Expulsión de los judíos de España para niños

La expulsión de los judíos de España fue una orden emitida en 1492 por los Reyes Católicos, quienes gobernaban Castilla y Aragón. Esta orden, conocida como el Edicto de Granada, buscaba evitar que los judíos influyeran en los cristianos nuevos (personas de origen judío que se habían convertido al cristianismo) para que volvieran a practicar su antigua fe.
La decisión de expulsar a los judíos o de prohibir el judaísmo estuvo relacionada con la creación de la Inquisición unos años antes. La Inquisición se estableció para investigar a los judeoconversos que, a pesar de haberse convertido, seguían practicando su fe judía en secreto. Los judíos también fueron expulsados de Portugal en 1497 y de Navarra en 1498.
El historiador Julio Valdeón ha dicho que la expulsión de los judíos de la península ibérica es uno de los temas más debatidos de la historia de España. En 2015, el gobierno español aprobó una ley para reconocer como españoles a los descendientes directos de los judíos expulsados entre 1492 y 1498.
Los judíos en la España medieval
La vida de los judíos en los reinos cristianos

El 2 de enero de 1492, los Reyes Católicos conquistaron el Reino nazarí de Granada. Con esto, terminó la Reconquista, un largo periodo de recuperación de territorios en la península.
En la España medieval, la convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos no siempre fue pacífica. Aunque a veces se toleraban, las comunidades vivían separadas y no siempre en igualdad. En los reinos cristianos, tanto judíos como musulmanes eran vistos con cierto desprecio. En los reinos musulmanes, cristianos y judíos debían pagar un impuesto especial para practicar su religión.
Durante los siglos XII y XIII, el sentimiento contra los judíos creció en Europa. En 1215, el IV Concilio de Letrán estableció medidas estrictas contra ellos. En los reinos cristianos de la península, los reyes seguían protegiendo a los judíos por su importante papel en la sociedad, a pesar de las ideas negativas que circulaban.
En el siglo XIV, la situación cambió. Las guerras y desastres naturales, como la Peste Negra, crearon un ambiente de tensión. La gente buscaba culpables y la presencia de los judíos entre los cristianos comenzó a ser vista como un problema.
Las revueltas de 1391 y sus consecuencias

