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Batalla de Alarcos para niños

Enciclopedia para niños
Datos para niños
Batalla de Alarcos
Reconquista
Parte de Reconquista
Reconquista4.jpg
Miniatura de tropas cristianas y musulmanas del siglo XIII
Fecha 19 de julio de 1195
Lugar Alarcos (España)
38°57′10″N 4°00′10″O / 38.95278, -4.00278
Coordenadas 38°57′10″N 4°00′00″O / 38.95277778, -4
Resultado Victoria almohade
Beligerantes
Pendon del Reino de Castilla.svg Reino de Castilla Flag of Almohad Dynasty.svg Imperio almohade
Comandantes
Kingdom of Castile Arms.svg Alfonso VIII de Castilla
House of Haro COA.svg Diego II de Haro
Gutierre Rodríguez Girón  
Flag of Almohad Dynasty.svg Yusuf II
Flag of Almohad Dynasty.svg Abū Yahya ibn Abi Hafs  
Fuerzas en combate
Indeterminadas
~10 000 caballeros de armadura pesada
Estimación moderna:
Más de 25 000
Indeterminadas. Estimación moderna:
20 000-30 000
Bajas
Indeterminadas Indeterminadas
Archivo:Campo de Batalla de Alarcos - Battlefield of Alarcos 001
Campo de batalla de Alarcos. A media distancia, el cerro donde las tropas de Yusuf II aposentaron el campamento del rey árabe.

La batalla de Alarcos (en árabe: معركة الأرك ma'rakat al-Arak) es una batalla que se libró junto al castillo de Alarcos (en árabe: al-Arak الأرك), situado en lo alto de un cerro junto al río Guadiana, cerca de la actual ciudad española de Ciudad Real, el 19 de julio de 1195, entre las tropas cristianas de Alfonso VIII de Castilla y las almohades de Abū Ya'qūb Yūsuf al-Mansūr (Yusuf II). La batalla se saldó con la derrota de las tropas cristianas, lo cual desestabilizó al Reino de Castilla y frenó el avance de la reconquista unos años, hasta que tuvo lugar la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212.

Antecedentes

En 1177 el monarca castellano Alfonso VIII había conquistado la alta ciudad de Cuenca con ayuda de Aragón. Inquieto, el califa Abū Yūsuf Ya'qūb al-Mansūr pactó en 1190 una tregua o periodo de paz para frenar el avance castellano sobre al-Ándalus. Cuando expiraba el trato, recibió noticias de que habían surgido revueltas en sus posesiones del norte de África y marchó allende el mar a pacificarlas. Alfonso VIII, ante la expectativa del final de la tregua, había empezado a fortificar en un cerro sobre el río Guadiana el estratégico lugar de Alarcos, situado en tierra de nadie, un baluarte sobre un collado habitado ya en época ibera. Sin embargo, aún no tenía concluida la muralla ni asentados todos sus nuevos vecinos; pues la humedad del río al abrigo de los cerros provocaba tercianas y el lugar estaba muy lejano de otros, sometido al albur de conflictos entre moros y cristianos.

En el verano de 1194, un año antes de la batalla de Alarcos, Alfonso permitió una expedición o cabalgada cuyo paladín o caudillo era el belicoso arzobispo de Toledo, Martín López de Pisuerga. Este penetró en las coras de Jaén y Córdoba, y estragó y saqueó las cercanías de la mismísima capital almohade (Sevilla), llevándose no solo todo el tesoro que su hueste pudo acarrear, sino el ganado bovino, ovino y equino. Este ataque lo detalla el anónimo autor de la Crónica latina de los reyes de Castilla, que insiste en la gran devastación que dejó en el territorio musulmán: «Vastavit magnam partem terre Maurorum cismarine, spolians eam multis diviciis et infinita multitudine vacarum, peccorum et iumentorum».

