Trece Años (1454-1466). Esta situación cambió con el ascenso de Federico Guillermo I de Brandeburgo en 1640. Sus políticas sentaron las bases para la futura potencia, centralizando la administración y organizando un poderoso ejército.
Al inicio del siglo XVIII, Prusia (elevada a reino en 1701) comenzó a transformarse en una verdadera potencia europea. El largo reinado de Federico II el Grande impulsó la consolidación de este reino, que se vio envuelto en las guerras de Sucesión Austriaca y de los Siete Años. A partir de entonces, Prusia competiría con la Casa de Austria por el dominio de Alemania. Federico aplicó el despotismo ilustrado y realizó una serie de reformas políticas y económicas que llevaron a un rápido desarrollo social y económico de su estado.
El poder de Prusia y el estado debilitado de la Confederación Polaco-Lituana permitieron que, entre 1772 y 1795, se dieran las Particiones de Polonia. Austria, Rusia y Prusia se dividieron el territorio; el estado polaco desaparecería del mapa hasta el establecimiento de la Segunda República Polaca en 1918.
El Fin del Imperio
A la muerte de Carlos VI de Alemania en 1740, el Imperio se vio afectado por una serie de crisis que mostraron su decadencia final. Las guerras sucesivas del siglo XVIII habían debilitado al imperio hasta un punto sin retorno. Desde hacía tiempo, el destino del Sacro Imperio dependía únicamente de los gobernantes de Austria, los Habsburgo, y de la postura de los demás estados del imperio frente a ellos.
Europa volvió a ser escenario de un conflicto continental cuando estalló la Revolución francesa en 1789. El Sacro Imperio —o más bien Austria y Prusia— se aliaron rápidamente con Inglaterra para detener la revolución. En 1795, se intentó reformar el Imperio para crear una mejor defensa contra los franceses. Sin embargo, esto fue en vano. En septiembre de 1805, Napoleón Bonaparte inició la invasión de Alemania. Los franceses obtuvieron su victoria final en la decisiva batalla de Austerlitz, que puso fin a la Tercera Guerra de Coalición. El 6 de agosto de 1806, Francisco II abdicó al trono y declaró formalmente la disolución del Sacro Imperio de la Nación Germánica.
La Confederación Germánica (1815–1866)

Antecedentes y Cambios
Después de derrotar a las fuerzas austriacas y prusianas, Napoleón estableció la Confederación del Rin. La división alemana en innumerables territorios terminó, y estos se organizaron en estados de tamaño mediano. La Alemania napoleónica sufrió una serie de transformaciones que la modernizaron rápidamente. Se estableció el Código Civil de Francia, se eliminaron los privilegios de la nobleza, se liberó a los campesinos, se reformó el sistema de impuestos y se abrió el camino para la industrialización.
Napoleón fue derrotado por Prusia, Austria (que era un Imperio desde 1804), Reino Unido, Rusia y Suecia en la decisiva Batalla de Leipzig de 1813, después de lo cual su Confederación comenzó a desmoronarse. En septiembre de 1814, comenzó el Congreso de Viena, donde se establecería un nuevo orden europeo. Al principio se pensó en restaurar el Sacro Imperio, pero esta decisión fue rechazada por sus antiguos estados. Tanto Prusia como Austria obtuvieron importantes ganancias territoriales, repartiéndose el norte y el sur respectivamente. Las 39 divisiones establecidas por Napoleón se mantuvieron relativamente intactas en la nueva Confederación Germánica, lo que facilitó la futura unificación de la nación.
La Confederación y el Nacionalismo
Después de que el último monarca del Sacro Imperio abdicara, los antiguos estados que lo componían comenzaron una búsqueda para crear un Estado nación alemán unificado. La Cuestión alemana se debatía entre la creación de una "gran Alemania", que incluyera los territorios de habla alemana (promovida por Austria), o una "pequeña Alemania" formada exclusivamente por los estados del norte (apoyada por Prusia). A esta disyuntiva se sumaba la cuestión sobre el reparto de poder entre el pueblo y la corona. La unión resultante fue una decepción para una población que cada vez estaba más familiarizada con el concepto de nacionalismo patriótico.
