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Régimen político de la Restauración para niños

Enciclopedia para niños

El sistema político de la Restauración fue la forma de gobierno que tuvo España durante un periodo conocido como la Restauración, desde 1874 hasta 1923. Se basó en la Constitución española de 1876, que estuvo en vigor hasta el año 1923. Era una monarquía constitucional, lo que significa que había un rey, pero su poder estaba limitado por una constitución. Sin embargo, no era un sistema democrático ni parlamentario en el sentido moderno.

Este sistema se estableció durante el breve reinado de Alfonso XII (1874-1885) y marcó un nuevo comienzo para el gobierno liberal en España.

La característica más importante del sistema de la Restauración fue la diferencia entre lo que decía la Constitución y las leyes (el "país legal") y cómo funcionaba realmente el gobierno (el "país real"). Aunque parecía un régimen parlamentario similar al de Gran Bretaña, donde los partidos se alternaban en el poder según los votos, en España no eran los ciudadanos quienes decidían. En cambio, era el Rey, aconsejado por los políticos más importantes, quien decidía qué partido gobernaría. A esto se le llamó el «turnismo».

Una vez que el Rey nombraba a un nuevo presidente de gobierno, este convocaba elecciones para asegurarse una gran mayoría en el parlamento. Esto se lograba mediante el fraude electoral, que era posible gracias a una red de personas influyentes llamadas «caciques» que controlaban las elecciones en sus zonas. Así, los gobiernos cambiaban antes de las elecciones, y no como resultado de ellas. La manipulación y el fraude electoral eran parte esencial del sistema.

En 1902, el pensador Joaquín Costa describió el gobierno de España como una «oligarquía y caciquismo», una idea que muchos historiadores han usado para entender este periodo.

El historiador José Varela Ortega ha señalado que la estabilidad del gobierno liberal, el mayor logro de la Restauración, se consiguió manteniendo el orden político y social existente y permitiendo el caciquismo. Los políticos de la Restauración no quisieron o no pudieron movilizar a la gente para que participara más, por lo que el Rey se convirtió en el árbitro de los cambios de poder. Esto significó que la decisión no estaba en el pueblo, sino en el Rey y las Cortes. Al elegir esta forma de gobierno, los políticos unieron el destino de la Monarquía a partidos que no dependían de la opinión de la gente, lo que tendría consecuencias importantes a largo plazo.

El Sistema Político de la Restauración

Archivo:El turno pacifico(El loro)-1-
Caricatura de El Loro (1881) sobre el «turno pacífico» entre los dos grandes partidos de la Restauración: conservadores y liberales. En la imagen de arriba es el líder liberal Sagasta el que sirve la mesa del gobierno conservador presidido por Cánovas. En la imagen de abajo es Cánovas el que hace lo mismo con el gobierno liberal presidido por Sagasta.

El sistema político de la Restauración fue un periodo clave en la historia de España, caracterizado por una monarquía constitucional que buscaba estabilidad después de años de cambios.

¿Qué fue el sistema de la Restauración?

El sistema de la Restauración se basó en la Constitución española de 1876. Aunque era una monarquía constitucional, no era una monarquía parlamentaria ni democrática. Sus defensores la veían como un sistema liberal, mientras que sus críticos, especialmente los regeneracionistas, la consideraban una oligarquía (gobierno de unos pocos).

Este sistema se desarrolló durante el reinado de Alfonso XII (1874-1885). Su principal característica era la diferencia entre lo que la ley decía y cómo funcionaba en la realidad. Formalmente, era un régimen parlamentario con dos grandes partidos que se alternaban en el gobierno. Sin embargo, en la práctica, no eran los votantes quienes decidían, sino el Rey, quien "aconsejaba" a la élite política.

El "Turnismo": ¿Cómo funcionaba la alternancia en el poder?

