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Horacio Quiroga para niños

Enciclopedia para niños
Datos para niños
Horacio Quiroga
Horacio Quiroga.jpg
Información personal
Nombre de nacimiento Horacio Silvestre Quiroga Forteza
Nacimiento 31 de diciembre de 1878
Salto (Uruguay)
Fallecimiento 19 de febrero de 1937 (58 años)
Buenos Aires (Argentina)
Sepultura Casa Quiroga
Nacionalidad Uruguaya
Familia
Cónyuge Ana María Cires (matr. 1909; fall. 1915)
María Bravo (matr. 1927; div. 1934)
Hijos 3
Información profesional
Ocupación Escritor de cuentos, dramaturgo, poeta, escritor y dramaturgo
Área Literatura infantil y juvenil, poesía y naturalismo
Movimiento Cuento Latinoamericano
Seudónimo S. Fragoso Lima

Horacio Silvestre Quiroga Forteza (Salto, Uruguay; 31 de diciembre de 1878-Buenos Aires, Argentina; 19 de febrero de 1937) fue un cuentista, dramaturgo y poeta uruguayo. Fue uno de los maestros del cuento latinoamericano, de prosa vívida, naturalista y modernista. Sus relatos a menudo retratan a la naturaleza con rasgos temibles y horrorosos, como enemiga de las circunstancias del ser humano. Ha sido comparado con el escritor estadounidense Edgar Allan Poe.

Biografía

Infancia de Horacio Silvestre

Horacio Silvestre Quiroga Forteza nació el 31 de diciembre de 1878, en la ciudad Salto, Uruguay, en el noroeste del país, sobre el río Uruguay. Quien fue el padrastro de Quiroga. Pero sufrió un derrame cerebral en 1896 que lo dejó semiparalizado y mudo. Murió cuando Quiroga tenía 18 años.

Formación

Archivo:Horacio Quiroga 1897
Horacio Quiroga a los 18 años, frente a su casa natal en Salto (Uruguay).

Hizo sus estudios en Montevideo, capital de Uruguay hasta terminar el colegio secundario. Estos estudios incluyeron formación técnica (Instituto Politécnico de Montevideo) y general (Colegio Nacional), y ya desde muy joven demostró interés por la literatura, la química, la fotografía, la mecánica, el ciclismo y la vida de campo. A esa temprana edad fundó la Sociedad de Ciclismo de Salto y viajó en bicicleta desde Salto hasta Paysandú (120 km). En esa época pasaba larguísimas horas en un taller de reparación de maquinarias y herramientas. Por influencia del hijo del dueño empezó a interesarse por la filosofía. Se autodefiniría como «franco y vehemente soldado del materialismo filosófico». Simultáneamente también trabajaba, estudiaba y colaboraba con las publicaciones La Revista y La Reforma. Aún se conserva su primer cuaderno de poesías, que contiene veintidós poemas de distintos estilos, escritos entre 1894 y 1897.

Durante el carnaval de 1898, conoció a su primer amor, María Esther Jurkovski, quien le inspiraría dos de sus obras más importantes: Las sacrificadas (1920) y Una estación de amor (1917). Pero los desencuentros provocados por los padres de la joven —que reprobaban la relación, debido al origen no judío de Quiroga— los llevó a separarse.

Viaje a París

En 1899, se fundó la Revista de Salto. Después de la muerte de su padrastro, decidió invertir la herencia recibida en un viaje a París. Estuvo —contando el tiempo de viaje— cuatro meses ausente. Sin embargo, las cosas no salieron como había planeado: el mismo joven que había partido de Montevideo en primera clase regresó en tercera, andrajoso, hambriento y con una barba negra a la cual ya nunca más renunciaría. Resumió sus recuerdos de esta experiencia en Diario de un viaje a París (1900).