El desafío de la fuerza castellana enfureció sobremanera a Ya'qub, quien resolvió mandar todas sus fuerzas disponibles contra Castilla y atravesar el mar (mare transivit) para contener y escarmentar al monarca infiel. El historiador Vicente Silió (1892-1972) narra cuál fue el pretexto oficial para la invasión:

En 1194, el rey Alfonso VIII cometió la imprudencia de retar a Yasub enviándole un mensaje en tono altanero, por el cual lo retaba a que mandase sus tropas a batirse en España o le facilitase navíos para que los cristianos pudiesen embarcar y derrotarlo en África. Hacía treinta y un años que Yasub gobernaba el Imperio almohade; contestó al de Castilla con unas breves líneas al dorso de su mensaje: «Estas son las palabras que ha pronunciado Alá, el Todopoderoso: Me lanzaré sobre ellos y los convertiré en polvo sirviéndome de ejércitos que no han visto nunca y de cuya fuerza no podrán librarse». Leyó a sus tribus el desafío de Alfonso y escuchó, en respuesta, un gran clamorío exigiendo venganza. Con un poderoso ejército salió Yasub para Algeciras.
Vicente Silió.

El 1 de junio de 1195 desembarcó sus tropas en la línea de costa entre Alcazarseguir y Tarifa con su ejército. El emir almohade llegó hasta la saqueada Sevilla, donde no le costó demasiado reunir un ejército de treinta mil hombres, entre caballería y peones, un contingente muy diverso formado por todo tipo de mercenarios, tropas regulares, arqueros etc., muchos de ellos sevillanos motivados por los males que les había acarreado el saqueo del codicioso arzobispo de Toledo. Alcanzó Córdoba el 30 de junio. Allí se le unieron las mesnadas de Pedro Fernández de Castro "el Castellano", señor de la Casa de Castro y del Infantado de León, quien había roto sus vínculos de vasallaje con su primo el rey Alfonso VIII y por tanto estaba jurídicamente en desnaturatio o desnaturado, eximido por tanto de servirlo como su señor. Pedro Fernández de Castro era hijo de Fernando Rodríguez de Castro el Castellano, señor de Trujillo, que, al igual que su hijo hacía ahora, había combatido en el pasado como mercenario junto a los almohades.

El 4 de julio Abū Yūsuf partió de Córdoba cruzando Despeñaperros y avanzando sobre la explanada de un amplio y estratégico valle donde se alzaba el castillo de Salvatierra, enfrente y a los pies de la alta fortaleza de Calatrava la Nueva. Allí se aposentaban las huestes de la Orden de Santiago, con su tercer maestre don Sancho Fernández de Lemos a la cabeza; y las de la naciente Orden de San Julián del Pereiro, filial de la de Calatrava, que luego habría de denominarse definitivamente Orden de Alcántara. Un destacamento de la Orden de Calatrava, junto con algunos caballeros de fortalezas cercanas que intentaban observar y evaluar las fuerzas almohades, se toparon con ellas en proporción tan dispar y con tan mala fortuna que casi fueron aniquilados por completo. Alfonso VIII se alarmó tras estos hechos y se apresuró a reunir todas las tropas posibles en Toledo y a marchar hacia Alarcos, creyendo quizá que el lugar estaba más seguro y fortificado. Además el monarca castellano consiguió comprometer la ayuda de los reyes de León, Navarra y Aragón, puesto que el pujante poderío almohade amenazaba a todos por igual.

Pero esta fortaleza, en lo alto de la población que la rodeaba, estaba aún en construcción; sus murallas de tres metros de ancho aún no estaban cerradas ni alzadas suficientemente, y el lugar, poco poblado, constituía el extremo de las posesiones de Castilla formando frontera y tierra de nadie con al-Ándalus. El principio estratégico era, eso sí, apremiante: impedir el acceso al fértil valle del Tajo, con lo que, por darse prisa en presentar batalla, no esperó siquiera los refuerzos de Alfonso IX de León ni los de Sancho VII de Navarra, que estaban en camino. El 16 de julio el gran ejército almohade fue de nuevo avistado, y era tan numeroso que no llegaron a hacerse siquiera una idea de cuántos hombres lo formaban. Cuenta el arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada en su De rebus Hispaniae que:

Llenó los campos de varias lenguas, pues se formaba su ejército de partos, árabes, africanos, almohades... Su ejército era innumerable y como la arena del mar la muchedumbre.