El «turnismo» era la alternancia pactada en el gobierno entre los dos partidos principales: el Partido Liberal-Conservador y el Partido Liberal-Fusionista. Una vez que el Rey nombraba a un nuevo presidente, este disolvía las Cortes (el parlamento) y convocaba elecciones. El objetivo era "fabricar" una mayoría cómoda en el parlamento a través del fraude electoral.

Este fraude se lograba gracias a una red de caciques (personas con mucho poder e influencia local) que controlaban los votos en sus regiones. Así, los gobiernos cambiaban antes de las elecciones, y no como resultado de ellas. La manipulación y el fraude electoral eran fundamentales para el funcionamiento del sistema. Observadores extranjeros, como el embajador británico en 1895, confirmaron que las elecciones en España eran manipuladas por el gobierno.

Oligarquía y Caciquismo: El poder en pocas manos

Archivo:Mapa del caciquismo en España, de Moya
«Mapa del caciquismo en España», de Moya (1897). Aparecen los principales diputados con arraigo por provincia, cuyo escaño no se negociaba en el encasillado, y que eran los grandes caciques del régimen político de la Restauración.

En 1902, Joaquín Costa describió el gobierno de España como una «oligarquía y caciquismo». La oligarquía era una minoría de políticos profesionales en Madrid que solo buscaban su propio interés. Esta oligarquía se apoyaba en una red de caciques locales. Los gobernadores civiles eran el enlace entre los grandes políticos y los caciques locales. Costa afirmó que la oligarquía y el caciquismo no eran excepciones, sino la regla del sistema.

Historiadores más recientes han estudiado el caciquismo como un sistema de «relaciones patrón/cliente». El cacique actuaba como intermediario entre la administración y los ciudadanos, usando su influencia para favorecer a sus "clientes" (seguidores) de forma ilegal. La frase que resumía su actuación era: "la ley rige para el enemigo y para el amigo el favor". El cacique controlaba decisiones administrativas y judiciales importantes para la vida de la gente, asegurándose de que se tomaran a su favor.

La naturaleza oligárquica del régimen se ve en la estrecha relación entre la élite política y las élites sociales y económicas (grandes terratenientes y alta burguesía). Muchos políticos importantes también formaban parte de los consejos de administración de grandes empresas. Sin embargo, la mayoría de los políticos profesionales no venían de la élite económica, sino de las clases medias, especialmente abogados y periodistas. Los partidos eran de «notables», es decir, dominados por unos pocos individuos influyentes.

El objetivo de un político era ser diputado, ya que era la forma de acceder a cargos más altos. Para lograrlo, debían ser "clientes" de un político ya establecido y mostrarle lealtad. Se calcula que entre 50.000 y 100.000 cargos cambiaban con cada rotación de gobierno.

El proyecto político de Cánovas del Castillo

Archivo:Antonio Cánovas del Castillo ret 22
Antonio Cánovas del Castillo. Su proyecto político constituyó la base del régimen de la Restauración.

Antonio Cánovas del Castillo fue la figura clave en la creación del sistema de la Restauración. A diferencia de otros políticos que querían volver al pasado, Cánovas creía que la monarquía debía incluir a todas las opciones conservadoras y liberales, sin depender de un solo partido. Quería que la nueva monarquía de Alfonso fuera un punto de encuentro para todos, excepto para los carlistas (a la derecha) y los republicanos (a la izquierda).

Su visión quedó plasmada en el Manifiesto de Sandhurst de 1874, redactado por él mismo y firmado por el príncipe Alfonso. Este manifiesto buscaba:

  • Restaurar la monarquía con legitimidad.
  • Buscar la paz y el acuerdo entre diferentes posturas.
  • Compartir la soberanía nacional entre el Rey y las Cortes.
  • Ofrecer una solución "tolerante" a la cuestión religiosa.

Cánovas formó un gobierno que incluía a diferentes grupos, incluso a algunos que habían participado en la Revolución de 1868. Su objetivo principal era lograr la estabilidad del Estado liberal y la monarquía constitucional. Para ello, era esencial que las distintas facciones liberales pudieran alternarse en el poder sin poner en peligro el sistema. Esto también ayudaría a que los militares se mantuvieran al margen de la política, lo que se logró en gran medida.

