Brujería vasca para niños
Brujería vasca es la historia de la brujería en las zonas vascohablantes del actual País Vasco y de Navarra (España) y del País Vasco francés, cuyo caso más famoso fue el de las brujas de Zugarramurdi de principios del siglo XVII. Brujería vasca es el término que utilizan Julio Caro Baroja y otros investigadores para referirse a los fenómenos de brujería entre el pueblo vasco, además de ser el título de la obra clásica de Caro Baroja sobre el tema.
Contenido
Edad Media
En sus orígenes, según Caro Baroja, "la Brujería vasca aparece ligada a una peculiar situación social del país y adherida a una tradición de paganismo, que hacía decir a varias personas del siglo XV que los vascos, tan católicos hoy, eran gentiles". De allí procede la palabra "sorguino" o "xorguino" para designar a los brujos, que deriva del vasco "sorgiñ", que, según Caro Baroja, viene de "sors-sortis" ('suerte' en castellano) más el sufijo vasco "-guiñ", "-eguiñ" (o "-egin"), que significa hacer.
En 1466 una representación de Guipúzcoa se dirigió al rey de Castilla Enrique IV para pedirle que autorizara a los alcaldes para que se pudieran sentenciar y ejecutar sin posibilidad de apelación en casos de brujería, alegando que las brujas estaban causando grandes daños y perjuicios en la provincia. El rey accedió por una real cédula fechada en Valladolid el 15 de agosto de aquel mismo año. Entre las razones por las que el rey aceptó la petición se encuentra la de que "los dichos maleficios son de tal calidad, que se hacen de noche y en lugares apartados y muy escondida y encubiertamente; y porque la probanza de ellos es muy difícil, y no se puede saber cumplidamente, salvo de las mismas sorguiñas o brujas…".
Siglo XVI
Hacia 1500 se abren varios procesos contra los brujos y brujas de la sierra de Amboto (en el Señorío de Vizcaya) en la que se dice que vive una especie de divinidad llamada la "Dama de Amboto". Siete años después aparece otro foco de brujería en un lugar no precisado que hace que intervenga el tribunal de la Inquisición española de Logroño, produciéndose la ejecución de unas treinta supuestas brujas.
En 1517 se publica un tratado sobre supersticiones (Tractatus de Superstitionibus) de Martin de Arlés, canónigo de Pamplona, que parece que se escribió en el siglo anterior, y en el que se refiere a las brujas del reino de Navarra. En el libro recoge la idea tradicional de la Iglesia, que arranca de Agustín de Hipona, que considera que lo que hacen las brujas es una ilusión provocada por el diablo.
En 1527 surge un nuevo caso en Navarra. En ese año dos niñas se presentan ante el Consejo Real de Navarra en Pamplona declarándose "brujas, en compañía de otras muchas de este oficio, las cuales hacen mucho mal" y añadiendo a continuación que "si queréis castigarlas, nosotras os las mostraremos, que luego que veamos a cada una el ojo izquierdo, la conoceremos, porque somos de su oficio: otra que no lo fuese no las podría conocer". Los oidores del Consejo les creyeron y nombraron a un inquisidor llamado Avellaneda para que junto con un grupo de cincuenta soldados fuera de pueblo en pueblo por los valles del Pirineo Navarro deteniendo a quienes señalaran las niñas. Siguiendo el procedimiento propuesto por éstas, mirar el ojo izquierdo de los sospechosos, fueron detenidos ciento cincuenta presuntos brujos y brujas.
El "el más graue caso deste siglo", como lo calificó Avellaneda, tuvo un gran impacto en la sociedad de su tiempo y fue mencionado en varios textos literarios. En 1529 se publicó en Logroño el Tratado de las Supersticiones y Hechizerías de fray Martin de Castañega, dedicado al obispo de Calahorra, en el que su autor describe la brujería como una inversión del catolicismo. Así Castañega habla de los "execramentos" de la "Iglesia diabólica" –frente a los sacramentos de la Iglesia católica-, de misas negras en las que se adora al demonio, de rituales que imitan los rituales eclesiásticos, etc.
Después del de Navarra de 1527 hubo otros casos de brujería en el país vasco-navarro. En 1528 hubo una campaña contra la brujería en el Señorío de Vizcaya llevada a cabo por fray Juan de Zumárraga nombrado inquisidor y en la que también participó Avellaneda y Sancho de Carranza, inquisidor de Calahorra. En 1530 las Juntas Generales de Guipúzcoa pidieron la intervención de un inquisidor para que acabara con las brujas, quien según la tradición murió envenenado por ellas. Hubo otro foco en Navarra en 1538 que dio lugar a numerosas detenciones y en 1555 varios pueblos de Guipúzcoa volvieron a reclamar la intervención de la Inquisición, pero el Consejo de la Suprema Inquisición estimó que los casos que habían sido relatados en los memoriales que se le habían enviado no habían sido verificados, ni comprobados, por lo que no envió ningún inquisidor. Ese mismo año un tribunal civil de Bilbao abrió un proceso contra unas supuestas brujas de la localidad vizcaína de Ceberio, basándose principalmente en el testimonio de dos niñas, al parecer instigadas por los dos bandos enfrentados en el pueblo. Veintiuna personas fueron encarceladas, diecisiete mujeres y cuatro hombres, y condenadas al tormento de agua y cordel.
