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Mateo Pumacahua para niños

Enciclopedia para niños
Datos para niños
Mateo García Pumacahua
Pumacahua.jpg
Mateo García Pumacahua, cacique de Chinchero y jefe militar realista
Información personal
Nacimiento 21 de septiembre de 1740
Chinchero, Bandera del Imperio español Virreinato del Perú
Fallecimiento 17 de marzo de 1815 (74 años)
Sicuani, Bandera del Imperio español Virreinato del Perú
Residencia Casa de Mateo Pumacahua
Nacionalidad Peruana
Familia
Hijos José Mariano García Pumacahua
Información profesional
Ocupación Oficial militar
Rango militar Brigadier
Conflictos Contra la rebelión de Túpac Amaru
Campaña del Alto Perú
Rebelión del Cuzco

Mateo García Pumacahua Chihuantito (Chinchero, Cuzco, 21 de septiembre de 1740-Sicuani, Cuzco 17 de marzo de 1815) fue un militar y funcionario indígena del Virreinato del Perú cuya participación contra la rebelión de Túpac Amaru II fue decisiva para la derrota de este. Años más tarde, se plegó a la causa libertadora de los hermanos Angulo, siendo el más destacado líder de la Rebelión del Cuzco de 1814, razón por la cual es considerado prócer de la independencia del Perú.

Biografía

Archivo:Prócer Pumacahua 1814
Efigie de Pumacahua en el Panteón de los Próceres en Lima.

Nació en 1740, hijo de Francisco Pumacahua Inca, cacique de Chinchero, y de Rosa Chihuantito descendiente en línea directa del inca Huayna Capac, de condición noble y, por tanto, exenta del pago de tributos y de prestación de servicio personal, y con derecho al uso de armas.

Sus escritos reflejan una notable educación, que es posible recibiera en el Colegio de Indios Nobles y de Caciques de San Francisco de Borja, fundado por la Orden de Jesús en la ciudad del Cuzco, donde pudo coincidir con el que luego sería su rival, José Gabriel Condorcanqui.

El 12 de octubre de 1770, a la muerte de su padre, le sucedió como cacique y gobernador de Chinchero, Maras, Huayllabamba, Umasbamba y Sequecancha. El 13 de agosto de 1773 fue nombrado capitán de la compañía de indios nobles de esa localidad.

Rebelión de Túpac Amaru II

En 1780 se produjo el levantamiento de Tupac Amaru II, que llegó a poner en peligro el dominio español sobre amplias extensiones del sur del Perú. Para hacerle frente, las autoridades, al igual que en gran parte de las indias, se encontraban prácticamente indefensas. En todo el virreinato sólo había un regimiento de tropas regulares, el Real de Lima, formado por soldados mayoritariamente americanos, como también lo eran los mandos subalternos, aunque los superiores fueran sobre todo peninsulares. Como elementos auxiliares existían unidades de milicias, reclutadas localmente y de variable calidad.

Para sofocar la sublevación fue preciso, pues, acudir a una movilización del elemento indígena, que se encauzó a través de una veintena de caciques fieles, como Felipe Titotaouchi Evaristo Delgado, Pedro Sahuaraura, Nicolás Rosas o Diego Choquehuanca. Entre ellos destacó Mateo Pumacahua, “el principal enemigo de la rebelión”. En torno a su selecta compañía de indios nobles, puso en pie de guerra a los habitantes de su jurisdicción, formando una fuerza a la que el virrey Jáuregui concedió el raro privilegio de usar bandera. Al frente de ella, entró en campaña desde un primer momento, uniéndose a las columnas que se constituyeron con los escasos efectivos “veteranos”, o regulares, disponibles y con milicianos. De estas dos clases de tropa se emplearon unos tres mil efectivos, masivamente de milicias, complementados con alrededor de catorce mil indios, lo que refleja la importancia de la aportación de estos últimos.

Al mando de una agrupación que reunía compañías de milicias tanto de “españoles” (peninsulares y criollos) como de “naturales” (indígenas) y de “esclavos” (negros), Pumacahua intervino en distintos combates, como la defensa de Paucartambo y la victoria de Urubamba (diciembre de 1780) y la defensa del Cuzco (enero de 1781), en la que desempeñó un papel esencial. Participó, asimismo y al mando de dos mil indígenas, en la ofensiva contra Tinta (abril de 1781) que llevó a la derrota de Tupac Amaru y a su posterior captura a manos de sus propios subordinados, que lo entregaron a las autoridades.

