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Siglo XIX en Cantabria para niños

Enciclopedia para niños

El siglo XIX fue un periodo muy importante para la historia de Cantabria, ya que en él se formaron las bases de lo que hoy conocemos como esta comunidad autónoma.

En el aspecto político, se logró unir el territorio con la creación de la provincia de Santander. En esta provincia, las ideas del liberalismo (que buscaban más libertad y derechos para los ciudadanos) se hicieron muy fuertes, especialmente en la ciudad de Santander.

Económicamente, el comercio que se realizaba a través del puerto de Santander se hizo muy sólido. Hacia finales de siglo, Cantabria empezó a especializarse en la ganadería y a desarrollar sus primeras industrias.

Socialmente, la burguesía (personas con negocios y dinero) se convirtió en la clase más importante. También apareció una pequeña clase media (profesionales, pequeños comerciantes) y, al terminar el siglo, empezó a formarse una clase obrera (trabajadores de fábricas y minas).

El fin de una época: el Antiguo Régimen

Archivo:Santander.Estatua.a.la.gloria.del.heroe
Estatua en Santander en honor a Pedro Velarde, un héroe cántabro de la guerra de la Independencia Española.

El levantamiento contra la invasión de las tropas de Napoleón en 1808 marcó el inicio del fin del Antiguo Régimen en España. Este sistema se basaba en el poder absoluto del rey, una economía feudal (donde la tierra era lo más importante y la gente dependía de los señores) y la desigualdad entre las personas. Así comenzó la Edad Contemporánea, un siglo XIX lleno de cambios.

Durante este siglo, hubo una gran lucha entre el liberalismo (que defendía una constitución, igualdad de derechos y una economía de libre mercado) y los grupos que querían mantener el Antiguo Régimen, como la nobleza y el clero.

Cantabria fue parte de esta lucha. Al principio del siglo XIX, era una región muy rural con estructuras feudales. El liberalismo llegó de la mano de los comerciantes de Santander. Ellos, que habían prosperado con el Antiguo Régimen, apoyaron los cambios liberales cuando vieron que el viejo sistema frenaba su crecimiento. Sin embargo, sus decisiones políticas siempre fueron prácticas, priorizando sus intereses económicos.

Los comerciantes temían que los cambios se salieran de control y se convirtieran en una revolución popular. Por eso, el liberalismo en Cantabria (y en España) fue moderado y buscó acuerdos. El sistema que se estableció a partir de 1833 fue un pacto entre las viejas élites (la nobleza rural) y las nuevas (la burguesía mercantil), creando un Estado que protegía sus intereses.

Los campesinos, que eran la mayoría de la población cántabra, fueron los más afectados por este pacto. Para muchos que no eran dueños de tierras, las nuevas reglas del libre mercado fueron muy perjudiciales.

La Guerra de la Independencia

Cuando se supo que la familia real estaba retenida por Napoleón en Bayona y que las tropas francesas invadían España, estalló una rebelión en Madrid el 2 de mayo de 1808. En ella destacaron los capitanes Daoíz y Velarde, este último de Muriedas (Valle de Camargo). Aunque fue duramente reprimida, la rebelión se extendió por todo el país.

Al principio, las autoridades de Santander fueron cautelosas, temiendo el castigo francés y un levantamiento popular. Pero el 26 de mayo de 1808, el pueblo se levantó. Las autoridades decidieron liderar el movimiento para controlarlo. Se formó una Junta Suprema Cantábrica, presidida por el obispo Rafael Tomás Menéndez de Luarca. Se organizó un Armamento Cántabro con 5000 voluntarios. Sin embargo, las tropas francesas ganaron batallas en Lantueno y El Escudo, y tomaron Santander el 23 de junio.

La resistencia guerrillera se extendió por toda la región. Destacaron líderes como Juan López Campillo y Juan Díaz Porlier El Marquesito, quien reorganizó las fuerzas bajo el nombre de División Cántabra. La lucha causó muchas pérdidas humanas y materiales. En 1812, la retirada de tropas francesas hacia Rusia y las ofensivas guerrilleras debilitaron a Napoleón. En Cantabria, la base francesa en Santoña se convirtió en un fuerte inexpugnable hasta 1814. El último acto de guerra en la región fue el 11 de mayo de 1813, cuando los franceses tomaron Castro-Urdiales tras un asedio.

