Nombramiento del generalísimo Franco para niños
El nombramiento del generalísimo Franco ocurrió el 21 de septiembre de 1936 en el aeródromo de San Fernando, cerca de Salamanca. Fue una reunión importante de los altos mandos militares que se habían levantado en armas en julio de ese año. Este nombramiento se hizo oficial el 30 de septiembre por la Junta de Defensa Nacional, al mismo tiempo que Franco era nombrado jefe del Gobierno.
Aunque al principio el cargo de generalísimo era solo militar, este nombramiento fue el primer paso para que Franco obtuviera un poder muy grande, lo que le permitió gobernar durante muchos años. Desde el punto de vista militar, tener un solo líder dio una gran ventaja a las fuerzas que se habían levantado, frente a las fuerzas del gobierno que estaban más divididas.
Franco no había participado mucho en los planes iniciales del levantamiento, pero siempre se le había reservado un papel importante: dirigir las fuerzas en el Protectorado de Marruecos y el Ejército de África. Después de la muerte inesperada del general Sanjurjo, quien era el líder de la rebelión, varios factores ayudaron a que Franco fuera elegido como el mando militar supremo. Entre ellos, los acuerdos con Alemania e Italia, el éxito al cruzar el estrecho de Gibraltar, el rápido avance de sus tropas hacia Madrid y el apoyo de un grupo de monárquicos.
Contenido
El inicio del conflicto
Las dudas iniciales
La victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 mostró la gran división social que existía en España. Poco después de las elecciones, algunos generales pensaron en un levantamiento, pero el general Franco, que era jefe del Estado Mayor, los convenció de que no era el momento adecuado. En los meses siguientes, la tensión política aumentó, con incidentes y enfrentamientos entre diferentes grupos. Esto se vio agravado por la postura cada vez más radical de los principales partidos políticos.
El Gobierno, desconfiando de varios generales, tomó medidas preventivas. Trasladó a Franco a las islas Canarias, a Goded a las Baleares y a Mola a Navarra. Esta decisión molestó a algunos de ellos, como a Franco, que consideró su nuevo destino como un destierro injusto. El 8 de marzo, Franco asistió a una reunión en Madrid donde se habló de preparar un levantamiento. Se acordó que el líder sería el general Sanjurjo, que estaba en Portugal. Mola se encargó de los preparativos, pero Franco evitó comprometerse a fondo en el plan.
En realidad, hubo varios planes de levantamiento al mismo tiempo. Una asociación de militares, la UME, tuvo un papel importante. También los carlistas y la Falange querían iniciar una rebelión. En Madrid, un grupo de generales intentaba coordinar los esfuerzos, pero con poco éxito. La destitución del Presidente Alcalá-Zamora y la violencia en las calles casi adelantaron el levantamiento, pero se canceló por falta de preparación. Fue entonces cuando Mola se convirtió en "El Director" de la conspiración, escribiendo instrucciones secretas para unir los diferentes grupos. En sus instrucciones, Mola recalcó la importancia de actuar con firmeza para controlar la situación rápidamente. Mola también contactó con los generales Queipo de Llano y Cabanellas. A finales de junio, el plan estaba listo. No hay pruebas de que Franco participara activamente en estos preparativos.
La indecisión de Franco duró casi hasta el final. Sanjurjo llegó a decir: "con Franquito o sin Franquito salvaremos a España". A pesar de su falta de decisión, muchos veían a Franco como un posible líder. El político socialista Indalecio Prieto lo mencionó en un discurso, destacando su juventud y su influencia en el ejército. A finales de mayo, Franco recibió la visita de un líder de la UME que le ofreció el apoyo de Goded para que asumiera el liderazgo. Sin embargo, Franco seguía sin estar convencido. Los conspiradores querían contar con él por su gran influencia sobre los oficiales y el Ejército de África. Era una figura clave. Aun así, el 12 de julio, Franco seguía indeciso, lo que enfureció a Mola y le obligó a pensar en un plan alternativo. Parece que lo que finalmente decidió a algunos generales a unirse fue la convicción de que era más peligroso no hacer nada que afrontar los riesgos del levantamiento. Solo el 14 de julio, Mola recibió la confirmación de que Franco iría a Marruecos para liderar el levantamiento allí. La noche del 13 al 14, Franco escribió el mensaje que se leería al inicio del alzamiento.
El suceso clave
A principios de julio de 1936, el plan militar estaba casi listo. El general Mola admitía que el entusiasmo no era aún el necesario. El asesinato de José Calvo Sotelo fue lo que terminó de convencer a los conspiradores de no esperar más y sumó al levantamiento a personas que hasta entonces estaban indecisas por miedo.
En la madrugada del 13 de julio, un grupo de guardias de asalto, buscando vengar el asesinato de un teniente, secuestró y asesinó a José Calvo Sotelo, un importante líder político. Su cuerpo fue abandonado en el cementerio. Este crimen fue un hecho muy grave en las democracias de Europa occidental.
En el entierro de Calvo Sotelo, un líder monárquico juró vengar su muerte y salvar España. El líder de la CEDA, José María Gil Robles, acusó al gobierno de tener la "responsabilidad moral" del crimen.
Este suceso conmovió al país y terminó de decidir al general Franco a participar en el levantamiento. Es muy posible que muchos otros se unieran por este factor inesperado. La clase media española quedó muy afectada por el asesinato. Durante décadas, los que se levantaron en julio afirmaron que el asesinato de Calvo Sotelo era parte de un plan comunista para tomar el poder, pero nunca se encontraron pruebas fiables de tal plan.
