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Gregorio González Arranz para niños

Enciclopedia para niños


Gregorio González Arranz (nacido en Roa (Burgos) el 25 de mayo de 1788 y fallecido en Mortagne-au-Perche, Francia, en 1868) fue un importante propietario de tierras y militar. Durante el reinado de Fernando VII, apoyó las ideas de un gobierno con poder absoluto. Fue perseguido cuando los liberales estuvieron en el poder.

Se le recuerda por su papel como alcalde de Roa en el proceso que llevó a la muerte de Juan Martín Díez, conocido como «El Empecinado». Después de la muerte de Fernando VII, defendió que el infante Carlos María Isidro de Borbón debía ser el nuevo rey, uniéndose al bando carlista durante la primera guerra carlista. Tras la guerra, se exilió en Francia, donde perdió todas sus propiedades y fue ayudado por personas que compartían sus ideas políticas.

Gregorio González Arranz: Un Personaje Histórico

Sus Primeros Años y la Guerra

Gregorio González Arranz nació en Roa (Burgos) el 25 de mayo de 1788. Su padre era un hacendado con muchas propiedades. Cuando su padre falleció en 1807, Gregorio tuvo que encargarse de sus negocios, que incluían viñedos, bodegas y tierras de cultivo.

Durante la Guerra de la Independencia Española contra los franceses, dos líderes guerrilleros de la región del Duero, Jerónimo Merino y Juan Martín Díez (El Empecinado), intentaron que Gregorio se uniera a sus tropas. Sin embargo, su madre logró evitarlo haciendo pagos. Estos pagos fueron tan costosos que Gregorio decidió casarse en 1811 para obtener un permiso que lo librara del servicio militar. Gracias a su matrimonio, que incluyó tierras, viñedos y dinero, se convirtió en uno de los vecinos más importantes de Roa.

En esa época, Merino luchaba por una monarquía absoluta (donde el rey tiene todo el poder), mientras que El Empecinado lo hacía por una monarquía constitucional (donde el poder del rey está limitado por una ley fundamental). Cada uno reclutaba jóvenes con sus propias ideas y pedía dinero a los ricos que no estaban de acuerdo con ellos. Esto empezó a crear una división en España.

El Reinado de Fernando VII y su Papel

En 1820, Gregorio era uno de los cuatro terratenientes más ricos de Roa. Él y otro de ellos apoyaban la monarquía absoluta, mientras que los otros dos eran liberales. Ese mismo año, fue nombrado regidor (un tipo de alcalde) de Roa y sus alrededores, aunque no quería el cargo porque le quitaba tiempo para sus negocios. Él mismo dijo que este cargo fue el inicio de sus problemas con los liberales.

Archivo:Fernando VII en un campamento, por Goya
Fernando VII. Óleo de Francisco de Goya.

En marzo de 1820, se volvió a establecer la Constitución de 1812, y Gregorio perdió su cargo. Empezó a tener problemas con los liberales de la zona, ya que en Roa había mucha tensión entre los que apoyaban al rey absoluto y los liberales. El 26 de abril de 1823, llegaron tropas del absolutista Merino, y Gregorio fue repuesto como regidor. Inmediatamente, quitó la placa de "Plaza de la Constitución" de la plaza principal, ordenó recoger las armas de los liberales y creó el Batallón de Voluntarios Realistas de Roa. Trabajó tan duro que, según sus propias palabras, "en tres meses no entré por las puertas de mi casa".

El corregidor (otro cargo importante) Domingo Fuentenebro solía delegar sus funciones en Gregorio, lo que le dio mucho poder político.

La Captura de 'El Empecinado'

En noviembre de 1823, Gregorio recibió noticias de que El Empecinado se acercaba a Roa. Se puso al frente de los voluntarios realistas y comenzó a perseguir al antiguo guerrillero. En Nava de Roa, su tropa capturó a El Empecinado y a sesenta de sus hombres. Gregorio los llevó a Roa, haciendo que El Empecinado caminara delante de su caballo, con los brazos atados.

Archivo:Juan Martín Díez
Juan Martín Díez, El Empecinado. Óleo de Francisco de Goya.

Al llegar a Roa, miles de personas llenaban las calles para ver a los prisioneros. Se había levantado un escenario alto en la plaza principal. Gregorio subió a El Empecinado al escenario y luego los encerró, esperando órdenes. Los prisioneros debían ser juzgados por la justicia militar en Valladolid, pero Fuentenebro, que no se llevaba bien con El Empecinado, informó directamente a Fernando VII. El rey ordenó que los prisioneros fueran juzgados en Roa. La sentencia, que condenaba a El Empecinado a muerte en la Plaza Mayor de Roa, fue aprobada por el rey el 20 de abril de 1825. Fuentenebro no regresó a Roa, dejando a Gregorio González Arranz a cargo de los preparativos y de la sentencia, que se llevó a cabo el 20 de agosto de 1825. Por este motivo, Gregorio fue conocido por su papel en este suceso.

