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Obstetricia (matronería) para niños

Enciclopedia para niños
Archivo:Midwife check-up
Control obstétrico del embarazo con una obstetra o matrona.

La obstetricia (del latín obstare «estar a la espera») o matronería es la ciencia de la salud y la profesión que se encarga del embarazo, el parto y el puerperio (incluyendo la atención del recién nacido), además de la salud reproductiva de la mujer a lo largo de toda su vida. En muchos países es una profesión médica (especial por su formación especializada directa e independiente; no debe ser confundida con la especialidad médica, que depende de una formación general previa). El profesional que ejerce la obstetricia se llama obstetra o matrona o partera. La mujer que se encarga de ayudar a la mujer en el trabajo de parto sin asistir el nacimiento suele llamarse doula.

Historia de la obstetricia (matronería)

Debido a la importancia de su acción, la obstetricia (como asistencia del parto) es una práctica que ha existido desde los albores de la civilización humana.

Cultura hebrea

El conocimiento concreto (1700 a. de C.) de las primeras parteras lo tenemos a través de la Biblia donde existen citas textuales que hacen referencia al trabajo de la partera. Nos referimos a las comadronas hebreas, mujeres que gozaban de una consideración distinguida y prestigio social. La necesidad de sus servicios en la corte y entre las damas aristocráticas les hacía frecuentar las casas y palacios y el trato con altas dignidades y mandatarios.

Antiguo Egipto

De la civilización egipcia se sabe que, tanto el médico como la comadrona, eran profesiones libres, al igual que la de veterinario que también existía. Gozaban de gran prestigio y de la estima de sus conciudadanos. Por estas circunstancias se piensa que la enseñanza de estos profesionales estaba basada en la experiencia práctica que se iba adquiriendo al estar junto con otro más experimentado. El alto estatus social de la mujer en el Antiguo Egipto, independientes social, legalmente y no discriminadas en cuanto al acceso a las enseñanzas médicas, está auspiciada por el desarrollo de la escritura; esta impulsó el conocimiento ginecológico y obstétrico y por tanto, una cuidadosa atención a la patología obstétrica, ginecológica y a sus prácticas, como atestiguan los papiros encontrados. El papiro Ebers, datado entre el 1900 y 1550 antes de Cristo, comprende cinco columnas de papiro que tratan sobre ginecología y obstetricia, narrando específicamente de la aceleración del parto y la realización de pronósticos sobre la pervivencia del recién nacido. El papiro Westcar, fechado en 1700 a. C. incluye instrucciones para calcular la fecha prevista de alumbramiento, y describe distintos tipos de sillas de parto. Los bajorrelieves encontrados en las estancias reales en Luxor y en otros templos, también atestiguan la importante presencia que la profesión tenía en la cultura egipcia.

Cultura grecorromana

La medicina griega, se proveyó de los conocimientos egipcios sobre embarazo y parto. En la Grecia Clásica, las comadronas o “maiai” (partera), gozaban de elevada dignidad y alto reconocimiento social, en estrecha relación con los filósofos, lo mismo que el arte de la Partería, o Mayéutica. La ley ateniense exigía para ejercer este oficio, haber sido madre y no estar ya en edad de procreación. La madre de Sócrates, Fenáreta, fue comadrona y de la analogía que estableció el filósofo con el oficio de su madre, nombró Mayéutica a su método filosófico.

En la antigua cultura grecorromana, el oficio de matrona era desempeñado por un amplio número de mujeres, entre las que se incluían aquellas de edad avanzada que seguían la tradición médica popular en los poblados del Imperio Romano, matronas entrenadas cuyo conocimiento emanaba de distintas fuentes, y mujeres con un alto grado de formación que eran consideradas médicos femeninos.

