robot de la enciclopedia para niños

Cuento de terror para niños

Enciclopedia para niños
Archivo:Weird Tales September 1952
La revista Weird Tales (Cuentos de miedo o cuentos extraños, en inglés), portada del número correspondiente a septiembre de 1952.

El cuento de terror (también conocido como cuento de horror o cuento de miedo, y en ciertos países de Sudamérica, cuento de suspenso), considerado en sentido estricto, es toda aquella composición literaria breve, generalmente de corte fantástico, cuyo principal objetivo parece ser provocar el escalofrío, la inquietud o el desasosiego en el lector, definición que no excluye en el autor otras pretensiones artísticas y literarias.

Contexto

Un cuento de terror sería un relato literario y no oral, ya que, si bien existe una amplia y antiquísima tradición de cuentos con dichos contenidos, probablemente por tratarse de relatos transmitidos de boca en boca, nunca han recibido otra denominación que la de cuentos o leyendas a secas. Ni siquiera cuentos infantiles, aunque de índole terrorífica (e inscritos en la tradición oral en su día), como “La Cenicienta”, de Charles Perrault, o “Caperucita Roja” y “Blancanieves”, de los Hermanos Grimm, reciben la denominación de cuentos de terror, que parece haber sido acuñada expresamente para las obras mayores del género aparecidas entre los siglos XIX y XX.

Archivo:SnowWhite
”Blancanieves en su ataúd”, Theodor Hosemann, 1867. ¿Cuento de hadas o de miedo?

En su ensayo "Un tratado sobre cuentos de horror", el crítico estadounidense Edmund Wilson sostiene que los primeros grandes cuentistas del género fueron aquellos que pretendieron «un nivel literario» más allá del «entretenimiento popular»: Hawthorne, Poe, Melville y Gógol. Y continúa: «El primer cuento corto de horror realmente grande apareció a principios o mitad del siglo XIX cuando la escuela de la novela gótica había alcanzado alguna sofisticación y estaba adoptando los métodos del realismo. Esos cuatro autores escribieron cuentos que eran a la vez cuentos de horror y fábulas psicológicas o morales. No estaban interesados en apariciones por sí mismas; sabían que sus demonios eran símbolos, y sabían lo que estaban haciendo con esos símbolos».

El estudioso británico del género, David Punter, en su obra The Literature of Terror. A History of Gothic Fictions from 1765 to the Present Day, relaciona estrechamente el término "terror" con la narrativa gótica de procedencia anglosajona: «[...] de Lewis a Conan Doyle, de Mary Shelley a Ambrose Bierce, de Dickens a J. G. Ballard, en todos los cuales hallamos rastros de lo gótico. Los conceptos de "gótico" y "terror" han aparecido entrelazados a lo largo de la historia de la literatura y lo que se precisa es una investigación de cómo y por qué tal ha llegado a ser el caso».

Según el especialista estadounidense Jack Sullivan, muchos críticos literarios proponen que la Edad de Oro del cuento de fantasmas se dio a partir del período de decadencia de la novela gótica, en la década de 1830, y duró hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial. Sullivan sostiene que las obras de Edgar Allan Poe y Sheridan Le Fanu inauguraron dicha Edad de Oro.

El cuento tradicional

Para Vladimir Propp, el cuento solo puede denominarse como tal si es fantástico (maravilloso): el estudio del cuento popular o folklórico solo puede aplicarse «cuando se trata de los cuentos maravillosos, los cuentos "en el sentido propio de esta palabra"». De esta manera, Propp parece defender que el cuento de miedo, como tal cuento, nunca puede ser realista.

Si, estrictamente hablando, hemos de considerar el cuento de terror como relato literario, la definición más amplia confunde, sin embargo, en muchos casos el cuento de terror (más bien el cuento de miedo) con el mero cuento tradicional, y tradicional en el sentido de ancestral.

Se conocen cuentos de miedo desde siempre, desde la más remota antigüedad: «El cuento de horror es tan antiguo como el pensamiento y el habla humanos», manifestó H. P. Lovecraft. Y para Edmund Wilson, como veremos más adelante, el cuento de miedo, de por sí, tiene carácter «anticuado». Este tipo de historias o leyendas se alimenta primordialmente de los diversos miedos naturales del hombre: la muerte, las enfermedades y epidemias y desgracias de todo tipo, catástrofes naturales... Según Rafael Llopis, «los cuentos de terror natural se basan más o menos directamente en el miedo a la muerte, especialmente a una muerte atroz, [...] más allá de esa frontera se extiende el dominio de lo que los anglosajones entienden por "cuentos de lo sobrenatural", que se basan en el miedo al Más Allá».