Después de los Acontecimientos

Gregorio González Arranz había enviudado en 1822 y se casó de nuevo en 1824, pero su segunda esposa falleció poco después. Al año siguiente, dejó de ser alcalde y se dedicó a sus negocios. Sin embargo, tuvo problemas con las cuentas de los años en que fue alcalde, lo que le causó pérdidas hasta 1829.

En 1828, al ver que sus negocios no iban bien y que su casa estaba desorganizada, decidió casarse por tercera vez. Una vez resueltos los problemas con las cuentas del ayuntamiento, fue nombrado Superintendente General del Reino y Tasador de daños en montes de Roa. También fue elegido Mayordomo de la iglesia Colegial de Roa. Estos cargos le daban algo de dinero y le servían de distracción.

A pesar de todo, su futuro sería difícil debido a su lealtad al rey Fernando VII y por su papel en la muerte de El Empecinado. Él mismo decía que Roa era un pueblo muy a favor de la Constitución y que odiaba al gobierno del rey absoluto.

La Primera Guerra Carlista

El 29 de septiembre de 1833, Fernando VII falleció. Dejó como heredera a su hija Isabel II. Sin embargo, los partidarios de su hermano, Carlos María Isidro de Borbón, lo proclamaron rey. Esto provocó levantamientos y el inicio de una guerra que duraría hasta 1840.

Archivo:Don Carlos - Magués
Carlos María Isidro de Borbón. Litografía según dibujo de Isidoro Magués. 1837.

El cura Merino era un gran partidario de Carlos y levantó en armas a parte de las regiones de Burgos, Soria y Valladolid. El 15 de octubre, Merino ordenó que los voluntarios realistas de Roa y otras personas armadas marcharan hacia Villafranca Montes de Oca.

Archivo:Villafrancamontesoca
Villafranca Montes de Oca. Burgos.

Gregorio González, líder de los voluntarios realistas de Roa, obedeció de inmediato. Tomó 6000 reales del ayuntamiento y se dirigió con su gente al punto de encuentro. Merino era un buen guerrillero, pero no sabía organizar un ejército. La gente reunida no recibió órdenes claras. Cuando llegaron noticias de que las tropas de Isabel se acercaban desde Lerma, Burgos y Navarra, y como era época de vendimia y trabajos agrícolas, muchos campesinos regresaron a sus casas. El ejército se disolvió sin grandes batallas, y Merino huyó a Portugal, donde estaba Carlos.

Archivo:Merino-Galería
Gerónimo Merino. Litografía de 1845.

Gregorio González fue muy valiente al regresar a Roa, ya que había levantado gente en armas contra el gobierno de Isabel, lo que podría haberle costado la vida. Vicente Genaro Quesada, capitán general de Castilla la Vieja, había ordenado que cualquier carlista capturado con armas fuera ejecutado en cuatro horas. Los liberales de Roa solo desarmaron a sus seguidores. Gregorio tuvo que devolver los 6000 reales, perdió sus cargos, fue encarcelado varias veces y pagó grandes multas para ser liberado. Las tropas de Isabel que pasaban por Roa se abastecían gratis en su casa. Finalmente, fue desterrado a Valladolid y no pudo regresar a casa hasta finales de 1834.

Cuando volvió, él y su esposa decidieron esconder su dinero para evitar robos. Enterraron más de ocho mil reales en monedas de cobre en el corral y escondieron más de cien mil reales en oro y plata en la bodega.

Desafíos y Decisiones

Al año siguiente, el 30 de mayo, Merino atacó Roa, saqueando e incendiando muchas casas de liberales. Gregorio González, al ver el desastre, se alejó del lugar, llevando consigo a un grupo de liberales, salvándoles la vida. Este acto hizo que dejara de ser perseguido y pudo organizar sus cuentas y negocios, lo que le ayudó a mejorar su situación económica.

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Castillo de Peñafiel.

En junio de 1836, una expedición carlista liderada por Basilio García, con Juan Manuel Balmaseda (conocido de Gregorio) como segundo, salió de Navarra y entró en Castilla. Gregorio González se había escondido seis días antes para evitar ser tomado como rehén por los liberales. Los liberales más importantes de Roa se habían refugiado en el castillo de Peñafiel, así que Gregorio regresó a casa. Los liberales que se quedaron le pidieron que se hiciera cargo del ayuntamiento y recibiera a los carlistas, asegurándose de que no hubiera problemas para las familias de los liberales que habían huido. Lo logró, aunque la población tuvo que dar muchos suministros a las tropas carlistas.