En 1575 hubo un nuevo caso en Navarra y bastantes hombres y mujeres fueron encarcelados por orden del Consejo del reino. Como en 1555 la Inquisición se mostró mucho más prudente que las autoridades civiles que exigían un castigo ejemplar y se negó a emplear un rigor excesivo. En 1595 los representantes de la villa de Tolosa en las juntas generales de Guipúzcoa piden la intervención de la Inquisición debido a la gran cantidad de brujos y brujas que había en su zona.
El siglo XVII
La caza de brujas en el país de Labourd (1609)
La persecución de las brujas del Labort (Lapurdi, en euskera; Labourd, en francés), en el país vasco francés, fue obra del juez del parlement de Burdeos Pierre de Lancre, comisionado por el rey Enrique IV de Francia en respuesta a la petición hecha por los señores D'Amou y D'Uturbie para que acabara con la "plaga" de brujos y de brujas que según ellos asolaba el país. Conocemos la actuación de De Lancre gracias a dos libros que publicó después y que tuvieron un enorme éxito: Tableau de l'inconstance des mauvais anges et demons (1612) y L'incrédulité et mescréance du sortilege plainement convaincue (1622).
La llegada de Lancre y de sus subalternos al Labourd provocó el pánico y muchas familias se dirigieron a Navarra agolpándose en la frontera.
Lo que creyó averiguar De Lancre lo obtuvo de declaraciones de niños, de viejos y de adultos bajo presión. Además tuvo que valerse de traductores pues no comprendía el euskera, y como ha señalado Caro Baroja, "a veces transcribe mal los nombres" y de algunas palabras en vasco "parece no haber entendido el significado en una declaración amplia". Así es como De Lancre llegó a la conclusión de que en Labourd había más de tres mil personas que llevaban la marca de la brujería.
Pierre de Lancre mandó ejecutar a 80 supuestas brujas y el pánico se trasladó a los valles del norte de Navarra. Precisamente el núcleo fundamental del nuevo brote de brujería se situó en la zona colindante con el país de Labourd, en el noroeste de Navarra, más concretamente en Zugarramurdi.
El caso de las brujas de Zugarramurdi
El proceso inquisitorial más grave contra la brujería fue el que instruyó el tribunal de la Inquisición de Logroño y que culminó en un auto de fe celebrado el domingo 7 de noviembre de 1610 en el que se aplicaron penas muy duras: de los 29 acusados de brujería seis fueron ejecutados y cinco en efigie porque habían muerto en prisión.
El caso comenzó el 12 de enero de 1609 cuando los inquisidores de Logroño reciben noticias de reuniones de brujas y de brujos en la localidad de Zugarramurdi, situada en la montaña de Navarra. La Inquisición remitió un informe al Consejo de la Suprema Inquisición el 13 de febrero de 1609. La Suprema contestó el 11 de marzo con un cuestionario compuesto de catorce preguntas para que los inquisidores se aseguraran de la veracidad de los hechos. Dos de los tres inquisidores creían en la realidad de la brujería. Poco después uno de los inquisidores viajó a la montaña de Navarra y desde allí fue enviando presos a Logroño a los supuestos cómplices de los brujos y las brujas.
La Suprema le pidió al tercer inquisidor, que se había mostrado contrario a la sentencia condenatoria de sus dos compañeros, que visitara las comarcas del norte Navarra, llevando un edicto de gracia en el que se invitaba a sus habitantes a arrepentirse de sus errores sin que fueran castigados por ellos, y que le enviara un informe completo. En el mismo su autor, Alonso de Salazar y Frías, arremete contra los que, como sus dos colegas, creían en la veracidad de las brujas, afirmando que los fenómenos de brujería son historias inverosímiles y ridículas. Además asegura que son los libros o los sermones sobre la brujería los que hacen que ésta se extienda, por lo que recomienda que no se le de publicidad, convencido de que la brujería acabará por desaparecer si se deja de hablar de ella.
Las consecuencias del proceso de las brujas de Zugarramurdi
El informe de Alfonso de Salazar fue asumido por la Suprema que dio nuevas instrucciones a los tribunales el 29 de agosto de 1614 en las que se recogían casi todas las ideas del inquisidor. Las instrucciones de la Suprema del 29 de agosto de 1614, debidas en gran parte a Salazar, según el antropólogo español Carmelo Lisón Tolosana, "marcan el fin de la brujería satánica en España".