Un nuevo paso hacia la unificación ocurrió en 1834, cuando se formó la Unión Aduanera de Alemania. Esta unión buscaba una unidad económica en los estados alemanes, que estaban experimentando un considerable desarrollo económico. Austria no pudo controlar la dirección económica de la Confederación, que comenzó a ser liderada por la creciente Prusia. A medida que los estados desarrollaban su industria, la necesidad de una nación unificada se hizo más evidente.

En marzo de 1848, la revolución estalló en Alemania. Entre mayo de 1848 y marzo de 1849, se formó en Fráncfort del Meno el primer Parlamento elegido libremente y se promulgó su primera constitución. El parlamento exigió que, como emperador alemán, el monarca renunciara a su carácter divino y se considerara un ejecutor de la voluntad del pueblo. Sin embargo, ni Prusia ni Austria deseaban el triunfo de una revolución liberal. Federico Guillermo IV de Prusia rechazó la corona imperial y disolvió el congreso, poniendo fin al intento de unificación. El ejército terminó con los levantamientos y la Confederación fue restablecida. En la década siguiente, continuaron las persecuciones a los liberales, lo que provocó que parte de la población alemana emigrara a los Estados Unidos de América.
En la década de 1860, destaca la figura del canciller Otto von Bismarck, quien en Prusia favoreció al gobierno sobre el Parlamento. En 1862, tras ser nombrado primer ministro de Prusia, emprendió una importante reforma militar que le permitió tener un poderoso ejército para llevar a cabo sus planes de unificación alemana. En 1864, logró arrebatar a Dinamarca los ducados de Lauenburgo, Schleswig y Holstein con la ayuda de Austria. Esta alianza fue breve, y ambas potencias volvieron a disputarse el control de Alemania. El conflicto entre Austria y Prusia, que dominó los últimos tres siglos de la historia alemana, finalmente concluyó en 1866 con la guerra de las Siete Semanas. Prusia estableció la Confederación Alemana del Norte, que excluyó definitivamente a Austria del resto de la nación alemana.
La Unificación Alemana (1866–1871)
La historia de Alemania como un Estado nación comienza en 1871 con la creación del Imperio alemán. Antes de eso, lo que conocemos como Alemania era un grupo de estados dentro del Sacro Imperio Romano Germánico, formado a partir de la división en 843 del Imperio carolingio de Carlomagno. Este Imperio existió de diversas formas hasta su disolución oficial en 1806 debido a las Guerras Napoleónicas.
La Confederación Alemana del Norte
Bismarck redactó la constitución que entró en vigor el 1 de julio de 1867. Se declaró al Rey de Prusia como Presidente y a Bismarck como canciller. Los estados estaban representados en el Bundesrat (Congreso Federal) con 43 escaños (de los cuales 17 eran prusianos). Para las elecciones al Reichstag, Bismarck introdujo el voto masculino en Alemania. El Bundesrat se convirtió en el Parlamento de la Unión Aduanera en 1867, buscando una mayor cercanía con los estados del sur, permitiéndoles enviar representantes al Bundesrat. El poderío prusiano despertó la desconfianza de Francia, que temía la formación de un estado fuerte que pudiera hacerle sombra en Europa. Por otro lado, Bismarck consideraba que una guerra contra Francia podría consolidar la Alemania unificada con la que soñaba, ganándose el apoyo de los pocos ducados que mantenían su independencia.