Consultorio del Gay Saber

Al volver a su país natal, Quiroga reunió a Federico Ferrando, Alberto Brignole, Julio Jaureche, Fernández Saldaña, José María Delgado y Asdrúbal Delgado, y fundó con ellos el «Consistorio del Gay Saber», una especie de laboratorio literario experimental donde todos ellos probarían nuevas formas de expresarse y preconizarían los objetivos modernistas de la generación del 900. Pese a su corta existencia, el Consistorio presidió la vida literaria de Montevideo y las polémicas con el grupo de Julio Herrera y Reissig. El Consistorio del Gay Saber fue uno de los cenáculos de Montevideo, junto con la Torre de los Panoramas. Estos lugares eran el centro de reunión de escritores y pensadores de principios del siglo XX. El Consistorio se desarrolló desde 1900 hasta 1902 en una pensión donde Horacio Quiroga alquilaba una habitación, en Montevideo. Emir Rodríguez Monegal manifestó que Quiroga, luego de su residencia en Salto, partió a la capital a vivir con Julio J. Jaureche en una casa de pensión situada en la calle 25 de Mayo 118, segundo piso, entre Colón y Pérez Castellano. Su amigo desde la adolescencia, Alberto J. Brignole, vivía cerca de allí (25 de Mayo 87). Con Asdrúbal E. Delgado y José María Fernández Saldaña, restauraron el viejo grupo, al que se sumó un primo de Jaureche, Federico Ferrando. En la habitación que compartía con Jaureche, fundó Quiroga el Consistorio. Fue su tercer cenáculo literario, y fue bautizado por Ferrando, inspirándose en las agrupaciones poéticas provenzales

La alegría que le provocó la aparición de su primer libro (Los arrecifes de coral) se vio opacada por la muerte de dos de sus hermanos, Prudencio y Pastora, víctimas de la fiebre tifoidea en el Chaco.

Ese mismo año murió su amigo Federico Ferrando. Tras la muerte de su compañero literario Quiroga decidió a disolver el Consistorio y a abandonar el Uruguay para pasar a la Argentina. Cruzó el Río de la Plata en 1902 y fue a vivir con María, otra de sus hermanas. En Buenos Aires, el artista alcanzaría la madurez profesional, que llegaría a su punto culminante durante sus estancias en la selva. Además, su cuñado lo inició en la pedagogía y le consiguió trabajo bajo contrato como maestro en las mesas de examen del Colegio Nacional de Buenos Aires.

Misiones y Chaco

Archivo:Quiroga Lugones y otros
Reunión de literatos en Buenos Aires, 1928: Horacio Quiroga (primero a la izquierda), su amigo Leopoldo Lugones (de brazos cruzados), Baldomero Fernández Moreno (sentado a la izquierda) y Alberto Gerchunoff (sentado al centro).

Ya designado como profesor de castellano en el Colegio Británico de Buenos Aires en marzo de 1903, en junio de ese mismo año y ya convertido en un fotógrafo experto, Quiroga quiso acompañar a Leopoldo Lugones en una expedición a Misiones, financiada por el Ministerio de Educación, en la que Lugones planeaba investigar unas ruinas de las misiones jesuíticas en esa provincia. La excelencia de Quiroga como fotógrafo hizo que Lugones aceptara llevarlo, y el uruguayo pudo documentar en imágenes ese viaje de descubrimiento.

Reconocimiento

Al regresar a Buenos Aires luego de su fallida experiencia en el Chaco, Quiroga abrazó la narración breve. Fue así como en 1904 publicó el libro de relatos El crimen de otro, fuertemente influido por el estilo de Edgar Allan Poe, que fue reconocido y elogiado, entre otros, por José Enrique Rodó. Estas primeras comparaciones con el «Maestro de Boston», no molestaban a Quiroga, que las escucharía con complacencia hasta el fin de su vida y respondería a menudo que Poe era su primer y principal maestro.

Durante dos años trabajó en varios cuentos, entre ellos de terror rural e historias para niños, pobladas de animales que hablan y piensan sin perder las características naturales de su especie. A esta época pertenecen la novela breve Los perseguidos (1905) —producto del viaje con Leopoldo Lugones por la selva misionera hasta la frontera con Brasil— y El almohadón de pluma, publicado en la revista argentina Caras y Caretas en 1905, que llegó a publicar ocho cuentos de Quiroga al año. A poco de comenzar a publicar en ella, Quiroga se convirtió en un colaborador famoso y prestigioso, cuyos escritos eran buscados por miles de lectores.

