Decreto de Unificación para niños
El Decreto de Unificación fue una norma jurídica promulgada durante la guerra civil española, el 20 de abril de 1937, por el general Francisco Franco en Salamanca y mediante el cual se fusionaban bajo su mando los partidos políticos Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FE de las JONS) y la Comunión Tradicionalista, creándose un nuevo partido único con el nombre de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS). Los restantes partidos políticos existentes en la zona sublevada fueron suprimidos. Su promulgación estuvo precedida por los sucesos de Salamanca (o «crisis de Salamanca») de la noche del 16 al 17 de abril que pusieron de manifiesto «la existencia de una lucha soterrada por el poder entre las diferentes fracciones aglutinadas en la España franquista».
Contenido
Antecedentes
Tras la creación de la Junta Técnica del Estado en octubre de 1936, el siguiente paso en el afianzamiento del poder del nuevo Caudillo de las fuerzas rebeldes se produjo al año siguiente, cuando después del fracaso de la toma de Madrid (entre noviembre de 1936 y marzo de 1937) se planteó la necesidad de que hubiera una mayor unidad entre las fuerzas políticas que estaban apoyando la sublevación. En esto, el Generalísimo Franco no hacía sino seguir el que fue siempre el modelo político de los sublevados: la dictadura de Primo de Rivera. Había que crear un partido único a partir de la fusión de las dos fuerzas que habían aportado sus milicias a la insurrección (Alzamiento Nacional, según los sublevados) y que más habían crecido desde el inicio de la guerra: carlistas y falangistas. Las otras fuerzas políticas que apoyaban el Alzamiento, que eran «toleradas» pero no estaban reconocidas, como los monárquicos de Renovación Española o los católicos de la CEDA, como no aportaban prácticamente combatientes, apenas tenían influencia alguna y fueron completamente marginadas —como le sucedió al líder de la CEDA José María Gil-Robles—. En octubre de 1936, había unos 36 000 falangistas y unos 22 000 carlistas en los frentes. Las otras tendencias, como los alfonsinos o los cedistas, aportaban unos 6000.
Pero tanto falangistas como carlistas tenían sus propios proyectos y aspiraciones para el nuevo Estado que se estaba construyendo en la zona sublevada. El jefe nacional de Falange Española de las JONS, José Antonio Primo de Rivera, estaba encarcelado en Alicante desde antes del inicio de la guerra y para suplir su ausencia el 2 de septiembre de 1936 se había constituido en Valladolid una Junta de Mando Provisional encabezada por Manuel Hedilla, «un político de escasa talla —y acaso nombrado por eso mismo—» que no gozaba del prestigio de Primo de Rivera y que en poco tiempo había empeorado sus relaciones con el círculo de poder que rodeaba a Franco. La Junta se trasladó a Salamanca a principios de octubre para estar cerca del Cuartel General del Generalísimo, sito en el Palacio Episcopal de la capital charra, y el 21 de noviembre se celebró allí el III Consejo Nacional de Falange, un día después de que su líder Primo de Rivera fuera ejecutado en Alicante en virtud de la sentencia a muerte que dictó el tribunal que lo juzgó —un hecho que muy pocos falangistas conocían—. «La noticia de la muerte de José Antonio, conocida a través de la prensa republicana y extranjera, se ocultó en la España de los sublevados. Franco utilizó el culto al Ausente para dejar vacío el liderazgo del partido y manejar a Falange como un mecanismo de movilización política de la población civil».
En cuanto a la Comunión Tradicionalista carlista, su líder Manuel Fal Conde intentó mantener la independencia de su organización y de los requetés, pero el primer paso importante que dio en diciembre de 1936 —el intento de crear una Real Academia Militar de Requetés, diferenciada de las academias militares y por tanto fuera de la estructura del Ejército— tuvo una respuesta fulminante por parte del Generalísimo Franco: o se sometía a un consejo de guerra por «traición» o abandonaba España. Fal Conde tomó la segunda opción y se expatrió a Portugal, de donde no regresaría hasta el verano del año siguiente, una vez concluida la unificación. Inmediatamente después, el 20 de diciembre de 1936, Franco decretó la militarización de las milicias carlistas y falangistas.