El plan de Mola era un levantamiento tradicional. Era fundamental tomar Madrid para que el poder pasara de la autoridad civil a la militar. Sin embargo, Franco y Mola pronto se dieron cuenta de que el levantamiento tendría pocas posibilidades de éxito en la capital. Por eso, a sugerencia de Franco, se recomendó a los líderes que no se quedaran en los cuarteles, sino que se retiraran a las montañas para esperar refuerzos. Al Ejército de África se le dio un papel clave en toda la operación.
Mola decidió aprovechar la conmoción causada por los crímenes y el día 14 adelantó la fecha del levantamiento para el 18 y 19 de julio de 1936. Envió telegramas con un mensaje en clave: "El pasado día 15, a las 4 de la mañana, Elena dio a luz un hermoso niño". Esto significaba que el levantamiento comenzaría en el Protectorado de Marruecos el 18 de julio a las cinco de la mañana, seguido por el levantamiento de las guarniciones en la península al día siguiente.
El levantamiento
El éxito inicial
El levantamiento militar se adelantó al 17 de julio en el Protectorado español de Marruecos, donde triunfó fácilmente. En el resto de España, el resultado fue diferente.
El 18 de julio, Franco ordenó a sus fuerzas en las islas Canarias tomar los centros de poder, envió un telegrama a Melilla, y emitió el mensaje que había preparado por Radio Tenerife. Dejó al general Orgaz al mando en las islas y despegó en el avión "Dragon Rapide" hacia el Protectorado. Tras pasar la noche en Casablanca, llegó el 19 a Tetuán y tomó el mando del Ejército de África. Una de sus primeras acciones fue enviar a Francisco Martín Moreno a Sevilla para establecer una base para el traslado de tropas a la península.
En Burgos, el general Batet no pudo evitar la rebelión liderada por el coronel Gavilán. En Valladolid, Saliquet y Ponte, con ayuda de falangistas, tardaron un día en vencer a los trabajadores ferroviarios. En Oviedo, el coronel Aranda tomó el control de la ciudad con astucia, pero fue rodeado por milicias obreras. Mola también se impuso fácilmente en Navarra con el apoyo de los requetés, que salieron en masa a las calles y se convirtieron en una de las mejores milicias de los sublevados. Por su parte, Cabanellas logró tomar Zaragoza apelando a su republicanismo, lo que engañó a muchos. Sus tropas, apoyadas por la Guardia de Asalto y la Guardia Civil, se impusieron con facilidad.
En Sevilla, Queipo de Llano logró controlar la ciudad con una mezcla de astucia y miedo. Con muy pocos seguidores al principio, consiguió que la guarnición y la policía se unieran a él. La capital andaluza había tenido años de conflictos sindicales, lo que hizo que gran parte de la burguesía, asustada, lo apoyara sin condiciones. La lucha en las calles duró cinco días, durante los cuales los sindicalistas llegaron a controlar dos tercios de Sevilla. El control de esta zona fue crucial para el posterior traslado del Ejército de África a la península. En Cádiz, el general López Pinto y el general Varela, que fue liberado, dirigieron el levantamiento con éxito, aunque también tardaron en imponerse.
Los militares leales al Gobierno o indecisos fueron las primeras víctimas. El gobierno, presidido por Casares Quiroga, subestimó la capacidad de los que se levantaron y pensó que su intento sería similar a uno fallido de 1932. Menospreció la importancia del Ejército de África, la principal fuerza operativa, sobrevaloró la lealtad de las fuerzas policiales y confió demasiado en la fidelidad de los generales, que en muchos lugares fueron reemplazados por oficiales de menor rango.
El fracaso en algunas zonas
Sin embargo, el levantamiento fracasó en ciudades importantes. En Barcelona, el Ejército estaba dividido, y la lealtad de la Guardia Civil, el apoyo de las fuerzas policiales de la Generalidad y la participación de los obreros armados hicieron que el levantamiento fracasara, a pesar de la llegada del general Goded. Su derrota significó que las guarniciones sublevadas en Gerona, Lérida y Mataró se rindieran, dejando Cataluña en manos de los opositores al levantamiento. En Madrid, Fanjul no siguió el consejo de Franco de sacar a sus tropas de la ciudad y llevarlas al norte para encontrarse con Mola. Se encerró con sus hombres en el Cuartel de la Montaña y tuvo que rendirse. En Valencia, el levantamiento ni siquiera estalló; los militares permanecieron encerrados en sus cuarteles y fueron vencidos con el tiempo. En Asturias, los rebeldes solo lograron controlar Oviedo, donde el coronel Aranda dirigió una defensa importante. En realidad, el levantamiento solo tuvo el apoyo de cuatro de los dieciocho generales de división con mando y de catorce de los 56 generales de brigada; sin embargo, tuvo un apoyo mucho mayor entre los oficiales. A pesar del temor que los sublevados tenían a la acción de los revolucionarios, subestimaron la capacidad de reacción de los trabajadores. Por otro lado, en el lado del gobierno hubo dos acciones importantes: Juan Hernández Saravia y otros militares tomaron el Ministerio de la Guerra, y el comandante Ristori hizo lo mismo con el mando de la Armada. Los militares rebeldes derrotados fueron las primeras víctimas en el lado republicano.
