Querella de las investiduras para niños
La querella de las investiduras fue un gran desacuerdo que tuvieron los papas y los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. Este conflicto duró muchos años, hasta 1122, cuando se llegó a un acuerdo llamado el Concordato de Worms.
La principal razón de esta disputa era quién tenía el poder de nombrar a los líderes de la Iglesia católica, como obispos y abades, y de darles las tierras y riquezas que venían con esos cargos. Tanto el Papa como el Emperador querían tener la última palabra en estos nombramientos.
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¿Cómo empezó la Querella de las Investiduras?
En el año 1073, Gregorio VII fue elegido Papa. Una de sus primeras decisiones fue prohibir que los sacerdotes se casaran. Esto significaba que los sacerdotes no tendrían hijos legítimos y, por lo tanto, no podrían heredar sus propiedades ni sus derechos.
El papel de los obispos y abades
Muchos obispos y abades eran también vasallos de los reyes y emperadores. Esto ocurría porque los reyes les daban tierras (llamadas feudos) a cambio de su lealtad y ayuda. Algunos de estos feudos eran especiales, pues solo podían ser entregados a personas de la Iglesia.
Cuando un rey o emperador entregaba un feudo a un líder de la Iglesia, se hacía una ceremonia llamada "investidura". El problema era que, a veces, el rey no solo le daba las tierras, sino que también lo nombraba para su cargo religioso.
Según las reglas de la Iglesia, solo el Papa o sus representantes podían nombrar a los líderes religiosos. Pero para los reyes, estos líderes de la Iglesia eran importantes porque les ayudaban a gobernar y les daban apoyo económico y militar. Los reyes no querían perder el poder de nombrar a estas personas tan influyentes.
Además, en los territorios del emperador, había muchos líderes de la Iglesia que también ocupaban puestos importantes en la administración del gobierno. Por eso, los monarcas solían nombrar a sus parientes o amigos para estos cargos, sin importar si eran las personas más adecuadas para ser líderes religiosos.
Las decisiones del Papa Gregorio VII
A principios del siglo XI, el emperador Enrique III tenía mucho poder y nombraba a muchos líderes de la Iglesia. Pero después de su muerte, la Iglesia quiso tener más libertad para elegir a sus propios cargos.
En 1074, el Papa Gregorio VII dictó decretos importantes. Prohibió la "simonía" (la compra o venta de cargos religiosos) y la "investidura laica" (que los reyes nombraran a los líderes de la Iglesia). Estas reglas no fueron bien recibidas por todos, y algunos líderes civiles y religiosos se opusieron con fuerza.
En 1075, el Papa fue aún más estricto. Publicó 27 normas conocidas como los Dictatus papae. Estas normas decían que:
- El Papa estaba por encima de todos los fieles, clérigos, obispos y de todas las Iglesias.
- Los príncipes y el emperador estaban sometidos al Papa.
- La Iglesia de Roma nunca se había equivocado ni se equivocaría en el futuro.
El enfrentamiento entre el Papa y el Emperador
Estas ideas del Papa llevaron a un gran conflicto con el emperador alemán Enrique IV. El Emperador no quería perder su autoridad y siguió nombrando obispos en Alemania, incluso en Milán, donde la gente había rechazado al candidato del Papa.
El Papa Gregorio VII le advirtió a Enrique IV que si no obedecía, lo excomulgaría (lo expulsaría de la Iglesia) y lo destituiría de su trono. Como respuesta, Enrique IV reunió a líderes religiosos alemanes en Worms en 1076. En esta reunión, se opusieron al Papa y le pidieron que renunciara a su cargo.
La reacción en Roma fue muy fuerte. El Papa excomulgó a Enrique IV y a todos los que lo apoyaron. También liberó a los súbditos del Emperador de su juramento de lealtad, lo que significaba que ya no tenían que obedecerle como rey.
La humillación de Canossa
Cuando el Papa excomulgó a Enrique IV, muchos nobles alemanes que se oponían al Emperador vieron una oportunidad para quitarle el trono. Enrique IV se encontró en una situación difícil. Para evitar que el Papa lo depusiera, decidió ir a buscarlo y pedirle perdón.
A principios de 1077, el Papa se enteró de que el Emperador se dirigía a Italia. Pensando que venía con malas intenciones, se refugió en el fuerte castillo de Canossa, cerca de Parma. Pero Enrique no llegó con un ejército, sino como un penitente arrepentido, pidiendo el perdón del Papa.
Llegó a Canossa el 25 de enero de ese invierno frío. Se dice que el Papa lo hizo esperar tres días, durante los cuales el Emperador permaneció descalzo y con una simple capa a las puertas del castillo. El Papa, sorprendido por la actitud de su enemigo, no tuvo más opción que perdonarlo y levantó la excomunión. Aunque el Papa ganó moralmente, Enrique IV recuperó su posición como Emperador.
La querella se reaviva

Cuando Enrique regresó a Alemania, sus oponentes nombraron a su cuñado, Rodolfo de Suabia, como nuevo emperador. Enrique IV le exigió al Papa que excomulgara a Rodolfo. Las relaciones volvieron a empeorar.