La vuelta al absolutismo

El regreso de Fernando VII significó la restauración del absolutismo. Se eliminó la Constitución de 1812 y se impuso un régimen represivo. En Santander, el obispo Menéndez de Luarca fue un gran defensor del absolutismo. Los campesinos, afectados por el hambre, y la burguesía, arruinada, ofrecieron poca resistencia.

Sin embargo, el fracaso del reinado de Fernando VII en asegurar la prosperidad de la burguesía santanderina hizo que esta apoyara el levantamiento liberal de 1820. El proyecto reformista del Trienio Liberal (1820-1823) fracasó por problemas internos y la oposición de los tradicionalistas, apoyados por monarquías europeas. Una nueva invasión francesa, los Cien Mil Hijos de San Luis, abolió la Constitución y restauró el poder absoluto del rey. En Cantabria, solo Santoña resistió varios meses.

Así comenzó la Ominosa Década (1823-1833), el último periodo del reinado de Fernando VII. Los voluntarios realistas fueron su principal fuerza represora. Se formó una Brigada de Cantabria con 7000 hombres, que fue la fuerza dominante del periodo, imponiendo las ideas más estrictas del absolutismo.

Archivo:Fernando VII en un campamento, por Goya
Retrato de Fernando VII de Francisco de Goya, en el Museo Municipal de Bellas Artes de Santander.

El Estado liberal: su llegada y desafíos

En Cantabria, la guerra civil que estalló tras la muerte de Fernando VII (la I Guerra Carlista, 1833-1840) fue muy dura debido a la división interna de la región. En las zonas rurales, el carlismo (que apoyaba a Carlos V, hermano de Fernando VII) era fuerte, ya que la población agraria estaba apegada a sus viejas costumbres y era influenciada por el clero. El liberalismo, en cambio, se limitaba a algunas zonas costeras y, sobre todo, a Santander, donde la burguesía necesitaba eliminar las barreras que el absolutismo ponía a su comercio. La cercanía al País Vasco y Navarra, importantes focos carlistas, convirtió a Cantabria en un frente de guerra.

La Guerra Carlista

En 1833, hubo un fuerte levantamiento carlista en la montaña cántabra, liderado por el coronel Pedro Bárcena, con el objetivo de tomar la capital. Solo Santander, Castro, Santoña y Laredo se mantuvieron fieles a la heredera (Isabel II). En Santander se organizó un Batallón de Vecinos Honrados que detuvo la ofensiva carlista en la Acción de Vargas (3 de noviembre). Esto aseguró el control liberal del territorio, pero no eliminó las simpatías carlistas, alimentadas por la cercanía del frente vizcaíno.

La causa carlista, además de contar con el apoyo de los grupos privilegiados que veían peligrar su posición social, se alimentaba de campesinos empobrecidos que se rebelaban contra un régimen que no resolvía sus problemas y atacaba sus tradiciones. La Iglesia más conservadora también apoyó el carlismo, sintiéndose atacada por las reformas liberales.

La precariedad del control de la recién creada Provincia de Santander (1833) por parte de la burguesía liberal llevó a esta a "preparar" las elecciones de los nuevos Ayuntamientos en 1835 para asegurar su apoyo. Así comenzaron las prácticas de clientelismo (favores a cambio de votos) que asegurarían la permanencia del sistema. Los caciques locales (personas influyentes) movían el apoyo político a cambio de favores, más por intereses personales que por programas políticos. Este sistema continuaría, y se perfeccionaría, durante la Restauración.

El reinado de Isabel II

El fin de la guerra civil con la derrota carlista en Ramales de la Victoria (1839) trajo un periodo de estabilidad que permitió el crecimiento económico. Para Santander, significó el fin de una época difícil y la continuidad de su prosperidad comercial, alcanzando su punto máximo a mediados de siglo. Sin embargo, esta calma era solo aparente. La Monarquía constitucional se apoyaba en los liberales más moderados, aliados con sectores tradicionalistas. El régimen no era democrático, ya que la reina tenía mucho poder y el voto estaba restringido a los más ricos. Además, la marginación política de los liberales progresistas los llevó a apoyarse en el ejército para llegar al gobierno.

En Cantabria, a partir de la década de 1840, se definieron los grupos políticos que apoyaban el nuevo Estado: Progresistas y Moderados. Estos últimos, más fuertes, incluían a liberales conservadores y antiguos absolutistas. A mediados de siglo, la Unión Liberal se convirtió en el partido dominante, caracterizado por su estabilidad y su capacidad de llegar a acuerdos.

La Diputación Provincial, con pocas atribuciones, se convirtió en el lugar donde se resolvían las tensiones entre los grupos de poder.

