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Farsa para niños

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La farsa (del latín farcire, que significa “rellenar”) es un tipo de obra de teatro donde los personajes y las situaciones son muy exagerados o fantásticos. No es un género teatral por sí misma, sino una forma de dar un significado especial a cualquier tipo de obra dramática, como si fuera una metáfora en el lenguaje.

¿Qué diferencia hay entre farsa y comedia?

La principal diferencia entre la comedia y la farsa está en lo que buscan lograr. La comedia ayuda al público a entender y aceptar los defectos humanos, para que podamos manejarlos mejor en sociedad. En cambio, la farsa busca mostrar una verdad que está oculta, que se ignora o que se controla.

A diferencia de la comedia, la farsa no siempre provoca risa, pero sí puede hacer que el público sienta incomodidad o vergüenza al ver la realidad expuesta. En la comedia, los problemas surgen de los defectos de los personajes o de sus malas decisiones. En la farsa, la tensión viene más de la situación y de las acciones exageradas. La risa en la comedia nos hace pensar, mientras que en la farsa la risa es más espontánea y sin mucha reflexión.

¿Cómo se usa la exageración en la farsa?

La farsa usa la exageración para cambiar la forma en que vemos la realidad. Esto puede ocurrir en los personajes, en la historia o en el lenguaje. La farsa presenta mucha información que, al principio, captamos sin darnos cuenta. Luego, nuestra mente la procesa y la entiende, revelando una verdad. Debido a esta forma intensa de comunicar, la farsa es muy efectiva en obras cortas, aunque puede aparecer en obras de cualquier duración.

La farsa, al igual que la metáfora, es una forma de dar un significado más amplio a lo que decimos o hacemos. Al exagerar o usar la fantasía, las situaciones cotidianas adquieren un sentido más profundo o se conectan con otras ideas. Cuando el significado de una acción, un lenguaje o una situación se amplía, el público se enfrenta a un mensaje muy intenso. La extravagancia de la farsa revela la realidad de una manera directa. Esto es lo que crea el tono exagerado y a veces extraño que es típico de la farsa. El público trabaja rápidamente para entender lo que ve. Al descubrir la verdad de algo, este momento de revelación puede provocar una risa liberadora.

Revelación y embellecimiento

La farsa busca sorprender al público. Usa la sátira (crítica con humor) y la ironía (decir lo contrario de lo que se quiere dar a entender), pero sobre todo la mímica (expresión con gestos). Por eso, a menudo son obras que mezclan misterio y comedia, siendo una de las pocas tradiciones teatrales que logró unir estos dos aspectos.

Farsa de revelación

Cuando la farsa "revela" la realidad, busca mostrar lo esencial de algo. Esto significa sacar a la luz lo que se cuestiona; implica crítica, burla, descaro, denuncia y las dificultades humanas. Se puede decir que este tipo de farsa es más pesimista.

Ejemplos:

Farsa de embellecimiento

Por el contrario, cuando la farsa "embellece" la realidad, busca presentarla de forma ideal. El embellecimiento propone una mejora de la realidad; implica deseos, ideales, hipótesis y fantasía. Se puede decir que este tipo de farsa es más optimista.

Ejemplos:

Historia de la farsa

Como la farsa es una forma de exageración que puede aplicarse a cualquier obra dramática, su historia en Occidente se remonta a los inicios del teatro griego. La farsa ha existido sin interrupción desde la época clásica. Sin embargo, fue en la era moderna cuando creció mucho, y en el siglo XX se convirtió en uno de los principales géneros dramáticos.

La farsa en la Grecia antigua

Se cree que las primeras farsas aparecieron en lo que se conoce como Comedia Antigua, que se desarrolló en Grecia en el siglo V a. C.. Sin embargo, algunos expertos mencionan un tipo de comedia del siglo VI a. C.. A estas comedias anteriores se les llama “comedias megarenses” o “farsas megarenses”. Se llamaban así porque se desarrollaron en la ciudad de Megara y su único objetivo era entretener con un humor muy exagerado, extravagante y a veces agresivo, que llegaba al absurdo. Un aspecto importante de esta época era la gran libertad con la que los escritores de comedias de Atenas criticaban a los gobernantes y a las personas importantes con ataques verbales fuertes y burlas sin piedad. Es importante mencionar que ni los actores ni los escritores de estas farsas fueron castigados en ese tiempo. Los autores más conocidos fueron Formis, Epicarmo y Susarión. Las farsas megarenses se hicieron famosas rápidamente y fueron llevadas a Atenas por Susarión en el año 570 a. C., sentando las bases para la Comedia Antigua en Ática.

