Judeoconverso (España) para niños
Un judeoconverso era una persona de origen judío que se había convertido a otra religión, especialmente al cristianismo. En los reinos cristianos de la península ibérica, muchas de estas conversiones al cristianismo ocurrieron de forma forzada. Esto sucedió principalmente después de los graves sucesos de 1391 y durante los meses de 1492, cuando los Reyes Católicos ordenaron la expulsión de los judíos de la Corona de Castilla y de la Corona de Aragón. También hubo conversiones en los años siguientes, cuando miles de judíos regresaron y se bautizaron.
A partir de 1492, todas las personas de ascendencia judía en estas dos coronas eran consideradas judeoconversas, también llamadas cristianos nuevos. Aquellos que continuaron practicando la religión judía en secreto, conocidos históricamente con un término despectivo como "marranos", fueron perseguidos por la Inquisición española. Esta institución fue creada en 1478 para tratar el llamado "problema converso".
Además, los conversos, incluso si eran cristianos devotos, sufrieron discriminación. Esto se hizo a través de los estatutos de limpieza de sangre, que les impedían acceder a ciertas instituciones y dificultaban su progreso social.
Contenido
Los judeoconversos en el siglo XV
La primera ola de conversiones: los eventos de 1391
En los siglos XII y XIII, la oposición a los judíos aumentó en la Europa medieval, y los reinos cristianos de la península ibérica no fueron una excepción. Aunque los reyes seguían protegiendo a los judíos por su importante papel en la sociedad, la situación cambió en el siglo XIV.
Las guerras y desastres naturales, como la Peste Negra de 1348, crearon un ambiente de miedo y búsqueda de culpables. La gente creía que estaba siendo castigada por sus pecados, y algunos líderes religiosos señalaron la presencia de los judíos entre los cristianos como algo problemático. En la Corona de Castilla, la violencia contra los judíos se mezcló con la guerra civil del reinado de Pedro I de Castilla. El bando de Enrique de Trastámara usó la oposición a los judíos como propaganda, acusando al rey Pedro de favorecerlos. Muchos judíos fueron asesinados, otros esclavizados y sus lugares de culto incendiados.
Pero el mayor desastre para los judíos de la península ibérica ocurrió en 1391. Las comunidades judías de la Corona de Castilla y de la Corona de Aragón fueron atacadas. Los asaltos, incendios, saqueos y asesinatos comenzaron en junio en Sevilla, donde cientos de judíos fueron asesinados. Sus casas fueron saqueadas y sus sinagogas convertidas en iglesias. Algunos judíos lograron escapar, mientras que otros, aterrorizados, pidieron ser bautizados.
Desde Sevilla, la violencia se extendió por Andalucía y luego a Castilla. En agosto, llegó a la Corona de Aragón. En todas partes, se repitieron los asesinatos, saqueos e incendios. Los judíos que lograron sobrevivir lo hicieron huyendo (muchos se refugiaron en el reino de Navarra, en el reino de Portugal o en Francia; otros se fueron al norte de África) o, sobre todo, aceptando ser bautizados bajo amenaza de muerte.
Después de estos eventos, se endurecieron las medidas contra los judíos. En Castilla, en 1412, se les ordenó llevar barba y un distintivo rojo en la ropa para ser reconocidos. En la Corona de Aragón, se prohibió tener el Talmud (un libro sagrado judío) y se limitó el número de sinagogas. Además, las órdenes mendicantes (grupos religiosos) intensificaron sus campañas para que los judíos se convirtieran, con el apoyo de los reyes. Por ejemplo, en la Corona de Aragón, se decretó que los judíos debían asistir obligatoriamente a tres sermones al año.
Como resultado de las masacres de 1391 y las medidas que siguieron, hacia 1415, más de la mitad de los judíos de Castilla y Aragón habían abandonado su fe y se habían bautizado, incluyendo a muchos rabinos y personas importantes. Así, después de estos sucesos, hacia 1415, apenas cien mil judíos se mantuvieron fieles a su religión en Castilla y Aragón. Este fue un golpe muy duro para el judaísmo en España.