Archivo:Grupfanelli
Fotografía de 1869 en Madrid. De izquierda a derecha: Fernando Garrido, Elias Reclus, José María Orense (sentado), político demócrata de Laredo, Aristides Rey y Giuseppi Fanelli.

Las bases sociales del régimen de Isabel II se fueron debilitando. Cuando estalló la crisis económica en la década de 1860, los intereses populares y burgueses se unieron para impulsar reformas que permitieran superar la crisis. En Cantabria, la burguesía, siempre práctica, volvió a apoyar un cambio que ofreciera soluciones a una economía comercial que mostraba signos de agotamiento. Además, la escasez y el desempleo causados por la crisis habían empeorado las condiciones de vida de las clases medias y bajas de Santander.

El Sexenio Democrático

La Gloriosa Revolución comenzó en septiembre de 1868 con la sublevación de la escuadra en Cádiz. Inmediatamente fue apoyada por la guarnición de Santoña y el levantamiento en Santander. Los revolucionarios cortaron la vía férrea para impedir la llegada de fuerzas del gobierno. Aunque el gobierno envió tropas, la victoria del general Serrano en Alcolea puso fin al reinado de Isabel II, dando inicio al Sexenio Democrático (1868-1874).

Este fue un proyecto reformista apoyado por los liberales más progresistas y nuevos grupos demócratas y republicanos. Buscaban un régimen democrático, basado en la libertad política y el sufragio universal masculino (derecho a voto para todos los hombres), y que el parlamento fuera el centro del poder. También impulsaron medidas para el desarrollo económico. En Santander, hubo un gran entusiasmo republicano, apoyado por las nuevas clases medias. En el resto de la región, el apoyo fue escaso. Los tradicionalistas se reorganizaron para defender la Iglesia católica frente a la libertad de cultos, y se les unieron liberales moderados descontentos.

A pesar de sus intenciones, el proyecto democrático fracasó. Sus impulsores no lograron un sistema político estable, y las disputas internas no ayudaron a legitimarlo. Esto, sumado a la crisis económica y la sensación de caos social, alejó a los grupos burgueses, que temían que la libertad política llevara a una revolución social. Además, la insurrección en Cuba ponía en peligro el mercado colonial, vital para la economía santanderina.

Las clases populares también vieron frustradas sus esperanzas de mejora. La falta de fondos llevó al gobierno a mantener impuestos impopulares, y las guerras (colonial, cantonalista y carlista) obligaron a seguir con el servicio militar obligatorio para las familias más humildes. Sin apoyos ni recursos, las minorías demócratas que sostenían la frágil república instaurada en 1873 no pudieron detener un nuevo levantamiento que, en diciembre de 1874, restauró la monarquía con Alfonso XII, hijo de la reina depuesta.

Hacia la especialización ganadera

Al principio del siglo XIX, la agricultura era la principal fuente de ingresos para la mayoría de la población, pero tenía muchas deficiencias que la limitaban a la subsistencia (producir solo para el propio consumo). Las aldeas cántabras cultivaban varios productos (maíz, alubias, patatas, viñas) para su propio sustento. La baja productividad de las pequeñas parcelas y la falta de capital impedían modernizar las explotaciones agrícolas, manteniendo al campo cántabro en el subdesarrollo.

El atraso en la agricultura se debía también a la estructura de la propiedad. Más de la mitad de las tierras cultivables estaban en manos de un pequeño porcentaje de la población (grandes familias y personas influyentes), mientras que la mayoría de los habitantes tenían parcelas mínimas.

Este minifundismo (muchas parcelas pequeñas) dificultaba la mejora de la productividad. Las malas comunicaciones, tanto dentro de la provincia como con el exterior, también contribuían al aislamiento y frenaban el desarrollo.

La pesca sufría problemas similares. Las pequeñas barcas, con falta de capital y tecnología, condenaban a las familias de los marineros a condiciones de vida muy precarias.

Agricultura y mercado

La nueva economía de mercado que se impuso en el siglo XIX también afectó a la tierra, provocando muchos traspasos de propiedades. Sin embargo, esto no cambió la estructura de la propiedad. Una nueva élite de propietarios se consolidó con el régimen liberal, principalmente burgueses de Santander y personas influyentes locales que compraron tierras desamortizadas (propiedades de la Iglesia o municipios vendidas por el Estado) o de agricultores arruinados.