La brujería vasca después de los grandes procesos de 1609-1610
El proceso de las brujas de Fuenterrabía de 1611 fue instruido por las autoridades municipales de la localidad de Fuenterrabía (Guipúzcoa) a partir de las denuncias presentadas por dos niñas de trece años. La primera declaró que cuando por la noche estaba acostada con su madre había sido llevada volando varias veces a un aquelarre presidido por el Demonio sentado en una silla de oro -con figura de hombre de ojos encendidos, tres cuernos y un rabo- por una mujer llamada María de Illarra a la que acababa de conocer. En la reunión reconoció a otras tres mujeres, todas francesas: Inesa de Gaxen, María de Echagaray [sic] y María de Garro. La segunda niña afirmó haber sido llevada también por los aires al aquelarre por María de Echagaray. Los alcaldes ordinarios de Fuenterrabía ordenaron la detención de las cuatro mujeres denunciadas que al principio negaron ser brujas pero María de Illarra a los pocos días (el 6 de mayo de 1611) confesó que en efecto era bruja y que utilizaba unos ungüentos hechos de sapos para los viernes ir volando a los aquelarres en los que había copulado con el Demonio más de veinte veces. Aparecieron más niños y muchachas que afirmaron que las cuatro mujeres eran brujas y relatando de nuevo historias de vuelos nocturnos y de aquelarres. Esta vez confesó ser bruja María de Echagaray, pero las otras dos se mantuvieron firmes en su declaración de inocencia. Los alcaldes recurrieron entonces al inquisidor Alonso de Salazar que andaba por la zona pero éste no prestó ninguna atención al asunto. Finalmente los alcaldes ordenaron el destierro de Fuenterrabía de las cuatro "brujas", viéndose obligadas a abandonar sus casas y a separarse de sus maridos.
En 1621 las juntas de Guipúzcoa aceptaron la petición del señor de Iraeta de que se llamara a la Inquisición para acabar con la "plaga" de maleficios y hechicerías que lanzaban las brujas, como las dos muy famosas que estaban presas en Azpeitia. Sin embargo, el tribunal de la Inquisición de Logroño respondió con evasivas y advirtiendo a las autoridades civiles que obraran con justicia. Parecida contestación había dado el tribunal de Logroño a la petición que le habían hecho en el mismo sentido las juntas de Vizcaya. Pero éstas perseveraron y consiguieron que el rey nombrara en 1617 juez especial para que se ocupara de las causas de brujería al nuevo corregidor de Vizcaya. Una de las decisiones que se tomaron fue prohibir a los vecinos de la merindad de Durango que acogieran en sus casas a franceses, por considerarlos portadores de brujerías, y además algunas supuestas brujas fueron encarceladas.
La creencia en la realidad de la brujería continuaba no sólo en los medios populares, sino entre los eclesiásticos eruditos como el historiador de Guipúzcoa doctor Lope Martínez de Isasti, párroco de Rentería, que escribió una memoria hacia 1618 exponiendo sus experiencias y puntos de vista sobre el tema, en la que recurrió a la relación del auto de fe de Logroño de 1610 en el que se habían ajusticiado a las brujas de Zugarramurdi –sin tener conocimiento de los escritos del inquisidor Salazar y Frías-. En su memoria recogía las historias y rumores que corrían por los pueblos y los testimonios de dos muchachos y de una niña que decían ser discípulos de una vieja bruja llamada Marichuloco, cuyos fantásticas relatos de aquelarres, con apariciones de la Virgen incluidas para salvar a los niños raptados por los brujos y las brujas, Martínez de Isasti creyó completamente veraces. Además dice que muchas mujeres "se hacen brujas por saber nuebas de sus maridos e hijos que andan a las Yndias y a Terranova y Noruega, y también por actos de luxuria y por stipendio que les da el diablo y por comida aunque malas y desabridas". Además las brujas podían provocar tempestades en el mar, como cuando el rey Felipe III visitó Pasajes con motivo del doble matrimonio de su hijo con Isabel de Borbón y de Ana de Austria con Luis XIII de Francia: se juntaron entonces "cuantas brujas auia en la comarca y llebantaron de repente aquella tempestad porque el Rey no viese la canal de las pendencias y el sitio del valuarte que se pretende hazer para la guarda del puerto". Asimismo Martínez de Isasti relata en su memorial que muchas personas
se quexan que de noche, estando durmiendo, les pellizcan y se hallan con muchos cardenales y manchas negras en el cuerpo y con grandes espantos. A otros les aparecen de noche gatos grandes, conejos y liebres y ratones muchos con ruido, y teniendo el candil encendido por el miedo se les oscurece y luego les quita la habla y atormenta estando en la cama
Isasti concluye, como otros autores de su tiempo, que "por ninguna vía se acrescentaría mejor" el dominio del Demonio "que diciendo no hauia bruxas y que todo era ilusión y engaño", por lo que pedía la intervención de la Inquisición para que actuara especialmente contra "los estrangeros franceses y nauarros" que eran los principales sospechosos de practicar la brujería.