El plan de los que se levantaron era simple y pocas cosas salieron como esperaban. Habían previsto que, tras el triunfo de la rebelión en África, el Gobierno enviaría a la Armada desde sus bases. Dado el conservadurismo de los oficiales navales, contaban con que esos mismos barcos sirvieran para trasladar las tropas de África a la península. Estaban tan seguros de ello que ni siquiera habían contado con sus compañeros de la Marina en los preparativos. Sin embargo, el levantamiento también fracasó en la Marina. El ministro Giral había tomado la precaución de colocar radiotelegrafistas leales en Madrid y en los principales barcos. El radiotelegrafista Benjamín Balboa alertó a las tripulaciones desde Madrid y las animó a destituir a los oficiales rebeldes. Los marineros tenían mucha influencia anarcosindicalista, y las relaciones entre ellos y los mandos eran más distantes que en el Ejército. Siguiendo las instrucciones de Balboa, las tripulaciones desobedecieron a sus oficiales en la mayoría de los casos y, en algunos barcos, los vencieron. Esto dio una clara superioridad naval al Gobierno y puso en peligro la operación del Ejército de África, ya que tenía que cruzar el Estrecho de Gibraltar. En cuanto a la aviación, sus miembros eran más progresistas que el resto de los militares y solo una cuarta parte se unió al alzamiento.
El levantamiento había fracasado o triunfado parcialmente como un golpe de Estado. De esta forma, el territorio quedó dividido en dos bandos sin líneas claras al principio. Los rebeldes ocupaban una zona bastante unida que incluía la mayor parte de Galicia, León, Castilla la Vieja, Navarra y Álava, además de parte de Extremadura y la mitad occidental de Aragón. También controlaban precariamente zonas de Andalucía Occidental como Sevilla y Córdoba. Tenían enclaves en Oviedo, Toledo, Granada y otros lugares. Fuera de la península, controlaban el Protectorado español de Marruecos, las Islas Canarias y Mallorca. El bando del gobierno mantenía la lealtad de más de la mitad de las fuerzas armadas o policiales.
Los sublevados comprendieron que sería necesaria, al menos, una corta campaña militar para imponerse; una posibilidad que Franco y Mola ya habían considerado. El problema era que el general Sanjurjo, la persona que debía encabezar el nuevo gobierno y, por tanto, líder de la rebelión, había muerto en un accidente aéreo el 20 de julio, al intentar despegar en Portugal para unirse al levantamiento. Los militares rebeldes carecían ahora de un mando unificado.
El desarrollo del conflicto
Momentos difíciles
El resultado desigual del levantamiento provocó una división del poder en el bando rebelde. La muerte de Sanjurjo convirtió a los generales Franco, Mola y Queipo de Llano en líderes con gran autonomía. Queipo de Llano ejercía un poder totalmente independiente en Andalucía, emitiendo sus propios mensajes por radio. En Mallorca, un aviador italiano tomó el control de la isla, poniéndola más al servicio de Mussolini que de las autoridades rebeldes. Después de la toma de Badajoz, su gobernador militar actuó con total autonomía y sin obedecer las órdenes de Queipo de Llano. El poder en las zonas controladas por los sublevados residía en el mando militar, que se había fragmentado precisamente por el propio levantamiento.
El 20 de julio, Franco había llegado al Protectorado español de Marruecos desde Canarias gracias al vuelo del "Dragon Rapide" y estaba al mando del potente Ejército de África: 40.000 hombres que incluían la Legión y el Cuerpo de Regulares. Sin embargo, estas tropas de élite no servían de nada si no conseguían pasar a la Península. Pero la marina del gobierno, muy superior en número de barcos a la rebelde, bloqueaba el Estrecho de Gibraltar. Afortunadamente para él, antes de su llegada, sus subordinados habían enviado un grupo de regulares a bordo de un destructor. Esas tropas fueron esenciales para tomar Algeciras y asegurar el sur de la península. Tras rebelarse la tripulación del destructor contra los oficiales y perder el barco, Franco envió otro grupo de regulares y dos compañías de la Legión en un cañonero y otras embarcaciones pequeñas. A pesar de su físico, Franco lograba levantar la moral de quienes lo rodeaban. En el mensaje que envió a sus compañeros sublevados decía: "Fe ciega, no dudar nunca, firme energía sin vacilaciones porque la Patria lo exige. El Movimiento es arrollador y ya no hay fuerza humana para contenerlo". En el Alto Comisariado, encargó al coronel Beigbeder el reclutamiento de voluntarios marroquíes. Además, condecoró al Gran Visir por haber controlado una revuelta sin ayuda.
Aunque hay diferentes cálculos sobre el número de soldados de cada bando, está claro que, sin el Ejército de África, los rebeldes peninsulares estarían en desventaja. Los milicianos del lado del gobierno eran más numerosos que los combatientes nacionalistas. Tanto la marina como la aviación leales eran superiores en barcos y hombres. El líder de los sublevados había fallecido. Las principales zonas industriales estaban en poder del gobierno, incluyendo fábricas importantes de productos químicos y explosivos, así como el carbón asturiano. El Gobierno controlaba las reservas de oro del Banco de España y la mayor parte de las reservas de plata. La mayoría de los depósitos de combustible estaban en poder del Gobierno. La mayor parte de las grandes ciudades también estaban en el bando contrario y el Gobierno contaba con las representaciones diplomáticas y un puesto en la Sociedad de Naciones. En los primeros días de la rebelión, la opinión más extendida entre los observadores internacionales era que el levantamiento había fracasado. Lo mismo pensaba el embajador alemán. Incluso el líder socialista Indalecio Prieto pronunció un conocido discurso por la radio manteniendo la misma idea.