El principal obstáculo de Cánovas fueron los moderados, que querían volver a la situación anterior a 1868. Cánovas no aceptó sus tres demandas principales: restablecer la Constitución de 1845, reimplantar la «unidad católica» (prohibiendo otras religiones) y el regreso inmediato de la reina Isabel II. La negativa a restablecer la unidad católica fue clave para que los moderados se disolvieran como grupo y se formara el Partido Liberal-Conservador de Cánovas.

Cánovas no creía en el sufragio universal (el derecho a votar para todos los hombres). Cuando se aprobó en 1890, dijo que si se aplicaba de verdad a la gente sin educación y pobre, llevaría al "triunfo del comunismo" y la "ruina de la propiedad".

El Marco Legal: La Constitución de 1876

Archivo:Manuel Alonso Martínez
Manuel Alonso Martínez, líder del sector Partido Constitucional, que se sumó al proyecto de Cánovas de aprobar una nueva Constitución, abandonando la reivindicación de la Constitución española de 1869. Sus seguidores fueron llamados centralistas por el nombre del grupo que formaron: el Centro Parlamentario.

La Constitución española de 1876 fue una mezcla de las Constituciones de 1845 (más conservadora) y 1869 (más democrática), pero con un predominio de la primera. Su principio fundamental era la soberanía compartida entre las Cortes y el Rey, en lugar de la soberanía nacional (el poder en el pueblo).

Para Cánovas, la Monarquía no era solo una forma de gobierno, sino el corazón del Estado español. Por eso, la Monarquía estaba por encima de las leyes y de los debates parlamentarios. El Rey era el símbolo de la soberanía, la legalidad y la permanencia, por encima de la lucha de los partidos.

La Constitución de 1876 mantenía una amplia declaración de derechos individuales, pero permitía que las leyes ordinarias los limitaran. En temas conflictivos, se optó por una redacción ambigua para que cada partido (conservador o liberal) pudiera gobernar con sus propios principios sin cambiar la Constitución.

Un ejemplo fue el sufragio (derecho al voto). La ley electoral decidiría si sería restringido (solo para unos pocos) o universal (para todos los hombres). Aunque en 1890 se implantó el sufragio universal masculino, el fraude electoral siguió siendo la norma. Los gobiernos se formaban antes de las elecciones y siempre obtenían una gran mayoría.

El Senado, la Cámara Alta, tenía la mitad de sus 360 senadores vitalicios (por derecho propio o nombrados por el Rey) y la otra mitad elegidos por cinco años por corporaciones y grandes contribuyentes. El Congreso de los Diputados era elegido por cinco años, aunque en la práctica las legislaturas duraban poco más de dos años.

El tema más debatido fue la cuestión religiosa. Se eliminó la libertad de cultos de la Constitución de 1869, pero Cánovas impidió que se reimplantara la unidad católica (que solo permitía el catolicismo). La Constitución de 1876 declaró el Estado católico, pero permitió la tolerancia para otras religiones en privado.

El Funcionamiento Real del Sistema

Archivo:Alfonso XII, rey de España (Museo del Prado)
Retrato de Alfonso XII junto al trono y a uno de los dos leones del edificio de las Cortes por Alejandro Ferrant y Fischermans (circa 1875).

La principal característica del sistema de la Restauración fue la gran diferencia entre lo que la Constitución decía y cómo funcionaba en la realidad. Aunque parecía un sistema parlamentario como el británico, donde los partidos se alternaban según los resultados electorales, en España no eran los ciudadanos quienes decidían. Era el Rey, aconsejado por la élite política, quien determinaba la alternancia entre los partidos conservador y liberal. Una vez que el Rey disolvía las Cortes, el nuevo presidente convocaba elecciones para "fabricar" una mayoría parlamentaria mediante el fraude electoral y la red de caciques.