Relatado por los viejos del lugar al amor del fuego en noches propicias, el cuento de miedo es elemento típico del folklore de los pueblos, y ha sido sin duda una de las primeras formas culturales de la humanidad, tan antigua como la épica, la magia y la religión, de las cuales igualmente se nutría. Pensemos en los dioses y demonios, los buenos y malos espíritus, los monstruos, leviatanes, magos y adivinos que, a través de los mitos, leyendas, epopeyas y epopeyas mitológicas, han asustado al hombre a lo largo de toda la Antigüedad, en culturas tan dispares como las de la India, Japón, Mesopotamia, América del Sur, Antigua Grecia, pueblos nórdicos, celtas, etc.

Archivo:Trollet som grunner på hvor gammelt det er
Un trol escandinavo. (Theodor Kittelsen, 1911).

En la Edad Media las crónicas oficiales aparecen salpicados de todo tipo de datos, supersticiones y consejas que versan sobre ogros, aparecidos, brujas, duendes, vampiros, hombres lobo y otros seres y animales malditos. En todos los países se ha asustado siempre a los niños con los demonios indígenas respectivos, y más en concreto en los de habla hispana, con las distintas variantes de El Coco, el Hombre del saco, el Chupacabras y el Sacamantecas. Las antiguas herejías, la larga tradición de la alquimia, las ciencias ocultas y las sectas prohibidas, inspiraron igualmente multitud de fábulas y narraciones orales y escritas, largas y cortas, unas tirando a lo didáctico y benévolo y otras directamente a lo terrible; historias genuinas y deformadas en infinitas versiones, y dirigidas a un público en el que no se diferenciaban las edades.

Tanto si se elevaban por los aires sobre escobas como sobre machos cabríos, el volar podía ser peligroso para las brujas..., ya que el tañido de la campana de una iglesia podía derribar su aéreo vehículo. Una bruja llamada Lucrezia fue quemada después de confesar que, cuando regresaba del sabbat, su demonio la arrojó sin contemplaciones al oír el toque del Angelus.
Historia de la brujería (1971), de Frank Donovan

Los grandes clásicos

El estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849) y el irlandés Joseph Sheridan Le Fanu (1818-1873) son comúnmente considerados los dos autores que abrieron camino en el género. De Le Fanu se dice que es el fundador del relato de fantasmas (ghost story) moderno en Gran Bretaña (“El fantasma de la Señora Crowl”, “Té verde”, “El vigilante”, “Dickon el diablo”...), modalidad que tanta repercusión tendría luego en la época victoriana. Pero lo que lo asemeja a Poe es el novedoso tratamiento que da al fenómeno maléfico. La fácil explicación racional, y aún más, el desenlace moralista positivo (la mano de la Providencia Divina surgiendo de un modo u otro al final para poner las cosas, al monstruo, al bueno y al malo, en su sitio) serán desterrados definitivamente por estos autores. Ambos, además, inaugurarán el llamado terror psicológico, más atento a la atmósfera de la historia y a medir los efectos emocionales que al mero susto.

Archivo:Edgar Allan Poe, circa 1849, restored, squared off
Imagen de Edgar Allan Poe.

Con Poe, el cuento de terror alcanzará sus más altas cimas muy pronto, hacia los años 30 del siglo XIX, periodo que vio nacer el cuento como género autónomo, al decir de Cortázar. El estadounidense es maestro absoluto del género porque, en primer lugar, siguiendo al propio Cortázar, lo es de la técnica del relato breve en sí.

De Poe afirmó su seguidor Lovecraft: «Realizó lo que nadie había realizado o podía haber realizado, y a él debemos la novela de horror moderna en su estado final y perfecto». (Títulos: “El gato negro”, “La caída de la Casa Usher”, “El barril de amontillado”, “El corazón delator”, "La Cita".)