La Comedia Antigua (siglo V a. C.) es considerada por muchos más farsa que comedia, tanto por su origen como por sus recursos, aunque se nota una evolución hacia una estructura más elaborada. Su principal representante fue Aristófanes, quien dio a la comedia un lenguaje menos ofensivo y más poético. Hay que recordar que la Comedia Antigua es una evolución de la farsa megarense, ya que conserva sus principales características de farsa (humor exagerado, personajes caricaturescos, crueldad verbal y física, etc.).

Después de la guerra del Peloponeso y los cambios políticos, los gobernantes ya no toleraron más burlas ni críticas. Así, la farsa se transformó. Se dio paso a lo que hoy conocemos como Comedia Media, donde la crítica personal y política fue reemplazada por la parodia y la burla de los mitos.

La farsa en la Antigua Roma

Podemos encontrar elementos de la farsa griega en algunas obras de Plauto (siglo III a. C.), que se consideran más farsas que comedias, así como en las llamadas Hilarotragedias y las fábulas atelanas.

El carácter de los romanos se distinguía por su gusto por las bromas, lo exagerado y lo mordaz. Por eso, crearon farsas menos pulidas que las griegas, pero más divertidas. En algunas obras de Plauto, la intriga y el enredo se complican hábilmente, llegando a situaciones absurdas que dan el tono de farsa. Un ejemplo es la obra Los Menecmos, que trata sobre dos gemelos, ambos llamados Menecmo, que son separados al nacer y, al regresar a su lugar de origen de adultos, todos los confunden.

Las hilarotragedias fueron otra manifestación, poco conocida, de la farsa romana. Estas obras eran parodias de las tragedias clásicas griegas, como lo demuestran algunos títulos de hilarotragedias como Heracles, Orestes o Medea.

Se considera que la única forma de farsa verdaderamente propia del mundo romano fueron las atelanae fabulae, o fábulas atelanas, llamadas así por surgir en la villa de Atella. Al igual que la Commedia dell’arte, la fábula atelana se basaba en un grupo fijo de personajes tipo que representaban aspectos humanos. Los personajes usaban máscaras exageradas con las que el público podía reconocer fácilmente al glotón, al sabio o al avaro. Solo se conocen los nombres de dos autores de atelanas: Quintus Novious y Pomponio. Por los fragmentos de fábulas atelanas que han llegado hasta nuestros días, se sabe que trataban sobre asuntos de la gente común, eran muy atrevidas en el lenguaje y a veces abordaban temas muy directos. Otras presentaban fiestas populares y, más raramente, tenían argumentos mitológicos.

La farsa en la Edad Media

Con la llegada del cristianismo, todas las formas de espectáculo de la época grecolatina fueron prohibidas por la Iglesia. A pesar de esto, surgieron muchas expresiones teatrales y se conservaron algunos espectáculos antiguos. Incluso la Iglesia creó otros espectáculos no religiosos, como las fiestas paralitúrgicas. Entre los géneros que mantuvieron el tono de farsa se encuentran, entre otros, los carnavales, los festum follorum y los sotie.

La propia Iglesia tuvo la idea de permitir fiestas ad laudem (“para divertirse”), de las cuales surgieron los carnavales de Semana Santa y los festum follorum. Estas últimas “fiestas de los locos” eran como espectáculos privados en los que los monjes parodiaban la vida religiosa dentro del mismo lugar religioso.

Se llamó sotie a una festividad especial que floreció en Francia durante el reinado de Carlos VI, el Loco. Denunciaba la locura del mundo, que afectaba tanto a la Iglesia como a la corte. El espectáculo comenzaba con un desfile de bufones que luego daba lugar a un tribunal donde los sots, que representaban al pueblo vestidos de locos, juzgaban a los poderosos, a quienes culpaban de sus problemas.

La Farce de Maître Pathelin, que critica la justicia medieval, es la obra maestra de este género a mediados del siglo XV.

La farsa en el Renacimiento

Los temas religiosos perdieron su importancia principal durante el Renacimiento, y los temas humanos y clásicos volvieron a ser populares. Fue entonces cuando la farsa tomó la forma por la que la conocemos hoy. Surgieron la Commedia dell’arte y los entremeses españoles.