Así, los gobiernos cambiaban antes de las elecciones, no como resultado de ellas. Joaquín Costa definió el gobierno de España como una «oligarquía y caciquismo». Otros autores, como el republicano Gumersindo de Azcárate, ya habían denunciado la manipulación y el fraude.

El historiador José María Jover destacó esta dualidad entre la "constitución formal" y el "funcionamiento real". Los creadores del sistema ya contaban con que la práctica política no seguiría las reglas formales. Esto permitía a los partidos en el poder llevar a cabo sus proyectos y también usar el presupuesto y los empleos públicos para favorecer a sus seguidores, lo que se conoce como clientelismo político.

El Rey, árbitro entre los partidos: «la regia prerrogativa»

Archivo:Francisco Romero Robledo Ministro de la Gobernación
Francisco Romero Robledo, un «septembrista» «arrepentido» que se sumó al proyecto canovista. Como ministro de la Gobernación destacó por sus «maniobras» electorales para conseguir una mayoría aplastante para el Gobierno de Cánovas, inaugurando así una de las características definitorias del régimen político de la Restauración: el fraude electoral.

Para Cánovas, la experiencia anterior había demostrado que la opinión de la gente no decidía quién gobernaba, sino que los gobiernos "creaban" sus propias mayorías parlamentarias. Los gobiernos siempre ganaban las elecciones, sin importar de qué partido fueran. Cánovas decía que el gobierno era el "gran manipulador" y que el electorado era una "masa que se mueve al empuje y a gusto de la voluntad de los gobiernos".

Por eso, Cánovas creía que la Corona debía ser el instrumento para asegurar la alternancia de los dos grandes partidos liberales. El Rey se convirtió en el «poder moderador», garantizando que los gobiernos no se quedaran en el poder indefinidamente, incluso si perdían la confianza de la gente, gracias a su capacidad para manipular las elecciones. El Rey decidía los cambios de gobierno basándose en su interpretación de los cambios en la "opinión".

En resumen, el Rey era quien otorgaba el poder a un partido, que luego convocaba elecciones y siempre ganaba con una gran mayoría. A esta atribución real se le llamó «la regia prerrogativa». El monarca se convirtió en la pieza clave del sistema. El embajador británico Robert Morier explicó en 1883 que la decisión final sobre el destino político de la nación no estaba en los votos, sino en la Corona, porque la máquina electoral pertenecía al Ministerio de la Gobernación.

El ejercicio de esta "regia prerrogativa" fue complicado. El Rey tenía grandes poderes, pero le faltaban herramientas para usarlos bien. La clave para el Rey era la capacidad de un líder para mantener la unidad de su partido.

La «soberanía compartida» entre el Rey y las Cortes (artículo 18 de la Constitución) era la base legal para que la Corona distribuyera el poder a los partidos. El Rey era el símbolo de la soberanía y la estabilidad, y también la pieza clave en el ejercicio del poder. Esto le daba al Rey un poder personal y extraordinario, aunque limitado por la Constitución. Cánovas lo justificaba por la falta de un electorado independiente de los gobiernos.

En síntesis, el monarca tenía en sus manos todas las llaves del sistema político de la Restauración. Los gobiernos necesitaban la confianza tanto de las Cortes como del Rey. La "regia prerrogativa" era la capacidad del Rey para arbitrar la vida política. Cánovas logró que la Monarquía fuera un poder real y efectivo, moderador y director de la política, mientras no hubiera un electorado maduro.

Además, el Rey, como "rey soldado" y jefe supremo del Ejército, tenía la función de "civilizar" la vida política, evitando que los militares intervinieran. Este objetivo se logró plenamente, ya que los pocos intentos de golpes de estado republicanos fracasaron.

La alternancia entre los dos grandes partidos liberales: el «turno»

Archivo:Turnismo
Caricatura en El Motín representando a Cánovas y a Sagasta columpiándose en un tronco apoyado en las espaldas de una alegoría de España.

