Edad Media en Cantabria para niños
La Edad Media o Medievo es un largo periodo de la historia de la civilización occidental. Duró casi mil años, desde el año 476, cuando cayó el Imperio romano de Occidente, hasta 1492, con el descubrimiento de América. Otra fecha importante para su final es 1453, cuando cayó el Imperio bizantino, lo que coincidió con la invención de la imprenta y el fin de la guerra de los Cien Años.
Este extenso periodo se divide en dos grandes etapas: la Alta Edad Media y la Baja Edad Media.
Contenido
Alta Edad Media: Los Primeros Siglos

El Ducado de Cantabria: Un Nuevo Comienzo
En el siglo III, el Imperio Romano enfrentó grandes problemas. Esto llevó a cambios importantes en los siguientes dos siglos, con la llegada de pueblos de Europa central y oriental. Estos pueblos, como los visigodos, se sintieron atraídos por las tierras más ricas del sur y oeste. Así, la Antigüedad terminó y comenzó una nueva época: el Medievo. Fue una mezcla de la cultura grecorromana con las costumbres de los pueblos germánicos.
En Hispania (la península ibérica), llegaron varios pueblos a partir del año 409, como los suevos, vándalos, alanos y, sobre todo, los visigodos. Estos últimos se asentaron en la península a partir del siglo VI.
El rey visigodo Leovigildo (574) conquistó Amaya y estableció el Ducado de Cantabria, una provincia visigoda. Después de este periodo, el nombre de Cantabria casi no aparece en los documentos, y se empieza a usar más el de Asturias para diferentes zonas, como Asturias de Santillana, Asturias de Trasmiera y Asturias de Laredo. Los cántabros, astures y vascones siguieron causando problemas al reino visigodo hasta su desaparición a principios del siglo VIII. De hecho, en el año 711, el rey Roderico estaba en una campaña militar al norte de sus tierras.
La Conquista y la Reconquista: Un Nuevo Reino
En el año 714, las fuerzas del Califato Omeya llegaron a conquistar los valles altos del Ebro y Amaya, la capital cántabra. Esto obligó a los cántabros a defenderse en sus fronteras. Las primeras crónicas de la Reconquista mencionan a Cantabria como una unidad territorial. Por ejemplo, la Crónica Albeldense dice que Alfonso I era hijo de Pedro, duque de Cantabria, lo que confirma la existencia de este ducado.
Alrededor del año 722, un líder llamado Pelayo logró una victoria militar contra las tropas omeyas en los Picos de Europa. Aunque estos hechos ocurrieron en una zona del ducado de Cantabria, tuvieron grandes consecuencias. Dieron origen a una nueva entidad política: el reino de Asturias. Las crónicas de la época convirtieron a Don Pelayo en un héroe asturiano, aunque su origen era cántabro.
El pequeño condado de Pelayo, protegido por los Picos de Europa, se consolidó como el reino de Asturias durante el reinado de su yerno Alfonso I (739-757), hijo del duque Pedro de Cantabria. Cuando se liberó Gijón, la fama de Asturias se extendió por toda la península, y el ducado de Cantabria dejó de existir. Sin embargo, este ducado fue el único territorio que no fue invadido por completo durante la conquista musulmana. La rebelión se extendió por toda la Cornisa Cantábrica al oeste del Nervión, lo que llevó a campañas contra Al-Ándalus y al despoblamiento de la cuenca del Duero.
En el siglo VIII se establecieron las bases de la Cantabria actual. Las formas de vida cambiaron mucho con la llegada de población hispanorromana y visigoda, que trajo el cristianismo. La gente se asentó de forma permanente en los valles, y la agricultura (cereales, vid, frutas) y la ganadería se hicieron más fuertes. La antigua organización tribal desapareció, siendo reemplazada por familias cristianas.
Estos cambios llevaron a la aparición de la sociedad feudal. Los monasterios y algunos nobles se quedaron con las tierras productivas, y la población se sometió a ellos mediante lazos de vasallaje. Hubo tensiones y rebeliones de campesinos, que fueron duramente reprimidas.
El cristianismo se hizo muy fuerte, asimilando antiguas creencias y reprimiendo el paganismo. Las consecuencias no fueron iguales en todas las zonas. Mientras que Campoo y Valderredible siguieron poco poblados, y los valles de Nansa y Saja crecieron lentamente, Liébana se convirtió en un centro importante. Esto fue gracias a su cercanía a los centros de poder (como Cangas de Onís y Oviedo) y a su buen clima para los cultivos.