El conflicto con Francia comenzó después de la destitución de Isabel II de España en la Revolución de 1868. Prusia intentó colocar en el trono español a Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen, lo que significaría una gran ventaja política contra Francia. Esto llevó al estallido de la guerra franco-prusiana en 1870, en la que la superioridad alemana se hizo rápidamente evidente. Napoleón III fue capturado en la batalla de Sedán y su Segundo Imperio francés se derrumbó. El nuevo gobierno no pudo detener el avance alemán, que sitió París en septiembre. Los franceses se rindieron en enero del año siguiente, lo que resultó en el Tratado de Versalles de 1871. Francia tuvo que pagar una gran suma de dinero como compensación y ceder la Alsacia-Lorena a Alemania.
La Proclamación del Segundo Reich

Con la victoria sobre Francia, los estados del sur de Baden, Hesse-Darmstadt, Württemberg y Baviera finalmente se unieron a la Confederación. Los días 9 y 10 de diciembre de 1870, el Reichstag votó para ofrecer el título de Emperador al rey prusiano. Los príncipes alemanes se reunieron en la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles —residencia del famoso rey francés Luis XIV, el Rey Sol— y proclamaron el inicio del Imperio alemán el 18 de enero de 1871, con Guillermo I como primer emperador alemán. Este acto unificó a todos los estados de la Confederación en una unidad económica, política y administrativa de carácter federal dominada por Prusia. El 18 de enero coincidía con la coronación de Federico III de Brandeburgo como Federico I en 1701, evento que dio nacimiento al Reino de Prusia.
El Imperio Alemán (1871–1918) II Reich
El Imperio alemán se fundó el 18 de enero de 1871, después de la victoria de Prusia en la guerra franco-prusiana. Esto logró la unificación de los diferentes estados alemanes alrededor de Prusia, excluyendo a Austria. Así, Prusia se transformó en Alemania, bajo el liderazgo del canciller Otto von Bismarck, quien fue el verdadero artífice de la unificación. Se inició un período de gran desarrollo nacional alemán en todos los campos: economía, política y militar. Desde entonces, Alemania se convirtió, junto al Reino Unido, en una de las potencias mundiales, aunque al principio no tenía ambiciones coloniales, especialmente durante el gobierno de Bismarck.
A partir de este punto y durante las siguientes dos décadas, se establecieron los llamados "sistemas bismarckianos", que dominaron la política europea. Bismarck fomentó alianzas en Europa para aislar a Francia por un lado y buscaba consolidar la influencia de Alemania en Europa por el otro. Sus principales políticas internas se centraron en controlar el socialismo y reducir la fuerte influencia de la Iglesia Católica. Promulgó una serie de leyes que incluían atención médica universal, planes de pensiones y otros programas de seguridad social. Sus políticas fueron resistidas por los católicos, quienes organizaron la oposición política en el Partido del Centro (Zentrum). El poder industrial y económico alemán había crecido hasta igualar al de Gran Bretaña al inicio del siglo XX.
En el Congreso de Berlín de 1878, se reunieron representantes de varios estados europeos bajo la presidencia de Bismarck para reorganizar los Balcanes después de la Guerra Ruso-Turca de 1877-1878, y para equilibrar los intereses de Inglaterra, Rusia y Austria-Hungría en la zona. Después, Bismarck convocó entre 1884 y 1885 la conferencia de Berlín, donde las potencias establecieron las reglas para el reparto colonial de África. En 1882, se firmó la Triple Alianza, un acuerdo entre Alemania, Austria (que se había transformado en el Imperio Austro-Húngaro en 1867) y el Reino de Italia, que completó su unificación al mismo tiempo que Alemania.
Con la coronación de Guillermo II en 1888, comenzó un conflicto entre el Estado y Bismarck, que terminó con la destitución de este último en 1890. El emperador no pudo continuar con las políticas de Bismarck, y Alemania poco a poco fue incapaz de mantener el equilibrio europeo, que para entonces era la base del equilibrio mundial. El Kaiser se embarcó en una peligrosa carrera armamentista naval con Gran Bretaña. Bajo el mando del almirante Alfred von Tirpitz, la Marina Imperial alemana buscaba competir con la Royal Navy británica por la supremacía naval en el mundo. Sus políticas agresivas, conocidas como la Weltpolitik, contribuyeron en gran medida a la Gran Guerra que se avecinaba.