El surgimiento del "problema converso" y la creación de la Inquisición
En el siglo XV, el principal desafío dejó de ser los judíos para convertirse en los conversos, cuyo número se acercaba a los doscientos mil. Como muchos de ellos se habían bautizado bajo la presión de los eventos de 1391 y las medidas que les siguieron, siempre fueron vistos con desconfianza por quienes se llamaban a sí mismos cristianos viejos.
En el siglo XV, los conversos ocuparon la mayoría de los puestos que antes tenían los judíos. Se dedicaron a actividades como el comercio, los préstamos y la artesanía. Ahora, al ser cristianos, podían acceder a oficios y profesiones que antes estaban prohibidos para los judíos. Algunos incluso entraron en el clero, llegando a ser canónigos, priores e incluso obispos.
El ascenso social de los conversos fue visto con recelo por los cristianos viejos. Este resentimiento se acentuó porque los conversos se sentían orgullosos de ser cristianos y de tener ascendencia judía, que era el linaje de Cristo. Así, cuando en Castilla, entre 1449 y 1474, hubo dificultades económicas y una crisis política (especialmente durante la guerra civil del reinado de Enrique IV de Castilla), estallaron revueltas populares contra los conversos. La primera y más importante fue en 1449 en Toledo, donde se aprobó una norma que prohibía el acceso a cargos municipales a "ningún converso de linaje judío". Este fue el primer estatuto de limpieza de sangre. El origen de estas revueltas era económico, y en principio no estaban dirigidas específicamente contra los conversos. Los líderes políticos y demagogos aprovecharon el descontento del pueblo y lo dirigieron contra ellos.
Para justificar los ataques a los conversos, se decía que eran falsos cristianos y que en realidad seguían practicando la religión judía en secreto. Es cierto que algunos que se convirtieron para escapar de la violencia de 1391 o por la presión de las campañas religiosas, regresaron en secreto a su antigua fe cuando el peligro parecía haber pasado. A estos se les llamaba "judaizantes". La acusación de criptojudaísmo (practicar el judaísmo en secreto) parecía más creíble cuando se conocían casos de conversos importantes que seguían observando ritos judíos después de su conversión. Sin embargo, los conversos que judaizaban eran una minoría, aunque significativa. Además, a menudo, las "pruebas" de judaizar eran en realidad costumbres culturales de su ascendencia judía, como considerar el sábado como día de descanso en lugar del domingo, o la falta de conocimiento de la nueva fe, como no saber el credo o comer carne en Cuaresma.
Así es como nació el "problema converso". Según la Iglesia, una persona bautizada no podía renunciar a su fe, por lo que el criptojudaísmo se consideraba una herejía y debía ser castigado. Varias voces, incluyendo algunos conversos que querían demostrar la sinceridad de su bautismo, pedían que se actuara contra estos "falsos" cristianos. También se extendió la idea de que la presencia de los judíos entre los cristianos incitaba a los conversos a seguir practicando la Ley de Moisés.
Cuando Isabel I de Castilla subió al trono en 1474, casada con el futuro Fernando II de Aragón, el criptojudaísmo no se castigaba, no por tolerancia, sino porque no existían las herramientas legales adecuadas para este tipo de delito. Por eso, cuando decidieron enfrentar el "problema converso", especialmente después de un informe alarmante en 1475 sobre la cantidad de conversos que judaizaban en Sevilla, pidieron al papa Sixto IV que les permitiera nombrar inquisidores en sus reinos. El papa les concedió esto con una bula el 1 de noviembre de 1478. Con la creación del tribunal de la Inquisición, las autoridades tendrían el instrumento y los medios de investigación adecuados. Fernando e Isabel estaban convencidos de que la Inquisición obligaría a los conversos a integrarse definitivamente.