Durante todo un día de otoño, triste, oscuro, silencioso, cuando las nubes se cernían bajas y pesadas en el cielo, crucé solo, a caballo, una región singularmente lúgubre del país; y, al fin, al acercarse las sombras de la noche, me encontré a la vista de la melancólica Casa Usher. No sé cómo fue, pero a la primera mirada que eché al edificio invadió mi espíritu un sentimiento de insoportable tristeza. Digo insoportable porque no lo atemperaba ninguno de esos sentimientos semiagradables por ser poéticos, con los cuales recibe el espíritu aun las más austeras imágenes naturales de lo desolado o lo terrible.
“La caída de la Casa Usher”, de Edgar A. Poe

Al igual que Herman Melville, el propio Poe alabó a su contemporáneo y compatriota Nathaniel Hawthorne (1804-1864) como hombre de genio (reseña de Twice-Told Tales, de Hawthorne). Este autor, aunque gran estilista, se hallaba muy lastrado por el rígido puritanismo en que se formó (un pariente suyo fue juez en los procesos contra la brujería celebrados en Salem), y no supo o no quiso transmitir a sus historias ni la fuerza ni el desgarro artístico que admiran en aquel. (Títulos: “Wakefield”, “El velo negro del predicador”, “El experimento del Dr. Heidegger”.)

En Francia, los alsacianos Erckmann y Chatrian, nacidos en 1822 y 1826, respectivamente, cultivaron un estilo campechano muy eficaz, con grandes influencias alemanas (“Hugo el lobo”, “El burgomaestre embotellado”).

Pero es al también francés Guy de Maupassant (1850-1893), discípulo de Flaubert y admirador de Poe, a quien debe la literatura europea de terror algunas de sus mejores piezas. Sus hondas convicciones naturalistas generaron, probablemente, los acusados tintes emocionales presentes en sus mejores cuentos. Sus temas fueron el pánico, la soledad, la locura, la perdición. (Títulos: “El Horla”, “¿Quién sabe?”, “La cabellera”, “¿Loco?”)

El terror recuperó con el periodista estadounidense Ambrose Bierce (1842-1914?) toda la garra y la intensidad que había desarrollado Poe en sus orígenes. En sus arrebatadoras fantasías, muchas de ellas ambientadas en la Guerra de Secesión americana, el terror pánico acecha siempre en las cercanías, y en el momento de desatarse parece decidido a devorar vivos literalmente a los personajes. (Títulos: “La cosa maldita”, “La muerte de Halpin Frayser”, “Un habitante de Carcosa”, “La ventana tapiada”...).

Observé con estupor que nada me resultaba familiar. A mi alrededor se extendía una inmensa llanura desierta, barrida por el viento, cubierta de yerbas altas y marchitas que se agitaban y silbaban bajo la brisa de otoño, mensajera de Dios sabe qué misterios e inquietudes. A largos intervalos, veía unas rocas que emergían del suelo con formas extrañas y fúnebres colores.
“Un habitante de Carcosa”, de Ambrose Bierce

Pleno desarrollo

Partiendo del contemporáneo de Poe, Charles Dickens, quien aportó joyas como “La casa encantada” o “El guardavías”, en la segunda mitad del siglo XIX el terror encontró un grupo de dignísimos cultivadores entre los más importantes novelistas de la época: Robert Louis Stevenson (“Markheim”), Rudyard Kipling (“El rickshaw fantasma”), Arthur Conan Doyle (“El parásito”), H. G. Wells (“El difunto míster Elvesham”), Henry James (“Los amigos de los amigos”), Bram Stoker (“El entierro de las ratas”)...

Él me miró fija y valerosamente.
—¿Qué es lo que se ha alterado?
—Otra persona se ha interpuesto entre nosotros.
Sólo necesitó reflexionar un instante.
—No voy a fingir que no sé a quién te refieres. —Sonrió, apiadándose de mi aberración, pero con la intención de ser amable.— ¡Una mujer muerta y enterrada!
—Está enterrada, pero no está muerta. Está muerta para el mundo... y está muerta para mí. Pero no está muerta para ti.
—¿Quieres que volvamos a discutir nuestras versiones de cómo se me presentó aquella noche?
“Los amigos de los amigos”, de Henry James

El cuento de fantasmas en sí viviría su apogeo en la época victoriana y en los comienzos del siglo XX, alcanzando niveles nunca vistos de calidad y sofisticación. La lista de representantes ingleses es interminable: Saki (“El narrador de fábulas”), Margaret Oliphant (“La puerta abierta”, novela corta), Vernon Lee (“Una voz perversa”), E. F. Benson (“El cuarto de la torre”), Richard Middleton (“En el camino de Brighton”), L. P. Hartley (“Tres o cuatro a cenar”), H. Russell Wakefield (“El triunfo de la muerte”), M. P. Shiel (“La mansión de los ruidos”), Hugh Walpole (“El fantasmita”)...