La Primera Guerra Mundial

En 1914, estalló la Primera Guerra Mundial como consecuencia del Atentado de Sarajevo contra el heredero al trono del Imperio austrohúngaro. Sin que Guillermo II lo supiera, los ministros y generales austrohúngaros ya habían convencido a Francisco José de Austria, de ochenta y cuatro años, de firmar una declaración de guerra contra Serbia. Como consecuencia directa, Rusia comenzó una movilización general para atacar Austria en defensa de Serbia. Según el plan original, Alemania atacaría primero al enemigo más fuerte, en este caso Francia. El plan suponía que Rusia tardaría más en completar su movilización y que su ejército no estaba completamente preparado para la guerra. Derrotar a Francia había sido relativamente fácil durante la guerra franco-prusiana de 1870, pero con las fronteras de 1914, un ataque al sureste de Francia podía ser detenido por las fortalezas fronterizas francesas. Los alemanes invadieron a través de Bélgica, que fue ocupada por el Imperio.
El conflicto terminó con el armisticio del 11 de noviembre de 1918. La Revolución de Noviembre en Alemania forzó la abdicación de Guillermo II, marcando el fin de la dinastía Hohenzollern. Las naciones vencedoras impusieron el Tratado de Versalles el 28 de junio del año siguiente. Entre las muchas disposiciones del tratado, una de las más importantes y discutidas estipulaba que las Potencias Centrales (Alemania y sus aliados) aceptaran toda la responsabilidad de haber causado la guerra. Además, la nación debía desarmarse, ceder importantes territorios a los vencedores y pagar grandes compensaciones económicas a los estados victoriosos. El tratado fue percibido en Alemania como una humillante continuación de la guerra por otros medios, y su dureza se menciona a menudo como un factor que facilitó el posterior ascenso del nazismo en el país.
La República de Weimar (1919–1933)
Después de la derrota en la Primera Guerra Mundial, se estableció la República de Weimar (nombre usado por los historiadores, ya que el estado siguió llamándose Deutsches Reich). Fue un período de gran inestabilidad debido a la división del parlamento en muchos partidos pequeños y al rechazo de los militares a aceptar la derrota y los acuerdos impuestos por los vencedores. Sus inicios también estuvieron marcados por levantamientos populares, como el Levantamiento Espartaquista.
La crisis económica, consecuencia del Tratado de Versalles que obligaba a Alemania a pagar grandes sumas, y la hiperinflación llevaron a la ruina a gran parte de la clase media. Esta situación se agravó tras la Gran Depresión de 1929. La impresión excesiva de dinero durante la República de Weimar produjo una hiperinflación que hasta el día de hoy hace que los alemanes teman a la inflación. Así se creó una situación favorable para el auge de ideas nacionalistas. En las elecciones de 1933, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP, nazi) logró llegar al poder, y rápidamente puso fin a la primera experiencia democrática alemana.
A veces se ha culpado a las deficiencias de la Constitución de Weimar por los errores de la República y su caída. Sin embargo, diferentes autores señalan que ninguna constitución democrática habría podido hacer frente a la falta de apoyo popular al régimen, que llevó a su crisis final y al ascenso nazi. Añaden que la Constitución de Weimar funcionó notablemente bien durante el gobierno de Gustav Stresemann, entre 1924 y 1929.
Alemania bajo el Nazismo (1933–1945) III Reich
La difícil situación económica —debido tanto a las condiciones de la paz como a la gran depresión mundial— se considera una explicación de por qué los partidos antidemocráticos, tanto de derecha como de izquierda, recibieron un amplio apoyo de los líderes de opinión y votantes alemanes. En las elecciones extraordinarias de julio y noviembre de 1932, el Partido Nacional-Socialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP, «partido nazi») obtuvo el 37,3% y el 33,0% de los votos, respectivamente. El 30 de enero de 1933, Adolf Hitler fue nombrado jefe de Gobierno.
