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Brujería en España para niños

Enciclopedia para niños

La brujería en España es el relato del alcance que tuvo en España la brujería y de la persecución a los que fueron sometidos supuestos brujos y brujas y que, en contra de lo que suele creerse, corrió a cargo fundamentalmente de las autoridades y tribunales civiles, que veían en ellos un atentado contra el orden público. La Inquisición española, por su parte, desempeñó un papel secundario.

A diferencia de algunos países europeos, la caza de brujas fue insignificante en España.

Edad Media

Siglos XIII y XIV

El escepticismo inicial de la Iglesia católica sobre la realidad de la brujería plasmado en el Canon Episcopi cambió en la segunda mitad del siglo XIII, pasándose de la visión de la brujería como una superstición o como el resultado de ilusiones demoníacas, a pensar que los que la practicaban lo que pretendían era establecer pactos con el diablo. El papa Juan XXII promulga la bula Super illius specula de 1326 que decreta la realidad de los hechos que se atribuían a las brujas, lo que suponía equiparar la brujería a la herejía.

Precisamente la palabra bruxa aparece por primera vez en la segunda mitad del siglo XIII en un vocabulario latino-arábigo reproducido en un códice catalán, como término equivalente al de un demonio femenino. Más tarde aparece el aragonés broxa cuyo campo semántico lo comparte con fetillero, envenenador, adivino, siempre con un sentido muy negativo.

En la Corona de Castilla el cambio de visión de la brujería aparece reflejado en las Partidas de Alfonso X el Sabio. En 1370 y 1387 las leyes de Castilla establecieron que el sortilegio era un delito que implicaba herejía, y que los acusados serían juzgados por los tribunales reales si eran laicos y por los eclesiásticos si eran clérigos. Un decreto de 1500 confirmó que la jurisdicción sobre sortilegios y brujería correspondía a los corregidores y a los tribunales civiles, y no a la Inquisición española creada veinte años antes. El dominico catalán Nicholas Eymeric incluyó la brujería en su famoso manual para inquisidores Directorium inquisitorum de 1376.

Siglo XV

Archivo:Crisme Vauderye 1460
Una de las primeras representaciones del "sabbat". Miniatura del siglo XV

En el siglo XV la ofensiva antibrujería se acentúa y el aumento de los procesos por esta causa fue extraordinario en toda Europa. En 1484 el papa Inocencio VII promulga la bula Sumis desiderantis en la cual reconoce formalmente el hecho de la brujería. Dos años después se publica el libro Malleus maleficarum ('Martillo de las brujas') de dos dominicos alemanes, en el que se presenta la brujería como una secta que hay que exterminar. Es precisamente en el siglo XV cuando aparecen las representaciones en imágenes del sabbat.

Sin embargo, hubo eclesiásticos, especialmente en las coronas de Castilla y de Corona de Aragón, que continuaron sin creer en lo que decían las brujas.

«La Celestina»

Archivo:Celestina
Primera página de La Celestina en su versión definitiva de Tragicomedia de Calixto y Melibea.

El personaje central de La Celestina de Fernando de Rojas, publicada a finales del siglo XV, se ha convertido en el tipo universal de la vieja bruja, hechicera y alcahueta. El antropólogo Carmelo Lisón Tolosana describe al personaje de Celestina como un híbrido entre hechicera y bruja. Vive "rodeada de ponzoñosos ungüentos y de fórmulas mágicas cuyo poder residía en la fuerza del lenguaje". La Celestina desde su aparición conoció muchas ediciones y diversos autores de los dos siglos siguientes la tomaron como modelo o continuaron con la trama.

Siglos XVI y XVII

Especialmente en el centro de Europa y en las Islas Británicas, los siglos XVI y XVII constituyen el período culminante de la caza de brujas. Algunos de los protagonistas de la revolución científica del siglo XVII como Francis Bacon o Robert Boyle creían en las brujas y en los espíritus malignos, aunque hubo otros intelectuales que buscaron una explicación racional al fenómeno de la brujería.

Sin embargo, la Monarquía Hispánica constituye "un caso absolutamente único en toda Europa" pues frente a la "locura brujeril imperante" el Consejo de la Suprema y General Inquisición se convirtió en un "bastión de sensatez, prudencia y racionalidad".

La Inquisición y la brujería en el siglo XVI

La Inquisición española tardó en ocuparse de la brujería. A partir de 1520 es cuando comienza a ser frecuente la aparición en los autos de fe de casos de magia, sortilegio y brujería.

