Regla de oro (ética) para niños
Regla de oro o ley de oro son denominaciones para un principio moral general que puede expresarse: «trata a los demás como querrías que te trataran a ti» (en su forma positiva) o «no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti» (en su forma negativa, en esta forma también conocida como regla de plata). No consiste en la afirmación de determinadas conductas o en la imposición de valores afirmativos o positivos, como sucede en las doctrinas dogmáticas, sino que preconiza una dinámica de relaciones intersubjetivas basada en el sentido común y en el principio de no agresión.
Se encuentra bajo distintas formulaciones en prácticamente todas las culturas, filosofías y religiones, como una regla fundamental —la referencia al oro se hizo por su consideración como el más precioso de los metales—. Su universalidad sugiere que puede estar relacionada con aspectos innatos de la naturaleza humana. Se considera a la regla de oro el punto de partida para la reflexión teórica y el proceso histórico que condujo a la formulación de los derechos humanos; aunque identificar ambos conceptos es anacrónico.
La primera enunciación escrita de la regla de oro se encuentra en un texto narrativo del Imperio Medio egipcio llamado Historia del campesino elocuente. En el griego Epicuro la regla de oro se entiende como ética de la reciprocidad: minimizar el daño, de los pocos y de los muchos, para así maximizar la felicidad de todos. También podemos encontrar esta idea en el evangelio según Marcos 12, 28b-34, donde Jesús dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
John Locke propuso los derechos a «la vida, la libertad y la propiedad». Para Locke, el propio cuerpo es parte de los bienes de un hombre y, por tanto, sobre él se ejerce un derecho a la propiedad que teóricamente garantiza la seguridad de las personas al igual que la de sus posesiones. Posteriormente, este concepto fue recogido por la Ilustración y el pensamiento democrático posterior a la Revolución francesa —utilitarismo de Jeremy Bentham y John Stuart Mill—. George Bernard Shaw (1898) estableció una evidente precaución a la aplicación de la regla de oro en sentido activo o positivo: «no hagas a otros lo que quisieras que te hagan a ti. Sus gustos pueden no ser los mismos». El filósofo alemán Hans Reiner (1896-1991) distinguía diferentes formulaciones de la regla de oro: la regla de empatía, que parte de nuestros deseos o temores («lo que tú mismo temas, no lo hagas a los demás, lo que deseas para ti, hazlo a los demás»), y la regla de la equidad, que parte de nuestros juicios de valor («lo que reprochas a otros, no lo hagas tú mismo; debes actuar como juzgas que los demás deben hacerlo»). Thomas Nagel (1970) propuso repensar el altruismo de forma objetiva sobre la base de la ética de la reciprocidad. En los años 1990, Enno Winkler desarrolló un código de ética universal, en el que la regla de oro está incluido como un mandamiento para las relaciones interpersonales en ausencia de empatía: «¡Respeta al otro como a ti mismo!».
Formulaciones pasivas o activas de la regla en distintas religiones
En la mayoría de las formulaciones, la regla de oro toma una forma negativa, como la expresada en el judaísmo («lo que es odioso para ti, no se lo hagas al prójimo»), en el zoroastrismo («la naturaleza sólo es buena cuando no se hace a los demás nada que no sea bueno para uno mismo»), en el confucianismo («no impongas a otro lo que no elegirías para ti mismo») o en el budismo («no hieras a los otros de una forma que tú mismo encontrarías hiriente»); aunque también las hay de forma activa o positiva, como en el taoísmo («considera la ganancia de tu vecino como tu ganancia, y la pérdida de tu vecino como tu pérdida»), en el hinduismo («trata a los otros como te tratas a ti mismo») o en el mismo judaísmo («amarás a tu prójimo como a ti mismo»).
En la cultura occidental cristiana, las fórmulas más divulgadas son dos frases de Jesús en que cita explícitamente la ley judía antigua: «amarás a tu prójimo como a ti mismo [...] todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas»; y un pasaje más extenso:
Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; [...] como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada [...] Sed, pues, misericordiosos.
Un hadiz islámico dice: «ninguno de vosotros habrá de completar su fe hasta que quiera para su hermano lo que quiere para sí mismo».
De Kant a Popper
La filosofía moderna, concretamente el racionalismo, despojó a la regla de oro de su contexto religioso y la convirtió en fundamento de la ética entendida como sistema de principios universales de convivencia que todos los hombres pueden compartir. Especialmente Kant, en su Crítica de la Razón Práctica, le otorga renovado vigor en la primera formulación del imperativo categórico: Actúa de tal modo que puedas igualmente querer que tu máxima de acción se vuelva una ley universal. A través de la poderosa herencia ideológica kantiana, la regla de oro está presente en las tradiciones intelectuales del liberalismo y el iusnaturalismo racionalista, en las obras de Humboldt, Habermas, John Stuart Mill, etc.
Charles Darwin también la menciona con entusiasmo y admiración, como culminación y necesaria consecuencia de los instintos sociales humanos.
Por su parte, Karl Popper también se apoya en ella para justificar el ámbito de actuación de un Estado mínimo al enunciar, en La sociedad abierta y sus enemigos, su principio del utilitarismo negativo: el Estado no debe imponer afirmativamente determinadas conductas a los hombres, sino que sólo debe impedir que éstos se causen mal los unos a los otros (es decir, que hagan a los otros lo que no querrían para sí mismos).
Todo apremio moral tiene sus bases en los apremios del dolor o el sufrimiento, propongo reemplazar, por esta razón, la fórmula utilitarista: "aspiremos a la mayor cantidad de felicidad para el mayor número", o, más sintéticamente: "aumentemos la felicidad", por la fórmula: "la menor cantidad posible de dolor para todos" o, brevemente: "disminuyamos el dolor". Esta fórmula tan simple puede convertirse, creo yo, en uno de los principios fundamentales (por cierto que no el único) de la política pública. El principio "aumentemos la felicidad" parece tender, por el contrario, a producir dictaduras benévolas.
Véase también
En inglés: Golden Rule Facts for Kids