Dado que el acceso al poder no dependía de las elecciones, sino de la decisión del Rey, bastaba con dos grandes partidos que se "turnaran" en el gobierno. Uno representaba un liberalismo más conservador (el Partido Liberal-Conservador, liderado por Cánovas) y el otro, un liberalismo más progresista (el Partido Liberal-Fusionista, liderado por Sagasta). Ambos partidos intentaron incluir todas las tendencias políticas, excluyendo solo a los que no aceptaban la monarquía constitucional (carlistas y republicanos) o los principios de libertad y propiedad (socialistas y anarquistas).

Como no necesitaban el apoyo de la opinión pública en las elecciones, estos partidos siguieron siendo «partidos de notables», dominados por unos pocos individuos influyentes.

La primera alternancia, resultado de la "regia prerrogativa", ocurrió en febrero de 1881, cuando el partido de Sagasta llegó al poder después de seis años de gobiernos conservadores. Esta decisión fue personal de Alfonso XII, sin consultar a Cánovas. Esto demostró que el Rey era el intérprete final de la situación y tenía el poder de decisión.

En noviembre de 1885, ante la muerte prematura de Alfonso XII y la perspectiva de la regencia de su joven esposa María Cristina de Habsburgo, Cánovas dimitió y aconsejó a la regente que llamara a Sagasta al poder. Este acuerdo, conocido como el «Pacto de El Pardo», consolidó el sistema de la Restauración. La muerte del Rey y este pacto marcaron la consolidación definitiva del régimen.

Este acuerdo hizo que los dos grandes partidos fueran los verdaderos directores de la vida política, controlando de forma consensuada tanto el poder del Rey como la creación de las mayorías parlamentarias. Esto dio estabilidad al sistema, pero también generó sus mayores limitaciones.

El hecho de que la Monarquía fuera un poder real y efectivo tuvo un precio: el fraude permanente en las elecciones. La vida política era una ficción, donde los votantes eran reemplazados por la voluntad del Rey, lo que generaba un «turnismo» que daba estabilidad, pero de espaldas a la voluntad nacional.

El acuerdo de que el Rey repartiera el poder eliminó la necesidad de golpes militares, pero también desincentivó la competencia electoral. Esto reforzó el clientelismo político, donde el favor y el amiguismo eran más importantes que los principios generales. La falta de legitimidad moral del sistema tuvo un alto costo a largo plazo.

El Partido Liberal ayudó a desmantelar la amenaza republicana atrayendo a diferentes grupos con sus reformas. Sin embargo, esta adaptación a la mecánica política basada en la manipulación de las leyes hizo que el partido perdiera audacia y voluntad de reformar el sistema, lo que llevó a su desprestigio.

En resumen, los dos partidos renunciaron a tener elecciones limpias y a que el gobierno fuera elegido por el parlamento y este por los votantes. En cambio, usaron la manipulación electoral para alternarse en el poder. Durante 44 años (1879-1923) y 21 elecciones, el partido que las convocaba siempre las ganaba.

La posibilidad de este pacto se debía a que ambos partidos compartían las mismas bases sociales (las clases propietarias) y sus ideas principales se hicieron muy similares con el tiempo. De hecho, algunos políticos cambiaban de partido sin problemas ideológicos. Un cacique, cuando se le preguntó por qué apoyaba a liberales y conservadores, respondió: "Yo no cambio nunca. El que cambia es el Gobierno. Yo siempre estoy con quien está en el Gobierno".