Al anochecer, la columna carlista siguió su camino, dejando al médico de la tropa a su hijo de siete años con Gregorio para que lo cuidara. Pensaban volver pronto, pero el ejército de Isabel les cortó el paso, obligándolos a ir a Soria y luego a Navarra. Los liberales regresaron de Peñafiel con la intención de ejecutar a Gregorio y capturar al niño. Sin embargo, una persona liberal importante a la que Gregorio había ayudado los escondió unos días. Finalmente, Gregorio huyó con el niño y dos de sus hermanos (uno de ellos cura) a los montes de Burgos y Soria.

Encontraron refugio en Aldeanueva de la Serrezuela, Quintanilla de Nuño Pedro y Aldea del Pinar. Gregorio se mantenía en contacto con su esposa a través de amigos, quien le enviaba dinero. Vivían con el miedo de ser descubiertos, ya que los periódicos de Soria y Burgos habían publicado órdenes de búsqueda y captura para él y el niño. Cuando supieron que la expedición carlista del general Miguel Gómez Damas se retiraba y pasaría por Soria, fueron a su encuentro el 13 de diciembre en Huerta de Rey. Decidieron unirse a ellos y marchar a las provincias vascas. Sin embargo, al día siguiente, en Santo Domingo de Silos, vieron que el ejército de Gómez estaba desorganizado y robaba. Temieron por sus vidas y abandonaron a Gómez. Volvieron a refugiarse en los pueblos donde ya habían estado, y con la ayuda de unos curas, lograron que el niño llegara a Soria, donde fue recogido por un enviado de sus abuelos.

Archivo:Ejército carlista - Magués
Tropas del ejército carlista.

En mayo de 1837, un gran ejército carlista vasco-navarro, conocido como Expedición Real, salió de Navarra y se dirigió a Cataluña, cruzando el Ebro para unirse a las fuerzas de Ramón Cabrera en el Maestrazgo. Desde allí, planeaban marchar juntos hacia Madrid. Las tropas de Isabel que rodeaban el territorio carlista vasco-navarro dejaron la frontera desprotegida al seguir a la expedición carlista. Hubo varias batallas, pero no lograron detener su avance.

El 24 de julio, otra expedición carlista de unos 4000 hombres, al mando de Juan Antonio de Zaratiegui, salió del País Vasco-Navarro, cruzó el río Ebro y avanzó rápidamente por Burgos, ocupando Valladolid y Segovia. También envió grupos a Palencia, León, Zamora y Salamanca.

Un oficial carlista alemán, August von Goeben, que participó en esta expedición, escribió: "Nuestra pequeña División había cobrado una extraordinaria confianza; como habíamos superado tantas dificultades y como las masas enemigas nos abandonaban el campo sin lucha, creía el pueblo que conquistaríamos Castilla de modo permanente...".

La Retirada y Nuevas Misiones

González Arranz regresó a casa y fue nombrado alcalde mayor de Roa. Ordenó el alistamiento de voluntarios realistas y facilitó alojamiento y comida a las tropas carlistas de Zaratiegui que pasaban por allí. Recibía informes diarios de ochenta pueblos de la comarca y su casa estaba siempre llena de hombres y caballos listos para llevar mensajes al general.

Goeben confirmó la lealtad a la Constitución que existía en Roa: "en la villa de Roa, situada a la orilla derecha del río, reinaba al acercarse nuestros batallones un adusto silencio, lo que contrastaba violentamente con la satisfacción de toda la región".

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Tropas del ejército isabelino.

El ejército de Zaratiegui esperaba en Aranda de Duero órdenes para unirse a la Expedición Real que venía del Maestrazgo hacia Madrid. Pero esta expedición fue rechazada por el general de Isabel, Baldomero Espartero, y comenzó a retirarse hacia el norte. Ambas expediciones carlistas se encontraron en Aranda de Duero y fueron empujadas por Espartero hacia el territorio del que habían partido, sin grandes batallas. Espartero quería que el ejército carlista regresara derrotado al País Vasco-Navarro para desanimar a la población y fomentar desacuerdos entre las tropas, lo que ayudaría a terminar la guerra con un acuerdo. González Arranz se unió a la tropa carlista que se retiraba: "Y otra vez cambió mi vida, entregándome a los azares y penalidades de la guerra".

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Estella. Litografía de 1845.