Tal y como describe el médico Sorano en el siglo II d.C. en su trabajo Ginecología, una “buena” matrona tenía que aglutinar las siguientes características: culta, inteligente, poseedora de una buena memoria, amante de su trabajo, respetable y sin ninguna incapacidad que disminuya la percepción de sus sentidos (p. ej. vista, olfato, oído) hasta impedirle realizar su labor, con los miembros intactos, fuerte y, de acuerdo con algunos, con dedos largos y finos que acaben en una uña corta. Sorano también recomienda que la matrona muestre una actitud comprensiva (aunque no es necesario que haya dado a luz) y que mantenga sus manos suaves, con el fin de mejorar la comodidad de la madre y el hijo. Plinio el Viejo, valoraba la pertenencia a la nobleza así como la tranquilidad y la discreción en una matrona. Es difícil encontrar en la antigüedad una mujer que poseyera esta combinación de psique, virtud, habilidad y formación, por lo que parece que en estos tiempos existían tres grados diferentes de matrona. El primero era el de aquellas mujeres aldeanas que conocían la técnica; el segundo sugería mayor estatus social ampliando su conocimiento con la lectura de algunos textos sobre obstetricia y ginecología; pero el tercero era una profesional intensamente formada y considerada una especialista médica en la atención a la mujer.

Las matronas eran conocidas con diferentes nombres en la antigüedad, como iatrine, maia, obstetrix y médica. A raíz de los hallazgos encontrados, parece que la matrona fuera tratada de forma diferente en el Este del Mediterráneo que en el Oeste.

En el este, algunas mujeres superaban la profesión de matrona (maia), siendo consideradas obstetras (iatros gynaikeios), necesitando para ello una formación oficial. Así mismo, aunque en número reducido, existían algunos tratados ginecológicos escritos por mujeres de nombre griego que circulaban entre los círculos médicos. Ateniéndonos a estos hechos, las matronas en el este eran profesionales respetadas que podían vivir de forma independiente y con suficiente reconocimiento social como para publicar trabajos leídos y citados por médicos. De hecho, el estudio de algunas reglamentaciones romanas sugiere que las matronas disfrutaban de estatus y remuneración comparable a la de los doctores masculinos. Un ejemplo de una matrona citada por médicos masculinos es Salpe de Lemnos, quien escribía sobre las enfermedades de la mujer y es mencionada en varias ocasiones en los trabajos de Plinio.

Sin embargo, en la parte oeste del Imperio romano, conocemos de la existencia de matronas principalmente de los epitafios funerarios. De los pequeños ejemplos encontrados en estos epitafios, se han sugerido dos hipótesis. La primera es que la profesión de matrona no era ejercida por mujeres nacidas en el seno de familias libre durante varias generaciones. Por lo tanto, parece ser que la mayoría de las matronas eran de origen esclavo. La segunda hipótesis es que, dado que la mayoría de los epitafios describen a las mujeres como manumitidas (esclavas liberadas), se puede presuponer que las matronas eran valoradas, obteniendo suficientes ingresos como para ganarse su liberación. No se ha podido averiguar cuáles eran los criterios por los que se seleccionaban las esclavas y se les formaba como matronas. Es posible que las esclavas fueran aprendices enseñadas por sus propias madres.

Los deberes reales de la matrona en la antigüedad consistían principalmente en la asistencia durante el parto, aunque también podían ayudar en otros problemas médicos relacionados con la mujer. A veces, la matrona llamaba a un médico que colaboraba con ella si aparecían complicaciones; en la mayoría de los casos, traía dos o tres ayudantes. Matronas y médicos de la antigüedad creían que el parto era más sencillo para la mujer si este se realizaba en posición sentada. Para esto, durante el parto, las matronas llevaban un taburete a la casa donde se iba a producir el alumbramiento. En el asiento de la silla había un agujero con forma de luna creciente a través del cual el niño nacía. La silla también tenía unos reposabrazos a los que la parturienta se agarraba durante el alumbramiento. La mayoría de las sillas disponían de un respaldo para que la madre empujara contra él, pero Sorano sugiere que, en determinados casos, las sillas no disponían del mismo, siendo una asistente la que se colocaba detrás de ella y la sujetaba. La matrona se ponía enfrente de la paciente, dilatando suavemente y tirando del feto, mientras daba instrucciones a la madre sobre la forma de respirar y de empujar durante las contracciones y las asistentes ayudaban presionando el abdomen de la paciente. Finalmente, la matrona recogía al recién nacido, lo envolvía en un trozo de tela, cortaba el cordón umbilical y lo limpiaba. Al bebé se le salpicaba con sal fina molida, natrón o aphronite, con la intención de secar los residuos del nacimiento, enjabonando seguidamente, volviendo a espolvorear y a enjabonar de nuevo. A continuación, la matrona limpiaba las secreciones de la nariz, la boca y las orejas. Las matronas eran animadas por Sorano a poner un poco de aceite de oliva en los ojos del niño, con la intención de limpiarlos de residuos, y a colocar una pieza de lana humedecida con aceite de oliva sobre el cordón umbilical. Después del parto, la matrona inspeccionaba al bebé para saber si estaba sano para ser criado. Se cercioraba de que no presentara ninguna deformidad congénita y comprobaba que su llanto era fuerte y sano. Finalmente, la matrona evaluaba las posibilidades de supervivencia del recién nacido, recomendando abandonarlo al aire libre si presentaba deformidades graves.