La siguiente tabla muestra el «turnismo» entre conservadores y liberales desde 1879 hasta 1923:

Elecciones Resultados (escaños) Partido que convoca y gana las elecciones
(Presidente del Gobierno)
Monarca
Gobierno Oposición
20 de abril de 1879 293 escaños 99 escaños Partido Liberal-Conservador
(Arsenio Martínez-Campos)
Alfonso XII
392 diputados en España más 15 de Puerto Rico y 24 de Cuba.
21 de agosto de 1881 297 escaños 95 escaños Partido Liberal
(Práxedes Mateo Sagasta)
392 diputados en España más 15 de Puerto Rico y 24 de Cuba.
27 de abril de 1884 318 escaños 73 escaños Partido Liberal-Conservador
(Antonio Cánovas del Castillo)
393 diputados en España más 15 de Puerto Rico y 24 de Cuba.
4 de abril de 1886 278 escaños 117 escaños Partido Liberal
(Práxedes Mateo Sagasta)
Alfonso XIII
(Regencia)
395 diputados en España más 15 de Puerto Rico y 24 de Cuba.
1 de febrero de 1891 262 escaños 139 escaños Partido Liberal-Conservador
(Antonio Cánovas del Castillo)
401 diputados en España más 15 de Puerto Rico y 30 de Cuba.
5 de marzo de 1893 281 escaños 120 escaños Partido Liberal
(Práxedes Mateo Sagasta)
401 diputados en España más 16 de Puerto Rico y 30 de Cuba.
12 de abril de 1896 284 escaños 117 escaños Partido Liberal-Conservador
(Antonio Cánovas del Castillo)
401 diputados en España más 16 de Puerto Rico y 30 de Cuba.
27 de marzo de 1898 272 escaños 129 escaños Partido Liberal
(Práxedes Mateo Sagasta)
401 diputados en España más 16 de Puerto Rico y 30 de Cuba.
16 de abril de 1899 243 escaños 159 escaños Partido Liberal-Conservador
(Francisco Silvela)
402 diputados en España peninsular e insular.
19 de mayo de 1901 260 escaños 142 escaños Partido Liberal
(Práxedes Mateo Sagasta)
402 diputados en España.
30 de abril de 1903 232 escaños 171 escaños Partido Liberal-Conservador
(Francisco Silvela)
Alfonso XIII
403 diputados en España peninsular e insular.
10 de septiembre de 1905 228 escaños 176 escaños Partido Liberal
(Eugenio Montero Ríos)
404 diputados en España peninsular e insular.
21 de abril de 1907 250 escaños 154 escaños Partido Liberal-Conservador
(Antonio Maura)
404 diputados en España peninsular e insular.
8 de mayo de 1910 215 escaños 189 escaños Partido Liberal
(José Canalejas)
404 diputados en España peninsular e insular.
8 de mayo de 1914 221 escaños 187 escaños Partido Liberal-Conservador
(Eduardo Dato)
408 diputados en España peninsular e insular.
9 de abril de 1916 233 escaños 176 escaños Partido Liberal
(Conde de Romanones)
409 diputados en España peninsular e insular.
24 de febrero de 1918 349 escaños 59 escaños Partido Liberal (Gobierno de concentración)
(Manuel García Prieto)
409 diputados en España peninsular e insular.
1 de junio de 1919 198 escaños 211 escaños Partido Liberal-Conservador
(Antonio Maura)
409 diputados en España peninsular e insular.
19 de diciembre de 1920 224 escaños 185 escaños Partido Liberal-Conservador
(Eduardo Dato)
409 diputados en España peninsular e insular.
29 de abril de 1923 222 escaños 187 escaños Partido Liberal
(Miguel García Prieto)
409 diputados en España peninsular e insular.

Los mecanismos del fraude electoral

El fraude electoral era una parte fundamental del sistema de la Restauración.

El sistema electoral y el fraude

Archivo:Por dónde viene la muerte, de Demócrito
Caricatura de El Motín titulada Por dónde viene la muerte. Representa la disputa entre los miembros del gobierno de Sagasta sobre el reparto de los distritos electorales. A continuación de Sagasta (arriba a la izquierda) y siguiendo el sentido de las manecillas del reloj: Venancio González, Francisco de Paula Pavía y Pavía, Manuel Alonso Martínez, Arsenio Martínez Campos, el marqués de la Vega de Armijo, José Luis Albareda, Fernando León y Castillo y Juan Francisco Camacho.