Las fracasadas negociaciones entre falangistas y carlistas
En la primavera de 1937, Franco y su nuevo asesor político Ramón Serrano Suñer —su propio cuñado y antiguo diputado de la CEDA que había llegado a Salamanca evadido de la zona republicana— veían con preocupación las crecientes tensiones entre monárquicos alfonsinos, carlistas, falangistas y los católicos de la CEDA. La expulsión de Fal Conde a Portugal había soliviantado el ánimo de muchos carlistas. Aunque la idea de una unificación de todos los movimientos políticos ya había sido planteada en algunos círculos, resultaba demasiado idílico como para ser un hecho. Hedilla se opuso desde el primer momento a la mera posibilidad, pero de hecho no controlaba a los distintos grupos de Falange y contaba con la radical oposición de otros líderes falangistas como Agustín Aznar y Sancho Dávila.
El propio Franco consideraba que para evitar que una vez terminada la guerra pudiera retoñar en España el «peligro comunista», era preciso formar un régimen fuerte, lo que solo podía hacerse «mediante la unificación de todas las fuerzas españolas, agrupadas en un solo ideal nacional». Según el Generalísimo, se estaba produciendo además un fenómeno político en la captación de afiliados por parte de Falange y Requeté, pues la opinión española se polarizaba en ambas organizaciones, de forma tal que la masa de significación izquierdista se afiliaba a Falange, mientras que la de derechas lo hacía en el Requeté, con lo que, nuevamente, «se crearían en España las eternas disensiones entre derechas e izquierdas, con la consecuente lucha de clases», lo cual urgía evitar en beneficio de España y para que hacer «verdaderamente eficaz y positivo el triunfo de la guerra».
Así, desde el Cuartel General de Franco en Salamanca, Serrano Suñer propició un acercamiento entre la Comunión Tradicionalista y Falange Española de las JONS con vistas a su fusión, pero las diferencias ideológicas y políticas que les separaban eran casi insalvables —pues eran las que separaban el tradicionalismo del fascismo—, y además había otro obstáculo que era innegociable: que al frente del partido único se situara el propio general Franco. Es decir, que ambas partes tenían que aceptar que la nueva formación política quedaría supeditada al poder personal del generalísmo, vértice del poder militar y político. Para apoyar esta idea se difundió desde el Cuartel General de Salamanca el lema «una Patria, un Estado, un Caudillo», copia del lema nazi «ein Volk, ein Reich, ein Führer» («un pueblo, un imperio, un líder») Algunos autores han señalado al teniente de ingenieros Ladislao López Bassa como uno de los ideólogos del establecimiento de una «Falange unificada y franquista».
Los primeros contactos entre carlistas y falangistas para llevar a cabo la fusión tuvieron lugar en febrero de 1937 en Portugal donde residía Fal Conde. En ellos, Falange propuso la absorción de la Comunión Tradicionalista, ya que era el partido más numeroso y con mayor influencia en la llamada zona nacional a cambio de aceptar algunos puntos del ideario carlista y una «instauración monárquica». Los carlistas proponían a su vez la creación de un partido nuevo resultado de la fusión que defendiera la monarquía tradicional —y la formación de una regencia en la que participaría el pretendiente carlista Javier de Borbón-Parma, que residía en el sur de Francia, una vez acabara la guerra— aceptando los principios falangistas del nacionalsindicalismo. En el mes de marzo prosiguieron los contactos.
Todo esto no dejó de crear tensiones en el seno de ambos partidos, que se tradujeron en el caso de los falangistas en los sucesos de Salamanca de abril de 1937, durante los cuales varios falangistas murieron en los enfrentamientos entre los partidarios de la fusión y de la supeditación al poder militar —encabezados por Sancho Dávila y Agustín Aznar— y los contrarios a ella —encabezados por Hedilla—.
El Decreto de Unificación de abril de 1937
Finalmente, el Cuartel General de Franco decidió actuar. El mismo día en que los falangistas contrarios a la fusión celebraron un Consejo Nacional en el que eligieron a Manuel Hedilla como jefe nacional «hasta que se reintegre a su puesto José Antonio Primo de Rivera o Raimundo Fernández-Cuesta», el domingo 18 de abril, el propio general Franco anunció en un importante discurso su resolución de promulgar al día siguiente un Decreto de Unificación de Falange Española y la Comunión Tradicionalista, que pasaban a estar ahora bajo su jefatura directa como jefe nacional. El escritor falangista Ernesto Giménez Caballero fue el autor del borrador del discurso que pronunció Franco ante el micrófono de Radio Nacional, desde el Cuartel General —cuyo edificio había sido cedido a Franco por el obispo de Salamanca Enrique Pla y Deniel—. «Explicando las razones y propósitos de la Unificación —escribió Serrano Suñer en sus memorias—, Franco leyó un discurso bien construido, obra del escritor Giménez Caballero en su casi totalidad —pues no había en él más que unas líneas mías—, que causó muy buena impresión entre un sector tradicionalista en el que recuerdo los grandes elogios que mereció del conde de Rodezno».