La comarca de Liébana se convirtió en un refugio para la cultura latina y visigoda que huía de las zonas dominadas por Córdoba. Esta cultura se conservó en sus muchos monasterios, que fueron pilares de la nueva sociedad feudal. A uno de ellos, el de San Martín de Turieno (hoy Santo Toribio), llegó desde Astorga el Lignum Crucis, un fragmento de la cruz de Cristo, para protegerlo de los ataques.
En este periodo, destacó el monje Beato, defensor de las ideas católicas y autor de los Comentarios al Apocalipsis, una obra importante del cristianismo de la Alta Edad Media. Él impulsó la idea de que el apóstol Santiago había estado en Hispania, lo que llevó al descubrimiento de su tumba en Galicia (814).
Al mismo tiempo, floreció un estilo arquitectónico único, llamado arte de repoblación. Se ve en las construcciones religiosas prerrománicas que se extendieron por la región. Iglesias y monasterios se convirtieron en centros económicos y administrativos de las zonas agrícolas cercanas. Los campesinos les daban sus tierras a cambio de protección, o trabajaban como arrendatarios en tierras de los monasterios.
Baja Edad Media: Crecimiento y Conflictos
La expansión del feudalismo en Europa entre los siglos XI y XIII se reflejó en la península ibérica con el gran avance de los reinos cristianos frente a la España musulmana, que quedó reducida al Reino nazarí de Granada. Esto tuvo importantes efectos en Cantabria.
El avance de los reinos cristianos hacia el sur hizo que los centros de poder se movieran hacia la Meseta, dejando a los antiguos núcleos cántabros en una posición menos importante. Sin embargo, el desarrollo del feudalismo y la expansión del reino castellano dieron un nuevo papel a la costa cántabra. En el siglo XII, bajo el reinado de Alfonso VIII, la corona de Castilla decidió impulsar el desarrollo de cuatro puertos cántabros. El objetivo era doble: mejorar el comercio con Europa atlántica y fortalecer la frontera marítima de Castilla.
Las Villas Marineras: Puertos de Comercio
Así nacieron los fueros concedidos a los puertos de Castro-Urdiales (1173), Santander (1187), Laredo (1200) y San Vicente (1210), junto al de Santillana del Mar en 1209. Estos fueros eran leyes que daban privilegios: les daban el estatus de villas, autonomía para gobernarse y exenciones de impuestos. El crecimiento económico que siguió impulsó el aumento de la población y el desarrollo urbano, con calles más ordenadas y murallas que marcaban la diferencia entre la ciudad y el campo.
La nueva posición de Cantabria como frontera marítima y punto comercial de Castilla facilitó una mejor conexión económica con la Meseta. Sin embargo, el comercio fue modesto porque el territorio era pobre, rural y dominado por señores, lo que impidió que las innovaciones se extendieran más allá de la costa. Esto mantuvo la división entre las diferentes zonas de Cantabria (villas y valles, costa e interior, llanos y montaña).
El auge de las villas marineras impulsó el desarrollo del gótico en Cantabria. Este arte urbano, que evolucionó del románico y se extendió por Europa desde el siglo XII, reflejaba el crecimiento de las ciudades en la Baja Edad Media. En la arquitectura gótica, los muros gruesos fueron reemplazados por pilares y contrafuertes, lo que permitió grandes ventanales con hermosas vidrieras de colores, llenando de luz las amplias catedrales. Los arcos de medio punto y las bóvedas de cañón evolucionaron a arcos apuntados y bóvedas de crucería. Los principales ejemplos cántabros se encuentran en las iglesias de las villas marineras y en monasterios como Santo Toribio o Santa María de Puerto (Santoña).

Entre las actividades marítimas, destacó la pesca, que antes era solo para subsistir y ahora se regulaba para el comercio. También crecieron industrias como la construcción y la salazón (conservación de alimentos con sal). Se crearon nuevas rutas comerciales, tanto por mar como por tierra. La costa cántabra se convirtió en la salida al mar de Castilla, importando productos de Flandes, Inglaterra y Francia, y exportando lanas y cereales. Este comercio se especializó hacia Flandes en los siglos XIV y XV.
Este gran volumen de comercio, facilitado por avances en las técnicas de navegación, generó muchos ingresos para las villas y para la hacienda real. También llevó a la especialización de los marineros (marineros, maestres, pilotos, remeros) y a la creación de cofradías de pescadores y marineros. A cambio de su prosperidad, las villas debían participar con barcos y hombres en la expansión militar castellana. Destacaron en la toma de ciudades como Cartagena (1245) y Sevilla (1248). En Sevilla, bajo el mando del almirante Ramón de Bonifaz, rompieron el puente de barcas que unía Triana y Sevilla, una acción que se representa con un barco y la Torre del Oro en los escudos de Santander y Cantabria.