La Ley electoral de 1878 estableció que la mayoría de los diputados (unos 300 de 400) se eligieran en distritos uninominales, donde el candidato con más votos ganaba el escaño. Esto facilitaba mucho el fraude. El Gobierno Provisional de la Segunda República Española en 1931 criticó este sistema por permitir la manipulación y la compra de votos.

La mayoría de los pocos diputados de partidos no dinásticos (republicanos, socialistas) eran elegidos en las circunscripciones plurinominales (donde se elegían varios diputados), porque allí el fraude era más difícil si los votantes estaban movilizados.

El «encasillado»: El reparto de escaños

Archivo:Romero Robledo, de Demócrito
Caricatura de El Motín en forma de auca sobre la carrera política de Francisco Romero Robledo publicada el 28 de agosto de 1881, pocos meses después de la caída gobierno de Cánovas del que él era el «habilidoso» Ministro de la Gobernación. Uno de los pareados dice: "En timos electorales / deja a Posada en pañales".

El fraude electoral comenzaba con el «encasillado». Era un acuerdo pacífico para repartir los escaños entre el partido que iba a gobernar (que obtenía una gran mayoría) y el partido saliente (que recibía menos escaños, pero suficientes para ser una "oposición leal"). Esta reunión se hacía en el Ministerio de la Gobernación, donde el ministro, conocido como el "Gran Elector", acordaba el reparto de los distritos.

Se decidía sobre los distritos "disponibles" o "muertos", cuyos candidatos eran llamados «cuneros» o "trashumantes" porque no tenían raíces en el lugar. En cambio, los distritos "propios" eran aquellos donde un diputado ya tenía asegurada la elección gracias a sus redes de apoyo local. Estos diputados eran llamados "cangrejos ermitaños" porque eran muy difíciles de desalojar.

Los diputados «cuneros» no tenían un distrito propio y su elección dependía del apoyo del gobierno. Un ejemplo es Joaquín Chapaprieta, que fue diputado por varias provincias diferentes. Otro caso es el de José Martínez Ruiz Azorín, que fue diputado por distritos de Almería y Pontevedra sin tener que ir a ellos.

El artículo 29 de la Ley electoral de 1907, impulsada por Antonio Maura, simplificó el «encasillado». Establecía que si solo se presentaba un candidato en un distrito, este era elegido sin necesidad de votación. Esto llevó a que muchos escaños se cubrieran sin pasar por las urnas, lo que reducía la participación de los votantes.

La «preparación» de la elección

Archivo:Pucherazo
Portada del semanario satírico Don Plácido, de Cartagena, en 1914. En ella se muestra a un esqueleto votando sobre el subtítulo «Un elector de los que hay muchos», como denuncia del fraude electoral mediante los «lázaros» (falsos electores que votaban tomando el nombre de una persona fallecida que había sido inscrita en el censo de forma fraudulenta).

Una vez acordado el «encasillado», el ministro de la Gobernación comunicaba a los gobernadores civiles el resultado deseado para sus provincias. Estos, a su vez, lo transmitían a los alcaldes, quienes eran responsables del proceso electoral. Se amenazaba a los alcaldes con expedientes, inspecciones o la suspensión de obras públicas si no cooperaban. Si las amenazas no funcionaban, se les multaba o suspendía. Lo mismo ocurría con los jueces, para asegurar la impunidad de las manipulaciones.

El control de los ayuntamientos permitía manipular el censo electoral. Las listas de votantes se "hinchaban" con nombres de personas inexistentes, a menudo tomados de cementerios, por lo que quienes votaban por ellos eran llamados «lázaros» (resucitados). También se eliminaban votantes "hostiles".

El siguiente paso era controlar las mesas electorales, lo que se hacía a través de los alcaldes. Se falsificaba la elección de los interventores o se manipulaban las firmas.