La primera gran ola de violencia contra los judíos en la península ocurrió en Navarra en 1321. Dos décadas después, la Peste Negra de 1348 provocó ataques a las juderías (barrios judíos) en varios lugares, como Barcelona. En Castilla, la violencia contra los judíos se mezcló con la primera guerra civil castellana (1351-1369).
La mayor catástrofe para los judíos de la península ocurrió en 1391. Las juderías de Castilla y Aragón sufrieron ataques, incendios, saqueos y matanzas. Los ataques comenzaron en Sevilla en junio. Cientos de judíos fueron asesinados, sus casas saqueadas y sus sinagogas convertidas en iglesias. Muchos judíos huyeron o se vieron obligados a bautizarse para salvar sus vidas.
Desde Sevilla, la violencia se extendió por Andalucía y luego a Castilla y Aragón. Muchos judíos buscaron refugio en Navarra, Portugal, Francia o el norte de África. Otros, bajo amenaza de muerte, aceptaron ser bautizados. Es difícil saber el número exacto de víctimas, pero se calcula que cientos murieron en ciudades como Barcelona y Valencia.
Después de estas masacres, se endurecieron las medidas contra los judíos. En Castilla, se les obligó a llevar un distintivo rojo en la ropa para ser reconocidos. En Aragón, se limitó el número de sinagogas. Las órdenes religiosas intensificaron sus campañas para que los judíos se convirtieran. Como resultado, hacia 1415, más de la mitad de los judíos de Castilla y Aragón se habían bautizado.
La situación de los judíos en el siglo XV
Después de las matanzas de 1391 y las conversiones forzadas, en 1415 quedaban menos de cien mil judíos fieles a su religión en Castilla y Aragón. La comunidad judía española sufrió un gran golpe.
Muchas comunidades importantes, como las de Barcelona o Valencia, casi desaparecieron. En 1492, el año de la expulsión, solo quedaba una cuarta parte de los judíos que había antes de 1391 en Aragón. En Castilla, no llegaban a ochenta mil. Los judíos se habían trasladado de las grandes ciudades a pueblos pequeños y zonas rurales, donde estaban menos expuestos a los ataques.
Después de un periodo difícil (1391-1415), la presión sobre los judíos disminuyó. Pudieron recuperar sus sinagogas y libros. También se les permitió reconstruir la organización de sus comunidades, con el apoyo del rey. Esto significó que la Corona de Castilla volvió a aceptar oficialmente que una minoría de sus súbditos tuviera otra religión.
Durante el reinado de los Reyes Católicos, a finales del siglo XV, muchos judíos vivían en el campo y se dedicaban a la agricultura. También había artesanos y comerciantes judíos, aunque no dominaban estos sectores. Algunos judíos ocupaban puestos importantes en la corte de Castilla, como Abraham Seneor, tesorero de la Santa Hermandad, y Yucé Abravanel, recaudador de impuestos. Sin embargo, su papel no era tan grande como se cree.
No es cierto que la comunidad judía a finales del siglo XV fuera inmensamente rica e influyente. Había judíos muy ricos, pero la mayoría eran agricultores, artesanos o pequeños comerciantes. Lo que los unía era su fe, que los hacía una comunidad separada bajo la protección de la corona. La reina Isabel I afirmó en 1477 que todos los judíos de sus reinos estaban bajo su protección.
Los judíos formaban una "microsociedad" con cierta autonomía. Tenían sus propios consejos, recaudaban impuestos para sus sinagogas y enseñanza, y se regían por sus propias leyes en asuntos civiles. Sin embargo, no tenían plenos derechos civiles y estaban excluidos de cargos con autoridad sobre cristianos.
La existencia de estas comunidades autónomas planteaba un problema para el desarrollo de un Estado moderno, que buscaba una mayor unidad.
El "problema de los conversos" y la Inquisición
En el siglo XV, el principal problema dejó de ser los judíos para centrarse en los conversos, que eran unas doscientas mil personas. El término "converso" se usaba para los judíos que se habían bautizado y sus descendientes. Como muchos se habían convertido a la fuerza, los "cristianos viejos" (los que no tenían ascendencia judía) siempre los miraron con desconfianza.
Los conversos ocuparon muchos de los puestos que antes tenían los judíos. Se dedicaban al comercio, los préstamos y la artesanía. Al ser cristianos, podían acceder a oficios y profesiones que antes estaban prohibidos para los judíos. Algunos incluso llegaron a ser parte del clero.
El ascenso social de los conversos generó resentimiento entre los "cristianos viejos". Esto llevó a revueltas populares contra los conversos entre 1449 y 1474, especialmente durante un periodo de dificultades económicas y políticas. En Toledo, en 1449, se prohibió a los conversos ocupar cargos municipales.