Al llegar a Vizcaya, fue nombrado capitán de una compañía que realizaba expediciones rápidas en Cantabria y el norte de Burgos. Tenía amigos influyentes y fue recibido varias veces por Carlos, quien ordenó que fuera nombrado "alcalde mayor perpetuo de Roa y su comarca", y fue agregado al cuartel real de Estella, obteniendo el rango de teniente del ejército. Días después, pensó que el cargo de alcalde le daría mucho trabajo, así que renunció y solicitó ser Administrador de Rentas Reales, ya que "los administradores recibían buen trato, eran estimados en la villa y dejaban viudedad en caso de fallecimiento". Recibió el nombramiento, pero las circunstancias no le permitieron tomar posesión del cargo.

A mediados de marzo de 1838, Gregorio González Arranz participó en una nueva expedición carlista hacia Castilla, al mando de Ignacio de Negri, dirigiendo una compañía. Esta tropa era pequeña y estaba mal abastecida, por lo que las fuerzas de Isabel la obligaron a refugiarse en los montes de Soria. Ante su situación desesperada, Negri envió a González Arranz con mensajes para Carlos, pidiendo ayuda. Gregorio logró llegar a Estella y días después abandonó el territorio carlista con la respuesta para Negri. Sin embargo, al entrar en territorio enemigo, se enteró de que la tropa que buscaba había sido aniquilada en un enfrentamiento en el Puerto de la Brújula en Burgos el 27 de abril, por lo que regresó al territorio carlista.

El Final de la Guerra y el Exilio

A principios de 1839, Espartero decidió usar una nueva estrategia para terminar la guerra: ordenó que todas las familias de las provincias cercanas al territorio carlista vasco-navarro que tuvieran algún familiar en el ejército carlista fueran obligadas a abandonar sus casas y trasladarse a ese territorio. Esto aumentó la escasez de alimentos entre los carlistas. Los combatientes carlistas "castellanos" (de Castilla) nunca habían sido bien recibidos por los habitantes vasco-navarros, pero ahora, al ver sus provisiones disminuidas y ser obligados a alojar a los "castellanos" desplazados, la enemistad aumentó. Entre las personas que llegaron estaban la esposa y los cuatro hijos de González Arranz.

Gregorio seguía en contacto con políticos y militares, y fue de los primeros en darse cuenta de que la guerra estaba perdida. En julio de 1839, Espartero comenzó a ocupar Vizcaya con poca resistencia, ya que los batallones carlistas vizcaínos querían que la guerra terminara. Había rumores de negociaciones de paz entre Espartero y el jefe carlista Rafael Maroto. En Navarra, algunos batallones se negaban a combatir fuera de su provincia. Sin embargo, en la corte de Carlos en Azpeitia, él y sus dignatarios ignoraban la situación y creían que Maroto había permitido a Espartero entrar en Vizcaya para tenderle una trampa y derrotarlo en Guipúzcoa.

Ante esta mala situación política y militar, y temiendo ser ejecutado si era capturado, Gregorio dejó a su familia en Guipúzcoa y abandonó España el 29 de agosto por Vera de Bidasoa. Recibió un pasaporte de refugiado político en la aduana francesa y sintió un gran alivio al cruzar la frontera.

Su Vida en el Exilio

El gobierno francés le asignó vivir en Mortagne-au-Perche. Gregorio caminó hasta allí, recibiendo una pequeña ayuda económica por cada legua recorrida. Una vez en su destino, comenzó a recibir una paga mensual del gobierno francés para refugiados, y también fue generosamente ayudado por los legitimistas franceses, quienes le proporcionaban alimentos y todo lo necesario.

Archivo:Mortagne-au-Perche - Portail Saint-Denis - 2
Mortagne-au-Perche - Portail Saint-Denis.

Buscó a su familia, pensando que quizás también habían logrado pasar a Francia, pero no obtuvo resultados. Se comunicó con el cura de Aldeanueva de la Serrezuela, quien a principios de 1840 le informó que su esposa e hijos se habían establecido en Aranda, ya que los liberales de Roa les dificultaban la estancia en su pueblo. El matrimonio acordó que ella viajaría para reunirse con él en Francia. Su esposa se trasladó a Roa, vendió los muebles de la casa y se preparó para el viaje.