Aunque con ello la rebelión sufrió un gravísimo golpe, su total extinción requirió nuevas expediciones, en las que las tropas de Pumacahua se distinguieron. Por sus sobresalientes servicios, Pumacahua fue premiado, sucesivamente, con la banda e insignias de la Real medalla, el ascenso al grado de coronel de milicias (30 de diciembre de 1780) y el sueldo vitalicio de capitán “vivo”, o efectivo, del Ejército Real. Por esas fechas empezó a firmar como Mateo García Pumacahua.

En 1794, prosiguiendo su carrera, fue nombrado coronel de Ejército, distinción de singular importancia, ya que implicaba que, por su habilidad militar y su fidelidad se le equiparaba ya no a un simple mando de milicianos, tropa advenediza y de segunda línea, sino a la elite de los defensores de la Monarquía y en 1802 alférez real de Cuzco. En 1808 contribuyó con un donativo personal, al que seguirán otros, de 2000 pesos para el “empréstito patriótico” que se realizó con el fin de reunir fondos destinados a ayudar a la Península invadida por Napoleón.

Movimientos emancipadores

Cuando, a partir de 1809 comenzaron los movimientos emancipadores, siguió dando pruebas de inquebrantable lealtad. Se le encomendó en octubre de 1811 la misión de restablecer las comunicaciones entre Lima y el Ejército realista del Alto Perú, y abrir paso para el envío de un importante refuerzo de tres mil quinientos hombres a este último. Ello le llevó a emprender una serie de operaciones que consiguieron someter, con gran brutalidad, una serie de levantamientos locales en Pacajes, Sicasica y Omasuyos. Se dijo que, por este motivo, fue separado del mando directo de tropas en operaciones, aunque estos excesos eran casi inevitables si se tiene en cuenta que las llamadas “indiadas” movilizadas por ambos bandos, carecían de toda disciplina y, con frecuencia, actuaban movidas sólo por la esperanza de botín.

En todo caso, Pumacahua no perdió la confianza política de sus superiores. El 11 de diciembre de 1811 se le extendió la patente de brigadier; en marzo de 1812 recibió la jefatura del Batallón Auxiliar de Cuzco y el 24 de septiembre de ese año fue nombrado presidente interino de Cuzco, cargo de especial relevancia en aquellos momentos. Se trataba de una provincia densamente poblada que, en la práctica, constituía la retaguardia del Ejército realista del Alto Perú, al que suministraba hombres y medios materiales de todo tipo. La ciudad, por el comportamiento de sus habitantes durante la rebelión de Túpac Amaru, había recibido de Carlos III el título de Fidelísma, par de Lima, de “igual tratamiento y prerrogativas que están concedidas y goza la capital de Lima”.

Bajo su mandato como presidente se procedió en octubre a las agitadas elecciones de diputados a Cortes, en las que salió a relucir el enfrentamiento entre los dos bandos que se empezaban a dibujar: los liberales, ya fuesen reformistas o independentistas, y los conservadores. La Constitución de Cádiz se juró en Lima por esas fechas, siendo remitida a distintos puntos del virreinato para que se procediera a la misma ceremonia. Llegó a Cuzco el 9 de diciembre, pero las autoridades difirieron su publicación. Ello motivó un manifiesto de protesta encabezado por Rafael Rodríguez de Arellano, destacado dirigente del sector liberal, que fue encarcelado. Al fin, el día 23 se juró la Carta Magna en Cuzco. Entre sus disposiciones figuraba la sustitución de los tradicionales Cabildos hereditarios por otros elegidos mediante votación, que los liberales esgrimirán para argumentar la falta de legitimidad del Ayuntamiento existente y la necesidad de reemplazarlo. El 7 de febrero de 1813 tuvo lugar una reunión con vistas a la elección del nuevo Ayuntamiento, que se convirtió en catalizador de las rivalidades de los dos lados. Pumacahua se dirigió a los asistentes impetrando que actuasen “con temor a Dios, fidelidad al Soberano, amor a la Patria y respeto a las autoridades”. Pero los ánimos estaban ya soliviantados y los asistentes forzaron la liberación de los detenidos.

Cuando, finalmente, tuvieron lugar los comicios, fue elegido un Ayuntamiento dominado por la facción liberal exaltada, lo que creó malestar en los sectores conservadores. Al poco, el virrey Abascal, descontento por la forma en que el presidente había gestionado la crisis, le sustituyó por el también brigadier cuzqueño Martín Concha. Pumacahua, dolido, se retiró a sus tierras, no sin antes hacer protestas de su fidelidad, aduciendo que su único móvil había sido mantener a la provincia en calma y “libre de irrupciones”.