La segunda ola de conversiones: la expulsión de los judíos en 1492
Los primeros inquisidores nombrados por los reyes llegaron a Sevilla en noviembre de 1480, causando rápidamente miedo entre los conversos de la ciudad y de toda Andalucía. En los primeros años, solo en Sevilla, dictaron 700 sentencias de muerte y más de cinco mil "reconciliaciones" (penas de cárcel, exilio o penitencias simples), que iban acompañadas de la confiscación de bienes y la inhabilitación para cargos públicos.
En sus investigaciones, los inquisidores descubrieron que muchos conversos se reunían con sus familiares judíos para celebrar fiestas judías e incluso asistir a sinagogas. También guardaban el sábado y los ayunos, y rezaban oraciones judías. Esto los convenció de que no lograrían acabar con el criptojudaísmo si los conversos seguían en contacto con los judíos. Por ello, pidieron a los reyes que los judíos fueran expulsados de Andalucía. Los reyes lo aprobaron, y en 1483 dieron un plazo de seis meses para que los judíos de las diócesis de Sevilla, Córdoba y Cádiz se fueran a Extremadura.
El 31 de marzo de 1492, poco después de terminar la guerra de Granada, los Reyes Católicos firmaron en Granada el decreto de expulsión de los judíos, aunque no se hizo público hasta finales de abril. Unos meses antes, un evento en Ávila, donde tres conversos y dos judíos fueron ejecutados por la Inquisición bajo una falsa acusación de crimen ritual contra un niño cristiano (el Santo Niño de La Guardia), ayudó a crear un ambiente favorable para la expulsión.
Aunque el decreto de expulsión no mencionaba una posible conversión, esta alternativa estaba implícita. Los judíos vivieron un gran dilema al tener que tomar una decisión tan difícil. Algunos, al acabarse el plazo, andaban desesperados. Muchos regresaron y aceptaron la fe cristiana. Otros, para no dejar su tierra natal y no vender sus bienes a bajo precio, se bautizaron.
Los judíos más importantes, con pocas excepciones como Isaac Abravanel, decidieron convertirse al cristianismo. El caso más relevante fue el de Abraham Seneor, el rabino mayor de Castilla y uno de los colaboradores más cercanos de los reyes. Él y todos sus familiares fueron bautizados el 15 de junio de 1492 en el monasterio de Guadalupe, siendo sus padrinos los reyes Isabel y Fernando. Abraham Seneor tomó el nombre de Fernán Núñez Coronel. Este caso, como el de Abraham de Córdoba, se hizo muy público para que sirviera de ejemplo. De hecho, durante los cuatro meses de plazo, muchos judíos se bautizaron, especialmente los ricos y los más cultos, y entre ellos la inmensa mayoría de los rabinos.
Se desplegó una intensa campaña para convencer a los judíos. Se les predicó en sinagogas, plazas e iglesias, explicándoles la doctrina cristiana y tratando de demostrarles, usando sus propias escrituras, que el Mesías que esperaban era Jesucristo.
Los judíos que decidieron no convertirse tuvieron que prepararse para marcharse en condiciones muy difíciles. Vendieron sus propiedades a precios muy bajos, a veces cambiando una casa por un asno o una viña por un poco de tela, porque no podían sacar oro ni plata del reino.
Algunos pocos, en el último momento, decidieron bautizarse para poder quedarse. Iban con muchos problemas, cayendo, levantando, muriendo, enfermando. Los cristianos sentían pena por ellos y siempre los invitaban al bautismo. Algunos, por la desesperación, se convertían y se quedaban, pero muy pocos. Los rabinos los animaban y hacían cantar a las mujeres y jóvenes.