La respuesta de Franco
Como se ha dicho, el 19 de julio, Franco logró romper el bloqueo naval y transportar un grupo de soldados a la península, lo que fue clave para tomar Cádiz, La Línea y Algeciras. Después, con la ayuda del general Kindelán, puso en marcha el primer "puente aéreo" de la historia, usando los pocos aviones disponibles en África y Sevilla para transportar un número pequeño pero significativo de soldados y material al aeropuerto de La Tablada. Esta nueva táctica dio mucho prestigio a Franco. Este refuerzo permitió a Queipo de Llano ampliar la zona que controlaba en Andalucía occidental, extendiéndola hasta Huelva y Córdoba.
El aislamiento llevó a Franco a contactar con los gobiernos italiano y alemán para conseguir medios de transporte. Los rebeldes apenas habían tenido contacto con potencias extranjeras antes del levantamiento. Franco envió a Luis Bolín a Roma y habló con el agregado militar italiano en Tánger. Estos contactos no tuvieron éxito al principio, pero después de que una delegación enviada por Mola a Roma solicitara una ayuda más modesta, Ciano se interesó y aceptó enviar a Franco doce aviones. A partir de entonces, Italia mostró una clara preferencia por Franco. Por otro lado, a través de un ciudadano alemán residente en Marruecos, Johannes Bernhardt, Franco logró contactar con altos cargos en Berlín, mientras que los enviados de Mola fracasaban por seguir los canales oficiales. De hecho, Hitler llegó a enviar más aviones de los solicitados. Tanto Hitler como Mussolini, por diferentes razones estratégicas, decidieron apoyar al general, quien a partir de entonces tuvo mejores contactos internacionales que Mola. El 29 de julio, Bernhardt comunicó a Queipo de Llano y Mola que la ayuda militar alemana era solo para Franco, noticia que ellos recibieron de forma diferente.
Tras la inesperada muerte de Sanjurjo, Mola formó el 24 de julio en Burgos una Junta de Defensa Nacional, compuesta por siete militares, para dirigir el movimiento rebelde. El general Miguel Cabanellas la presidía por ser el de mayor rango y antigüedad. Muchos interpretaron este nombramiento como una forma de apartar al viejo militar y republicano del mando activo en Zaragoza. Aunque las ideas de los sublevados eran muy diversas, la mayoría estaba en contra de la moderación de Cabanellas. Por otro lado, su imagen liberal al frente de la Junta podía ser útil para atraer a muchos indecisos. Al mismo tiempo, a sugerencia de Mola, se crearon juntas patrióticas en la mayoría de las provincias dominadas por los sublevados. En ellas sí se incluyó a algunos civiles, pero en puestos secundarios. Entre los miembros iniciales de la Junta no estaba Franco, que así quedaba fuera del que parecía el principal centro de poder rebelde. Más tarde se amplió su composición, incorporando a otros mandos, entre ellos al propio Franco el 3 de agosto. En cualquier caso, el poder de Cabanellas y la Junta era más simbólico que real. Mola tenía el control en la zona norte, Franco dominaba el Protectorado y las islas Canarias, y Queipo de Llano ejercía su poder sobre la Andalucía rebelde.
Para el 29 de julio, los avances de las diferentes columnas rebeldes sobre Madrid desde el norte se habían detenido. El frente se había estabilizado en las montañas. Además, las posiciones rebeldes estaban amenazadas desde Cataluña, el País Vasco y Extremadura. La falta de munición fue siempre un problema para Mola, aunque un segundo y más pequeño "puente aéreo" desde el sur le proporcionaría 600.000 cartuchos. Por último, la superioridad aérea del enemigo dificultaba las operaciones y los transportes.
Franco se empeñó en romper el bloqueo del Estrecho por mar, enviando un convoy desde Ceuta. Ante las objeciones de Yagüe y los oficiales de la Armada, insistió en la importancia de los valores morales. Opinaba que los marineros del gobierno, sin oficiales competentes, no eran un peligro para una flota bien dirigida. Su determinación se reflejó en la frase "tengo que cruzar y cruzaré". Fue una de las pocas veces en que el general, normalmente prudente, asumió un riesgo notable. Contando ya con los primeros suministros alemanes e italianos, el 5 de agosto, tras varios aplazamientos, un convoy naval con apoyo aéreo rompió el bloqueo y trasladó un nuevo grupo de varios miles de soldados y gran cantidad de material. El éxito de este "convoy de la victoria" tuvo un efecto muy importante en la propaganda, aumentando la moral del bando rebelde y disminuyendo la del bando del gobierno. Al mismo tiempo, los aviones de transporte italianos y alemanes ayudaron a que el Ejército de África cruzara el estrecho, lo que sería decisivo para el curso del conflicto. La fama de Franco era tal que algunas cancillerías europeas ya llamaban "franquistas" a los rebeldes. La determinación y el optimismo inquebrantables de Franco en estos momentos difíciles no solo ayudaron a levantar la moral de sus hombres, sino que aumentaron su autoridad entre los diversos líderes rebeldes.
La ofensiva militar
El 7 de agosto, Franco se instaló en Sevilla. Ya desde el día 1 había ordenado a sus fuerzas avanzar hacia Mérida al mando del teniente coronel Asensio. Venciendo toda resistencia de las milicias obreras sin experiencia, recibiendo nuevas columnas de refuerzo desde el sur y usando el terror, avanzaron doscientos kilómetros en diez días, tomaron Mérida, contactaron con las fuerzas de Mola y les proporcionaron un importante suministro de municiones. Sin embargo, Franco no transfirió parte de sus tropas expertas a Mola, lo que podría haber facilitado el acceso de este a Madrid desde el norte.