En 1525 en el reino de Navarra un magistrado civil acusó a unos hechiceros de varios actos de brujería. Hubo decenas de detenciones. Los inquisidores locales protestaron porque consideraban que la Inquisición era la instancia competente para juzgar las cuestiones de brujería. A raíz de este conflicto el inquisidor general Alonso Manrique convocó una junta en Granada para que dictaminara sobre el tema. La junta decidió que si las autoridades probaban que un acto malvado confesado por una bruja se había cometido realmente, entonces la jurisdicción correspondía a los tribunales civiles. Pero en general la junta se preocupó más de educar a las brujas que de castigarlas. La primera consecuencia de la junta de Granada de 1526 fue una carta del 14 de diciembre de ese mismo año que la Suprema envió a los tribunales de distrito con instrucciones para abordar "el negocio de la secta de brujos", en las que, según Carmelo Lisón, "la Suprema desmonta de un golpe el andamiaje mítico brujesco y coloca el «negocio de la secta» en registro razonable y demostrable: hay que hacer diligencias para cerciorarse, basarse en hechos concretos, no en fantasías, buscar la veracidad, no conformarse con lo que puede ser un engaño ilusorio". Sin embargo, hubo muchos inquisidores que estaban convencidos de la realidad de la brujería.

Los acuerdos adoptados por la junta de Granada en 1526 marcaron la política de la Inquisición respecto de la brujería durante los decenios siguientes, por lo que el Santo Oficio tuvo una participación muy limitada en la caza de brujas. Poco después, en 1537, la Suprema envió a los tribunales unas instrucciones precisas sobre cómo actuar en los casos de brujería. Recomendaba asegurarse bien de que los hechos estaban cabalmente establecidos y de que no existían explicaciones naturales a los mismos; desconfiar de las denuncias imprecisas; no basar la acusación exclusivamente en lo que hubieran declarado los presuntos culpables, especialmente en el caso de las mujeres; que no se enviara a la cárcel a los débiles mentales; y finalmente, si a pesar de todas estas precauciones, se decidiera iniciar el proceso, se debería actuar con indulgencia. Para asegurarse que esto último se cumplía, ordenó a los tribunales que todos los casos que merecieran la pena de muerte, fueran trasladados a la Suprema, para que ésta los juzgara.

En conclusión, del análisis de los procesos inquisitoriales se deduce que la Inquisición se ocupó relativamente poco de los asuntos de brujería y que aplicó sentencias benignas.

El proceso inquisitorial de las brujas de Zugarramurdi (1609-1610)

Archivo:Zugarramurdi cueva
Cueva de Zugarramurdi donde se reunían los brujos y las brujas para celebrar el aquelarre.

El proceso inquisitorial más grave contra la brujería fue el que instruyó el tribunal de la Inquisición de Logroño y que culminó en un auto de fe celebrado el domingo 7 de noviembre de 1610 en el que se aplicaron penas muy duras: de los 29 acusados de brujería seis fueron ejecutados y cinco en efigie porque habían muerto en prisión.

El caso comenzó el 12 de enero de 1609 cuando los inquisidores de Logroño reciben noticias de reuniones de brujas y de brujos en la localidad de Zugarramurdi, situada en la montaña de Navarra. La Inquisición remitió un informe al Consejo de la Suprema Inquisición el 13 de febrero de 1609. La Suprema contestó el 11 de marzo con un cuestionario compuesto de catorce preguntas para que los inquisidores se aseguraran de la veracidad de los hechos. Dos de los tres inquisidores creían en la realidad de la brujería. Poco después uno de los inquisidores viajó a la montaña de Navarra y desde allí fue enviando presos a Logroño a los supuestos cómplices de los brujos y las brujas.

La Suprema le pidió al tercer inquisidor, que se había mostrado contrario a la sentencia condenatoria de sus dos compañeros, que visitara las comarcas del norte Navarra, llevando un edicto de gracia en el que se invitaba a sus habitantes a arrepentirse de sus errores sin que fueran castigados por ellos, y que le enviara un informe completo. En el mismo su autor, Alonso de Salazar y Frías, arremete contra los que, como sus dos colegas, creían en la veracidad de las brujas, afirmando que los fenómenos de brujería son historias inverosímiles y ridículas. Además asegura que son los libros o los sermones sobre la brujería los que hacen que ésta se extienda, por lo que recomienda que no se le de publicidad, convencido de que la brujería acabará por desaparecer si se deja de hablar de ella.

Las consecuencias del proceso de las brujas de Zugarramurdi

El informe de Alfonso de Salazar fue asumido por la Suprema que dio nuevas instrucciones a los tribunales el 29 de agosto de 1614 en las que se recogían casi todas las ideas del inquisidor. Las instrucciones de la Suprema del 29 de agosto de 1614, debidas en gran parte a Salazar, según el antropólogo español Carmelo Lisón Tolosana, "marcan el fin de la brujería satánica en España".