La intensidad del comercio en el mar Cantábrico y la necesidad de defender sus derechos impulsaron a los puertos del norte de la península a unirse en la Hermandad de las Marismas (1296). Formaron parte de ella Santander, Laredo, Castro-Urdiales, Bermeo, Guetaria, San Sebastián, Fuenterrabía y Vitoria, y San Vicente de la Barquera se unió al año siguiente. Esta Hermandad se convirtió en una gran fuerza naval al servicio de la Corona castellana, pero mantuvo mucha autonomía, participando en conflictos como la guerra de los Cien Años según sus propios intereses.
La prosperidad de las villas llevó a una mayor diversidad social y profesional en las ciudades. Aunque la mayoría de la población eran marineros que combinaban el comercio y la pesca con trabajos agrícolas. La sociedad estaba dividida entre una mayoría sin privilegios (el común), que pagaba impuestos y no tenía representación en el gobierno local, y una minoría privilegiada (el patriciado urbano).
Linajes Nobles y Conflictos: Las Guerras de Banderías
La conexión entre las ciudades y los valles se dio a través de estos grupos privilegiados, que extendieron sus lazos al campo y se mezclaron con linajes nobiliarios (familias nobles). Esta conexión, aunque limitada, no logró una verdadera integración entre el campo y la ciudad. Sin embargo, la lucha entre los diferentes clanes por aumentar su poder causó un largo periodo de violencia en Cantabria.
En la Baja Edad Media, los señoríos de los monasterios se debilitaron, y los nobles laicos (no religiosos) ganaron poder. A partir del siglo XIII, la gran expansión del reino castellano hacia el sur de la península llevó a muchas concesiones a los caballeros que participaron en ella, en forma de tierras, privilegios fiscales y judiciales. Estas concesiones se mantuvieron y aumentaron en los dos siglos siguientes debido a las guerras dinásticas que afectaron a la corona.
Así se extendió por Cantabria una compleja red de relaciones feudales, organizada por linajes. Los miembros de cada familia se agrupaban alrededor del pariente más importante. La lucha entre linajes por extender sus intereses y aumentar sus bienes los llevaba a unirse a señores más poderosos y a integrar a nuevos "parientes" de forma más o menos voluntaria. Estas estrategias se usaban con mucha violencia, sumergiendo a la región en una interminable guerra civil.
Entre los linajes más poderosos destacaron los La Vega, Manrique o Velasco, junto a muchos pequeños señores envueltos en constantes luchas de banderías. Estas guerras causaron mucha violencia en valles y villas en un contexto de crisis generalizada que afectó a toda Europa a finales de la Edad Media (siglos XIV y XV). Estas luchas terminaron con la imposición autoritaria del poder real sobre la nobleza castellana por parte de los Reyes Católicos al inicio de la Edad Moderna.
Como reacción a los abusos de los señores feudales, los valles y entidades más pequeñas se fortalecieron. Los afectados por la "ofensiva señorial" se vieron obligados a organizarse en concejos y juntas para protegerse. Esta resistencia, a veces armada, se canalizó a través de la justicia real, logrando sentencias favorables después de largos pleitos. Así, defendieron su condición de tierras de Realengo: dependencia directa del rey sin la intervención de otro señor laico o religioso (los "reales valles").
Así se formó una organización del territorio donde el concejo se consolidó como la unidad básica. Era una institución local formada por vecinos que elegían anualmente a sus representantes. Los concejos, a su vez, se reunían en entidades superiores, los Valles (Alfoces o Juntas), para coordinar sus intereses. Estas entidades también se integraron en la estructura territorial de toda la Corona castellana a partir del siglo XII: las Merindades.
Gracias al Libro de las Merindades de Castilla o Becerro de las Behetrías (1352), podemos conocer las entidades que dividían el territorio cántabro en la Baja Edad Media: la Merindad de Liébana con sede en Potes, la de Campoo alrededor de Reinosa, las Asturias de Santillana con capital en Santillana del Mar y Trasmiera con sede en Hoz de Anero.
A este mapa administrativo se añadieron a partir del siglo XIV los Corregidores, representantes reales que podían controlar varias merindades. En Cantabria se establecieron dos corregimientos: uno para Asturias de Santillana, Campoo y Liébana (1396) y otro para las Cuatro Villas y Trasmiera.
Esta estructura administrativa, junto con la sociedad feudal, sobrevivió con algunas modificaciones durante toda la Edad Moderna hasta que fue reemplazada en el siglo XIX por la estructura territorial basada en la provincia y los ayuntamientos.