La Commedia dell’arte apareció en Italia y Hartnoll la considera como farsas atelanas “elevadas a un nivel superior”. Surgieron como espectáculos de bufones para que los comerciantes atrajeran a los compradores. Eran espectáculos itinerantes. Al igual que en la fábula atelana, contaban con un repertorio de personajes fijos, pero más amplio. Se usaban la acrobacia y la mímica. Del mismo modo que las atelanas, se basaban en un texto principal sobre el cual se improvisaba. Casi siempre trataban sobre las dificultades de los enamorados para estar juntos.

Los entremeses y los pasos españoles trataban, por lo general, asuntos de personas de menor rango social. El principal autor de pasos fue Lope de Rueda, quien aprendió rápidamente de las compañías italianas itinerantes. También son interesantes los entremeses de Miguel de Cervantes Saavedra, en los que describe la sociedad española a través de la ironía, la burla y el sarcasmo.

Molière, en Francia, escribió algunas de sus obras como farsas, como Las preciosas ridículas, con un estilo similar al de las farsas antiguas en el que se burla del preciosismo, que podría decirse que era un tipo de esnobismo en la época. Su compatriota Jean Racine, conocido como un gran escritor de tragedias, escribió Los picapleitos, una farsa notable que tomó como modelo Las avispas de Aristófanes.

La farsa en el Realismo

En esta época surgió en Francia el vodevil, comedias ligeras que incluían números musicales. Aquí se exageraban los rasgos de los personajes en una acción dramática que pretendía ser realista. En este contexto surgió un subgénero llamado farsas de alcoba, iniciado por Victoriano Sardou.

Las farsas de alcoba abordaban situaciones de relaciones complicadas con mucho humor. Según Bentley, estas farsas tenían poco valor literario pero “la excelente diversión que ofrecen es en sí un valor.” Otros autores destacados de farsa en el vodevil son Eugëne Labiche y Georges Feydeau, quien consideraba a sus farsas como “tragedias al revés”. Alfred Jarry, poeta y dramaturgo francés, escribió la innovadora farsa Ubu rey, que se convirtió en una obra clave para el surrealismo francés por su gran simbolismo.

La farsa en el Siglo XX

Durante las primeras décadas del siglo XX hubo cambios políticos y culturales muy importantes. Las guerras, hambrunas, huelgas y revoluciones fueron haciendo que el público se acostumbrara poco a poco a la violencia y al absurdo, dos características que ya eran propias de la farsa pero que en esta época se entendieron mejor al convivir con ellas y con los nuevos inventos, como el cinematógrafo. De hecho, la farsa fue uno de los primeros géneros que aprovecharon este nuevo medio en sus inicios, con comediantes como Chaplin, Max Linder, Buster Keaton y los Hermanos Marx. Mientras tanto, se seguían escribiendo farsas muy exitosas para los teatros de toda Europa por autores como Ben Travers en Inglaterra, Karl Sternheim en Alemania y Enrique Jardiel Poncela en España. Este último escribió la divertida farsa Eloísa está debajo de un almendro, considerada uno de los antecedentes del teatro del absurdo en español.

El teatro del absurdo

El término "teatro del absurdo" puede considerarse como una alternativa a "anti-teatro". Fue así como Martin Esslin, crítico y teórico teatral, clasificó en 1962 a los dramaturgos que escribieron en reacción contra las ideas tradicionales del teatro occidental. Estos autores son Samuel Beckett, Eugene Ionesco, Jean Genet y Fernando Arrabal, entre otros.

Los dramaturgos del absurdo se convirtieron en investigadores para quienes el orden, la libertad, la justicia, la psicología y el lenguaje eran una serie de intentos de entender una realidad confusa y decepcionante. Ellos desmantelaron esta realidad en el teatro con un humor que criticaba el viejo universo y su forma de manifestarse en el escenario.

El teatro del absurdo surgió en Francia a mediados del siglo XX. Aunque la obra Ubu rey de Alfred Jarry fue muy influyente, hubo otros dos eventos que impulsaron esta modalidad: el dadaísmo y el surrealismo. Así, los dramaturgos del teatro del absurdo expresaron su inconformidad con la situación del mundo. En cuanto al humor exagerado del teatro del absurdo, este tiene sus raíces en las películas de los comediantes antes mencionados. Si vamos más allá, las raíces del absurdo teatral se pueden encontrar en la literatura del sin sentido, como las obras de Lewis Carroll o textos de James Joyce y Franz Kafka.

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