Un relieve en terracota del siglo II d.C. encontrado en la tumba de Escribonia Ática en Ostia, mujer del médico y cirujano M. Ulpio Amrimnu, muestra con detalle un parto. Escribonia era matrona y el relieve la muestra atendiendo un parto, con la paciente sentada en la silla de partos, agarrándose a los reposabrazos y con una ayudante detrás. Escribonia aparece sentada en un taburete bajo, frente a la mujer y con mirada distraída mientras asiste el parto dilatando y masajeando el cérvix, tal y como aconseja Sorano.

Los servicios de una matrona eran caros; este hecho sugiere que las mujeres pobres que no podían pagar a una profesional, frecuentemente tenían que ser asistidas por las mujeres de su familia. Muchas familias ricas tenían sus propias matronas. Sin embargo, la inmensa mayoría de las mujeres del mundo grecorromano recibían los cuidados de manos de matronas contratadas, ya fueran profesionales altamente cualificadas o poseedoras de los conocimientos básicos de obstetricia. Asimismo, muchas familias tenían la oportunidad de elegir entre contratar a una matrona que practicara la medicina tradicional popular o los métodos modernos de asistencia. Como muchas otras cosas en la antigüedad, la calidad de los cuidados ginecológicos recibidos dependía en gran medida del estatus socioeconómico de la paciente.

Cultura Mexica

En el mundo mexica el nacimiento de un bebé llegaba por obra de las parteras, quienes procuraban la salud de su madre. Ellas eran las tlamatquiticitl, las que les daban a sus pacientes embarazadas todas las atenciones prenatales, haciendo uso de sus conocimientos herbolarios y anatómicos. Así, ayudaban a un buen alumbramiento, aliviaban las dolencias del embarazo y del parto, y llevaban el registro continuo de la evolución del bebé dentro del vientre. Ellas eran una pieza clave de la sociedad mexica. Absolutamente todas las mujeres contaban con una especialista de este tipo a su alcance, con obvios privilegios para las mujeres de la nobleza, que tenía a su disposición todo un equipo de tlamatquiticitl. Aconsejaban bañarse con agua tibia para evitar que el bebé naciera débil y enfermizo. También recomendaban no levantar cosas pesadas y evitar las sorpresas desagradables, asimismo, las funciones que cumplían antes del alumbramiento eran las de realizar exámenes ginecológicos y reacomodar al bebé en caso de que este estuviera en una posición no óptima para nacer. Los mexicas eran extremadamente limpios y un parto requería mucha más higiene aún, de lo cual se encargaba la partera al mantener impecable hasta el cabello de la futura madre. Era también la tlamatquiticitl quien organizaba su sala de partos y los continuos baños en el temazcal con hierbas aromáticas, para relajar los nervios de su paciente, así como para mantenerla limpia tanto en cuerpo como el espíritu. Llegado el día de las contracciones, la partera proporcionaba a la parturienta una infusión a base de coapatli, una hierba que tenía la virtud de impulsar o empujar al bebé hacia fuera. Pero si los dolores persistían y la mujer no dilataba, se le suministraba la medida de medio dedo de cola de tlacuatzin. La posición en que la tlamatquiticitl colocaba a su paciente para las labores de parto era en cuclillas, sujetándola de los talones, posición en que la gravedad ayudaba a la salida del bebé y disminuía el esfuerzo de la madre. Algunos escritos españoles nos describen, sorprendidos, que las mujeres mexicas daban a luz con mucho menos esfuerzo que las españolas y se recuperaban más rápidamente. Una vez nacido el bebé, se le bañaba con agua fría, como una ofrenda a la diosa Chalchiuhtlicue para que “purificara su corazón y se hiciera bueno y limpio”. A la madre se le conducía nuevamente al temazcal para que pudiera desintoxicarse y relajarse, todo lo cual contribuiría a la producción de leche. Acabado el ritual la partera se quedaba cuatro o cinco días en la casa, vigilando de cerca el desarrollo de la madre y el hijo. Durante su estancia se llevaban a cabo una serie de rituales, como enterrar la placenta en un rincón de la casa, o dar el cordón umbilical a un guerrero para que lo enterrara en su próximo campo de batalla, con lo que se trataba de marcar el futuro como guerrero del recién nacido (Álvarez, 2017).