Misiones

Archivo:Museo Provincial Horacio Quiroga - reconstrucción (2006)
Reconstrucción exacta de la primera casa de Quiroga en San Ignacio. La original fue destruida por indios guaraníes.

En 1906 Quiroga decidió volver a su amada selva. Aprovechando las facilidades que el gobierno ofrecía para la explotación de las tierras, compró una chacra (en sociedad con su amigo uruguayo Vicente Gozalbo) de 185 hectáreas en la provincia de Misiones, sobre la orilla del Alto Paraná, y comenzó a hacer los preparativos destinados a vivir allí, mientras enseñaba Castellano y Literatura.

Durante las vacaciones de 1908, el literato se trasladó a su nueva propiedad, construyó las primeras instalaciones y comenzó a edificar el bungalow donde se establecería. Enamorado de una de sus alumnas —la adolescente Ana María Cires—, le dedicó su primera novela, titulada Historia de un amor turbio. Quiroga insistió en la relación frente a la oposición de los padres de la alumna y por fin obtuvo el permiso para casarse y llevarla a vivir a Misiones con él. Los suegros de Quiroga, preocupados por los riesgos de la vida salvaje, siguieron al matrimonio y se trasladaron a Misiones con su hija y yerno. Así pues, el padre de Ana María, su madre y una amiga de esta se instalaron en una casa cercana a la vivienda del matrimonio Quiroga.

Un año después, en 1911, Ana María dio a luz a su primera hija, Eglé Quiroga, en su casa en la selva. Durante ese mismo año, el escritor comenzó la explotación de sus yerbatales en sociedad con su amigo uruguayo Vicente Gozalbo y, al mismo tiempo, fue nombrado juez de paz (funcionario encargado de mediar en disputas menores entre ciudadanos privados y celebrar matrimonios, emitir certificados de defunción, etcétera) en el Registro Civil de San Ignacio.

Al año siguiente nació su hijo menor, Darío. En cuanto los niños aprendieron a caminar, Quiroga decidió ocuparse personalmente de su educación. Desde muy pequeños, los acostumbró al monte y a la selva, exponiéndolos a menudo —midiendo siempre los riesgos— al peligro, para que fueran capaces de desenvolverse solos y de salir de cualquier situación. Fue capaz de dejarlos solos en la jungla por la noche o de obligarlos a sentarse al borde de un alto acantilado con las piernas colgando en el vacío. El varón y la niña, sin embargo, no se negaban a estas experiencias —que aterrorizaban y exasperaban a su madre—, sino que las disfrutaban. La hija aprendió a criar animales silvestres y el niño a usar la escopeta, manejar una moto y navegar, solo, en una canoa.

Regreso a Buenos Aires

Ana María Cires (1890-1915) falleció en 1915. Muy afectado, Quiroga apenas volvería a mencionar a su primera esposa. Tras la muerte de su joven cónyuge, Quiroga se trasladó con sus hijos a Buenos Aires, donde recibió un cargo de secretario contador en el Consulado General uruguayo en esa ciudad.

A lo largo del año 1917 habitó con los niños en un sótano de la avenida Canning (hoy Raúl Scalabrini Ortiz) 164, alternando sus labores diplomáticas con la instalación de un taller en su vivienda y el trabajo en muchos relatos, que iban siendo publicados en prestigiosas revistas como las ya mencionadas, «P.B.T.» y «Pulgarcito». La mayoría de ellos fueron recopilados por Quiroga en varios libros, el primero de los cuales fue Cuentos de amor de locura y de muerte (1917). La redacción del libro le había sido solicitada por el escritor Manuel Gálvez —responsable de Cooperativa Editorial de Buenos Aires—, y el volumen se convirtió de inmediato en un enorme éxito de público y de crítica, y consolidó a Quiroga como el verdadero maestro del cuento latinoamericano.

Al año siguiente se estableció en un pequeño departamento de la calle Agüero, al tiempo que apareció su celebrado Cuentos de la selva —colección de relatos infantiles protagonizados por animales y ambientados en la selva misionera—. Quiroga dedicó este libro a sus hijos, que lo acompañaron durante ese período de pobreza en el húmedo sótano de dos pequeñas habitaciones y cocina-comedor.