En Navarra, gracias a la intervención directa de Mola, el plan había sido mejor organizado y el levantamiento ejecutado con mayor precisión. Los requetés dieron una gran fuerza de ataque a Mola, quien así pudo controlar la ribera del Ebro y reforzar la posición de Cabanellas en Zaragoza. Además, los enviados del general a Roma tuvieron más éxito que los de Franco ante el gobierno de Mussolini. Sin embargo, su ejército no pudo pasar de Guadarrama en su avance hacia Madrid, sobre todo por falta de hombres y municiones. El 11 de agosto, sus tropas tomaron Tolosa. El 13 de agosto, Mola se reunió en Sevilla con Franco y ambos acordaron que no tenía sentido insistir en atacar Madrid. En vez de ello, Mola lanzaría un ataque sobre Irún para cortar el contacto del norte del gobierno con la frontera francesa. El 5 de septiembre, tras una dura lucha, las tropas de Mola tomaron Irún. Finalmente, el 13 de septiembre, las fuerzas del gobierno abandonaron San Sebastián.
Franco estaba entonces dedicado a dirigir operaciones militares con total autonomía. Una vez que sus tropas cruzaron el estrecho, su avance fue imparable por Andalucía, La Mancha y Extremadura. Tras la toma de Mérida, el teniente coronel Yagüe se puso al frente de las fuerzas de Asensio. El 14 de agosto tomó Badajoz, donde realizó una terrible matanza. A pesar de sus intensas ocupaciones militares, el 15 de agosto, en la conmemoración de la fiesta de la Asunción en Sevilla, Franco sustituyó la bandera tricolor del gobierno por la tradicional roja y amarilla. El 16 de agosto visitó Burgos, sede de la Junta de Defensa Nacional, ya que la conquista del sur de Extremadura había unido las dos zonas rebeldes. Junto con Mola y otros generales, asistió a una misa solemne en la catedral. Allí se entrevistó con Mola; ambos líderes eran conscientes de que hacía falta un mando militar unificado para el buen desarrollo de la campaña. Mola colaboró sin reservas con Franco, dejándole las relaciones internacionales sin pensar en rivalidades políticas. El 21 de agosto, Mola recibió un cargamento de ametralladoras y munición de Bernhardt, quien le dejó claro que se lo enviaba Franco y no Alemania. Tras la toma de Badajoz, las tropas de Yagüe giraron hacia Madrid, que era el principal objetivo, y el 3 de septiembre tomaron Talavera de la Reina. Toda esta campaña, en la que su ejército recorrió quinientos kilómetros en un mes, fue un completo triunfo para Franco, a pesar de que algunos habían criticado su decisión de avanzar hacia el oeste y luego por el valle del Tajo. Mientras tanto, el proceso de cambios en la zona del gobierno y la defensa del catolicismo estaban aumentando considerablemente los apoyos de los sublevados, y ya en agosto, la complejidad de las operaciones militares superaba la capacidad de la Junta. Sin embargo, esta no parecía interesada en crear una organización más compleja. Mola dirigía el Ejército del Norte, Queipo de Llano controlaba Andalucía occidental y Franco dirigía las operaciones del Ejército de África que avanzaba hacia Madrid. Desde finales de agosto, sus aliados alemanes presionaban a Franco para que tomara el mando rebelde, alegando que necesitaban un jefe con quien negociar la ayuda militar o esta podría desaparecer.
Los preparativos para el nombramiento
El general Kindelán dirigía con eficacia la fuerza aérea del ejército del Sur. Era un monárquico reconocido y preguntó a Franco si deseaba la restauración de la monarquía. Franco le dijo que ese debía ser el objetivo a largo plazo, pero que había demasiados republicanos como para plantearlo a corto plazo. Complacido por la respuesta, Kindelán manifestó que hacía falta un mando unificado y propuso a Franco que lo asumiera, así como la regencia. Franco rechazó la segunda propuesta, pero tampoco pareció mostrar excesivo interés en tener poder político. Por el momento, parecía conformarse con tener el mando de las mejores tropas y oficiales. No obstante, sus mensajes no habían hecho ninguna referencia a Sanjurjo, Mola o la Junta de Defensa Nacional. Además, Alemania e Italia manifestaban claramente que le consideraban el líder del movimiento rebelde y la segunda presionaba para que formalizara ese liderazgo. Kindelán, convencido de que Franco sería el mejor aliado de la monarquía, le insistió varias veces sobre la conveniencia de asumir el mando único. Según contaría después el aviador, Franco reaccionó a las sugerencias con modestia y tenía "el temor de que la cosa no estuviese aún madura", así como el de perder el Ejército de África si asumía una responsabilidad de despacho similar a la de Cabanellas.