De este periodo es preciso destacar a cuatro autores: M. R. James, Arthur Machen, Algernon Blackwood y Walter de la Mare, con quienes culmina el cuento de fantasmas victoriano.

M. R. James (1862-1936), erudito y profesor universitario, fue gran amante de la obra de Le Fanu, a quien consideraba el más grande escritor de lo sobrenatural. Sus espectros, criaturas siempre extrañas e inesperadas que unas veces escapan de profundos escondrijos excavados en cementerios y catedrales y otras se confunden con la luz diurna y los objetos más familiares, prefiguran muchos de los horrores cotidianos que las generaciones posteriores pondrían de moda. (Títulos: “El sitial del coro”, “Silba y acudiré”, “El álbum del canónigo Alberico”.)

El galés Arthur Machen (1863-1947) fue el autor que enterró definitivamente los exhaustos horrores góticos. Encontró su principal fuente de inspiración en las antiguas leyendas romanas y celtas de su tierra. Al intentar una especie de neopaganismo, anticipó la teogonía macabra desarrollada por su seguidor más notable, H. P. Lovecraft. (Títulos: “La pirámide ardiente”, “El pueblo blanco”, “Los tres impostores”.)

Algernon Blackwood (1869-1951) es un gran cultivador del misterio fantasmagórico, pero en ocasiones aporta al género un elemento desconocido hasta el momento, como es el horror enmarcado en majestuosos parajes de naturaleza virgen, adornado de connotaciones paganas (en esto se equiparará a Machen). (Títulos: “El Wendigo”, “Los sauces”, “La casa vacía”, “Culto secreto”.)

Por lo que Simpson puede recordar, fue un movimiento violento, como de algo que se arrastraba en el interior de la tienda, lo que le despertó y le hizo darse cuenta de que su compañero estaba sentado, muy tieso, junto a él. Estaba temblando. Debían de haber pasado varias horas, porque el pálido resplandor del alba recortaba su silueta contra la tela de la tienda. Esta vez no lloraba; temblaba como una hoja, y su temblor lo sentía él a través de la manta. Défago se había arrebujado contra él, en busca de protección, huyendo de algo que aparentemente se escondía junto a la entrada de la tienda.
“El Wendigo”, de Algernon Blackwood

Walter de la Mare (1873-1956), también poeta y antologista de prestigio, fue uno de los mejores estilistas del género, maestro del terror psicológico y urdidor de extrañas y sutiles tramas protagonizadas por los sueños, la ansiedad y una callada desesperación.

Uno de los más conocidos cuentistas europeos de terror de esta época fue el belga Jean Ray (1887-1964), autor de la novela Malpertuis y de varios libros de cuentos del género (Les derniers contes de Canterbury, Le livre des fantômes), destacados por Rafael Llopis en su Historia natural de los cuentos de miedo. (Títulos: “El terror rosa”, “La calleja tenebrosa”, “La mano de Goetz von Berlichingen”.)

Edmund Wilson incluye en esta etapa a Franz Kafka, cuyos cuentos «son al mismo tiempo sátiras de la burguesía y visiones de horror moral; narraciones que son lógicas y dominan nuestra atención y fantasías que generan más escalofríos que toda la combinación de Algernon Blackwood y M. R. James juntos. Un maestro puede hacer que parezca más horrible ser perseguido por dos pelotitas que por el espíritu de un maligno caballero templario, y más natural convertirse en una cucaracha que ser mordido por una araña diabólica».

Lovecraft y compañía

H. P. Lovecraft (1890-1937), estadounidense de Providence, es reconocido por la crítica, junto a Poe, como el máximo exponente del cuento de terror. Su aportación más importante fue el llamado cuento materialista de terror. Mezclando el espanto con la ciencia-ficción, se trata de una narración de horror cósmico que propone una nueva mitología plena de escalofriantes dioses y monstruosidades arquetípicos; se ha dicho que se trata de la última mitología que ha conocido Occidente: los Mitos de Cthulhu. Devoto de Poe, sus otras fuentes conocidas son el fantástico y enigmático mundo de los sueños, la historia y el paisaje de Nueva Inglaterra, su tierra, y un selecto grupo de autores de su predilección: William Hope Hodgson (“Una voz en la noche”), Lord Dunsany (“El pobre Bill”), Arthur Machen, Algernon Blackwood, et alii. (Títulos: “El horror de Dunwich”, “La sombra sobre Innsmouth”, “En la noche de los tiempos”, “El clérigo malvado”).