El paisaje de minifundios no cambió, sino que se consolidó. La extensión de la propiedad, acentuada por los cerramientos (apropiación de terrenos comunales por particulares), restringió la práctica tradicional del colonato (trabajar tierras ajenas). Una consecuencia inevitable fue la emigración, ya que la desigualdad en el reparto de la tierra y la debilidad de otros sectores económicos impedían el sustento de una población en crecimiento.

La emigración había sido tradicionalmente una estrategia de supervivencia. A partir de 1880, esta emigración se dirigió masivamente hacia América (Cuba, México, Estados Unidos), impulsada por campesinos pobres (hasta un cuarto de millón salieron de la provincia antes de la Guerra Civil), que no encontraban futuro en una economía poco desarrollada y huían del servicio militar obligatorio.

La especialización ganadera y la industrialización a partir de 1900 reforzaron estos flujos migratorios. Las remesas de dinero que enviaron o trajeron a su vuelta (el 8,86% del PIB regional en 1913) fueron fundamentales para muchas familias y permitieron a otras comprar tierras. También fomentaron numerosas obras sociales, como casas de salud y escuelas.

Las propuestas de reforma chocaron con obstáculos: la negativa de las clases poderosas a cambiar, la falta de dinero y cultura de los agricultores, los periodos de inestabilidad política y la insolvencia del Estado. Ante la imposibilidad de cambiar la estructura de la propiedad, se impuso la idea de que el único camino era la especialización productiva. Dadas las características geográficas y climáticas de la región, y la mano de obra disponible, esta especialización apuntaba a la ganadería.

Archivo:Tudancu
Toro y vacas tudancos en Mazcuerras.

Sin embargo, esta posibilidad se enfrentaba a un obstáculo: la pobreza de la población agrícola. Solo la burguesía santanderina, tras un siglo de expansión mercantil, tenía los recursos. Pero estos se destinaban a actividades comerciales y otros sectores rentables, como el ferrocarril o las sociedades financieras. La oportunidad para reorientar estas inversiones llegó en el último tercio del siglo XIX, con una crisis económica. Esta crisis tuvo dos caras: una agropecuaria, causada por la llegada de alimentos de otros países (Estados Unidos, Argentina, Australia) con los que la producción nacional no podía competir; y una crisis colonial, ya que el mercado cubano estaba siendo absorbido por Estados Unidos. La pérdida definitiva de este mercado llegó con la guerra de 1898 y el fin de los restos del imperio.

La burguesía regional reaccionó al declive de su prosperidad reorientando sus inversiones hacia los recursos naturales de la provincia: los yacimientos mineros y la ganadería. Así, el final de siglo trajo el inicio de la producción vacuna que tanto ha marcado la identidad de Cantabria en el último siglo.

El sector ganadero

Aunque la ganadería siempre ha sido importante en Cantabria, antes del siglo XIX no era una verdadera especialización. Estaba limitada por problemas similares a la agricultura: explotaciones pequeñas, falta de tecnología e inversiones. La ganadería era un sector secundario, complementario de la agricultura (animales de tiro, abono, pieles, alimentos, ingresos).

Con la apertura del Camino de Reinosa a mediados del siglo XVIII, que conectaba Santander con la meseta castellana, se impulsó el crecimiento económico en el corredor del Besaya, incluyendo el sector ganadero. El transporte de mercancías (lanas, granos, harinas) hizo necesario un número creciente de animales de tiro.

Otro foco de especialización se encontró en las tierras pasiegas, donde se impuso el cierre de los campos (a diferencia de los campos abiertos del resto de la región) y los ganaderos se especializaron en la cría de vacuno, buscando vender carne y lácteos. La leche de la especie pasiega no era abundante, pero sí de gran calidad. Era una incipiente economía de mercado.

Sin embargo, el verdadero motor del sector ganadero en Cantabria fue la demanda de las ciudades. A mediados del siglo XIX, el crecimiento de las ciudades era notable en España. En Cantabria, el crecimiento de Santander era evidente, tras más de un siglo de economía comercial. Esto generó una importante demanda de alimentos (sin olvidar la cercanía de Bilbao). Este mercado impulsó la especialización vacuna, primero cárnica y luego lechera, acelerada por la crisis agraria de finales de siglo y el cambio de estrategia de inversión de la burguesía santanderina. También contribuyó la importación de especies vacunas extranjeras, como la frisona holandesa, más productoras de leche que las autóctonas (tudanca). Prueba del éxito de esta reorientación es la aparición de numerosas ferias ganaderas en toda la región, como las de Torrelavega, Solares u Orejo.