El 26 de agosto, Franco trasladó su cuartel general al Palacio de los Golfines de Arriba en Cáceres, separándose así de Queipo de Llano. Allí trabajaba un grupo de colaboradores cercanos: el teniente coronel jurídico Lorenzo Martínez Fuset era su asesor legal y consejero político; José Antonio de Sangróniz dirigía una oficina diplomática, tarea en la que colaboraba de forma importante Nicolás Franco, el hermano del general, quien había establecido excelentes relaciones con el gobierno portugués; el fundador de la Legión Española, José Millán-Astray, actuaba como responsable de propaganda; y Luis Antonio Bolín se encargaba de las relaciones con la prensa internacional. Otros colaboradores eran el mencionado Kindelán y el también monárquico general Luis Orgaz. Todos ellos formaban una especie de "equipo de campaña" para conseguir la elección de Franco como líder militar y político. La narración de los hechos que hizo Kindelán deja claro que actuaban con el conocimiento y aprobación de Franco; no obstante, la prudencia tradicional del general y el temor a dar un paso en falso le hizo mantener una actitud distante respecto a sus maniobras.
Al mismo tiempo, el 26 de agosto se reunieron en Roma el almirante Canaris y Roatta, a los que se sumó al día siguiente Ciano. Los tres concluyeron que era indispensable un mando único en el ejército rebelde. Al día siguiente se produjo el primer bombardeo sobre Madrid.
Las decisiones clave
La necesidad de un mando único
Las caídas de San Sebastián y Talavera de la Reina provocaron un cambio de gobierno en la zona del gobierno y la llegada al poder del socialista Francisco Largo Caballero al frente de un gobierno del Frente Popular más representativo de la nueva realidad. Este mando enemigo más fuerte, que endureció su defensa, acentuó la necesidad de unificar el mando rebelde. En septiembre, con los ejércitos de Mola y Franco ya cerca de Madrid, era clara la necesidad de un mando unificado. Había habido tensiones entre Franco y Queipo de Llano y entre Mola y Yagüe. Mola había planeado el levantamiento para establecer una "dictadura militar republicana", y no parecía haber prisa en cambiar la estructura encabezada por la Junta de Defensa Nacional, pero sí era necesario establecer un mando militar único. Kindelán propuso una reunión de los miembros de la Junta de Defensa y de otros generales para tratar la cuestión. Franco retrasó la convocatoria una semana, pero finalmente convocó un encuentro para el 21 de septiembre a unos 30 kilómetros de Salamanca, en el aeródromo de San Fernando, elegido precisamente para facilitar el transporte de los participantes. La iniciativa para la reunión fue, por tanto, del general Franco. De hecho, nada más instalarse aquel en el Palacio de los Golfines de Arriba, los falangistas habían organizado una concentración de masas en la que fue aclamado como jefe y salvador de España. Presidió el encuentro Cabanellas, y asistieron también los miembros de la Junta Franco, Mola, Queipo de Llano, Dávila, Saliquet, Gil Yuste, Orgaz, Montaner y Moreno Calderón. También estaba el general Kindelán, que no era miembro de la Junta. No se trataba, por consiguiente, de una reunión de la Junta propiamente dicha.
No existe ningún acta de la reunión, por lo que es difícil saber exactamente cómo transcurrieron las deliberaciones, salvo por el relato de los propios asistentes. Kindelán es quien más datos ha proporcionado. Parece que por la mañana él y Orgaz intentaron hasta tres veces iniciar la discusión sobre el tema del mando único, pero después de tres horas y media no habían logrado abrir el debate. La situación cambió durante la comida, celebrada en una finca cercana y servida por las hijas del dueño para mantener la discreción. Al proponer de nuevo por la tarde Kindelán y Orgaz que se abordara la cuestión, Mola añadió: "Pues yo creo tan interesante el mando único que si antes de ocho días no se ha nombrado Generalísimo, yo no sigo; yo digo: ahí queda eso y me voy". Reanudada la sesión, solo Cabanellas se pronunció en contra de designar un Generalísimo y a favor de mantener el sistema de un directorio. El decidido apoyo de Mola a los partidarios de Franco hizo que Queipo de Llano no se atreviera a exponer su oposición en público.
La elección de generalísimo
Después de decidir que era necesario nombrar un generalísimo, se pasó a elegir a la persona más adecuada. En realidad, no parece que nadie dudara de que, si se tomaba la decisión de nombrar un mando único, Franco sería el elegido. El gallego era general de división, el máximo rango militar en ese momento, aunque ocupaba solo el puesto 23 en el escalafón. Pero entre los sublevados, solo le superaban en jerarquía Cabanellas, Queipo de Llano y Saliquet. Sanjurjo había muerto el 20 de julio. Goded y Fanjul habían sido detenidos y luego ejecutados al fracasar la rebelión en Barcelona y Madrid. Cabanellas tenía un pasado de oposición a la Dictadura, era republicano y demasiado liberal. Queipo de Llano era general de división y tenía más antigüedad que Franco, pero su pasado de opositor republicano hacía que muchos desconfiaran de él. Saliquet era demasiado mayor y no tenía relevancia política. Mola tenía un rango inferior (general de brigada), estaba afectado por los fracasos iniciales y tenía peores contactos internacionales que Franco. Además, estaba muy vinculado a los carlistas, lo que le daba una imagen de ultraconservador, mientras que para los monárquicos era un republicano. El mismo Mola parecía ser consciente de ello. Compartía la idea de que hacía falta un mando único y no hay ningún dato que sugiera que deseara ocupar el puesto.