Franco no solo no informó a Hedilla sino que lo mandó detener una semana después, junto con otros falangistas disidentes, cuando se negó a integrarse en la Junta Política del nuevo partido como simple vocal y además comunicó a sus jefes provinciales que obedecieran únicamente sus propias órdenes, mientras que a Fal Conde y otros carlistas Franco los mantuvo alejados del centro de poder. Después de esto la mayoría de altos mandos militares, incluidos Mola o Queipo de Llano, aceptaron el hecho con más o menos reticencias, mientras que la mayoría de militantes —entre ellos, el destacado líder carlista Conde de Rodezno— de las organizaciones políticas también lo aceptaron y pasaron a servir al nuevo líder. Renovación Española se autodisolvió por decisión de su líder Antonio Goicoechea y José María Gil-Robles dio instrucciones a Acción Popular, el principal partido de la CEDA, para que acatara el decreto, aunque su posición política no mejoró por ello y continuó exiliado e ignorado por el nuevo régimen.
La promulgación del decreto por el que se creaba el partido único Falange Española Tradicionalista y de las JONS se hizo efectiva el 20 de abril. El decreto constaba de un largo preámbulo y tres artículos en los que se creaba «un partido único al estilo fascista, al que llamaba Movimiento, colocaba a Franco a su frente, y lo entendía como el soporte del Estado, intermedio entre la sociedad y un Estado al que se designaba como Nuevo Estado Totalitario».
Llegada la guerra a punto muy avanzado y próxima la hora de la victoria, urge acometer la gran tarea de la paz, cristalizando en el Estado nuevo el pensamiento y estilo de nuestra Revolución Nacional. [...] Esta unificación que exijo en el nombre de España y en el nombre sagrado de los que por ella cayeron —héroes y mártires— [...] no quiere decir ni conglomerado de fuerzas ni mera concentración gubernamental, ni unión pasajera. [...] Su norma programática está constituida por los veintiséis puntos de Falange Española [...] Cuando hayamos dado fin a esta ingente tarea de reconstrucción espiritual y material, si las necesidades patrias y los sentimientos del país así lo aconsejan, no cerramos el horizonte a la posibilidad de instaurar en la Nación el régimen secular que forjó su unidad y su grandeza histórica.
Por todo lo expuesto,
dispongo:
Artículo Primero: Falange Española y Requetés, con sus actuales servicios y elementos, se integran, bajo Mi Jefatura, en una sola entidad política de carácter nacional que, de momento, se denominará Falange Española Tradicionalista y de las J.0.N.S.
Esta organización, intermedia entre la Sociedad y el Estado, tiene la misión principal de comunicar al Estado el aliento del pueblo y de llevar a éste el pensamiento de aquél, a través de las virtudes político-morales, de servicio, jerarquía y hermandad. [...]
Dado en Salamanca a diecinueve de abril de 1937. Francisco Franco.
También se estableció la creación de una Milicia Nacional de FET y de las JONS:
Artículo tercero. Quedan fundidas en una sola Milicia Nacional las de Falange Española y de Requetés, conservando sus emblemas y signos exteriores. A ella se incorporarán también, con los honores ganados en la guerra, las demás milicias combatientes.
La Milicia Nacional es auxiliar del Ejército.
El Jefe del Estado es Jefe Supremo de la Milicia. Será Jefe directo un General del Ejército con dos subjefes militares procedentes, respectivamente, de las Milicias de Falange Española y de Requetés. Para mantener la pureza de su estilo se nombrarán dos asesores políticos del mando.
En los estatutos del partido único publicados el 4 de agosto, se estableció que el caudillo solo sería «responsable ante Dios y ante la Historia», y ante nadie más.