Desarrollo de la batalla

Archivo:Alarcos (Ciudad Real) castillo (RPS 25-08-2012)
Fachada este del castillo de Alarcos, con los restos de la torre pentagonal y el foso inconcluso.

Probablemente el obispo Juan de Soria describió la batalla en la anónima Crónica latina de los reyes de Castilla / Chronica latina regum Castellae. Igualmente el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada. También los historiadores musulmanes dieron su testimonio, en especial el granadino Ibn Abdel Halim, compilador del Rawd al-Qirtas, que apenas difiere y fue extractado por el arabista decimonónico José Antonio Conde:

Obscureciose el día con la polvareda y vapor de los que peleaban, que parecía noche. Las cabilas de voluntarios alárabes, algazaces y ballesteros acudieron con admirable constancia y rodearon con su muchedumbre a los cristianos y los envolvieron por todas partes. Senanid, con sus andaluces Cenetes, Musamudes, Gomares y otros se adelantó al collado donde estaba Alfonso, y allí venció, rompió y deshizo sus tropas infinitas, que eran más de trescientos mil, entre caballería y peones. Allí fue muy sangrienta la pelea para los cristianos[...]. Había entre ellos como diez mil caballeros de los armados de hierro como los primeros que habían acometido, que eran la flor de la caballería de Alfonso y habían hecho su azala cristianesca y jurado por sus cruces que no huirían de la pelea hasta que no quedase hombre a vida; y Dios quiso cumplir y verificar su promesa en favor de los suyos. Cuando la batalla andaba muy recia, y trabada contra los infieles [cristianos], viéndose ya perdidos comenzaron a huir y acogerse al collado en que estaba Alfonso para valerse de su amparo y encontraron allí a los muslimes, que entraban rompiendo y destrozando y daban cabo de ellos. Entonces volvieron brida y tornaron sobre sus pasos, y huyeron desordenadamente hacia sus tierras y donde podían. Entraron por fuerza en la fortaleza los vencedores quemando sus puertas [...], apoderándose de cuanto allí había y en campo de armas, riquezas, mantenimientos, provisiones, caballos y ganado; [...]. Halláronse en Alarcos veinte mil cautivos, a los cuales dio libertad Amir Amuminin después de tenerlos en su poder, cosa que desagradó a los almohades y a los otros muslimes; y lo tuvieron todos por una de las extravagancias caballerescas de los reyes. (José Antonio Conde, Historia de la Dominación de los Árabes en España, sacada de varios manuscritos y memorias arábigas, 1820-1821).


Ya'qub siguió los consejos del experimentado qā'id andalusí Abū 'abd Allāh ibn Sanadí, y dividió su numeroso ejército dejando que el ğund andaluz (soldados de las provincias militarizadas) y los cuerpos de voluntarios del ğihād sufrieran la embestida del ejército cristiano para que más adelante, aprovechando la superioridad numérica del ejército almohade y el agotamiento del ejército cristiano, pudiera cercarlos y atacar con las tropas de refr/esco que mantenía en reserva, la guardia negra y los almohades.

La carga cristiana no se hizo esperar, un tanto desordenada, pero de impulso formidable. La primera espolonada fue rechazada por los zenetas y los benimerines; retrocedieron, pues, y volvieron a cargar, para volver a ser rechazados. Solo a la tercera espolonada consiguió la caballería cristiana romper la formación del centro de la vanguardia almohade, haciéndolos retroceder colina arriba, donde habían formado las haces antes de la batalla, causando numerosas bajas entre los benimerines (voluntarios yihadistas), zenetas (que trataron de proteger al visir, Abu Yahya) y la élite Henteta donde se encontraba el visir, quien sucumbió en combate. Las tribus Motavah y Henteta sufrieron enormes bajas, tantas, que el historiador granadino Ibn Abdel Halim escribió que Allah les anticipó aquel día las delicias del martirio. Pero, a pesar de la muerte del visir, el ejército almohade no vaciló ni se descompuso y prosiguió con el ataque. La caballería cristiana maniobró hacia la izquierda para enfrentarse con las tropas de al-Ándalus al mando del acreditado ibn Sanadid, pero el ejército castellano se encontró de pronto copado en el collado de Alarcos, según el imán granadino Ibn Abdel Halim.