Enrique IV convocó otro concilio de líderes religiosos alemanes en Bresanona. Allí, declararon que Gregorio VII ya no era Papa y nombraron a otro en su lugar, el arzobispo de Rávena, quien se convirtió en el antipapa Clemente III.
El Papa Gregorio VII respondió rápidamente en 1080. Destituyó a Enrique IV de su cargo imperial, lo excomulgó de nuevo y reconoció a Rodolfo como el rey legítimo.
Enrique IV marchó con un poderoso ejército hacia Roma. Una vez en la ciudad, reunió un concilio donde Gregorio VII fue juzgado y condenado en su ausencia. En su lugar, se instaló a Clemente III, quien coronó a Enrique IV como emperador en 1084.
Gregorio VII pidió ayuda a Roberto Guiscardo, un líder normando de Sicilia. Las tropas de Guiscardo, que incluían musulmanes, atacaron Roma. Enrique abandonó la ciudad, que fue saqueada. El pueblo romano se rebeló, lo que llevó a una violenta represión. Gregorio VII huyó de Roma y murió en Salerno al año siguiente.
Después de Gregorio VII, Urbano II fue elegido Papa en 1088. El antipapa Clemente III seguía en Roma. Urbano II, con el apoyo de los normandos, logró entrar en Roma y ocupar su trono. Formó una alianza con ciudades importantes como Milán para oponerse al emperador Enrique IV. Urbano II murió en 1099 sin haber logrado vencer a Enrique IV.
Su sucesor, Pascual II, también intentó resolver el conflicto con Enrique IV, pero sin éxito. Enrique IV murió en 1106, y su hijo, Enrique V, subió al trono imperial. Al principio, Pascual II pensó que el nuevo emperador sería más fácil de tratar.
Pero Enrique V pronto dejó clara su posición: quería mantener el derecho de los reyes alemanes a confirmar la elección de los obispos y a darles los símbolos de su autoridad. La lucha comenzó de nuevo, y Enrique V fue excomulgado en el concilio de Guastalla en 1106.
Un cambio de planes
El Papa Pascual II empezó a darse cuenta de que las exigencias de Gregorio VII eran demasiado difíciles de mantener. Se mostró dispuesto a que los líderes de la Iglesia renunciaran a las propiedades que les habían dado los reyes, y que vivieran solo de los diezmos y las limosnas de los fieles.
Para Enrique V, esta era una buena solución, ya que significaba que el emperador se quedaría con todas las riquezas de la Iglesia alemana. A cambio, él renunciaría a su derecho de nombrar a los líderes religiosos, quienes ya no tendrían poder sobre territorios.
En 1110, Enrique V entró en Italia con un gran ejército para presionar al Papa. Sus enviados firmaron con el Papa el concordato de Sutri. Este acuerdo decía que el emperador renunciaría a su derecho de investidura, y a cambio, la Iglesia entregaría sus propiedades territoriales.
Cuando Enrique V llegó a Roma, se preparó para ser coronado emperador en la basílica de San Pedro el 12 de febrero de 1111. Pero cuando se hizo público el acuerdo, los obispos y abades se enfurecieron al saber que la paz se compraba con sus bienes. La situación se volvió tan caótica que el Papa no pudo seguir con la ceremonia. Enrique V, decidido a que se cumpliera el acuerdo, hizo que sus tropas desalojaran el templo y arrestó a los cardenales.
Bajo presión, Pascual II no tuvo más opción que coronar a Enrique V. También firmó un nuevo documento que reconocía al emperador el derecho de investidura "por el báculo y el anillo", es decir, con todo su poder, siempre y cuando no hubiera simonía. Una vez libre, y ante las quejas de los cardenales, el Papa denunció el tratado que había firmado bajo coacción y excomulgó al emperador.
La querella de las investiduras, que por un momento pareció terminar, se hizo aún más intensa. Pascual II murió en 1118 sin haber encontrado una solución.
El fin de la querella
Después de un breve papado de Gelasio II, Calixto II fue elegido Papa en 1119. Él fue quien finalmente logró poner fin a la querella de las investiduras. Al principio, revocó el derecho de investidura que Enrique V había forzado a Pascual II a conceder, lo que causó nuevas tensiones.
Sin embargo, quizás por el cansancio de una lucha tan larga, o porque finalmente se impuso la razón, el 23 de septiembre de 1122 se firmó el Concordato de Worms. Este acuerdo fue ratificado un año después por un concilio importante en Letrán.
El Concordato de Worms estableció un acuerdo entre la Iglesia y el Imperio:
- La Iglesia tendría el poder de nombrar a sus líderes religiosos (obispos y abades) y de darles los símbolos de su autoridad espiritual (el anillo y el báculo).
- El poder civil (el emperador) tendría el derecho de darles las tierras y los beneficios temporales (materiales) que venían con esos cargos.
Así, los líderes de la Iglesia debían obediencia al Papa en asuntos religiosos y al emperador en asuntos civiles. El emperador también podía estar presente en la elección de los líderes de la Iglesia y dar su voto si no había acuerdo entre los electores. Esto significó que, a menudo, el emperador seguía teniendo una gran influencia en la elección de los cargos eclesiásticos.
Galería de imágenes
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El papa Gregorio VII según ilustración en un manuscrito de autor desconocido del siglo XI.
Véase también
En inglés: Investiture Controversy Facts for Kids