Para justificar los ataques, se decía que los conversos eran falsos cristianos y que seguían practicando el judaísmo en secreto. Aunque una minoría de conversos sí seguía observando ritos judíos, muchos de los acusados de "judaizar" en realidad solo mantenían costumbres culturales de su origen judío o no conocían bien la nueva fe.
Así surgió el "problema converso". Como el bautismo era irreversible según la Iglesia, practicar el judaísmo en secreto se consideraba una herejía y debía ser castigado. Se extendió la idea de que la presencia de los judíos animaba a los conversos a seguir con su antigua fe.
Cuando Isabel I de Castilla subió al trono en 1474, el judaísmo secreto no se castigaba por falta de herramientas legales. Por eso, los Reyes Católicos pidieron al papa Sixto IV que les permitiera nombrar inquisidores en sus reinos. El papa lo concedió en 1478. Con la Inquisición, las autoridades tendrían los medios para investigar y castigar a los conversos que "judaizaban". Los reyes esperaban que la Inquisición lograra la integración total de los conversos.
La expulsión
La separación de los judíos (1480)
Al principio de su reinado, Isabel y Fernando protegieron a los judíos, ya que eran considerados "propiedad" de la corona. La reina Isabel I garantizó su seguridad en una carta de 1477. Por eso, hasta 1492, los Reyes Católicos tenían fama de ser favorables a los judíos.
Sin embargo, los reyes no pudieron detener todas las humillaciones y discriminaciones que sufrían los judíos, a menudo impulsadas por las predicaciones de los frailes. Entonces, decidieron separar a los judíos para evitar conflictos. En las Cortes de Toledo de 1480, se ordenó a los judíos vivir en barrios separados, de donde solo podrían salir de día para trabajar.
Hasta entonces, las juderías eran barrios donde los judíos solían vivir, pero no estaban completamente aisladas. A partir de 1480, se convirtieron en barrios cerrados para evitar la "confusión y daño de nuestra santa fe". Este proceso duró más de diez años y tuvo problemas y abusos.
La decisión de recluir a los judíos en estos barrios no solo buscaba separarlos, sino también dificultar sus actividades. El objetivo era que los judíos se convencieran de que la única solución para llevar una vida normal era convertirse al cristianismo.
La expulsión de los judíos de Andalucía (1483)

Los primeros inquisidores llegaron a Sevilla en noviembre de 1480 y causaron mucho temor. En los primeros años, solo en Sevilla, hubo muchas condenas a muerte y otras penas, acompañadas de la confiscación de bienes.
Los inquisidores descubrieron que muchos conversos se reunían con sus familiares judíos para celebrar fiestas y asistir a sinagogas. Esto los convenció de que no podrían acabar con el judaísmo secreto si los conversos seguían en contacto con los judíos. Por ello, pidieron a los reyes que expulsaran a los judíos de Andalucía.
En 1483, los reyes aprobaron la expulsión de los judíos de las diócesis de Sevilla, Córdoba y Cádiz, dándoles un plazo de seis meses para irse a Extremadura. Se cree que esta orden también buscaba alejarlos de la frontera con el reino nazarí de Granada, donde se libraba una guerra.
El decreto de expulsión

El 31 de marzo de 1492, poco después de terminar la guerra de Granada, los Reyes Católicos firmaron en Granada el decreto de expulsión de los judíos. Se envió a todas las ciudades, pero no debía hacerse público hasta el 1 de mayo. Algunos judíos importantes intentaron anularlo, pero no lo lograron. Se cuenta que Isaac Abravanel ofreció una gran suma de dinero al rey Fernando, pero el inquisidor general Tomás de Torquemada se opuso.
Unos meses antes, un juicio de la Inquisición en Ávila, donde se condenó a conversos y judíos por una acusación falsa de un crimen contra un niño cristiano (el Santo Niño de La Guardia), contribuyó a crear un ambiente favorable a la expulsión.
Los Reyes Católicos encargaron a Tomás de Torquemada la redacción del decreto. Le pidieron que justificara la expulsión acusando a los judíos de dos delitos: prácticas financieras injustas y de incitar a los conversos a volver a su antigua fe. También se debía dar un plazo para que los judíos eligieran entre el bautismo o el exilio, y que pudieran llevarse sus bienes muebles, aunque no oro, plata ni caballos. Torquemada presentó el proyecto el 20 de marzo de 1492, y los reyes lo firmaron el 31 de marzo.
Existen dos versiones del decreto: una para Castilla y otra para Aragón. La versión de Aragón menciona más claramente el papel de la Inquisición y acusa a los judíos de prácticas financieras injustas. Ambas versiones tienen la misma estructura y explican las razones de la expulsión y cómo se llevaría a cabo.
Las condiciones de la expulsión
El decreto establecía las siguientes condiciones:
- La expulsión de los judíos era definitiva. No podrían regresar jamás.
- No había excepciones por edad o lugar de nacimiento.
- Se dio un plazo de cuatro meses (hasta el 10 de agosto) para que salieran. Quienes no lo hicieran o regresaran después, serían castigados con la muerte y la confiscación de sus bienes.
- En ese plazo, los judíos podían vender sus propiedades y llevarse el dinero en forma de letras de cambio o mercancías, pero no en monedas de oro o plata, ni armas o caballos.
Aunque el edicto no mencionaba la conversión, esta era la alternativa implícita. Los judíos tenían cuatro meses para decidir si abandonaban su fe para quedarse o se exiliaban para conservarla.
Muchos judíos, especialmente los más ricos y cultos, y la mayoría de los rabinos, decidieron convertirse al cristianismo. Un ejemplo notable fue Abraham Seneor, rabí mayor de Castilla, quien se bautizó junto a su familia en junio de 1492, con los reyes como padrinos. Este caso se hizo público para animar a otros a convertirse.
Los judíos que decidieron no convertirse tuvieron que prepararse para la marcha en condiciones muy difíciles. Tuvieron que vender sus bienes a precios muy bajos, ya que tenían poco tiempo y no podían sacar oro ni plata. También tuvieron problemas para recuperar el dinero que habían prestado.