Tres horas habían pasado ya desde el comienzo de la batalla; era entonces mediodía, pero la polvareda levantada dificultaba la visión. El calor de la tercera semana de julio y la fatiga acumulada en la lid con las pesadas cotas de malla y las armaduras comenzaron a debilitar el vigor de la caballería pesada castellana, que se movía ya con lentitud y dificultad, fieramente estragada y menguada por venablos, honderos, ballesteros y arqueros que herían impunemente con precisión desde largo trecho aprovechándose de la escasa movilidad de la copada hueste castellana (como atestigua la cantidad de bolas de hierro y puntas de flecha, dardo y venablo halladas en una fosa común de esqueletos de cristianos y équidos, llenada tras el desastre, la conocida como fosa de los despojos junto a la muralla sur). Sobre la fama y pericia que mostraron los arqueros y ballesteros almohades en esta batalla da fe no solo la Crónica latina, sino Juan Ruiz, arcipreste de Hita, en su Libro de Buen Amor: "Traýan armas muy fuertes y ballesteros arcos: / más negra fue aquesta que non la de Alarcos" y, de hecho, parodia el hecho histórico en una parte de su "Batalla de don Carnal y doña Cuaresma", como se ha descubierto recientemente: en este poema alegórico se da un fracaso de don Carnal (Alarcos) sobre doña Cuaresma, y una victoria (Navas de Tolosa) en términos que recuerdan estrechamente la Cronica latina.

Aun tras haber sufrido numerosas bajas en las tres acometidas, los musulmanes de nuevo ganaron en maniobrabilidad a los cristianos: buscando el tornafuye no tardaron en reagruparse cerrando del todo la salida a la caballería cristiana en el collado del cerro de Alarcos y haciendo uso de su caballería ligera al mando de Yarmun; rebasaron a las tropas cristianas por los flancos del cerro y empezaron a atacarlas por su retaguardia, lo que, junto a la constante y concentrada lluvia de flechas de los arqueros, que se aprovechaban de la inmovilidad de ese estancamiento, y las maniobras de desgaste, acabó por encoger aún más el cerco. Fue entonces cuando Ya'qub decidió que era hora de rematar enviando al resto de sus tropas, las mejores que tenía. El ejército castellano no estaba preparado para aquella nueva táctica, y en inferioridad numérica finalmente se vio en la necesidad de huir o admitir la derrota. Aún, sin embargo, trató Diego López de Haro de abrirse paso a toda costa, pero finalmente tuvo también que refugiarse más arriba, en el inacabado castillo, el cual, tras haber sido cercado por 5000 agarenos, tuvo que rendirse.

El desnaturado Pedro Fernández "el Castellano", cuyas fuerzas apenas habían combatido en la batalla, fue enviado por el comendador de los creyentes para negociar los términos de la rendición. A unos pocos supervivientes, entre ellos el esforzado López de Haro, se les permitió marchar desarmados; pero doce caballeros fueron retenidos como rehenes a cambio del pago de un rescate. Mas nadie acudió a pagarlo y estos caballeros fueron ejecutados.

Entre los castellanos que murieron en la batalla se encontraban Juan, obispo de Ávila y Gutierre, obispo de Segovia, así como Pedro Rodríguez de Guzmán y su yerno, Rodrigo Sánchez, según consta en la Crónica latina de los Reyes de Castilla al mencionar algunos de los fallecidos en dicha batalla, Petrus Roderici de Guzman et Rodericus Sancii, gener eius,

Consecuencias de la batalla

Sin embargo, las consecuencias de la batalla demostraron ser poco duraderas cuando el nuevo Califa Muhammed al-Nasir intentó frenar el nuevo avance hispánico sobre al-Ándalus. Se decidió todo en la batallas de las Navas de Tolosa y de Úbeda (sucesivas ambas en 1212) que marcaron un punto de inflexión en la Reconquista al provocar la pérdida del control en la Península por parte del Imperio almohade, tan solo una década después.

Véase también

Kids robot.svg En inglés: Battle of Alarcos Facts for Kids

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