El motivo principal que se dio en el decreto para expulsar a los judíos fue que servían de ejemplo e incitaban a los conversos a volver a las prácticas de su antigua religión. Los reyes estaban preocupados por la asimilación total de los conversos. Como las medidas anteriores (como encerrar a los judíos en barrios separados y crear la Inquisición) no habían funcionado, recurrieron a una solución drástica: la expulsión de los judíos para eliminar el problema. La Inquisición pensó que la expulsión era la mejor manera de acabar con los conversos que practicaban el judaísmo en secreto.
Los reyes también pudieron pensar que la perspectiva de la expulsión animaría a los judíos a convertirse masivamente y que así una asimilación gradual acabaría con los restos del judaísmo. Sin embargo, se equivocaron. Una gran parte prefirió marcharse, con todo lo que eso implicaba de sufrimiento y sacrificios, y seguir fiel a su fe. Se negaron rotundamente a la asimilación que se les ofrecía como alternativa.
Como algunos judíos identificaban España, la península ibérica, con la Sefarad bíblica, los judíos expulsados por los Reyes Católicos recibieron el nombre de sefardíes. Estos, además de su religión, mantuvieron sus costumbres y, en particular, conservaron su lengua, el judeoespañol, que derivaba del castellano que se hablaba en el siglo XV.
Varios miles de judíos expulsados regresaron poco después debido al maltrato que sufrieron en algunos lugares de acogida, como en el reino de Fez (Marruecos). La situación de los que retornaron se regularizó con una orden del 10 de noviembre de 1492, que establecía que las autoridades civiles y eclesiásticas debían ser testigos del bautismo de los judíos. Si se habían bautizado antes de volver, se exigían pruebas. Además, pudieron recuperar todos sus bienes por el mismo precio al que los habían vendido. Los retornos están documentados hasta 1499. También, una norma de 1493 estableció duras sanciones para quienes insultaran a estos nuevos cristianos, llamándolos "tornadizos", por ejemplo.
Judeoconversos después de 1492
Los "marranos" y la persecución de la Inquisición
El término "marrano" tiene un origen discutido. Algunos dicen que es incierto, otros lo relacionan con la costumbre judía de no comer cerdo, y otros con el verbo "marrar" (fallar), en referencia a que esos judíos no se convirtieron sinceramente. También existe la opinión de que este término fue usado primero por los judíos de la España medieval antes de la expulsión, para referirse a los judíos que se convirtieron sinceramente al cristianismo. Es importante mencionar que la palabra "marrano" nunca fue usada oficialmente por la Inquisición.
Durante la expulsión de los judíos, el término "marrano" se usó de forma despectiva para referirse a todos los judíos que se habían bautizado. Sin embargo, con el tiempo, su uso evolucionó para describir a una persona que, a pesar de haberse bautizado como cristiana o de profesar públicamente el cristianismo, practicaba en secreto el judaísmo o criptojudaísmo. Con este nuevo significado, también aparecieron otros nombres con la misma connotación despectiva.
El término "converso" se suele usar para los judíos que se convirtieron y abandonaron completamente su antigua fe. El "marranismo" fue una forma de criptojudaísmo, justificada por los rabinos con el argumento de que los judíos podían, e incluso debían, fingir convertirse a otra religión si su vida estaba en peligro. Además, estos criptojudíos estaban exentos de cumplir aquellas prácticas religiosas que pudieran delatarlos, y solo se les exigía mantener la fe en sus conciencias.
La Inquisición actuó inmediatamente contra los judaizantes, y en las cuatro décadas siguientes, estos fueron sus principales víctimas. A partir de 1530-1540, los casos de judaizantes juzgados por la Inquisición prácticamente desaparecieron. Incluso la Inquisición se encargó de erradicar la práctica común de llamar "judío" a un enemigo. También hay testimonios de la época que indican que los judaizantes habían desaparecido.