Con dos importantes ascensos en el escalafón consular (primero a cónsul de distrito de segunda clase y luego a cónsul adscrito) llegó también su nuevo libro de cuentos, El salvaje (1919). Al año siguiente, siguiendo la idea del Consistorio, fundó Quiroga la «Agrupación Anaconda», un grupo de intelectuales que realizaba actividades culturales en Argentina y Uruguay. Su única obra teatral (Las sacrificadas) se publicó en 1920 y se estrenó en 1921, año en que salía a la venta Anaconda y otros cuentos, otro libro de cuentos. El diario argentino La Nación comenzó también a publicar sus relatos, que a estas alturas gozaban ya de popularidad. Colaboró también en La Novela Semanal. Entre 1922 y 1924, Quiroga participó como secretario de una embajada cultural a Brasil (cuya Academia de Letras lo distinguió especialmente) y, de regreso, vio publicado su nuevo libro: El desierto.

Por mucho tiempo el escritor se dedicó a la crítica cinematográfica, teniendo a su cargo la sección correspondiente de las revistas Atlántida, El Hogar y La Nación. También escribió el guion para un largometraje (La jangada florida) el cual jamás llegó a filmarse. Poco tiempo después, fue invitado a formar una Escuela de Cinematografía. El proyecto, financiado por inversionistas rusos y que contaría con la inclusión de Arturo S. Mom, Gerchunoff y otros, no prosperó.

Regreso a Misiones

Poco después, Horacio regresó a Misiones. Esta vez nuevamente enamorado, esta vez era de una joven de 17 años, Ana María Palacio. Quiroga intentó convencer a los padres de que la dejasen ir a vivir con él a la selva. La negativa de estos y el consiguiente fracaso amoroso inspiró el tema de su segunda novela, Pasado amor, publicada en 1929. Finalmente, cansados ya del pretendiente, los padres de la joven la llevaron lejos y Quiroga se vio obligado a renunciar a su amor. En una parte de su vivienda, Horacio instaló un taller en el que comenzó a construir una embarcación a la que bautizaría «Gaviota». En su casa —ahora convertida en astillero— fue capaz de concluir esta obra y, puesta ya en el agua, la pilotó río abajo desde San Ignacio hasta Buenos Aires y realizó con ella numerosas expediciones fluviales.

Segundo matrimonio

Archivo:Horacio Quiroga 2
Quiroga junto a su segunda esposa, María Elena Bravo, en Misiones (1932).

A principios de 1926 Quiroga volvió a Buenos Aires y alquiló una quinta en el partido suburbano de Vicente López. En la cúspide misma de su popularidad, una importante editorial le dedicó un homenaje, del que participaron, entre otros, figuras literarias como Arturo Capdevila, Baldomero Fernández Moreno, Benito Lynch, Juana de Ibarbourou, Armando Donoso y Luis Franco. Amante de la música clásica, Quiroga asistía con frecuencia a los conciertos de la Asociación Wagneriana, afición que alternó con la lectura incansable de textos técnicos y manuales sobre mecánica, física y artes manuales.

Para 1927 Horacio había decidido criar y domesticar animales salvajes, mientras publicaba su nuevo libro de cuentos, Los desterrados, que es considerado el más logrado. Quiroga ya había fijado los ojos en quien sería su último y definitivo amor: María Elena Bravo, compañera de escuela de su hija Eglé, que sucumbió a sus reclamos y se casó con él en el curso de ese mismo año sin siquiera haber cumplido veinte años.

Amistades

Además de los ya mencionados Leopoldo Lugones y José Enrique Rodó, la labor de Quiroga en el ámbito literario y cultural le granjeó la amistad y admiración de grandes e influyentes personalidades. De entre ellos se destacan la poeta argentina Alfonsina Storni y el escritor e historiador Ezequiel Martínez Estrada. Quiroga llamaba cariñosamente a este último «mi hermano menor».

Caras y Caretas, mientras tanto, publicó diecisiete artículos biográficos escritos por Quiroga, dedicados a personajes como Robert Scott, Luis Pasteur, Robert Fulton, H. G. Wells, Thomas de Quincey y otros. En 1929 Quiroga experimentó su único fracaso de ventas: la ya citada novela Pasado amor, que solo vendió en las librerías la exigua cantidad de cuarenta ejemplares. A la vez que comenzó a tener graves problemas conyugales.