Además, debían pagar todos los gastos del viaje. Isaac Abravanel ayudó a organizar los barcos, pero los precios eran muy altos y algunos dueños de barcos no cumplieron lo acordado. Los reyes tuvieron que ordenar que se protegiera a los judíos durante el viaje, ya que sufrían abusos. Un cronista de la época relató cómo salieron de sus tierras, muchos a pie, con grandes dificultades.
Los motivos de la expulsión
La versión castellana del decreto menciona motivos religiosos: se acusaba a los judíos de incitar a los conversos a volver a su antigua religión. El decreto decía que había "malos cristianos que han judaizado" y que la causa principal eran las relaciones entre judíos y cristianos.
Se mencionan las medidas anteriores, como la obligación de los judíos de vivir en barrios separados y la expulsión de los judíos de Andalucía, que no habían logrado detener el problema. Finalmente, se explicó que se expulsaba a toda la comunidad judía porque, si un grupo comete un crimen grave, es justo que todo el grupo sea disuelto.
Los historiadores han debatido si hubo otros motivos además de los religiosos. Hoy se descarta que la expulsión fuera para quedarse con la riqueza de los judíos, ya que la mayoría de los que se fueron eran modestos, y los más ricos se convirtieron y se quedaron. Tampoco se cree que fuera una lucha de clases, pues muchos nobles defendieron a los judíos.
Los motivos personales de los reyes también parecen descartados, ya que tenían judíos y conversos de confianza en su corte.
Los historiadores actuales sitúan la expulsión en el contexto europeo. Los Reyes Católicos fueron de los últimos gobernantes en Europa occidental en expulsar a los judíos. Inglaterra lo hizo en 1290 y Francia en 1394. El objetivo era lograr la unidad de fe en sus Estados, un principio que se consolidaría en el siglo XVI: que los súbditos debían profesar la misma religión que su príncipe.
Con la expulsión, España dejó de ser una nación con varias comunidades religiosas y se unió a la tendencia europea de buscar la unidad de fe. La Universidad de París felicitó a España por esta decisión.
Julio Valdeón sugiere que la decisión de los Reyes Católicos, que al principio protegían a los judíos, se debió a la presión de otros países cristianos y de la Iglesia, así como a la gran aversión que existía en el pueblo cristiano hacia la comunidad judía.
Joseph Pérez cree que la decisión de los Reyes Católicos estuvo directamente relacionada con el "problema converso". La Inquisición propuso la expulsión de los judíos para eliminar la supuesta causa de que los conversos volvieran a su antigua fe. Los reyes compartían esta preocupación religiosa y política, buscando la asimilación total de los conversos en la sociedad española.
La expulsión también se enmarca en la construcción del "Estado moderno", que buscaba una mayor cohesión social basada en la unidad de fe. Los reyes pensaron que la amenaza de la expulsión animaría a los judíos a convertirse masivamente. Sin embargo, la mayoría prefirió irse, manteniendo su fe a pesar de los sacrificios.
Consecuencias
Impacto en España