La brujería en la cultura popular vasca
En la Edad Contemporánea la brujería vasca no desapareció. En 1826 el alcalde de Fuenterrabía extendió un certificado a una mujer, a petición de esta, en el que se hacía constar que no era bruja y "si cabe menos hechicera", sino católica apostólica romana. Al parecer se trataba de una curandera a la que un cliente insatisfecho la había denunciado. En épocas más recientes ha habido indicios, recogidos por Julio Caro Baroja, de que "algunas gentes han celebrado reuniones de aire misterioso y de intención diabólica".
Las tradiciones sobre las sorginak o brujas se pueden rastrear en muchos ámbitos. Por ejemplo en una de las estrofas de la canción Iru damatxo que con carácter burlesco dice:
Donostiarrak ekarri dute
Guetariatik akerra:
Kanpantorrian ipiñi dute
Aita santutzat dutela.
Julio Caro Baroja traduce: "Los de San Sebastián han traído de Guetaria un macho cabrío, lo han puesto en el campanario y dicen que es el Padre santo". Existen otros poemas y canciones que se refieren a las brujas y a los aquelarres, como la canción vascofrancesa Iragan besta bigaramunian que en su última estrofa alude a la marcha al aquelarre de cuatro viejas comadres. En Ochandiano (Vizcaya) se celebra en las fiestas patronales una danza de hombres, «sorguiñ dantz» o «yantz», que rememora la represión de la brujería.
Entre las tradiciones vascas que tienen que ver con la brujería Caro Baroja señala que en algunos lugares los que no hablan vasco o lo hacen en una modalidad distinta a la propia son sospechosos de brujería. También se cree que pueden convertirse en brujos o brujas los que realizan ciertos actos -como dar tres vueltas a una iglesia, por ejemplo- o aceptan ciertos objetos, generalmente un alfiletero (kuthun, que también significa: escapulario, amuleto, carta y libro). Asimismo está extendida la creencia de que durante la noche, que es cuando actúan las brujas (gabazkiak: "los de la noche"), no deben realizarse determinadas acciones, como ir por agua a la fuente. Precisamente existen relatos sobre las cabalgadas nocturnas de las brujas y también sobre las metamorfosis que experimentan, como convertirse en gatos negros. Asimismo se cree en la existencia del mal de ojo (beguizco) o el hechizo (sorguinkeri) que echan las brujas sobre niños y adultos, recurriéndose a adivinas (aztiya) o saludadores para que den remedios para curarlos y para descubrir a las autoras del mal -se recomienda, por ejemplo, tener encendido un cirio bendito para que dejen de ser invisibles o poner unas tijeras en cruz sobre el colchón-.
En euskera hay muchas palabras sobre animales, plantas y actos que se asocian con las brujas: sorguin-baratsuri, ajo silvestre; sorguin-ira, variedad de helecho; sorguin-khilo, junco (rueca de brujas); sorguin-mandatari, mariposa (recadera de brujas); sorguin-oilo, mariposa; sorguin-orratz, libélula; sorguin-piko, higo silvestre; sorguin-tsori, trepatroncos (o pájaros de brujas); sorguin-aize, remolino de viento.
Además hay determinados lugares que se consideran puntos de reuniones de brujas, como las cuevas de Zugarramurdi o la de Azcondo, el dólmen de Arrizala (Álava), la fuente de Narbaja (Álava), o la peña de Osquia, en el valle de Iza (Navarra), entre otros. Así al pasar por ellos se tomaban precauciones como coger guijarros y trazar una cruz con ellos.
Según Julio Caro Baroja la brujería vasca tiene poco que ver con el culto al demonio ya que en el folklore vasco la bruja se vincula con númenes. Así, en parte de Vizcaya y en Guipúzcoa, se cree que la presidenta de las brujas es Mari, una especie de numen de las montañas, y a la que se llama la "Dama" y la "Señora". Esta Mari provoca tempestades y es representada como una mujer de belleza extraordinaria, que cruza los aires rodeada de fuego. Sus moradas dentro de las cavernas están llenas de oro y piedras preciosas. Pero los donativos que hace a la luz del día se convierten en carbón. Estas creencias han sobrevivido hasta el siglo XXI de manos de artistas y escritores que han nacido y crecido con la magia de la brujería vasca entre los que hay que destacar a Xabier Lezama con interpretaciones de los malignos seres sobrenaturales, hechiceros y brujería.