Edad Media

Archivo:Eucharius Rößlin Rosgarten Childbirth
Mujer dando a luz en una silla de partos, recogido en el trabajo Der Rosgarten, de Eucharius Rößlin.

Durante la era cristiana, las matronas en Europa se volvieron importantes para la Iglesia, debido a su rol en los bautismos de emergencia, y comenzaron a ser reguladas por el derecho canónico de la Iglesia católica. Durante el medievo, el parto era considerado tan arriesgado que la Iglesia pedía a las mujeres embarazadas que antes prepararan sus mortajas y confesaran sus pecados por si morían. La Iglesia se refería al Génesis 3:16 como el origen del dolor durante el parto, donde el castigo impuesto a Eva por su desobediencia a Dios es "Multiplicaré los sufrimientos de tus embarazos; darás a luz a tus hijos con dolor. Sentirás atracción por tu marido, y él te dominará". Un dicho medieval popular era: “Cuanto mejor es la bruja, mejor es la matrona”. Para protegerse contra la brujería, la Iglesia exigía que las matronas recibieran una licencia del obispo y realizaran un juramento por el que rechazaban el uso de magia para ayudar a las mujeres a dar a luz.

Las matronas se formaban acompañando a otra mujer de más edad y experiencia que venía cumpliendo con tal menester. Los conocimientos sobre los cuidados de la mujer embarazada, de la parturienta, de su recién nacido así adquiridos se transmitían de generación en generación, normalmente de madres a hijas o a cualquier otra familiar, como en la antigüedad. De esta forma la partera se iba haciendo una experta en su ámbito de actuación. Esta forma de transmisión del conocimiento y del saber puso a la matrona en situaciones de destierro y riesgo para su vida, acusada de magia, brujería y superstición durante mucho tiempo.

Renacimiento

La obstetricia se instituyó como especialidad lentamente, al principio como una especialidad menor y desvalorizada en manos de barberos-cirujanos que, viendo la necesidad de un emporio con el que posicionarse en el mundo de la medicina del que habían sido excluidos hasta el momento, hicieron acopio de la experiencia acumulada por ellos, y la tradujeron en un considerable conocimiento científico con el consiguiente enfrentamiento con el cuerpo médico y las matronas, siendo estas últimas las que quedaron marginadas a pesar de su resistencia.

El siglo XVI supondrá un “Renacimiento de la Obstetricia”, esta nueva etapa en los cuidados maternales coincide con la publicación de una serie de libros concebidos para la educación de las matronas. En el siglo XVI es la iglesia quien concede licencias para practicar como matrona, en 1557 el obispo de Canterbury le otorgará la licencia a una matrona llamada Eleanor Pead, entre sus funciones se encuentra la del bautismo en aquellos casos de recién nacidos moribundos o demasiado enfermos para trasladarlos hasta la iglesia para su bautismo.

La más conocida de las matronas francesas de la época fue la célebre comadrona Louise Bourgeois, nacida en 1563 cerca de París donde se casó con un joven cirujano-barbero llamado Martín Boursier, alumno y ayudante de Ambrosio Paré. Su gran actitud y conocimientos en obstetricia la llevaron a ser conocida como “la más diestra de las Comadronas de su época”, y su fama hizo que fuese nombrada “comadrona de la corte de Enrique IV”, donde tuvo el honor de asistir al parto de la reina María de Médicis, recogiendo en sus manos al futuro rey Luis XIII y posteriormente seguiría asistiendo a los nacimientos de príncipes, infantes e infantas de Francia.

Las matronas francesas fueron más conscientes que las del resto de Europa de la necesidad de perfeccionar sus conocimientos y actuar como profesionales con base científica, por el hecho de que en Francia la obstetricia se desarrolló antes que en ningún país y desde allí se difundió.