Último regreso a Misiones

Archivo:Taller Quiroga
Taller de Quiroga.

A partir de 1932 Quiroga se radicó por última vez en Misiones, en el que sería su retiro definitivo, con su esposa y su tercera hija (María «Pitoca» Helena). Para ello, y no teniendo otros medios de vida, consiguió que se promulgase un decreto trasladando su cargo consular a una ciudad cercana. Los celos dominaban a Quiroga, quien pensó que en medio de la selva podría vivir tranquilo con su mujer y la hija de su segundo matrimonio.

Pero un avatar político provocó un cambio de gobierno, que no quiso los servicios del escritor y lo expulsó del consulado. Algunos amigos de Horacio, como el escritor salteño Enrique Amorim, tramitaron la jubilación argentina para Quiroga. Comenzando a partir de este problema, el intercambio epistolar entre Quiroga y Amorím se hizo numeroso. Las cartas que se conservan demuestran que Horacio hacía partícipe a su confidente de la mayor parte de sus problemas —casi todos de índole íntima y familiar—, pidiéndole consejos y ayuda: a la mujer de Quiroga —al igual que su infortunada antecesora— no le gustaba la vida en el monte y las peleas y violentas discusiones se volvieron diarias y permanentes.

En esta época salió a la venta una colección de cuentos ya publicados titulada Más allá (1935). A partir de su interés en las obras de Munthe e Ibsen, Quiroga se decantó por nuevos autores y estilos, y comenzó a planear su autobiografía.

Enfermedad

En 1935 Quiroga comenzó a experimentar molestos síntomas, aparentemente vinculados con una prostatitis u otra enfermedad prostática. Las gestiones de sus amigos dieron frutos al año siguiente, concediéndosele una jubilación. Al intensificarse los dolores y dificultades para orinar, su esposa logró convencerle de trasladarse a Posadas, ciudad en la cual los médicos le diagnosticaron hipertrofia de próstata. Pero los problemas familiares de Quiroga continuarían: su esposa e hija lo abandonaron definitivamente, dejándole —solo y enfermo— en la selva de Misiones. Ellas volvieron a Buenos Aires, y el ánimo del escritor decayó completamente ante esta grave pérdida. Quiroga escribió en una carta a Martínez Estrada: "Cuando consideré que había cumplido mi obra -es decir que había dado de mí todo lo más fuerte- comencé a ver la muerte de otro modo. Algunos dolores, inquietudes, desengaños, acentuaron esa visión. Y hoy no temo a la muerte amigo, porque ella significa descanso".

Cuando el estado de la enfermedad prostática hizo que no pudiese aguantar más, Horacio viajó a Buenos Aires para que los médicos tratasen sus padecimientos. Internado en el prestigioso Hospital de Clínicas de Buenos Aires a principios de 1937, una cirugía exploratoria reveló que sufría de un caso avanzado de cáncer de próstata, intratable e inoperable. María Elena estuvo a su lado en los últimos momentos, así como gran parte de su numeroso grupo de amigos.

Por la tarde del 18 de febrero una junta de médicos explicó al literato la gravedad de su estado. Algo más tarde Quiroga pidió permiso para salir del hospital, lo que le fue concedido, y pudo así dar un largo paseo por la ciudad. Regresó al hospital a las 23:00. Al ser internado Quiroga, se había enterado de que en los sótanos se encontraba encerrado un monstruo: un desventurado paciente con espantosas deformidades similares a las del tristemente célebre inglés Joseph Merrick (el «Hombre Elefante»). Compadecido, Quiroga exigió y logró que el paciente —llamado Vicente Batistessa— fuera libertado de su encierro y se le alojara en la misma habitación donde estaba internado el escritor. Como era de esperar, Batistessa se hizo amigo y rindió adoración eterna y un gran agradecimiento al gran cuentista, por su gran gesto humano.