La agitación, sin embargo, no cesó, promovida, entre otros, por oficiales americanos del Ejército Real que, tras haber sido capturados por los independentistas y liberados en virtud de la capitulación de Salta, se hallaban en Cuzco. Sendas delaciones hicieron fracasar intentos subversivos el 9 de octubre y el 5 de noviembre, pero el 3 de agosto el movimiento insurreccional triunfó, sin apenas resistencia. Lo capitaneaban los hermanos José, Vicente y Mariano Angulo, el sacerdote Gabriel Béjar, todos cuzqueños, y Manuel Hurtado de Mendoza, salteño y antiguo oficial realista.

Tras el pronunciamiento se creó una Junta de Gobierno integrada por tres personas: el coronel Juan Tomás Moscoso, el teniente coronel Domingo Luis Astete y, como presidente, Mateo Pumacahua. No se conocen a ciencia cierta las razones que este último tuvo para ese radical cambio de lealtades. Se han aducido varias. Entre otras, el convencimiento de que las autoridades nunca introducirían por la vía pacífica las imprescindibles reformas para mejorar las condiciones de los indios; la ambición y el despecho. Él mismo alegaría más tarde que aceptó el cargo engañado, ya que se le había dicho que Fernando VII había muerto, y que se trataba de conservar Perú para sus sucesores. Es cierto que a la hora de justificar la sublevación, sus promotores aludieron a su deseo de garantizar “el reconocimiento a la autoridad de las Cortes Soberanas, a la de nuestro amado Monarca Don Fernando VII, a la de la Regencia del Reino y a la inmediata de V. E. (el virrey)”.

En cuanto al motivo que pudieron tener los criollos para recabar la colaboración del brigadier, no parece que fuera el respeto —uno de ellos se refirió a él como persona “inclinada a las pasiones más bajas e infames”—, ni la coincidencia de intereses, ya que en realidad los dirigentes blancos carecían de un verdadero programa para los indígenas. Lo más verosímil es que fuera sobre todo el deseo de contar con la multitud de hombres que con su prestigio podía movilizar. En todo caso, la revolución de 1814 fue un ejemplo interesante, aunque fugaz, de la poco frecuente colaboración entre indios y criollos contra el poder español. Al final, los segundos, atemorizados por la perspectiva de una guerra racial, abandonarían a los primeros.

La vida de esa Junta fue efímera. Unos meses después de haber sido constituida, el 30 de noviembre la casa de Astete, sospechoso de realista, es asaltada, y el teniente coronel tuvo que apelar a la fuga para salvar la vida. De hecho el poder recayó a partir de entonces en Pumacahua y los hermanos Angulo.

Mientras, Abascal, alarmado ante la magnitud de lo sucedido, entabló conversaciones con las nuevas autoridades.

Tras fracasar en sus intentos para que depusieran su actitud, y no convencido de las explicaciones de estas en el sentido de que se ha tratado de “un cambio de gobernantes, no de gobierno”, decidió tomar medidas de fuerza. Su situación era entonces precaria: la mayor parte de sus fuerzas se hallaban en el Alto Perú, bajo una creciente presión de las tropas independentistas de Buenos Aires o empeñadas en la reconquista de Chile; en la propia Lima se había abortado una conspiración y en el ejército de operaciones únicamente la lealtad del Regimiento de Infantería n.º 1 había hecho fracasar un intento de sublevación dirigido por el coronel Saturnino Castro.

A pesar de ello, el virrey dictó órdenes para sofocar el movimiento de Cuzco. Desde la propia capital envió una columna al mando del teniente coronel Vicente González, formada por dos compañías, sólo ciento veinte hombres, del Regimiento peninsular de Talavera, recién llegado de España, y por milicianos locales.

Del Ejército del Alto Perú se desprendió otra, dirigida por el brigadier Juan Ramírez, posiblemente uno de los mejores militares del Ejército realista. La componían el excelente Regimiento n.º 1, de cuzqueños, que tras haber pedido que un piquete de la unidad ejecutase la sentencia de fusilamiento de Castro, solicitó formar parte de la expedición; el Batallón del General, de oriundos de Tinta, Cinti y Chichas y algunos Dragones de Tinta, también americanos. Mil doscientos hombres en total, con seis piezas de Artillería.

