Historia de los fueros vascongados y navarros en el siglo XIX para niños
Durante el siglo XIX, especialmente cuando el liberalismo se extendió por España, los fueros de las Provincias Vascongadas y Navarra sufrieron muchos cambios. A veces se suspendían o se limitaban sus poderes. Estos fueros fueron defendidos por diferentes grupos políticos de la época, como los carlistas, los isabelinos y los republicanos federales, así como por la mayoría de los liberales vasco-navarros.
Aunque las guerras carlistas no empezaron solo por los fueros, estos permitieron a los carlistas controlar gran parte de las Provincias Vascongadas y Navarra durante la primera y tercera guerra. Los seguidores del pretendiente al trono usaron los fueros como una bandera. El Convenio de Vergara en 1839 ayudó a mantenerlos por tres décadas más. En 1875, Alfonso XII ofreció conservarlos si los carlistas se rendían, pero ellos no aceptaron. Finalmente, los fueros fueron eliminados en 1876 por Cánovas del Castillo, quien a cambio dio un sistema económico especial a estas cuatro provincias.
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¿Qué son los Fueros y cómo surgieron?

Los fueros eran leyes y privilegios especiales que algunas regiones tenían en España. El Señorío de Vizcaya y las provincias de Guipúzcoa y Álava estuvieron bajo el poder de los reyes de Castilla y León desde el año 1076.
Vizcaya no tuvo un fuero escrito hasta el siglo XIV. Antes, cada pueblo se regía por sus propias costumbres y decisiones, o por leyes municipales. En 1342, Vizcaya recibió su "fuero primitivo", que fue confirmado en 1376. En 1452, se recopilaron todas estas leyes y costumbres, formando la base de los fueros vizcaínos hasta el siglo XIX.
Algunos historiadores creen que estos fueros eran simplemente privilegios que los reyes de Castilla daban a estas regiones. Esto se debía a que la zona era pobre y montañosa, y los reyes querían evitar que se despoblara. Con el tiempo, la gente de Vizcaya defendió mucho sus fueros, diciendo que eran muy antiguos y que siempre los habían protegido con valentía.
En Guipúzcoa, los fueros eran libertades que los reyes medievales concedieron a ciudades como San Sebastián. El fuero de San Sebastián fue dado por el rey Sancho VI de Navarra y confirmado en 1202 por Alfonso VIII de Castilla.
Los fueros de Álava eran más bien un conjunto de leyes y ordenanzas, junto con privilegios reales. Sin embargo, se parecían mucho a los de Vizcaya y Guipúzcoa.
Las leyes de Navarra, que se unió a Castilla en el siglo XVI, eran diferentes. Sus fueros no venían de cartas comunales, sino que eran las leyes de una antigua monarquía de la Edad Media, donde tenían mucho poder los líderes religiosos y la alta nobleza.
¿Cómo afectaron los cambios políticos a los Fueros?
A principios del siglo XIX, durante el reinado de Carlos IV, hubo un intento de ir en contra de los fueros. Esto molestó mucho a las Juntas de Vizcaya, que defendieron sus derechos con energía. Se escribieron muchos textos en contra de los fueros, y algunos defensores fueron incluso arrestados.
En respuesta, la Real Academia de la Historia y otros autores publicaron obras que criticaban el sistema foral. Sin embargo, hubo quienes defendieron los fueros, como Aranguren y Sobrado y Pedro Novia de Salcedo, quienes argumentaron que la historia de los fueros había sido malinterpretada.
La Constitución española de 1812 fue aceptada al principio en las Provincias Vascongadas, pero luego perdió apoyo. Las Juntas empezaron a tener reservas sobre ella, y la Constitución se convirtió en un símbolo del liberalismo.
El regreso de Fernando VII y el Trienio Liberal
Cuando Fernando VII volvió al trono en 1814, confirmó los fueros vascos y navarros. Sin embargo, en 1818, un informe oficial volvió a criticar los fueros.
Durante el Trienio Liberal (1820-1823), las Provincias Vascongadas fueron tratadas como el resto de España, sin sus leyes especiales. Por esta razón, cuando Fernando VII recuperó su poder en 1823, la gente de estas provincias quemó copias de la Constitución de 1812 y rechazó lo que se había hecho en su nombre.
Las Guerras Carlistas y los Fueros
El apoyo vasco-navarro a los carlistas en 1833 no fue solo por los fueros, ya que estos estaban vigentes. Sin embargo, los fueros ayudaron a los carlistas a fortalecerse en las provincias vascas y Navarra. Esto se debe a que las leyes forales permitían que los grupos de voluntarios locales no fueran controlados tan estrictamente como en el resto de España.
Cuando estalló la Primera guerra carlista, el general Castañón suspendió los fueros en las provincias de Vizcaya y Álava. El gobierno también se negó a convocar las Juntas, que eran las asambleas forales. Las diputaciones vascas se negaron a aceptar el Estatuto Real de 1834 y pidieron que se mantuvieran sus fueros.
En 1837, el general Baldomero Espartero prometió que los fueros se conservarían. Sin embargo, ese mismo año, las diputaciones forales fueron reemplazadas por diputaciones provinciales, lo que los carlistas usaron para mostrar que el gobierno no cumplía sus promesas. Los carlistas hicieron jurar al pretendiente al trono, Don Carlos, que respetaría los fueros bajo el árbol de Guernica.
Al final de la Primera guerra carlista, los liberales también empezaron a defender los fueros. Para terminar la guerra, se usó el lema "Paz y Fueros", lo que facilitó el Convenio de Vergara en 1839. Este acuerdo prometía mantener los fueros, lo que ayudó a calmar a los batallones vascos y guipuzcoanos.
Los Fueros durante el reinado de Isabel II