Estilo

Seguidor de la escuela modernista fundada por Rubén Darío y lector de Edgar Allan Poe y Guy de Maupassant, Quiroga se sintió atraído por temas que abarcaban los aspectos más extraños de la naturaleza, a menudo teñidos de horror, enfermedad y sufrimiento para los seres humanos. Muchos de sus relatos pertenecen a esta corriente, cuya obra más emblemática es la colección Cuentos de amor de locura y de muerte.

Por otra parte, se percibe en Quiroga la influencia del británico Rudyard Kipling (El libro de la selva), que cristalizaría en su propio Cuentos de la selva, ejercicio literario de fantasía dividido en varios relatos protagonizados por animales. Su Decálogo del perfecto cuentista, dedicado a los escritores jóvenes, establece ciertas contradicciones con su propia obra. Mientras que el decálogo pregona un estilo económico y preciso, empleando pocos adjetivos, redacción natural y llana y claridad en la expresión, en muchas de sus relatos Quiroga no sigue sus propios preceptos, utilizando un lenguaje recargado, con abundantes adjetivos y un vocabulario por momentos ostentoso.

Al desarrollarse aún más su particular estilo, Quiroga evolucionó hacia el retrato realista (casi siempre angustioso y desesperado) de la salvaje naturaleza que le rodeaba en Misiones: la jungla, el río, la fauna, el clima y el terreno forman el andamiaje y el decorado en que sus personajes se mueven, padecen y a menudo mueren. Especialmente en sus relatos, Quiroga describe con arte y humanismo la tragedia que persigue a los miserables obreros rurales de la región, los peligros y padecimientos a que se ven expuestos y el modo en que se perpetúa este dolor existencial a las generaciones siguientes. Trató, además, muchos temas considerados tabú en la sociedad de principios del siglo XX, revelándose como un escritor arriesgado, desconocedor del miedo y avanzado en sus ideas y tratamientos. Estas particularidades siguen siendo evidentes al leer sus textos hoy en día.

Algunos estudiosos de la obra de Quiroga opinan que, la fascinación del escritor con la muerte, los accidentes y la enfermedad (temas los cuales lo relacionan con Edgar Allan Poe y Baudelaire) se debe a la vida trágica que le tocó en suerte. Sea esto cierto o no, en verdad Horacio Quiroga ha dejado para la posteridad algunas de las piezas más trascendentales de la literatura hispanoamericana del siglo 20.

Libros

Cronología bibliográfica de publicaciones en vida del autor:

  • Diario de viaje a París (Testimonio y observaciones, Ed. Páginas de Espuma, Montevideo, 1900)
  • Los arrecifes de coral (Prosa y verso, El Siglo Ilustrado, Montevideo, 1901)
  • El crimen del otro (Cuentos, Ed. Emilio Spinelli, Buenos Aires, 1904)
  • Los perseguidos (Relato, Ed. Arnaldo Moen y Hno., Buenos Aires, 1905)
  • Historia de un amor turbio (Novela, Ed. Arnaldo Moen y Hno., Buenos Aires, 1908)
  • Cuentos de amor de locura y de muerte (Cuentos, Soc. Coop. Editorial Ltda., Buenos Aires, 1917)
  • Cuentos de la selva (Cuentos infantiles, Soc. Coop. Editorial Ltda., Buenos Aires, 1918)
  • El salvaje (Cuentos, Soc. Coop. Editorial Ltda., Buenos Aires, 1920)
  • Las sacrificadas (Cuentos escénicos en cuatro actos, Soc. Coop. Editorial Ltda., Buenos Aires, 1920)
  • El hombre muerto (cuento), Diario porteño La Nación, Buenos Aires, 1920)
  • Anaconda (Cuentos, Agencia Gral. de Librería y Publicaciones, Buenos Aires, 1921)
  • El desierto (Cuentos, Ed. Babel, Buenos Aires, 1924)
  • Los desterrados (Cuentos, Ed. Babel, Buenos Aires, 1926)
  • Pasado amor (Novela, Ed. Babel, Buenos Aires, 1929)
  • Suelo natal (Cuentos, Ed. Crespillo, Buenos Aires, 1931)
  • Más allá (Cuentos, Soc. Amigos del Libro Rioplatense, Buenos Aires - Montevideo, 1935)

A la deriva 1907

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Horacio Quiroga para Niños. Enciclopedia Kiddle.