Pese a sus hábitos e idiosincrasia saturninos, Lovecraft conoció en vida una nutrida camarilla de imitadores y seguidores que formaron con él el llamado Círculo de Lovecraft. Entre estos se encuentran algunos de los más sólidos cuentistas de esa generación: Robert Bloch (“El vampiro estelar”), Fritz Leiber (“El expreso de Belsen”), Frank Belknap Long (“Los visitantes de otoño”), Clark Ashton Smith (“Estirpe de la cripta”), August Derleth (“El sello de R'lyeh”), Robert E. Howard (“La piedra negra”)...

Otros grandes cuentistas estadounidenses, nacidos entre 1854 y 1889: R. W. Chambers (“El signo amarillo”), F. Marion Crawford (“La litera de arriba”), Edith Wharton (“La campanilla de la doncella”) y el prolífico escritor de la revista Weird Tales, Seabury Quinn (“El último hombre”).

Los últimos años

En el mundo anglosajón

Entre los más conocidos autores contemporáneos, en su mayoría norteamericanos, hay que mencionar a Robert Aickman (“Las espadas”), T. E. D. Klein (“Los hijos del reino”), Dan Simmons (“El río Estigia fluye corriente arriba”), Ramsey Campbell (“La camada”), Peter Straub (“La esposa del general”), Dean Koontz (“Terra Phobia”), Theodore Sturgeon (“Segmento brillante”), los clásicos Richard Matheson (“A través de los canales”) y Ray Bradbury (“Y la roca gritó”), el joven (en los 80) y rompedor Clive Barker (“Terror”) y el omnipresente e irregular Stephen King (“La niebla”). Casi todos estos autores han cultivado con acierto la ciencia-ficción, especialmente Bradbury y Matheson.

El motivo era evidente, pero al principio la mente de Randy se negó a aceptarlo... Era demasiado imposible, demasiado demencialmente grotesco. Mientras miraba, algo tiraba del pie de Deke en el espacio entre dos de las tablas que formaban la superficie de la balsa acuática. Entonces vio el brillo opaco de la cosa negra, más allá del talón y los dedos del pie derecho sutilmente deformado de Deke; un brillo opaco en el que se movían giratorios y malévolos colores. La cosa se había apoderado del pie. («¡Mi pie!», gritó Deke, como para confirmar esta deducción elemental. «¡Mi pie, oh, mi pie, mi PIEEE!»).
“La balsa”, de Stephen King

Aquí puede mencionarse además a dos importantes escritoras de dicha nacionalidad: la ya fallecida Shirley Jackson (“El hermoso desconocido”) y Joyce Carol Oates (“El rey del bingo”).

Entre los autores actuales de mayor relevancia, S. T. Joshi ha destacado en varias ocasiones a los estadounidenses Thomas Ligotti (Noctuario) y Caitlín R. Kiernan (“La Peau Verte”).

En español

Según Rafael Llopis, que sigue en esto al cubano Rogelio Llopis, «la literatura fantástica hispanoamericana, en primer lugar, no es gótica; es además sumamente ecléctica; pretende, por último, ampliar la percepción de la realidad. [...] incluye el humor, la sátira, el surrealismo, el realismo, el onirismo, y también lo terrorífico, lo cual recuerda mucho al concepto de le fantastique». La influencia de la literatura fantástica anglosajona se observa, sin embargo, muy señaladamente en la obra de los argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, a partir de las primeras décadas del siglo XX. Aunque el subgénero de cuento gótico o de terror no fue el más desarrollado por estos autores y por sus continuadores (Silvina Ocampo, Juan Rodolfo Wilcock...), sí lo es el llamado cuento fantástico, que normalmente trata de recrear un proceso de extrañamiento operado en la vida cotidiana, mostrándose un punto de vista de la realidad poco corriente, a menudo con visos de terror a partir de esta situación.

Por tal motivo, en la obra de Borges y Bioy se rinde culto a los por ellos considerados maestros de la narrativa breve: Edgar Allan Poe, R. L. Stevenson, G. K. Chesterton, Lord Dunsany, Nathaniel Hawthorne, Henry James, lo que se advierte en las colecciones que editaron en los años 50, en Buenos Aires, que incluyen a éstos y otros muchos autores ingleses y estadounidenses de terror, del género policial y de misterio.