El día de las elecciones: el «pucherazo»

Archivo:1880-08-22, La Campana de Gracia, Lo canonje madrilenyo
Caricatura de La Campana de Gracia (1880) titulada Lo canonje... madrilenyo ('El canónigo... madrileño') en la que se denuncia el pucherazo. El prestidigitador es el ministro de la Gobernación Francisco Romero Robledo. El pie de imagen dice (en catalán): "Caballeros y caballeras... Aquí tienen ustedes estas urnas ¿no hay nada, es verdad? ¡Pues ahora verán como sin trampa y con un puñado de polvos Cánovis trápalis, salen de ellas unas diputaciones provinciales conservadoras".

El día de las elecciones se usaban todo tipo de trucos, conocidos genéricamente como «pucherazo» (literalmente, "volcar el puchero" o la urna). Se difundían noticias falsas sobre la retirada de candidatos rivales, se cambiaban los horarios de votación o se trasladaban los colegios electorales. Si esto no era suficiente, se "escondían" las papeletas contrarias y se introducían las favorables en la urna. Incluso se podían romper las urnas para anular la elección si el resultado era desfavorable. A veces se compraban votos o se usaba la violencia.

Sin embargo, la coacción física era rara. Lo más común era forzar la voluntad de los votantes que dependían de la administración. La "preparación del distrito" (manipulación del censo y autoridades locales) hacía que las coacciones explícitas fueran innecesarias. La falta de competencia política y la desmovilización de los votantes eran las razones principales. La abstención en las elecciones de la Restauración era masiva, aunque las actas oficiales la ocultaban.

Una vez realizadas las elecciones, los candidatos electos se presentaban en Madrid. El Congreso de Diputados, con mayoría del gobierno, podía revisar las actas de elección y revocar la elección de un candidato no "encasillado" si encontraba algún "defecto de forma".

¿Por qué el sistema no evolucionó hacia un régimen democrático?

A pesar de la implantación del sufragio universal (masculino) en 1890, que aumentó el número de votantes de 800.000 a 4.800.000, el sistema no se democratizó. Aunque en las grandes ciudades (Madrid, Barcelona, Valencia) los partidos no dinásticos (republicanos, socialistas, nacionalistas catalanes) lograron más diputados, nunca consiguieron una representación que amenazara al gobierno del «turnismo».

Según Carlos Dardé, hay dos razones principales por las que el sufragio universal no acabó con el turno:

  • Los distritos rurales (uninominales) seguían siendo la mayoría (unos 300 de 400 diputados), y allí las «redes caciquiles» seguían funcionando. Las circunscripciones plurinominales, que incluían grandes ciudades, también abarcaban amplias zonas rurales, lo que permitía a los caciques controlar los votos y asegurar el triunfo de los candidatos "encasillados".
  • La condición social de los nuevos votantes. La mayoría eran hombres rurales, muy pobres y analfabetos, ajenos a un proyecto democrático. Muchos esperaban una revolución social en el sur o el triunfo del carlismo en el norte, y habían sufrido represión o derrotas en guerras civiles.

José Varela Ortega añade un tercer factor: la falta de partidos "modernos" basados en la opinión pública. En cambio, existían partidos caciquiles interesados en favores personales más que en ideas. Los partidos del turno eran un conjunto de facciones débilmente unidas.

Los políticos de la Restauración no eran antidemócratas por principio, y muchos criticaban el caciquismo. Sin embargo, se resistían a la "movilización política" que exigía la democracia. Temían destruir sus propias organizaciones caciquiles y que, al hacerlo, el juego político quedara en manos del ministro de la Gobernación, lo que podría llevar a nuevos golpes de estado.

El golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923 puso fin a la Restauración y a las esperanzas de una transformación democrática. A partir de entonces, quedó claro que la democracia solo podría existir en un régimen republicano. La dictadura de Primo de Rivera terminó favoreciendo a los republicanos, quienes, al encontrarse sin competidores ni sistema caciquil, buscaron el apoyo de la gente y lograron en poco tiempo lo que no habían podido en años.

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Régimen político de la Restauración para Niños. Enciclopedia Kiddle.