Hitler había intentado un golpe de estado antes (el Putsch de Múnich, en 1923) que fracasó. Fue a la cárcel y escribió Mi Lucha, un libro en el que expresaba ideas de odio hacia ciertos grupos de personas, culpándolos de los problemas de Alemania. En este libro también dejó claro su antisemitismo, culpando a los judíos de ser parte de un complot contra el pueblo alemán. Una vez que salió de la cárcel, fue recibido como un héroe.
El 27 de febrero de 1933, el Reichstag fue incendiado. Los nazis acusaron a los comunistas del incendio. Algunos historiadores sugieren que el evento fue una operación para aumentar su poder. Quienquiera que fuera el autor, lo cierto es que los principales beneficiados fueron los propios nazis, que pudieron consolidar su poder y eliminar a los comunistas, que junto a los socialdemócratas eran los principales opositores al NSDAP. Algunos derechos democráticos fundamentales fueron eliminados posteriormente mediante un decreto de emergencia. Poco después, una Ley dio al gobierno plenos poderes para crear leyes. Solo el Partido Socialdemócrata de Alemania votó en contra; los comunistas no pudieron oponerse, ya que sus diputados habían sido asesinados o encarcelados.

La política de Lebensraum (espacio vital) implementada por Hitler, basada en la idea de que todos los países de habla alemana debían estar unidos, se vio reforzada gracias al Pacto de Múnich, lo que finalmente llevó al estallido de la Segunda Guerra Mundial en Europa el 1 de septiembre de 1939. Alemania obtuvo inicialmente grandes éxitos militares y consiguió el control sobre Francia, Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Luxemburgo, los Balcanes, Grecia y Noruega en Europa, y Túnez y Libia en el norte de África.
Esta guerra no solo tuvo un carácter económico-político, sino que sirvió para aplicar leyes muy injustas. Millones de personas, incluyendo judíos, gitanos, rusos, serbios, polacos y otras etnias, fueron perseguidas y asesinadas. En los campos de concentración creados en todos los territorios conquistados, se encerró a gitanos, personas con discapacidades, y opositores políticos. Estas personas eran privadas de su libertad y sus bienes, y después de ser aisladas, eran forzadas a trabajar sin pago hasta que se debilitaban por enfermedad o falta de alimento. Entonces, eran ejecutadas o se realizaban experimentos con ellas. Los nazis desarrollaron métodos para las matanzas masivas, como las cámaras de gas. Un ejemplo claro de esto se puede ver en el campo de concentración de Auschwitz (Polonia). Esta masacre duró años, con el silencio o la supuesta ignorancia del resto de los países del planeta que participaban en la guerra.
El ataque a la URSS en 1941 fue decisivo para demostrar que el ejército era insuficiente para abarcar tanta extensión de terreno. Las campañas rusas fallidas de 1941 y 1942 buscaban, la primera, llegar a Moscú para cortar los suministros y, la segunda, alcanzar el mar Caspio para controlar el petróleo. A esto se suma que los rusos tenían una gran población y desarrollaron misiles que hicieron retroceder a Hitler. También hubo luchas internas en Alemania para detener a Hitler, ya que sus generales se daban cuenta de que pretendía algo imposible. Además, la entrada de los Estados Unidos en la guerra contribuyó a la derrota de Alemania, que firmó su rendición el 8 de mayo de 1945, poco después del suicidio de Hitler. Entre julio y agosto de 1945, la Conferencia de Potsdam definió el mapa político de Europa y las zonas de ocupación en Alemania y Austria.
La guerra resultó en una gran pérdida de territorio, quince millones de alemanes fueron expulsados, cuarenta y cinco años de división del país (Alemania Oriental y Occidental), y lo más importante, unos cinco millones de muertos en Alemania y más de cincuenta millones en el trágico balance final del conflicto.