En 1492, la historia del judaísmo español como comunidad pública terminó. A partir de entonces, su existencia fue más discreta, siempre bajo la vigilancia de la Inquisición.
El número de judíos expulsados es un tema debatido. Las investigaciones más recientes lo sitúan en torno a 50.000 a 100.000 personas. Muchos de los que se fueron regresaron después debido a los malos tratos que sufrieron en algunos lugares de acogida.
La situación de los que regresaron se regularizó. Se les exigía pruebas de su bautismo y podían recuperar sus bienes al mismo precio al que los habían vendido. También se impusieron sanciones a quienes insultaran a estos nuevos cristianos.
En cuanto al impacto económico, se descarta que la expulsión causara un gran revés o frenara el desarrollo económico de España. Los judíos ya no eran una fuente de riqueza tan importante. La expulsión causó problemas a nivel local, pero no una catástrofe nacional. La España del siglo XVI no era una nación económicamente atrasada. En términos de población y economía, la expulsión no causó un deterioro sustancial, sino una crisis pasajera que se superó rápidamente.

Reacciones internacionales
En Italia, muchos escritores elogiaron la expulsión. El papa Alejandro VI concedió a Fernando e Isabel el título de "Reyes Católicos" en 1496, en parte por esta decisión. Sin embargo, el propio Papa acogió en Roma a muchos judíos expulsados de España a cambio de un impuesto.
La Universidad de París felicitó a España. Francia ya había prohibido el judaísmo y mantenía sus fronteras cerradas a los judíos expulsados. La mayoría de los exiliados emigraron a Portugal, donde se les permitió quedarse poco tiempo antes de ser obligados a convertirse o abandonar el país.
Turquía fue uno de los pocos países que recibieron a los exiliados con los brazos abiertos. El sultán Bayaceto II ordenó que fueran bien acogidos. Su sucesor, Solimán el Magnífico, se maravilló de que España hubiera expulsado a los judíos, considerándolo una pérdida de riqueza para España y una ganancia para su propio imperio.
La diáspora sefardí y su identidad
La mayoría de los judíos expulsados se establecieron en el norte de África, a veces pasando por Portugal, o en países cercanos como Navarra o los Estados italianos. Como también fueron expulsados de Portugal y Navarra, tuvieron que emigrar de nuevo.
Los que tuvieron mejor suerte fueron los que se establecieron en los territorios del Imperio Otomano, incluyendo el norte de África, Oriente Próximo y los Balcanes. El sultán otomano los recibió bien. La llegada de un gran número de judíos sefardíes a estas regiones influyó en las comunidades judías ya existentes.
Los judíos identificaban la península ibérica con la Sefarad bíblica. Por eso, los judíos expulsados por los Reyes Católicos se llamaron sefardíes. Además de su religión, conservaron muchas de sus costumbres y, sobre todo, mantuvieron el uso de la lengua española. Esta lengua evolucionó con el tiempo, pero sus características esenciales siguieron siendo las del castellano del siglo XV.
Los sefardíes nunca olvidaron la tierra de sus padres. Sentían una mezcla de resentimiento por los trágicos eventos de 1492 y, con el tiempo, nostalgia por la patria perdida. El judeoespañol es un ejemplo notable de cómo un grupo social exiliado mantuvo su lengua y tradiciones durante siglos.
Véase también
En inglés: Expulsion of Jews from Spain Facts for Kids