Sin embargo, algunos historiadores afirman que a finales del siglo XVI y principios del XVII, seguía habiendo judaizantes, pero eran "irreconocibles como judíos" porque "virtualmente todos los signos del judaísmo [como la circuncisión, el sábado, las fiestas judías, abstenerse de comer cerdo] habían desaparecido". Los que se mantuvieron fieles a su identidad conservaban una fe inquebrantable en el Dios de Israel, transmitían de padres a hijos las pocas oraciones tradicionales que recordaban y usaban el Antiguo Testamento católico como lectura básica.
La situación cambió con la llegada a Castilla de un gran número de judeoconversos "portugueses" (en realidad, eran judíos castellanos que habían ido a Portugal en 1492 y que en 1497 habían sido obligados a convertirse). Esto ocurrió después de la implantación definitiva de la Inquisición portuguesa en 1547 y, sobre todo, tras la incorporación de Portugal a la Monarquía Hispánica en 1580 por Felipe II de España. La Inquisición portuguesa intensificó la persecución de los que judaizaban. El problema era que muchos de estos judeoconversos portugueses practicaban el judaísmo en secreto, porque la Inquisición no se había establecido allí hasta cincuenta años después de su conversión forzada, lo que les había permitido seguir practicando su fe más o menos abiertamente. No es de extrañar que la Inquisición española comenzara a actuar inmediatamente contra ellos. A partir de la década de 1590, la presencia de judaizantes portugueses en los procesos inquisitoriales fue cada vez más significativa, y esto continuó durante el siglo XVII y principios del XVIII.
El problema para la Inquisición era que la Monarquía necesitaba a los conversos portugueses porque un grupo de ellos eran grandes financieros que podían conceder préstamos a la Hacienda real, que tenía problemas económicos. El Conde-Duque de Olivares, consejero principal de Felipe IV de España, protegió a los banqueros y comerciantes conversos portugueses, especialmente después de la bancarrota del Estado de 1626.
Se llegó a decir que el Conde-Duque había iniciado negociaciones con judíos descendientes de los expulsados en 1492 que vivían en el norte de África y Oriente Próximo para que regresaran, dándoles garantías sobre su seguridad. Al parecer, Olivares quería usar las redes de conversos sefardíes que se habían extendido por Europa y Oriente Próximo, con su centro en Ámsterdam. Estas redes se basaban en relaciones de negocios, complicidades religiosas y lazos familiares. Gracias a ellas, un converso, al llegar a una ciudad desconocida, entraba rápidamente en contacto con otros conversos, parientes o amigos, que le ayudaban y, a menudo, le daban la oportunidad de practicar el judaísmo o incluso le animaban a hacerlo si lo había dejado.
La existencia de estas redes organizadas de solidaridad entre los judíos sefardíes es el origen, según algunos, del mito de una conspiración judía mundial. Uno de sus primeros propagadores fue el escritor Francisco de Quevedo, quien sentía una gran aversión hacia los judíos.
Pero la política de Olivares no pudo impedir que la Inquisición actuara, sobre todo en Madrid, donde el comportamiento de los conversos portugueses en la corte a veces "rayaba en la provocación". En 1629, cuatro judeoconversos portugueses fueron condenados y ejecutados en un auto de fe presidido por Felipe IV. En 1633, aparecieron en las calles de Madrid carteles que proclamaban la superioridad de la religión judía sobre la cristiana. En esos años, la Inquisición procesó por judaizantes a algunos banqueros portugueses.
Tras la caída de Olivares en 1640, la Inquisición pudo actuar libremente y fue deteniendo uno a uno a casi todos los banqueros portugueses. La persecución se extendió rápidamente a toda la comunidad de judeoconversos portugueses. Algunos escaparon al norte de Europa, especialmente a las Provincias Unidas de los Países Bajos y a su ciudad más importante, Ámsterdam, donde pudieron regresar a la fe judía sin ser perseguidos.