Auge y declive del comercio. El inicio de la industria

Desde la segunda mitad del siglo XVIII, Santander se había convertido en un gran centro comercial, exportando granos y harinas de Castilla e importando productos coloniales. Estos productos no eran de Cantabria, ya que la región apenas generaba excedentes para exportar. Por lo tanto, el comercio santanderino no unió la región internamente. Sin embargo, sí consolidó una burguesía de negocios experimentada y fuerte, formada por comerciantes, navieros, comisionistas y banqueros, que se convirtió en la élite económica, política y social de la nueva provincia.

La economía portuaria, sin embargo, era un sistema comercial débil e inseguro, basado en tres elementos clave: el control del mercado harinero castellano, el mercado colonial y una política estatal proteccionista. El sistema pareció romperse cuando el Estado no pudo asegurarlos entre 1793 y 1833. Pero después de este periodo crítico, el comercio se reactivó gracias a leyes proteccionistas para la importación de granos y harinas, el fomento de la exportación, el aumento de la producción de cereales y la guerra carlista, que al inutilizar el puerto de Bilbao, hizo que las mercancías llegaran a Santander.

Archivo:Santander.Isla.Magdalena
La Península de la Magdalena con su palacio, símbolo de la próspera burguesía de Santander.

Su máximo desarrollo se alcanzó a mediados de siglo, momento en el que comenzaron a aparecer sus debilidades. Por un lado, se redujo el control del mercado antillano debido a la competencia de Estados Unidos y el deseo de independencia de cuba. Por otro lado, la zona productora de Castilla perdió importancia debido a la reorganización del comercio en la Península por la expansión del ferrocarril. El desarrollo de una nueva zona productora de cereales en La Mancha, que abastecía a Cataluña, y la pérdida de capacidad productiva de Castilla, provocaron el descenso de la demanda de harinas a través de Santander.

La consecuencia de este declive fue la necesidad de adaptar las bases económicas de la prosperidad burguesa. El puerto reorientó sus exportaciones del mercado antillano al europeo, y también los productos (el aumento de las exportaciones de minerales alcanzó el 80% del total en 1910, aunque su valor real fuera menor).

Reorientación de las inversiones

Así, el capital de Santander se reinvirtió en la explotación de la ganadería vacuna y en la extracción de los recursos mineros de la región. Destacaron el zinc, en Picos de Europa y Reocín, y especialmente el hierro de Peña Cabarga, Camargo y la zona de Castro-Urdiales (llegando a ser la segunda provincia productora después de Vizcaya). Aunque al principio las empresas mineras se nutrían principalmente de capital extranjero (francés, belga, inglés) y de dinero repatriado de las Antillas, y la mayor parte del producto se exportaba fuera de la provincia, impulsó beneficios para la economía regional: la expansión del ferrocarril, puestos de trabajo, el desarrollo de Torrelavega como centro industrial y la creación de una red bancaria. Como desventajas, podemos señalar los bajos salarios, las malas condiciones laborales (incluido el trabajo infantil), el agotamiento de recursos no renovables y la degradación de amplios espacios naturales. A largo plazo, esto impulsaría la moderna industrialización de la región.

El impacto ecológico de este desarrollo se hizo notar rápidamente, transformando el paisaje cántabro con consecuencias irreversibles. La importante deforestación que había sufrido el este de Cantabria (por ferrerías, astilleros, fábricas de cañones y expansión de praderas) se vio aumentada por las explotaciones mineras y los centros industriales (relleno de marismas, contaminación de ríos), la especialización lechera (extensión de pastos a costa de bosques) y la aparición del pino y el eucalipto en detrimento de especies autóctonas, por su uso para la pasta de papel.

El crecimiento económico permitió completar una red viaria provincial que en gran medida ha llegado hasta nuestros días y ha influido en la economía y demografía de la región. Esta red comenzó con la apertura del camino de Reinosa a Alar del Rey en 1753, fundamental para el desarrollo de Santander y que comunicaba Cantabria con la meseta castellana. En el siglo XIX, se amplió, conectando la capital con los centros productivos de Castilla y el valle del Ebro (La Rioja), además de un camino paralelo a la costa que unía Santander con los principales puertos costeros.

Era una red concentrada en la zona central y sin conexiones entre las diferentes vías, lo que marginaba amplias zonas del interior. No se trataba de satisfacer las necesidades de comunicación de la región, sino de reforzar el papel de Santander como gran puerto del Cantábrico.