Las brujas en la literatura del Siglo de Oro

En el Siglo de Oro continua la poderosa influencia de La Celestina. Es el caso de Lope de Vega con la bruja-hechicera Gerarda de La Dorotea (1632) o con la de Fabia de El caballero de Olmedo. Pero la visión de la brujería no se agota con el personaje de Celestina sino que el mismo Lope de Vega y otros autores dramáticos, como Vélez de Guevara con el El diablo está en Cantillana, ofrecen otras versiones.

Uno de los primeros en retratar a las brujas con humor fue Cervantes en El coloquio de los perros. Uno de los perros describe los hábitos de una bruja andaluza que había sido su ama. Francisco de Quevedo en el capítulo primero de El Buscón el protagonista alude de forma burlesca a su madre que era bruja y hechicera. Abundan las obras teatrales en las que se muestran enredos en los que participan brujas, hechiceras, espíritus, astrólogos o endemoniados. En el Entremés famoso de las brujas de Moreto y en el Entremés de las brujas de Francisco de Castro, se llegan a parodiar hasta los aquelarres.

Siglo XVIII

La Ilustración y la brujería

Con la Ilustración desaparece la obsesión por la brujería. En España la literatura continúa el proceso de desmitificación de la brujería iniciado el siglo anterior. En las primeras décadas de la centuria se siguen representando obras burlescas sobre la brujería, como las comedias y entremeses de Francisco Bances y López-Candamo (El astrólogo tunante, La piedra filosofal, Cómo se curan los celos, El gran químico del mundo, etc.), de José de Cañizares (Don Juan de Espina en su patria, 1713; Don Juan... en Milán, 1714) y de Antonio de Zamora, de quien destaca El hechizado por fuerza, una sátira que ejerció una gran influencia, por ejemplo, en Francisco de Goya.

El ilustrado español Benito Feijoo se ocupó de desacreditar la brujería con argumentos racionales. Feijoo quería lograr el "desengaño de errores comunes" para lo que, apoyándose en "la experiencia y la razón", se dedicó a "vapulear sin descanso a las trasnochadas creencias vulgares que medran en la brujería, hechicería, astrología, ... magia y ridículas milagrerías". Su obra tuvo una enorme difusión como lo demuestra que antes de 1800 se habían hecho, al menos, 214 ediciones de sus libros. Los ilustrados de la siguiente generación también se ocuparon del tema, como Jovellanos, convencido del "efecto infalible de la propagación de las luces" para alcanzar la felicidad y el progreso de los pueblos.

Además, en la segunda mitad del siglo XVIII se difundieron libros que, en tono humorístico como Memorias de la gitana Pepilla la Ezcurripia o con un enfoque más serio como Las brujas de Cándido María Trigueros, combatieron la creencia en brujas y en general en toda clase de supersticiones, lo que contribuyó a que se considerara de buen tono no creer en brujerías. Así a principios del siglo XIX "creer en brujas" es considerado como propio de los reaccionarios que todavía defienden el absolutismo —y también de gente crédula y de pocas luces—. Sin embargo, Joseph Pérez afirma que en el siglo XVIII los asuntos de brujería para la Inquisición española cobraron mayor importancia que en los dos siglos anteriores, "incluso da la impresión de que constituyen la actividad fundamental del Santo Oficio".

Goya y las brujas

Francisco de Goya compartió completamente las nuevas ideas y se relacionó con el grupo de ilustrados de la "villa y corte" a donde llegó en 1774 desde su Aragón natal.Julio Caro Baroja ha destacado que"Goya...intuyó algo que hoy día vemos claro, a saber: que el problema de la Brujería no se aclara a la luz de puros análisis racionalistas... sino que hay que analizar seriamente los oscuros estados de conciencia de brujos y embrujados para llegar más allá".

Además de los seis cuadros de brujerías que pintó para el gabinete de la duquesa de Osuna, Goya trató el tema de la brujería singularmente en dos momentos: en la serie de grabados titulada Los Caprichos y en las Pinturas Negras (cinco de ellas aluden a la creencia en brujas: la 755, conventículo campestre; la 756, dos brujas volando; la 757, cuatro brujas por los aires; la 761, aquelarre; y la 762, bruja comiendo con su familia). Alrededor de una cuarta parte de la colección de grabados de Los Caprichos está dedicada a la brujería.

Véase también

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Brujería en España para Niños. Enciclopedia Kiddle.