En 1839, Balmaseda no había aceptado la paz del Convenio de Oñate y se había unido a Cabrera en el Maestrazgo. Cuando la guerra terminó allí en 1840 y Cabrera huyó a Francia, Balmaseda, al frente de un grupo de caballería que no quería rendirse a Espartero, realizó una audaz cabalgata por Teruel, Soria, Burgos, Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra, logrando llegar a Francia. Su ruta lo llevó por Roa, localidad que saqueó e incendió muchas casas. La esposa de González Arranz aceleró su marcha, temiendo represalias, y "al salir, presenció cómo el fuego destruía su propia casa". El 22 de junio de 1841, la familia González Arranz se reunió de nuevo en Mortagne-au-Perche. Gregorio falleció en Francia, en Nantes, el 6 de abril de 1868. Su hija Anastasia se casó en 1852 con Toribio del Pozo de la Peña, sobrino nieto del Cura Merino.

Sus Memorias: Un Relato Sincero

Después de enviudar de nuevo y perder a un hijo por enfermedad, Gregorio decidió escribir sus Memorias alrededor de 1845. Quería dejar un registro de lo que le había sucedido para su familia.

El manuscrito, bien encuadernado y en excelente estado, fue encontrado en una venta de libros usados en Lisboa en 1920. Fue comprado por Thomas de Mello Breyner, quien se lo regaló al escritor Sebastián Lazo en 1933. Lazo escribió el prólogo, y las Memorias fueron publicadas en 1935.

Sebastián Lazo destacó la sinceridad de estas Memorias. González Arranz confiesa que todas sus desgracias vinieron de su participación en el proceso que llevó a la muerte de El Empecinado, y no oculta ningún detalle de este episodio. No intentó justificarse ni defenderse de sus enemigos, sino que lo contó todo "sencilla, noblemente". Incluso relató cómo hizo caminar a El Empecinado atado delante de su caballo, y también dio testimonio de los excesos de Merino y Balmaseda en Roa, de Gómez en Huerta de Rey y Santo Domingo de Silos, y de la retirada final de la Expedición Real.

Contexto Histórico Importante

Cuando Fernando VII murió, muchos defendieron los derechos de su hermano Carlos al trono, creyendo que el ejército los apoyaría. Pero el ejército se mantuvo leal al testamento del rey fallecido. Solo en las Vascongadas y Navarra se estableció un gobierno carlista.

En el resto de España, quienes habían apoyado a Carlos fueron vigilados, castigados y apartados de sus cargos. Por ello, muchos decidieron dejar sus casas para unirse a los carlistas vasco-navarros. Los más ricos viajaron en barco a Francia y de allí a Navarra. Otros caminaron hacia el río Ebro y cruzaron la frontera del territorio en guerra. Muchos más lograron llegar uniéndose a las expediciones carlistas que, habiendo salido del País Vasco-Navarro, habían entrado en territorio de Isabel y, tras fracasar en sus intentos de levantar a la gente o después de conseguir un botín, regresaban a su tierra.

Cuando llegaba una expedición carlista, los ingenuos partidarios de Carlos creían que las tropas se quedarían y establecerían el gobierno absolutista en su localidad. Pero las expediciones carlistas nunca se detenían, sino que seguían su marcha rápidamente, siempre perseguidas y buscando más botín. Los carlistas "castellanos" que los habían recibido con entusiasmo se sentían desolados al verlos partir, ya que sabían que serían castigados por haber acogido al enemigo de Isabel. Por eso, los más decididos se unían a la expedición, logrando llegar al territorio vasco-navarro. Así, muchos "castellanos" que no eran militares terminaron viviendo allí. Su gran número se evidencia en las quejas de los comandantes de la Expedición Real, ya que permitieron que muchos "castellanos" no militares los acompañaran, lo que dificultó mucho la marcha. Estas personas estaban convencidas de que ese gran ejército llegaría a Madrid e impondría a Carlos como rey, tras lo cual podrían regresar a sus tierras y recuperar sus bienes.

Aunque los historiadores carlistas de la época dieron importancia a los "castellanos" prominentes como Maroto, Negri y José Arias Tejeiro que se unieron a los carlistas vasco-navarros, se sabe muy poco de los "castellanos" anónimos. Es cierto que los periódicos de Isabel publicaban a menudo cartas de "castellanos" en el territorio vasco-navarro, interceptadas mientras eran enviadas a sus parientes. Pero como en todas ellas predomina el pesimismo, describiendo la mala situación del territorio carlista, y algunas incluso usan un término despectivo para los líderes vascos, y sabiendo que los carlistas también interceptaban la correspondencia (y usar ese término podía significar un castigo severo), se cree que, al menos en parte, las cartas publicadas no eran auténticas, sino que provenían de un grupo que buscaba desinformar, creado por Eugenio de Aviraneta.

Por lo tanto, la casi ausencia de otras fuentes sobre la vida de estos carlistas "castellanos" hace que los datos de las Memorias de González Arranz sean excepcionalmente importantes.

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Gregorio González Arranz para Niños. Enciclopedia Kiddle.