La red ferroviaria construida en la segunda mitad del siglo XIX acentuó estas características. Se estableció una vía entre Santander y Alar del Rey, abierta en 1866, que completaba el camino de las harinas. Otra horizontal, el Ferrocarril del Cantábrico, unía Santander con Oviedo y Bilbao a finales de siglo. Y el Ferrocarril Económico entre Astillero y Ontaneda, proyectado para fomentar el desarrollo minero de la zona e inaugurado en 1902. Así se consolidó una red en forma de “T” (trazado longitudinal norte-sur y horizontal paralelo a la costa), que servía a los intereses de la exportación de minerales y marcaría el desarrollo posterior de Cantabria, creando una nueva división regional.

Por un lado, una zona central (Reinosa-Torrelavega-Santander) con notable desarrollo industrial, complementada con un eje costero, ambos polos de concentración de población y producción. Por otro lado, numerosos valles del interior marginados económicamente y condenados a despoblarse por la emigración. Esta situación se reforzó con el crecimiento industrial del siglo XX.

Una sociedad en cambio

Las transformaciones económicas, institucionales y políticas que Cantabria vivió desde la segunda mitad del siglo XVIII tuvieron claras consecuencias en su sociedad y cultura. El crecimiento constante de la población hizo que esta se duplicara entre 1752 y 1910, pasando de 138.200 a 302.956 habitantes. La densidad de población subió de 26 a 52 habitantes por kilómetro cuadrado, aunque no de forma uniforme. La población creció en ciertas zonas (Santander y sus alrededores, el canal del Besaya, centros comarcales, algunos núcleos costeros) mientras el resto se despoblaba. Este desequilibrio ha continuado hasta la actualidad.

El ritmo del crecimiento demográfico tampoco fue constante. Si en el siglo XVIII el aumento fue moderado, en el XIX se aceleró, especialmente entre 1830-1860 y a partir de 1880. La desaceleración en las décadas de 1860 y 1870 se explica por las limitaciones del lento desarrollo de la región: la excesiva presión del trabajo sobre la tierra, sin inversiones ni una mejor organización del trabajo, se combinó con un aumento de las migraciones, afectando las tasas de crecimiento.

Los cambios en la población no fueron solo de cantidad. Las estructuras sociales también sufrieron importantes alteraciones. A lo largo del siglo XIX, se desarrolló una población urbana incipiente alrededor de Santander, que contrastaba con la sociedad agraria y rural predominante en el resto de la región. Esta dualidad se mantuvo durante todo el siglo, aunque la extensión de la economía de mercado al campo y la expansión de una pujante cultura urbana provocaron la progresiva desintegración de la tradicional sociedad rural.

En Santander, la formación de esta nueva sociedad vino de la mano de la expansión comercial y el crecimiento económico, acelerando el aumento demográfico y la diversificación social y profesional de la población. La cúspide de esta pirámide la formaba una élite de grandes comerciantes: capitalistas, grandes almacenistas, inversores, financieros, propietarios de ferrocarriles. Debajo de ellos crecían unas clases medias compuestas por artesanos y trabajadores especializados, con ingresos medios-bajos y cierta inestabilidad social; junto a ellos, funcionarios civiles y militares. Destaca la aún escasa presencia de profesionales libres (médicos, abogados), la imparable pérdida de importancia de los sectores tradicionales (agricultores, marineros y pescadores) y los primeros indicios de proletarización (formación de la clase obrera).

En el mundo rural, a pesar de las dificultades para clasificar socialmente el campo cántabro, podemos negar una visión demasiado homogénea. Se podía distinguir un alto campesinado formado por propietarios acomodados que explotaban su ganado en régimen de aparcería (compartiendo la cosecha o el ganado con el dueño de la tierra). Un medio campesinado con tierras suficientes para subsistir, combinadas con otras arrendadas a grandes propietarios. Y un bajo campesinado compuesto por minifundistas, colonos, aparceros, arrendatarios y jornaleros con dificultades para subsistir, lo que les obligaba a emigrar estacional o permanentemente. Aunque en gran medida era una sociedad cerrada, dedicada al autoabastecimiento y con poco comercio, existía una parte de la población dedicada a funciones no directamente relacionadas con la tierra. Entre ellos, una variedad de artesanos (canteros, curtidores, carpinteros), la mayoría agricultores a tiempo parcial; funcionarios locales; algunos profesionales liberales (médicos, cirujanos, abogados o escribanos); y comerciantes, como taberneros, vendedores ambulantes y transportistas.

Véase también

Galería de imágenes

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Siglo XIX en Cantabria para Niños. Enciclopedia Kiddle.