A partir de 1680, el número de judeoconversos procesados por la Inquisición se fue reduciendo. Esto indica que la primera generación de conversos portugueses había desaparecido, al igual que la de los conversos españoles a principios de siglo.
Pero a finales del siglo XVII, hubo un último caso de persecución de judeoconversos: los chuetas de Mallorca. Se trataba de una comunidad descendiente de judeoconversos que en 1675 se descubrió que muchos de sus miembros practicaban el judaísmo en secreto desde hacía más de un siglo. Ese año, un joven de 19 años fue ejecutado, y en los cuatro años siguientes, varios cientos de personas fueron detenidas y sus bienes confiscados. En la primera mitad de 1679, se celebraron en Mallorca cinco autos de fe con 221 ejecuciones. Nueve años después, algunos chuetas organizaron una conspiración que fracasó, lo que llevó a cuatro autos de fe en 1691, donde 37 personas fueron ejecutadas. La discriminación continuó a lo largo del siglo XIX.
Discriminación a los judeoconversos: estatutos de limpieza de sangre
La difusión de los estatutos de limpieza de sangre, creados para impedir que los judeoconversos formaran parte de ciertas instituciones, se relaciona con la actuación de la Inquisición. El hecho de que miles de judeoconversos fueran condenados por practicar el judaísmo en secreto convenció a muchos de que la religión cristiana debía ser protegida excluyendo a los conversos de todos los cargos importantes. La primera institución que adoptó un estatuto de limpieza de sangre, el Colegio Mayor de San Bartolomé en Salamanca, lo hizo en 1482, el mismo año en que la Inquisición comenzó a actuar en la ciudad.
Los Reyes Católicos establecieron la discriminación para los conversos que habían sido castigados por la Inquisición (y a la primera o segunda generación de sus descendientes) en 1501, pero no para los conversos en general. Los estatutos de limpieza de sangre que incluían a todos fueron decididos por cada institución de forma independiente.
Hacia 1570-1580, las instituciones que exigían pruebas de "limpieza de sangre" eran relativamente pocas. Sin embargo, los conversos vieron muy limitadas sus posibilidades de ascenso social al no poder acceder a algunas de ellas, como los colegios mayores o las órdenes militares. Algunas de estas instituciones eran muy importantes, como los colegios mayores, ya que la exclusión de los conversos significaba cerrarles el paso a los altos cargos eclesiásticos y estatales. El panorama era difícil para los conversos.
A pesar de todo, el número reducido de instituciones con estatutos de limpieza de sangre desmiente la idea de que una obsesión por la "limpieza de sangre" afectara a todo el país. Además, los estatutos nunca formaron parte del derecho público español y su validez se limitaba a las instituciones que los habían adoptado. Por otro lado, los estatutos existían casi exclusivamente en la Corona de Castilla. En Cataluña, eran desconocidos. Los estatutos siempre fueron muy criticados, no tuvieron una amplia aceptación y en muchos casos no se cumplieron. Además, se podían evitar mediante sobornos o presentando pruebas falsas.
Sin embargo, la barrera de la "limpieza de sangre" existía. Quienes querían acceder a ciertos cargos debían demostrar que entre sus antepasados no había habido nadie condenado por la Inquisición o que fuera judío o musulmán. En aquella época, se consideraba que la deshonra que recaía sobre una persona y su linaje era permanente, y ni siquiera el bautismo podía borrarla. Esta idea fue fomentada por la Inquisición con su costumbre de colgar en un lugar visible los sambenitos (prendas que identificaban a los condenados) una vez que estos habían terminado su castigo, "para que siempre hubiera memoria de la deshonra de los herejes y de su descendencia".