Los que apoyaban a la reina también mostraron su amor por los fueros, pidiendo su confirmación como recompensa por sus sacrificios. La Ley de Confirmación de Fueros de 1839 confirmó los fueros, pero con la condición de que no afectaran la unidad de España y que se pudieran modificar.
En 1841, el general Espartero, que había prometido defender los fueros, incumplió su palabra. Tras un levantamiento militar, Espartero castigó a las provincias vascas con un decreto que eliminó muchas de sus leyes especiales. Se establecieron jefes políticos, los ayuntamientos se organizaron según las leyes generales, y las aduanas se trasladaron a las costas y fronteras.
Después de la caída de Espartero, los nuevos gobernantes restituyeron parte de los fueros en 1844. Se recuperaron las Juntas y Diputaciones forales, pero algunas reformas y la supresión del sistema judicial foral se mantuvieron.
A pesar de estas limitaciones, la lealtad de los vascos a la corona no cambió. En 1860, las tres provincias enviaron 3.000 hombres a la Guerra de África y donaron una gran cantidad de dinero.
En 1864, la cuestión de los fueros volvió a surgir. Pedro Egaña y Joaquín Barroeta los defendieron con gran entusiasmo. Se popularizó el lema "Jaungoicoa eta Foruac" (Dios y fueros).
En 1865, algunos vascos antiliberales consideraron la posibilidad de ir a la guerra contra el gobierno por motivos religiosos, dando prioridad a la religión sobre los fueros. Se dice que en una reunión se exclamó: "¡Sucumban los fueros, pero salvemos la religión!".
El Sexenio Democrático y la abolición final
Cuando ocurrió la Revolución de 1868, los diputados forales permanecieron leales a la reina Isabel II. Durante el Sexenio Democrático (1868-1874), se inició una campaña contra los fueros. Se establecieron gobernadores y juzgados, y se eliminó el "pase foral" (un derecho que permitía a las provincias vascas rechazar leyes que consideraban contrarias a sus fueros).
Las leyes que afectaban a la iglesia y a las propiedades comunales también se aplicaron en el País Vasco, lo que iba en contra de sus fueros. Además, se introdujo la libertad de culto y se expulsó a los jesuitas.
Los carlistas, viendo que la libertad de culto y otras leyes liberales iban en contra de sus fueros (que solo permitían vivir a cristianos antiguos), unieron la defensa de la religión con la de los fueros. Un periodista vizcaíno, Arístides de Artiñano, afirmó: "Jaungoicoa eta Foruac; antes Dios que los fueros, siempre unidos, jamás en discordancia o separados".
En 1872, se firmó el Convenio de Amorebieta para intentar detener un levantamiento carlista. Este acuerdo reconocía el sistema foral. Sin embargo, no fue suficiente para evitar la Tercera guerra carlista, que continuó poco después.
Algunos historiadores creen que los fueros no fueron la única causa del levantamiento carlista en las Provincias Vascongadas, sino también el anticlericalismo y los problemas del Sexenio.

Después de la Tercera guerra carlista, los fueros, Juntas y Diputaciones forales de las tres Provincias Vascongadas fueron finalmente abolidos por la Ley de 21 de julio de 1876. Sin embargo, en 1878, el gobierno de Cánovas del Castillo concedió a estas provincias el Concierto económico, un sistema especial para gestionar sus impuestos.
La pérdida de los fueros causó tristeza y desilusión, no solo entre los carlistas, sino también entre los liberales vascos y navarros. A pesar de esto, el nacionalismo vasco no surgiría hasta veinte años después, con Sabino Arana.