«Para que no quedara duda sobre la ubicación del poder en lo que ya comenzaba a llamarse Nuevo Estado, el jefe nacional de Falange, Manuel Hedilla —con otros camaradas reacios a incorporarse a la Junta Política del nuevo partido— fue juzgado y condenado a muerte por su «manifiesta actuación de indisciplina y de subversión frente al Mando y el Poder únicos e indiscutibles de la España nacional». A todos debía quedar claro que la unidad de mando militar sería en el futuro unidad de mando político». Franco siguió los consejos de la hermana del líder del sector «puro» de Falange, Pilar Primo de Rivera, de Serrano Suñer y del embajador alemán Von Faupel e indultó a Hedilla. Sin embargo, Hedilla tuvo que cumplir una condena de cárcel en Canarias hasta 1943, y luego fue confinado en destierro en Palma de Mallorca hasta 1947.
El decreto fue contestado severamente por el jefe carlista Fal Conde, lo que le valió una condena a muerte —lo que le obligó a seguir exiliado en Portugal—. Pero después, Franco en persona invitó a Fal Conde a formar parte del Consejo Nacional de FET, en noviembre de 1937. Fal Conde no aceptó y el ofrecimiento fue retirado definitivamente el 6 de marzo de 1938. El conde de Rodezno, que seguía en importancia a Fal Conde entre los carlistas, fue nombrado, a pasar de todo, ministro de Justicia [en el primer gobierno del general Franco de enero de 1938]. Por su parte, el aspirante carlista al trono denunció los rumbos totalitarios que estaba adquiriendo el nuevo Estado.
Las consecuencias del Decreto
En octubre de 1937, fueron nombrados por Franco los 50 miembros del Consejo Nacional de FET y de las JONS, la mitad de los cuales eran falangistas y una cuarta parte carlistas, además de cinco monárquicos y ocho militares, incluido el general Queipo de Llano. El Consejo Nacional de FET y de las JONS no pasó de ser un órgano meramente consultivo. Lo mismo se podía decir de FET y de las JONS, cuya única actividad quedaba reducida en la práctica a efectuar propaganda. La estructura del llamado Movimiento podría parecer un estado paralelo, pero en la realidad no pasaba de ser una simple estructura burocrática, muchas veces como oficina de colocación o favores personales. En 1974, al final de la dictadura franquista, el general Franco gravemente enfermo le confesaba a su médico personal, Vicente Gil: «Vicente, los falangistas, en definitiva, sois unos chulos de algarada»; a lo que Vicente Gil replicó: «Mi General, eso es algo que no consiento y desearía que ésta fuese la última vez que hable de este tema. Porque mi General, de los falangistas no opinaba usted así en el comienzo de la guerra, cuando nos utilizaba. Recuerdo que usted, mi General, fue a felicitarme a Posada de Llanera y a felicitar a mi centuria de falangistas de esos a los que usted llama hoy “chulos de algarada”. Entonces nos conceptuaba como a héroes». Sin embargo, los dirigentes de Falange ocuparon muchos de los puestos más importantes en la administración y en el partido. Además de que la mitad de los miembros del Consejo Nacional de FET y de las JONS eran falangistas, el nuevo secretario del partido único nombrado a principios de diciembre de 1937 por el Caudillo fue Raimundo Fernández Cuesta, el «camisa vieja» de Falange más importante que quedaba, que acababa de llegar a la zona sublevada tras ser canjeado por el republicano Justino de Azcárate. Lo mismo sucedió con las principales delegaciones nacionales del nuevo partido que también fueron ocupadas por falangistas: la Sección Femenina por Pilar Primo de Rivera y el Auxilio Social por Mercedes Sanz Bachiller. «Ningún antiguo jerarca de Falange, con excepción de algunos hedillistas, se quedó fuera del reparto del pastel. Allí estaban Dionisio Ridruejo, Alfonso García Valdecasas, José Antonio Giménez-Arnau, Pedro Gamero del Castillo, Antonio Tovar o Julián Pemartín».
Neutralizados los principales disidentes falangistas y carlistas, apenas una minoría, el Decreto de Unificación llevó la tranquilidad política a la zona sublevada, eliminó las luchas intestinas entre las diversas facciones políticas, prácticamente inexistentes en comparación con la zona republicana, y permitió concentrar el esfuerzo en las operaciones militares.