Archivo:Cortázar
El argentino Julio Cortázar.

De habla hispana, cabe mentar como auténticos especialistas en el cuento de miedo, a tres continuadores de Edgar Allan Poe en castellano, el peruano Clemente Palma (1872-1946, colección Cuentos malévolos), el uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937: “El síncope blanco”) y el argentino Julio Cortázar (1914-1984): “Casa tomada”, “Todos los fuegos el fuego”, “La noche boca arriba”...

El mexicano Carlos Fuentes ha dedicado varias obras al género (“Aura”, Cumpleaños”, Inquieta compañía). Otro mexicano, el gran cuentista Juan Rulfo (1918-1986), pionero del realismo mágico, es considerado a veces escritor de terror, aparte de por su novela de espectros Pedro Páramo, por relatos breves como “Luvina” o “Talpa”. También han contribuido al género a lo largo del siglo XX los argentinos Leopoldo Lugones (“La loba”) y Santiago Dabove (“Ser polvo”), el cubano Virgilio Piñera (“La carne”), el uruguayo Felisberto Hernández (colección La casa inundada), el venezolano Salvador Garmendia (“Claves”) y el mexicano Juan José Arreola (“La migala”), entre otros.

Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne.
“La noche boca arriba”, de Julio Cortázar

En España, aparte del ya mencionado Bécquer, a lo largo de los siglos XIX y XX, escribieron cuentos de miedo, entre otros, autores destacados como Agustín Pérez Zaragoza, Emilia Pardo Bazán (“La resucitada”), Pedro Antonio de Alarcón (“La mujer alta”), Wenceslao Fernández Flórez (“El claro en el bosque”), Pío Baroja (“Médium”), Miguel de Unamuno (“El que se enterró”) y Noel Clarasó (“Más allá de la muerte”). Y más modernamente: Emilio Carrere (“La casa de la cruz”), Joan Perucho (colección Aparicions i fantasmes), Alfonso Sastre (colección Las noches lúgubres), Juan Benet (“Catálisis”), Leopoldo María Panero (“El lugar del hijo”), José María Merino (“Los libros vacíos”), Javier Marías (“No más amores”), Luis Mateo Díez (“Los males menores”), Cristina Fernández Cubas (“El ángulo del horror”), Pilar Pedraza (“Anfiteatro”), José María Latorre (“La noche de Cagliostro”), Gregorio Morales (“El devorador de sombras”), Ángel Olgoso (“Los demonios del lugar”).

Otros autores españoles se hallaban inscritos en la desaparecida en 2016 Asociación Española de Escritores de Terror, “Nocte”, la cual agrupaba a más de sesenta miembros.

Hitos del género

Tomando como referencia los títulos que se acaban de citar, podría aventurarse una lista selecta de cuentos de terror, considerando la especial atención que han recibido tradicionalmente por parte de antologistas y críticos:

“El gato negro”, “La caída de la casa Usher”, “El barril de amontillado”, “El corazón delator”, de Edgar Allan Poe. “El horror de Dunwich”; “La sombra sobre Innsmouth”, de Lovecraft. "El Horla", de Maupassant. “Un terror sagrado”, “La ventana tapiada”, de Ambrose Bierce. “El rincón alegre”, de Henry James. *“El enemigo”, de Chejov. “Té verde”, de Sheridan Le Fanu. “El armario”, de Thomas Mann. “La pata de mono”, de W. W. Jacobs. “Silba y acudiré”, de M. R. James. “El guardavías”, de Dickens. “Las ratas del cementerio”, de Henry Kuttner. *“Una rosa para Emily”, de Faulkner. *“Luvina”, de Juan Rulfo. *“El médico rural”, de Kafka. *“Las hermanas”, de Joyce. “El fumador de pipa”, de Martin Armstrong. “El burlado”, de Jack London. “Vinum Sabbati” ( o “El polvo blanco”), “El gran dios Pan”, de Arthur Machen. “Janet, la del cuello torcido”, de Stevenson. “El Wendigo”, de Algernon Blackwood. “La casa del juez”, de Bram Stoker. “Casa tomada”, de Julio Cortázar. “La balsa”, de Stephen King.

(*Antologados como cuentos de misterio y terror por Agustí Bartra en la citada colección.)

Véase también

kids search engine
Cuento de terror para Niños. Enciclopedia Kiddle.