Por su parte, la Junta no permaneció inactiva. Al contrario, convirtió a Cuzco en un foco de la insurrección, de donde irradiaron fuerzas en varias direcciones para propagar la misma. Una estaba dirigida por el afroperuano Juan Manuel Pinelo, iqueño, antiguo miembro del Real de Lima y nombrado ahora coronel, y por el cura tucumano Ildefonso Muñecas, ascendido a brigadier. El 25 de agosto entraron en Puno, que se había alzado por la causa independentista y el 11 de septiembre tomaron la fortaleza del Desaguadero. Por fin, y ayudados por un movimiento interno, ocuparon La Paz el 24, produciéndose atrocidades consustanciales a ese tipo de guerra irregular. Ante la noticia de la proximidad de Ramírez la abandonaron, para hacerle frente en Chacaltaya, siendo batidos de plano el 2 de noviembre. El 3, la ciudad estaba de nuevo en manos realistas.

La segunda tropa que salió de Cuzco obedecía a Mariano Angulo, Gabriel Béjar y Manuel Hurtado de Mendoza, que el 20 de septiembre hicieron su entrada en Huamanga. González, sin embargo, estaba sobre ellos. El 1 de octubre les derrotó en Huanta y, tras recuperar Huamanga, les volvió a vencer el 27 de enero de 1815 en Matará. En pocas semanas la columna dejó de existir.

La tercera expedición, la más importante, con cinco mil hombres, estaba encabezada por el propio Pumacahua, que marchó sobre Arequipa. Su fuerza incluía fuerzas de milicias, ya que estas unidades, según las condiciones locales, combatieron en un bando o en otro. Un mínimo contingente le salió al paso, una compañía del Real de Lima y algunos milicianos descontentos y de dudosa lealtad. Lo mandó el intendente de Arequipa, el americano José Gabriel Moscoso y el mariscal de campo cuzqueño Francisco Picoaga, venido de la capital. El 10 de noviembre fueron derrotados en la Apalacheta. Hechos prisioneros, se les condujo a Cuzco donde fueron ejecutados el 1 de febrero del siguiente año, tras negarse terminantemente a cambiar de bando. Ese mismo día los rebeldes fueron recibidos en Arequipa por el Ayuntamiento, que reconoció a la Junta del Cuzco y, a la vez, reiteró su fidelidad a Fernando VII.

El 30, sabedores de que Ramírez estaba en marcha desde La Paz, abandonaron la ciudad, en la que inmediatamente, el 6 de diciembre, las mismas autoridades consignaron ahora su protesta contra la rebelión y su fidelidad a Fernando VII. Tres días más tarde, las fuerzas realistas llegaron a la ciudad, tras una durísima ascensión de los Andes en la peor época del año, entre nieves y ventiscas. Después de un largo descanso, y acuciadas por Abascal se pusieron en movimiento el 11 de febrero de 1815.

El 11 de marzo ambos ejércitos estaban frente a frente, en Humachiri. Pumacahua entonces mandó treinta mil hombres, de ellos ochocientos fusileros, y tenía cuarenta cañones Ramírez, mil trescientos y seis, respectivamente. A pesar de ello, atacó. Sus tropas, sujetando en alto las armas y las municiones para evitar que se mojasen, vadearon bajo el fuego el río Llalli. Una vez al otro lado, cargaron, derrotando en menos de media hora a las masas enemigas. Hasta las mujeres que acompañaban a los realistas se distinguieron, rechazando una incursión de la caballería independentista.

Pumacahua, fugitivo, fue capturado por los habitantes de Sicuani, irritados por los desmanes que en la localidad habían perpetrado sus tropas. El 17 de marzo, tras un rápido juicio, fue ejecutado. Para entonces en Cuzco había triunfado un movimiento realista, lo que anunciaba el fracaso del alzamiento. En las siguientes semanas la sublevación principal fue totalmente dominada, aunque algunos de sus dirigentes, como Muñecas, mantuvieron largo tiempo la resistencia, en lo que se ha denominado la época de las “republiquetas”.

Mateo Pumacahua casó en primeras nupcias con Juliana de Cusihuampan y, en segundas, con María Ignacia Loayza. Tuvo cinco hijos: Francisco Paula, Ignacia, Polonia, Lorenza y María Eusebia.

Además de los cargos concedidos por la Corona, se otorgó, con motivo de la sublevación de 1814, el empleo de capitán general y de marqués del Perú, que nunca le fueron reconocidos por las autoridades realistas.

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