Frente a todos los demás, Franco tenía ventaja. Era el que tenía menos enemigos, el de carácter más tranquilo, el que había obtenido mayores victorias militares en lo que iba de conflicto y el menos identificado con una situación política anterior. Además, tenía bajo su mando las tropas que más cerca estaban de tomar la capital y contaba con el respaldo de las potencias amigas, Italia y Alemania. Contaba con el apoyo de los monárquicos, que lo consideraban uno de los suyos y, a través de Yagüe, con el apoyo de la Falange. Legionarios y regulares admiraban su valor y sus habilidades de mando, y los jóvenes oficiales que habían sido alumnos suyos en la Academia General Militar de Zaragoza lo admiraban. Por último, había asegurado la retaguardia nacionalista en el Protectorado español de Marruecos pactando con las autoridades marroquíes, que le proporcionaban una base logística y soldados experimentados. Pero por encima de estas consideraciones, parece que fueron su calma y superioridad profesional las que le ayudaron a conseguir el mando. De hecho, incluso sus enemigos lo habían señalado como cabeza de la rebelión. La prensa del gobierno se refería a él como el líder del levantamiento.
Llegado el momento de votar, los dos coroneles dijeron que preferían abstenerse debido a su menor rango. Kindelán fue el primero en pronunciarse por Franco, y le siguió Mola; luego también votaron por él Orgaz y todos los demás. En esta ocasión, Cabanellas decidió abstenerse. Este comentó más tarde:
Ustedes no saben lo que han hecho, por que no lo conocen [al general Franco] como yo, que lo tuve a mis órdenes en el Ejército Español de África como jefe de una de las unidades de la columna a mi mando; y si, como quieren, va a dársele en estos momentos España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie lo sustituya en la guerra ni después de ella, hasta su muerte.
No hay motivos para pensar que a Mola le molestara el resultado. Al salir de la reunión, sus ayudantes le preguntaron por lo sucedido y les informó de que se había decidido nombrar a un generalísimo. Entonces ellos le preguntaron si le habían designado a él y respondió: "¿A mí? ¿Por qué? A Franco". Más tarde les dijo a sus colaboradores que él mismo había propuesto a Franco como candidato con estos argumentos: "Es más joven que yo, de más categoría, cuenta con infinidad de simpatías y es famoso en el extranjero". En cuanto a Queipo de Llano, cuando Vegas Latapié le preguntó tiempo después por qué había votado por Franco, respondió: "¿Y a quién habríamos nombrado si no? A Cabanellas, imposible. Era republicano convencido. De haber nombrado a Mola, habríamos perdido la guerra. Y yo... había perdido ya mucho prestigio".
No obstante, a pesar de la casi unanimidad del nombramiento, era evidente la falta de entusiasmo de algunos de los votantes. Varios de ellos consideraban que lo único que habían hecho era conseguir la unidad de mando necesaria para obtener la victoria, eligiendo al general más exitoso. En aquellos momentos, es muy posible que la mayoría de los altos mandos allí reunidos pensaran que el conflicto sería de corta duración y que finalizaría con la inminente conquista de Madrid. No se había decidido otorgar ningún poder político a Franco y la Junta de Defensa Nacional permanecía intacta. Ni siquiera se había establecido un plazo para la toma de posesión. Además, el acuerdo de que la elección fuera mantenida en secreto hasta que fuera ratificada oficialmente por la Junta de Defensa Nacional aumentaba la percepción de Kindelán y otros partidarios de Franco de que algunos generales no estaban convencidos de la decisión, y los días pasaban sin que esta se hiciera pública. Por ello, el "equipo de campaña" de Franco intensificó los contactos y las presiones para conseguir que el mando militar fuera acompañado del mando político. Su actividad y la popularidad que proporcionó a Franco la liberación del Alcázar de Toledo le permitió conseguir que el 28 de septiembre, en una nueva reunión de mandos, Franco fuera nombrado Jefe del Gobierno del Estado. Solo tras esta nueva decisión se publicó oficialmente en el Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional del 30 de septiembre el decreto de nombramiento conjunto como jefe de Gobierno y Generalísimo.
Importancia del nombramiento
La unificación del mando
A pesar de las diferencias, los historiadores coinciden en que unificar el mando militar fue una decisión acertada para el bando rebelde. Después de la toma de Badajoz y Talavera, era evidente que se necesitaba un mando militar único para administrar todo el territorio que había sido unido por las armas. Esto les dio una ventaja sobre el bando del gobierno, cuya desunión es considerada una de las principales razones de su derrota. En este bando, las diferentes ideas de las fuerzas políticas sobre cómo organizar el Estado impidieron una dirección común. Al principio, el poder del Gobierno apenas llegaba más allá de Madrid y fue reemplazado por muchos comités creados por partidos y sindicatos. Desde el principio, toda la costa cantábrica del gobierno estuvo dividida entre diferentes poderes regionales, lo que perjudicó sus operaciones militares. La llegada al poder de Largo Caballero significó un intento de controlar esos poderes autónomos, pero no pudo evitar que los gobiernos regionales de Cataluña y el País Vasco expandieran su autonomía, afectando el ámbito militar. Además, se crearon consejos regionales en Aragón, Asturias y Santander. Esta división inmovilizaba grandes reservas de tropas en frentes poco activos cuando eran necesarias en otros, mientras que Franco fue capaz de trasladar grandes cantidades de tropas rápidamente para responder a los ataques del enemigo.
El liderazgo militar de Franco
En cuanto a la decisión de elegir a Franco para el mando militar, las opiniones siguen siendo variadas. Desde los primeros meses del conflicto, sus seguidores y la propaganda oficial de su nuevo gobierno difundieron la idea de un estratega brillante que llevaba a sus tropas a la victoria segura. Esta idea fue la única que se mantuvo durante su gobierno. Sin embargo, surgieron nuevas opiniones en otros países y en la propia España después de su muerte.