Alemania durante la Guerra Fría (1945–1989)
En la conferencia de Potsdam, celebrada en agosto de 1945, poco después de la rendición incondicional de Alemania el 8 de mayo de 1945, los aliados dividieron Alemania en cuatro zonas de ocupación militar: Francia al suroeste, Gran Bretaña al noroeste, Estados Unidos al sur, y la Unión Soviética al este. Las antiguas provincias de Alemania al este de la Línea Oder-Neisse (Prusia Oriental, el este de Pomerania y Silesia) fueron transferidas a Polonia, moviendo el país hacia el oeste.
Alemania, como país dividido, representó la guerra fría como ningún otro. La ocupación del territorio por parte de los aliados tuvo como símbolo al muro de Berlín y duró más de cuatro décadas. A pesar de ser uno de los países derrotados en la guerra, Alemania (la República Federal Alemana) inició una recuperación institucional muy rápida a partir de los años 1950 y se transformó en la cuarta potencia económica a nivel mundial, superando a Reino Unido y Francia, que habían sido vencedores en el conflicto.
Alemania cambió radicalmente sus históricamente difíciles relaciones con Francia, y después de los tratados de Roma, inició junto a este país una política de acercamiento, que se plasmó en el “tratado del Elíseo” de 1963. Desde entonces, las dos naciones han formado una alianza que actúa unida en los asuntos internacionales.
La Reunificación de Alemania (1990)
En septiembre de 1990, un mes antes de la reunificación alemana, las cuatro potencias aliadas y los dos estados alemanes firmaron un tratado en Moscú (Tratado Dos más Cuatro) que ponía fin a los derechos y responsabilidades de los poderes aliados respecto a Alemania. Las fuerzas soviéticas ubicadas en la Alemania Oriental completaron su retiro el 31 de agosto de 1994, y una semana después les siguieron las fuerzas aliadas. Únicamente soldados estadounidenses y británicos, ubicados en el marco de la OTAN, permanecen en la República Federal.
Alemania y la Unión Europea
Como Estado fundador, Alemania juega un papel central en la construcción de la Unión Europea (UE). Fue el ministro francés de apellido germánico, Robert Schuman, quien en 1950 pronunció el discurso que se considera que sentó las bases de la Unión.
Durante cinco décadas, diferentes líderes, desde Konrad Adenauer hasta Gerhard Schröder, han participado de manera decidida apoyando a la UE y convirtiendo a Alemania en el principal promotor de la Ampliación de la Unión.
En 2001, se dio el paso más importante en materia de unión económica europea, con la creación de la Moneda Común de la UE, el euro (€). Su valor inicial era de 0,80 dólares estadounidenses, ya que se pretendía competir en los mercados con cierta ventaja para los productos europeos. Durante un tiempo, coexistieron las monedas locales, como el marco alemán en este caso, con el euro, hasta que las monedas antiguas fueron eliminadas definitivamente en beneficio de la nueva moneda única europea.
En mayo de 2005, el parlamento alemán ratificó el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa, que se pretendía que entrara en vigor el 11 de noviembre de 2006, después de ser ratificado por los estados miembros. Pero ante la victoria del “no” en Francia y Países Bajos, la cumbre del CUE del 15 y 16 de junio de 2006 tomó nuevas resoluciones.
Se estableció que, durante la presidencia del CUE en el primer semestre de 2007 a cargo de Alemania, se elaboraría una propuesta sobre la que no se fijaron detalles. Los miembros acordaron además celebrar una reunión el 25 de marzo de 2007 en Alemania para conmemorar el quincuagésimo aniversario de los Tratados de Roma. En esta cumbre, firmaron una declaración política que recogió los “valores y ambiciones” de la Unión.
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Véase también
En inglés: History of Germany Facts for Kids