Los estatutos de limpieza fueron criticados por algunos sectores. Una de las personas que se opuso con más firmeza fue Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, por lo que los jesuitas admitieron a los conversos. El sucesor de Ignacio de Loyola como general de la Compañía en 1556 fue un converso, Diego Laínez, lo que generó oposición en algunos sectores de la Iglesia. El jesuita Juan de Mariana criticó duramente los estatutos de limpieza de sangre en su tratado El rey (1599), argumentando que "las marcas de la deshonra no deben ser eternas, y es necesario fijar un plazo más allá del cual los descendientes no deben pagar por las faltas de sus antepasados".
Ese mismo año de 1599, se publicó el alegato más contundente contra los estatutos, que causó gran impacto porque su autor había sido miembro de la Inquisición y era un prestigioso teólogo. Se trataba de Agustín Salucio, quien en su Discurso planteó dos críticas: que ya no tenían validez porque no había conversos que practicaran el judaísmo en secreto, y que habían traído más problemas que beneficios. Concluyó que sería muy sabio asegurar la paz del reino limitando los estatutos, de manera que cristianos viejos, moriscos y conversos se unieran en un solo cuerpo.
El libro de Salucio, que recibió el apoyo de muchas autoridades, abrió una gran crisis en la Inquisición, aunque esta mantuvo la prohibición del libro. Le siguieron otros libros que criticaban los estatutos, algunos escritos por miembros destacados de la Inquisición. Sin embargo, no se hizo nada para cambiarlos hasta la llegada al poder del Conde-Duque de Olivares en 1621. En 1623, se decretaron nuevas normas que modificaban la práctica de los estatutos. Se eliminaron las pruebas de limpieza cada vez que se ascendía o se cambiaba de empleo, no se harían caso de los "rumores" para determinar la limpieza de sangre, ni de los testimonios orales sin pruebas sólidas. También se prohibió la difusión de obras con listas de familias de origen judío. Sin embargo, las instituciones a las que iba dirigida la reforma parece que la incumplieron.
La "limpieza de sangre" nunca fue aceptada oficialmente en el derecho español, ni en la mayoría de las instituciones, iglesias o municipios de España. El daño más profundo fue el que causó, como ocurre con otras discriminaciones, en el ámbito del estatus, el rango social y la promoción. Pero en ningún momento llegó a convertirse en una obsesión nacional. A finales del siglo XVII, los pocos estatutos que aún existían eran ignorados. La única excepción fue el caso de los chuetas de Mallorca, cuya discriminación se mantuvo hasta la segunda mitad del siglo XIX.
En el siglo XVIII, los ministros ilustrados criticaron los estatutos, aunque no los abolieron. La abolición se produjo en el siglo XIX por una orden real del 31 de enero de 1835, en el marco de la Revolución liberal española que puso fin al Antiguo Régimen, aunque hasta 1859 se mantuvo para los oficiales del ejército. Una ley de mayo de 1865 abolió las pruebas de limpieza de sangre para los matrimonios y para ciertos cargos civiles y militares.
Galería de imágenes
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Detalle del cuadro de Pedro Berruguete "Auto de fe" (h. 1500), en el que aparecen dos personas castigadas por la Inquisición española, probablemente conversos, llevando sus sambenitos.
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Muerte del inquisidor Pedro de Arbués (1664), por Murillo.
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Cuadro Virgen de los Reyes Católicos en el que aparece arrodillado detrás del rey Fernando el Católico, el inquisidor general Tomás de Torquemada, y arrodillado detrás de la reina el inquisidor de Aragón Pedro de Arbués.
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Conversos. Séder de Pésaj secreto en España en la época de la Inquisición. Pintura de historia del artista ruso-judío Moshe Maimon, 1893.
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San José de Anchieta (1534–1597), misionero jesuita español en Brasil y uno de los fundadores de Sao Paulo y Río de Janeiro. José de Anchieta era descendiente de judeoconversos por línea materna.
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Retrato de Juan Martínez Silíceo, arzobispo de Toledo, por Francisco de Comontes, quien logró que se aprobara un estatuto de limpieza de sangre en la catedral de Toledo.
Véase también
En inglés: Converso Facts for Kids