Hay casi unanimidad en que su decisión de desviarse hacia Toledo —tomada la misma tarde de su nombramiento como Generalísimo— pudo ser la causa de que no pudiera conquistar Madrid cuando finalmente lo intentó. Ya en su momento, Kindelán y otros colaboradores advirtieron a Franco de que liberar el Alcázar le costaría la toma de Madrid. Sus defensores siempre han insistido en que la decisión de desviarse hacia Toledo estaba tomada antes del 21 de septiembre —Franco había enviado un mensaje a los resistentes del Alcázar el 22 de agosto prometiendo ayuda— y que tenía como finalidad animar la moral de los "nacionales". El historiador británico Hugh Thomas señala que es fácil imaginar las críticas que hubieran recaído sobre Franco si hubiera permitido que los defensores del Alcázar fueran vencidos estando sus tropas tan cerca. Y el estadounidense Stanley G. Payne argumenta que el Generalísimo debía reforzar su débil flanco derecho antes de emprender la batalla por Madrid.
También se ha criticado su actuación en la Batalla de Brunete, que se explica por la importancia política o psicológica que el Generalísimo daba a las cuestiones militares. Fue y sigue siendo incomprendida por muchos su decisión de detener el avance del ejército hacia Barcelona y dirigirse hacia la mejor defendida Valencia después de haber vencido en la Batalla de Teruel y haber llegado al Mediterráneo, dividiendo en dos el territorio del gobierno. También se discutió y se discute su decisión de atacar frontalmente al enemigo durante la Batalla del Ebro en vez de rodearlo y avanzar hacia Lérida y Barcelona.
Probablemente los más críticos sobre la capacidad militar de Franco sean el coronel Blanco Escolá, quien expresa en su libro La incompetencia militar de Franco la idea que el título indica explícitamente —crítica que se ve reforzada por el elogio de su oponente Vicente Rojo en el libro Vicente Rojo: el militar que humilló a Franco—, y el historiador y también militar Gabriel Cardona, que además de los numerosos estudios que ha dedicado a la historia militar del conflicto, ironizó sobre la cuestión en un relato novelado que concluye con la frase "Franco nunca se habría graduado en West Point". Por su parte, el historiador británico y también militar Antony Beevor, autor muy versado en temas militares, ha calificado la estrategia de Franco como "obtusa", aunque hay que precisar que no es mejor la opinión que expresa respecto a los responsables de la estrategia militar del gobierno. Payne califica su estrategia como poco imaginativa y marcada por objetivos políticos en muchas ocasiones, pero también considera que prestó atención con profesionalidad a temas prácticos, como la logística, las comunicaciones, la topografía o el abastecimiento, con lo que el Ejército Nacional obtuvo una mayor eficacia. Más matizadamente, el historiador británico Paul Johnson señaló que supo mantener "el corazón frío y la cabeza viva", y que militarmente "no era un genio, pero sí muy minucioso y tranquilo; nunca reforzó un fracaso y aprendió de sus errores".
Hugh Thomas considera que los logros del Generalísimo durante la dirección estratégica del conflicto fueron considerables. Su dirección dio una mejor organización y disciplina al Ejército Nacional con respecto al Ejército Popular de la República, y la logística fue muy superior. Considera que sus errores fueron de juicio al tomar decisiones desacertadas en el terreno, como su insistencia en los ataques frontales a un alto costo y su opción por avanzar sobre Valencia en vez de Barcelona. Más brevemente, el también británico Paul Preston, autor de una biografía de Franco, considera que "entre 1936 y 1939 fue un jefe competente en el conflicto".
Entre sus defensores, suele repetirse el argumento ofrecido por Pío Moa:
Franco debe ser el único militar de la historia que, habiendo ganado un conflicto y casi todas sus batallas, recibe a menudo la sentencia de incompetente o, en todo caso, del montón, o bien de "buen táctico" pero casi nulo estratega.
El historiador Luis Suárez Fernández, también favorable a Franco, admite que se le suelen reconocer más las cualidades logísticas que las estratégicas.
Por último, el británico Michael Alpert no ha valorado las supuestas cualidades estratégicas o tácticas del general Franco, sino que se ha limitado a constatar que "en realidad, el conflicto español no tuvo gran importancia desde el punto de vista de la estrategia militar" y que "desde luego, la mayor causa de la derrota de la República y del triunfo de Franco fue la abundancia de material de que dispuso el Generalísimo, sobre todo de aviación y de artillería de grandes calibres".
Implicaciones políticas
Finalmente, para Franco y sus partidarios, la elección como Generalísimo fue solo el primer paso hacia un poder absoluto. No parece que los generales que lo eligieron para un mando militar unificado se dieran cuenta de las implicaciones políticas de dar tal mando a un ejército que luchaba contra su propio Estado, pero el pequeño grupo monárquico y los representantes de Alemania e Italia sí parecieron pensar en ello. Solo siete días más tarde, consiguió el nombramiento como "Jefe del Gobierno del Estado español" y la disolución de la Junta de Defensa Nacional, que le traspasó todos sus poderes. Después de esto y desde el primer momento, Franco se referiría a sí mismo como "Jefe del Estado", situación que nadie discutió. Esto le dio un poder sin límites. Para completarlo, en abril de 1937 unificó a Falange Española de las JONS y la Comunión Tradicionalista para formar un Partido Único del que él era también el líder supremo. Se abría así un largo período de gobierno que solo finalizaría con su muerte en 1975.