La división entre cirujanos y matronas creció, como consecuencia de que los médicos empezaran a aseverar que sus procedimientos científicos modernos eran mejores para las madres y los niños que los tradicionales utilizados por las matronas. Si este argumento era o no válido, se puede deducir de la entrada de Justine Siegemund, renombrada matrona alemana del siglo XVII, cuya Court Midwife (1690) fue el primer texto médico alemán realizado por una mujer.

Edad contemporánea

El siglo XVIII será de gran importancia para la obstetricia por la gran cantidad de manuales que se generan tanto para matronas como para cirujanos comadrones y por la pérdida de la hegemonía que venían ostentando las matronas en la asistencia al parto. Entre los nombres notables del siglo XVIII encontramos dos “hombres-comadrones” que jugaron un papel primordial en la transición desde la matrona medieval a la obstetricia moderna. El primero fue Fielding Ould, quien estableció la práctica de matrona como una ciencia sujeta a la investigación científica al escribir su “A Treatise of Midwifery” (1742). En Francia destacó la matrona Angélique du Coudray, que no solo escribió un manual, sino que también creó un maniquí para la práctica durante la enseñanza.

En el transcurso del siglo XVIII, como consecuencia de la regulación de los estudios de cirujanos y matronas, son varios los manuales que se publicaron dedicados al arte obstétrico de la formación de las parteras. Entre ellos cabe destacar: “Cartilla nueva, útil, y necesaria para instruirse las matronas, que vulgarmente se llaman Comadres, en el oficio de partear” Antonio Medina (1750). “Nuevo y natural medio de auxiliar a las mujeres en los lances peligrosos de los partos sin operación de manos ni instrumentos” Babil de Gárate (1756). “Instrucciones sucintas sobre los partos, para la utilidad de las Comadres" Joseph Raulin (1772). “Embriología sagrada o Tratado de la obligación que tienen los curas, confesores, médicos, comadres, y otras personas, de cooperar a la salvación de los niños que aún no han nacido, de los que nacen al parecer muertos ...” Francisco Cangiamila (1785).

La primera formación reglada de las matronas en España se inició en 1790 en el Real Colegio de Cirugía de San Carlos de Madrid siendo el catedrático Agustín Ginesta el encargado de la enseñanza. Uno de los catedráticos del Colegio, Juan de Navas, escribió un libro en 1795 destinado a la formación de estas profesionales : “Elementos del arte de partear”. Su propia hija, Concepción de Navas, obtuvo el título de matrona en el Colegio.

A finales del siglo XVIII en Inglaterra la mayoría de los bebés eran todavía sacados por una matrona, pero a comienzos del siguiente siglo, la mayoría de esos niños eran traídos al mundo por cirujanos. Se ha escrito gran cantidad de estudios que tratan sobre este cambio histórico.

De acuerdo con una teoría de los científicos sociales alemanes Heinsohn y Stieger, el estado moderno persiguió a las matronas como brujas, en un esfuerzo de repoblar el continente europeo, el cual había sufrido una enorme pérdida de mano de obra como resultado de la peste bubónica (también conocida como la peste negra) que había barrido el continente en diferentes oleadas, empezando en 1348.

Ellos interpretan las cazas de brujas enfocadas como ataque a las matronas y a su conocimiento, teniendo un objetivo demográfico en mente. De hecho, después de las cazas de brujas, el número de hijos por madre aumentó de forma significativa, dando nombre a lo que ha sido llamado como la explosión poblacional europea de la edad moderna, generando una gran masa de personas jóvenes que permitieron a Europa colonizar grandes partes del resto del mundo. Mientras los historiadores especializados en la caza de brujas se han mostrado críticos con este enfoque macroeconómico y siguen a favor de una perspectiva y explicación a bajo nivel, el prominente historiador John M. Riddle ha expresado su acuerdo.

Siglo XX

En el siglo XX llegará la verdadera profesionalización de la obstetricia cuando se asume que la instrucción y la investigación son partes fundamentales para determinar un nivel de profesión, aflora el interés de las organizaciones profesionales por mantener el nivel educativo y de servicio y se produce el reconocimiento legislativo de la formación y función social.

Véase también

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Obstetricia (matronería) para Niños. Enciclopedia Kiddle.